Amigas y punto
Hacer memoria se parece al bordado: se regresa sobre los puntos, acariciándolos.
Juliana Muñoz Toro*
Bordar juntas es crecer juntas. Es crear una tela de araña que, por más de que se ensanche, conecta las verdaderas amistades. Las protagonistas de Punto de cruz (Editorial Almadia), de la autora mexicana Jazmina Barrera, se cuidan en su adolescencia, se recuerdan en la distancia y se reencuentran cuando llega la muerte. El epígrafe de Elena Garro nos avisa que en esta novela hay una búsqueda mayor: “No estés triste, Lilí. Hallarás el hilo, y hallarás a la araña”.
Hacer memoria se parece al bordado: se regresa sobre los puntos, acariciándolos. Ya no hay movimiento, pero queda la imagen tan vívida que se pude tocar. “Distingo cómo nos fuimos separando, como las hebras de un hilo viejo que con el tiempo se desenrollan”. Así, en la novela de Barrera, Mila vuelve a esos puntos que bordó junto con sus amigas Citlali y Dalia y le da una mirada distinta a su paso de la adolescencia a la adultez, o lo que se suponía que era el amor y el sexo. Regresa a los libros que alimentaron sus ideas, a la música que le dio músculo a su corazón.
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En Punto de cruz Barrera hace una colcha de retazos en la que une la historia de estas amigas y fragmentos acerca del bordado en la reconstrucción de “lo femenino”. Se menciona a aquellas mujeres cautivas que durante la Segunda Guerra Mundial enviaban colchas a los campos militares: “cada mujer tuvo un recuadro para bordar flores, palabras de aliento, sus nombres y mensajes que en código le dejaran saber a los hombres que estaban vivas y que estaban bien”. Y, en medio de aquella destrucción, la aguja y el hilo como elementos que perduran en el tiempo para curar heridas: “Hay algo en los tejidos. En cómo se componen y se recomponen, se ordenan, se regeneran, se reúnen y se cosen. En ellos hay que buscar respuestas”.
Notamos que estas reflexiones de lo textil abarcan incluso lo cotidiano, como nuestras prendas de vestir. En las blusas bordadas de diversos lugares de México, gracias a signos y símbolos, “podían leerse mitologías, episodios históricos y elementos sociológicos de las distintas comunidades que los hacían”. También está la estrecha relación con el texto, pues se comparte la raíz latina textere, que significa “tejer, trenzar, enlazar”. De hecho, Barrera, tras el personaje de Mila, comenta: “aprendí a leer y a escribir al mismo tiempo que aprendí punto de cruz”.
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El destino de estas tres amigas parece unido por las míticas Moiras que hilan, miden y cortan el hilo de la vida: “el tejido, los hilos, suelen simbolizar el destino. La luna teje el destino, la araña teje el destino, las Parcas son tejedoras”. Pero no. Son ellas mismas, sus manos, las que decidieron quedarse bordando el mismo dechado de telas de araña y de patas y de frases y de un viaje juntas. /*@julianadelaurel
Bordar juntas es crecer juntas. Es crear una tela de araña que, por más de que se ensanche, conecta las verdaderas amistades. Las protagonistas de Punto de cruz (Editorial Almadia), de la autora mexicana Jazmina Barrera, se cuidan en su adolescencia, se recuerdan en la distancia y se reencuentran cuando llega la muerte. El epígrafe de Elena Garro nos avisa que en esta novela hay una búsqueda mayor: “No estés triste, Lilí. Hallarás el hilo, y hallarás a la araña”.
Hacer memoria se parece al bordado: se regresa sobre los puntos, acariciándolos. Ya no hay movimiento, pero queda la imagen tan vívida que se pude tocar. “Distingo cómo nos fuimos separando, como las hebras de un hilo viejo que con el tiempo se desenrollan”. Así, en la novela de Barrera, Mila vuelve a esos puntos que bordó junto con sus amigas Citlali y Dalia y le da una mirada distinta a su paso de la adolescencia a la adultez, o lo que se suponía que era el amor y el sexo. Regresa a los libros que alimentaron sus ideas, a la música que le dio músculo a su corazón.
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En Punto de cruz Barrera hace una colcha de retazos en la que une la historia de estas amigas y fragmentos acerca del bordado en la reconstrucción de “lo femenino”. Se menciona a aquellas mujeres cautivas que durante la Segunda Guerra Mundial enviaban colchas a los campos militares: “cada mujer tuvo un recuadro para bordar flores, palabras de aliento, sus nombres y mensajes que en código le dejaran saber a los hombres que estaban vivas y que estaban bien”. Y, en medio de aquella destrucción, la aguja y el hilo como elementos que perduran en el tiempo para curar heridas: “Hay algo en los tejidos. En cómo se componen y se recomponen, se ordenan, se regeneran, se reúnen y se cosen. En ellos hay que buscar respuestas”.
Notamos que estas reflexiones de lo textil abarcan incluso lo cotidiano, como nuestras prendas de vestir. En las blusas bordadas de diversos lugares de México, gracias a signos y símbolos, “podían leerse mitologías, episodios históricos y elementos sociológicos de las distintas comunidades que los hacían”. También está la estrecha relación con el texto, pues se comparte la raíz latina textere, que significa “tejer, trenzar, enlazar”. De hecho, Barrera, tras el personaje de Mila, comenta: “aprendí a leer y a escribir al mismo tiempo que aprendí punto de cruz”.
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El destino de estas tres amigas parece unido por las míticas Moiras que hilan, miden y cortan el hilo de la vida: “el tejido, los hilos, suelen simbolizar el destino. La luna teje el destino, la araña teje el destino, las Parcas son tejedoras”. Pero no. Son ellas mismas, sus manos, las que decidieron quedarse bordando el mismo dechado de telas de araña y de patas y de frases y de un viaje juntas. /*@julianadelaurel