América Latina en la obra de Rulfo
Presentamos un ensayo sobre la obra de Juan Rulfo y su relación con América Latina, la religión y la muerte, a propósito del estreno de la adaptación cinematográfica de “Pedro Páramo” dirigida por Rodrigo Prieto en Netflix.
Jorge Emilio Sierra Montoya*
A medida que profundizamos en la obra literaria de Juan Rulfo, su sentido religioso se hace más evidente.
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A medida que profundizamos en la obra literaria de Juan Rulfo, su sentido religioso se hace más evidente.
Así, al tener su origen en la naturaleza -como sucedía en los pueblos indígenas, maya y azteca, de Centroamérica-, la religión desempeña acá una función estrictamente humana, social, donde la muerte surge como algo inexplicable, inesperado, inevitable y superior a cualquier idealización de la vida, si bien los personajes descubren, en sus últimos momentos, el amor que le tienen, acaso en un intento desesperado por afirmarla y aferrarse, por consiguiente, a su fe (cristiana, cabe suponer).
Pero, ante esa imposibilidad de enfrentar y vencer la dura realidad de la muerte, su negación parece volverlos a la naturaleza, de donde nacieron. La religión, en tales circunstancias, pierde su sentido primigenio para transformarse, en un ambiente de soledad, estéril, donde solo habitan las sombras o los fantasmas de seres anónimos que se confunden en la noche, persiguiendo la última esperanza en sus vidas. Es lo que apreciamos, con angustia y terror, en las páginas de Pedro Páramo, desde el principio hasta el fin.
En tales circunstancias, la religión resulta ser tan alienante como la misma naturaleza y, al igual que esta, sorda a los llamados del hombre y destructora no solo a nivel individual sino también colectivo. Además, genera una soledad que nace desde lo más íntimo de la persona (a diferencia de la naturaleza, que le llega del exterior) y provoca el aislamiento total de cada personaje, resultado de su fracaso en la vida y ante el resto del mundo.
Un suicidio colectivo
De acuerdo con lo anterior, los personajes de Rulfo suelen sucumbir ante aquello que podría verdaderamente salvarles. Y lo hacen de manera inconsciente, dada su ignorancia o, mejor, su fe ciega.
Pero, también hay unos pocos que luchan contra esto. Son, por lo general, extraños al ambiente, llegados por azar y convencidos de que su grado de conciencia (por conocer otros mundos, otro género de vida) les permitirá cambiar la situación tanto en su propio bien como para su comunidad, donde fracasan finalmente.
Proclaman su mensaje y nadie les escucha; hablan de tierras lejanas que a nadie más le interesan; se entusiasman con sus palabras, en un lenguaje distinto, pero son tildados de locos, tornándose en objeto de burlas, por lo cual no tienen, sino la opción de huir (como saliendo de una horrible pesadilla: “Allí dejé la vida -dice el melancólico personaje de Luvina-. Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado”) o de quedarse para ser destruidos, como le sucedió al hijo de Pedro Páramo.
Entretanto, la situación de “aquel infierno” sigue igual, perdiéndose más y más en su aislamiento, marchando hacia el único destino: su aniquilación, que es un suicidio colectivo, siempre mirando la vida con indiferencia por estar aferrados al pasado que se fue, que nunca regresa, que desapareció o murió definitivamente.
El pueblo, en fin, permanece unido a su historia de leyendas polvorientas para tratar de llevar, en forma infructuosa, su absurdo e inexplicable presente, mientras entierran a sus muertos y los cuidan, conviviendo con ellos.
La unidad temática
Como hemos visto, en Rulfo la naturaleza, la religión y la muerte parecen ser los pilares que sostienen las vidas de sus personajes, quienes de ningún modo aparecen allí delimitados con un principio y un fin preconcebidos. Al contrario, en cada relato hay una relación total y dialéctica entre dichos niveles, por lo cual sería absurdo distinguirlos en el transcurso mismo de la lectura.
Y si hay unidad temática, no quiere decir que, por ser fiel a ella, el autor mantenga permanente control de las situaciones, con un plan previo.
Al contrario, su lenguaje es natural, con aquella espontaneidad que se aleja, por completo, del determinismo característico de la literatura social, donde las posiciones ideológicas, políticas, suelen imponerse.
Antes bien, los personajes se abstienen, acaso por ignorancia, de asumir esas posiciones, siendo solo fieles a los principios o reglas que sus existencias les revelan en las diferentes circunstancias de sus vidas.
Todos ellos, por cierto, participan en situaciones similares, habiendo una insistencia en los temas, en los escenarios y aun en el estilo empleado, lo cual permite presentar nuestro estudio desde un ángulo general, dejando la aplicación de los conceptos -o sea, los múltiples detalles en las narraciones- a la capacidad deductiva del lector.
Justicia social y anarquía
Al haberse descartado la religión en su función mediadora, los personajes caen en un plano estrictamente humano, de carácter social. Y es aquí donde las contradicciones más se manifiestan, pues el individuo participa de la sociedad en la medida en que la enfrente o destruya, atacando a sus semejantes.
Así vemos la lucha entre el padre y el hijo, en “La herencia de Matilde Arcángel”; entre el obrero y el patrón, en “La cuesta de las comadres” y “En la madrugada”, o entre los rebeldes y el gobierno, en “El llano en llamas”, donde se reclama una justicia social que parte de lo estrictamente individual: “Diles que no me maten”.
Es una justicia que se busca ejercer a través de la violencia -pensemos, por ejemplo, en el cacareado machismo mejicano-, a veces por causas caprichosas o ridículas, pero fundamentales para los personajes en sus circunstancias particulares.
Se llega, por tanto, al odio, a la venganza, a la violencia, por una simple reprimenda, por un malentendido o por el mero placer de matar para demostrar la superioridad del asesino frente a su víctima. Una justicia, en definitiva, que aparece como último recurso, como el afán postrero de sobrevivir y, ante todo, como la materialización de tantos deseos callados, incomprendidos, pisoteados (de libertad, de amor, de propiedad…), cuya cabal realización se reclama como un derecho, acaso como un derecho natural.
Su consecuencia es apenas obvia: de la soledad individual se pasa a la anarquía o el caos social (a veces circunscrito al ambiente familiar, como en “Talpa”), donde culmina el proceso evolutivo de descomposición de la existencia humana, cerrándose esta especie de “círculo de alienación” que parte de la cruda realidad de la naturaleza y retorna a ella con sinnúmero de muertos.
Los muertos, a su vez, sea en forma de recuerdos o en la conciencia de los sobrevivientes, seguirán persiguiendo a los vivos y pregonando una justicia “que no es de este mundo”, la cual apenas se logra intuir en los momentos más trágicos, acaso con proporciones monstruosas, la única que estarían aquellos en condiciones de concebir y realizar.
La realidad latinoamericana
¿Qué queda de ese paisaje estéril, alucinante, estático, donde la tristeza anida por doquier? ¿Qué de esa religión sin dioses, poblada de fantasmas, que desandan los pasos en un tiempo sin principio ni fin, en un espacio paralizado desde adentro, desmitificado en toda su extensión?
¿Qué de esos personajes hundidos en la más terrible soledad, desterrados del mundo, sujetos al destino implacable de la muerte, desesperados en su incesante búsqueda de la desesperanza para dar un sentido a sus vidas?...
Para algunos lectores, la narrativa de Rulfo deja el amargo sabor de la desesperanza, un significado vacío, pesimista, desolador, alienante, tanto como todo lo que allí se refleja; para otros, en cambio, esto es simplemente el fiel reflejo del rostro latinoamericano, de nuestro mundo social que en las grandes ciudades hemos querido ignorar, cuando no tildarlo de vulgar y ordinario, ignorante, supersticioso e inmoral.
En cualquier caso, es la tragedia diaria de nuestros campesinos, desde México hasta el sur del continente, narrada por ellos mismos en sus vastas tierras -que no les pertenecen-, en sus tradiciones, en su fanatismo, en sus luchas y conquistas o en sus frustraciones.
Rulfo nos deja, a fin de cuentas, en medio de una terrible soledad, sin la solemnidad habitual en el tratamiento de estos temas, y en cada uno de sus relatos, con un tono sombrío, de realismo extremo, se está siempre en juego con la magia y el mito para darnos una radiografía exacta de la realidad latinoamericana que se prolonga, hasta hoy, a lo largo de nuestra historia.
Y es esto lo que da al magistral autor de Pedro Páramo su permanente vigencia en la literatura universal, más allá de los límites de nuestra región latinoamericana.
*Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua