Aminta Peláez Guariyu: “No soy poeta, sólo pienso en wayuunaiki”
La oralitora, pintora y etnoeducadora wayúu trabaja en la prevención de violencias sexuales desde diversas expresiones artísticas como una propuesta de interculturalidad y educación comunitaria en La Guajira.
María Paula Lizarazo
Desde que era una niña, a Aminta Peláez Guariyu le gustaba escuchar los relatos de los abuelos wayúu. Hoy, la sobrevivencia de esos mismos le preocupa: están desapareciendo con la muerte de los abuelos y esto lo atribuye a que la atención de las generaciones jóvenes está puesta sobre la tecnología, entre otros motivos.
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Desde que era una niña, a Aminta Peláez Guariyu le gustaba escuchar los relatos de los abuelos wayúu. Hoy, la sobrevivencia de esos mismos le preocupa: están desapareciendo con la muerte de los abuelos y esto lo atribuye a que la atención de las generaciones jóvenes está puesta sobre la tecnología, entre otros motivos.
Su vocación se ha centrado en contar y reflejar la cosmovisión de su comunidad: es etnoeducadora, oralitora y pintora. Trabaja la educación no desde las cuatro paredes de un aula de clase, sino fuera de esta; una educación comunitaria en doble sentido: se centra en los saberes de su pueblo y construye colectivamente, conversando y compartiendo de forma horizontal.
Para Peláez, los saberes que transmite son intrínsecos a la palabra y a su rol como mujer wayúu: “Hay muchas formas de narrar. Los relatos pueden ser escritos, dibujados, danzados, actuados: es la palabra manifestándose de diferentes formas. Y es una forma de grabar esa palabra, tratando de conservar un poco la esencia de lo que nos han contado. De una generación a otra se va transformando, lo que yo escriba no va a ser lo mismo que me contaron mis abuelos, va a tener otros componentes. Además, uno de los roles fundamentales de la mujer wayúu a nivel social y cultural, ha sido el de formar. Somos las encargadas de criar a nuestros hijos y no solamente alimentarlos con lo que nos ofrece la naturaleza sino nutrirlos de valores y principios, de transmitirles nuestra lengua, sobre todo que nuestra lengua tiene algunos aspectos que si no se los enseñamos ahí muere: ese es uno de los desafíos que tenemos como mujeres”.
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En las últimas décadas se han generado en la academia y fuera de esta discusiones y líneas críticas sobre el concepto de literatura y su dimensión histórica, de cara a los saberes y las cosmovisiones de algunos pueblos, como las comunidades indígenas. Por lo que han surgido conceptos como el de oralitura, al que Peláez se acoge: “La oralitura es una propuesta de darle voz a nuestras voces. Yo empecé a escribir algunas cosas en Facebook, por ejemplo, tomaba una fotografía de un fogón y escribía algo relacionado con su significado. Y entonces todos me decían poeta, pero yo no me sentía cómoda con ese nombre. Yo no soy poeta, sólo pienso en wayuunaiki. Ytodavía me siguen diciendo que eso sí es poesía. Particularmente me gusta la poesía, pero no es algo para mí fundamental. La oralitura es lo que hacemos: tratamos de transmitir un pensamiento en wayuunaiki y al decirlo en español suena poético porque nuestras lenguas son muy ricas en metáforas, en imágenes, en símbolos”.
¿Es decir que ese pensamiento se vuelve oralitura al momento de la traducción?
-Más que traducción es una interpretación. Traducción nunca la va a haber. Hay palabras que en wayuunaiki no tienen un acercamiento al español. Por eso, cuando se pierde la lengua o cuando alguien aprende wayuunaiki en segunda instancia o como segunda lengua, nunca va a ser igual porque hay un grado de comprensión muy distinto al que aprendimos a hablar en la primera infancia.
Actualmente trabaja en la prevención de violencias sexuales en La Guajira. Desde 2019 se han identificado en el Departamento más de 400 menores sobrevivientes y en riesgo de sufrir violencia y explotación sexual, según cifras de Acnur y la Fundación Renacer.
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Con pinturas, murales y tejidos busca abrir la conversación en torno a estas violencias y los derechos reproductivos y sexuales: “El arte es un lenguaje que llega a las personas, que inspira, que es visible. La idea es que las mujeres wayúu podamos conversar sobre sexo, género y violencia, son temas que no se hablan. Quisimos abrir estos nuevos espacios para que se pudieran empezar a romper paradigmas. De alguna manera lo hemos logrado, pero creo que aún sigue faltando mucho: primero, que las mujeres conozcan cuáles son sus derechos y segundo, qué mecanismos existen para poder defenderlos”. Por ejemplo, la garantía del derecho a una maternidad segura y “cómo nos garantizan esa maternidad, sobre todo en un tiempo donde hay acceso a avances científicos y modernos para una atención a tiempo de las mujeres”, lo dice refiriéndose a muertes por falta de atención clínica y de un sistema insuficiente.
En este sentido, ¿cómo comprende la interacción comunitaria frente a los cambios que se proponen por los lados de la política?
-Hablamos de interculturalidad y debemos partir de lo propio para fortalecer nuestras raíces y tener unas bases fuertes para que cuando vengan las nuevas propuestas, las leyes o los decretos, podamos tener una posición precisa y sobre todo reflexiva, analizando eso nuevo que está llegando porque hay mucha desinformación. Si yo no tengo fundamentos académicos, no voy a tener herramientas para tener una respuesta frente a eso que está llegando, sea una propuesta política, sean programas, sean proyectos. Creo que el deber de las personas que hemos accedido a una educación superior es formar a nuestros paisanos.
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A propósito de que menciona la interculturalidad, el 12 de octubre fue proclamado por el Ministerio de Cultura como el Día de la Diversidad Étnica y Cultural de la Nación Colombiana. ¿Qué análisis tiene del uso de ese término?
-Yo he sido una de las promotoras de la interculturalidad; la oralitura es una práctica intercultural, ese es el mejor ejemplo. Es pensar cómo podemos hacer una conexión sana y equilibrada de lo mío como indígena y de aquello que he aprendido de los demás; pero esos demás, que son la sociedad occidental, también deben aprender de mí. A veces hablamos de educación intercultural y somos nosotros los grupos étnicos los más interesados en que haya una educación, una salud, una justicia intercultural. Pero, ¿qué dicen las instituciones de educación superior o qué dicen las instituciones políticas de este tema? Pareciera que los más interesados fuéramos nosotros. La diversidad o multiculturalidad es un reconocimiento a que hay diferentes etnias, pero no hay una interrelación entre nosotros. Para que haya una conversación y para que haya un diálogo, debe ser equitativo, algo de parte y parte: que los colegios wayúu, así como enseñan wayuunaiki, incluyan lo de los alijuna, así como el colegio privado de Bogotá o el colegio público de Riohacha también enseñen algo de las culturas indígenas para que haya interculturalidad en nuestra sociedad.