“Amnesia in litteris”
El olvido y la memoria, además de ser temas recurrentes en la literatura, también forman parte de la compleja relación de un lector y sus lecturas con el paso del tiempo.
Jonathan Alexánder España Eraso
“¿Qué libros son esos cuya lectura ha cambiado mi vida?”, se pregunta el narrador protagonista de “Amnesia in litteris”, relato del libro Un combate y otros relatos (1996), del escritor alemán Patrick Süskind, cuya primera novela, El perfume, le valió notoriedad mundial. Con ánimo de aclarar la cuestión, el narrador se dirige a su biblioteca y toma un libro al azar. Sabe que ha dado en el clavo. El libro que escoge es “de una prosa pulida y diáfano razonamiento”, pero mientras él escribe para hilar su justificación no recuerda “el título del libro, ni el nombre del autor, ni el tema de la obra”. Lee y olvida por qué está leyendo. Los subrayados de un lector que lo ha precedido lo entusiasman, pues los dos coinciden en señalar los mismos pasajes. La lectura es un río. La compañía espiritual entre lector, autor y narrador transita hacia la blancura de la memoria. La mano subraya y comenta. La mirada del protagonista se topa con que los comentarios de su antecesor son escritos con una letra familiar. Él sabe que es su propia letra, que él es su antecesor. “Entonces se apodera de mí una aflicción indescriptible. Ha vuelto a atacarme la vieja enfermedad: amnesia in litteris, el olvido literario, y me invade una ola de resignación, por la futilidad de la ambición de conocimiento y de toda ambición en general”.
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“¿Qué libros son esos cuya lectura ha cambiado mi vida?”, se pregunta el narrador protagonista de “Amnesia in litteris”, relato del libro Un combate y otros relatos (1996), del escritor alemán Patrick Süskind, cuya primera novela, El perfume, le valió notoriedad mundial. Con ánimo de aclarar la cuestión, el narrador se dirige a su biblioteca y toma un libro al azar. Sabe que ha dado en el clavo. El libro que escoge es “de una prosa pulida y diáfano razonamiento”, pero mientras él escribe para hilar su justificación no recuerda “el título del libro, ni el nombre del autor, ni el tema de la obra”. Lee y olvida por qué está leyendo. Los subrayados de un lector que lo ha precedido lo entusiasman, pues los dos coinciden en señalar los mismos pasajes. La lectura es un río. La compañía espiritual entre lector, autor y narrador transita hacia la blancura de la memoria. La mano subraya y comenta. La mirada del protagonista se topa con que los comentarios de su antecesor son escritos con una letra familiar. Él sabe que es su propia letra, que él es su antecesor. “Entonces se apodera de mí una aflicción indescriptible. Ha vuelto a atacarme la vieja enfermedad: amnesia in litteris, el olvido literario, y me invade una ola de resignación, por la futilidad de la ambición de conocimiento y de toda ambición en general”.
Nuestra memoria es una cortesana que se agita igual que nuestra cama, decía Louis-Ferdinand Céline. Ella, haciendo gala de sí misma, se viste de irrealidad. A la distancia la contemplamos, y, desde su pasado, construimos el recuerdo del recuerdo esencial. Imbuidos en esa dinámica ad infinitum la vida se nos vuelve impropia, una farsa de la farsa, y deviene literaria.
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Vernos reflejados en los personajes de Franz Kafka es sabernos evasores de la verdad, o desde las criaturas de Paul Auster en La invención de la soledad es comprender que los recuerdos se fabrican en serie y no tienen otro destino que la simple hipótesis, o el señor Goliadkin de El doble, de Fiódor Dostoyevski, nos permite reflexionar sobre las réplicas que nos hacen olvidar lo que fuimos.
Vivimos entre la amnesia y el olvido, que se alzan como niebla espesa. Esas dos dimensiones imperceptibles se condensan en el recuerdo: la amnesia es su rasgadura; el olvido, su trastocamiento.
Contextualicemos lo anterior con esta anécdota: en 1994, Gabriel García Márquez escribió El mismo cuento distinto. En él, García Márquez narró lo que le aconteció con un cuento de Simenon que quería releer, aunque le había sido imposible encontrar porque, a pesar de que recordaba con vaguedad la trama, se le escapaba el título. Su búsqueda se extendió por cincuenta años. Sería el mismo Julio Cortázar quien le ayudó a encontrar dicho cuento y el nombre de la antología en la que se publicó. Curiosamente, cuando García Márquez releyó el cuento, este no era como él lo rememoraba.
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¿Qué tiene que ver la anécdota descrita con la amnesia y el olvido? En ella no aparece la amnesia como un abismo, solo el olvido brota como un préstamo que se trasplanta en el recuerdo de lo que se deja y se quiere que sea.
Entre la pertenencia y el extravío nos queda el gran olvido, parodiando a Salvador Elizondo, por el que tú, lector, y yo, autor de esta columna, “perdemos la importancia; aun si nuestra relación queda incólume”.