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Leer las huellas

Presentamos un análisis literario de la novela ‘El camino de Ida’ de Ricardo Piglia, en el que su autor explora la dualidad narrativa y el poder de la ficción.

Andrés Felipe Yaya
06 de enero de 2025 - 03:30 p. m.
"El camino de Ida" fue originalmente publicado en 2013.
"El camino de Ida" fue originalmente publicado en 2013.
Foto: Archivo Particular
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Son días afanosos. Densos, pesados como ropa mojada. Se aclara el día temprano y la noche temprano, corre hacia la noche. Hay días como estos que se viven en pasado. Hoy el cielo estuvo tenso como un pedazo de lámina. Todo está por suceder, pero nada sucede. Supongo que son días para volver. Volver a un atardecer sobre una ciudad extraña que se iba abriendo en nosotros, lenta y esponjosa. Volver a una noche donde la música crecía como una hemorragia y éramos felices. Éramos el elemento absoluto. Volver a un recuerdo que parece un sueño porque aparece en nuestra memoria por pedazos. Volver a ciertos autores que fueron el fuego: nos decían cosas que jamás hemos hablado con nadie. Cosas de la vida que nuestro lenguaje no alcanzaba a apalabrar. Cosas como el sentido de la vida que sobreviene en un instante. Luego, olvidarlo para siempre. Vuelvo, como buscando un fármaco para eso que no tiene nombre, a la escritura de Ricardo Piglia. Una escritura prodigiosa, impensables. Un vértigo. Una bruma que se disipa de repente. Entonces se lee así: hacia adelante, con curiosidad. Se continúa como atravesando un desastre: sin prisa porque no hay final. Cada palabra está donde debe estar. Leo “El camino de Ida” de Ricardo Piglia. Una novela que lo condensa todo: crítica y feroz, sublevada y brutal.

Dice Ricardo Piglia en una entrevista que “solo existen dos grandes historias posibles: o contamos un viaje, o contamos una investigación”. En “El camino de Ida” (2013) Piglia construye las dos. Por un lado, parte del viaje. Inicia con el viaje del argentino Emilio Renzi a la universidad de New Jersey para dictar un seminario sobre W. H. Hudson. Allí, en medio de la dinámica académica, conoce a Ida Brown, activista y profesora de literatura especialista en Joseph Conrad. Con Ida establecerá una secuencia de encuentros clandestinos en la periferia de la academia. Un día Ida es hallada muerta en su vehículo. Efectivamente, la muerte de Ida cae en el círculo de muertes a personajes con tintes académicos que rastrean las pistas del FBI. Aquí termina parte del viaje e inicia la segunda noción: la investigación. Renzi con la ayuda de un detective privado intentará revelar el crimen de Ida. Renzi comienza a delinear las huellas de Ida, el camino, efectivamente. Viaja y descifra. Encuentra en el camino el libro El agente secreto de Joseph Conrad. Narra Renzi: “Guiada por Ida, la novela de Conrad revelaba una intriga a la vez evidente y subterránea.”

Como buen lector de Borges, Piglia va entregando respuestas en el ejercicio de leer. Poco a poco Renzi va descifrando pistas, huellas en la lectura de Conrad. Va construyendo un mapa: una vasta geografía de calles, de parajes, de voces, de miradas. Lo difuso se vuelve nítido y vuelve hacerse difuso. Renzi lee. Encuentra respuesta dialogando con los libros, especialmente con la lectura de Conrad. Escribe: “A veces me desorientaba y perdía el rumbo, me extraviaba en medio de la página, con recuerdos que me interrumpían y me distraían o con imágenes que viboreaban vívidas”. A su vez, Renzi piensa mientras vuelve a leer los subrayados de Ida, en los suyos que tiene en los libros que almacena en Argentina. Subrayar es una forma, en definitiva, de revelar nuestra forma de leer. Continúa Renzi leyendo: “seguí las marcas de Ida como los carteles fosforescentes de una autopista hasta que de a poco me fui dando cuenta de que los subrayados me señalaban algo”. Leer, pues, es soñar tras las huellas del indicio: ir más allá de las palabras y construir sentidos. Renzi inicia un segundo viaje. El viaje detectivesco se pone en marcha y revela respuestas.

Renzi, en efecto, sigue las pistas en la lectura de Conrad. Dibuja. Une puntos. Comienza a armar el puzle. Descubre cierta culpabilidad de Thomas Munk en la muerte de Ida. Sospecha. Munk es un matemático brillante, hijo de inmigrantes polacos. Más bien de familia pobre. Es solitario. Se aísla a Montana en una casa que él mismo construyó. Vive sin energía, ausente del mundo. A su vez, construye un complot contra el Estado. Envía cartas bombas hasta que es sorprendido por su hermano. Renzi va tras los pasos mientras lee El agente secreto. Acude a Munk en la cárcel buscando respuestas. Le regala el libro como una forma de extender el diálogo y encontrar más respuestas. El viaje no para. En Piglia no existe la inmovilidad: todo se mueve, todo es una alerta, todo se mira de otra forma.

Ahora bien, Ricardo Piglia a través de Emilio Renzi en su ejercicio narrativo en “El camino de Ida” establece una serie de discusiones políticas, ideas de extranjería e ideas filosóficas utilizando elementos autobiográficos. Narra los asesinatos en cadena que suceden en el país imperialista mientras por momentos compara la historia argentina con la historia de Hudson. La narración es, también, una crítica al sistema político y capitalista de los Estados Unidos. Es, por otra parte, un discurso latente contra la universidad porque se ha transformado en un espacio capitalista, canibalesco, competitivo, donde emerge una violencia encerrada en una cúspide intelectual:

“¿Quizá los profesores se estaban matando entre ellos?, ironizaba Nina. [...] Nina conocía bien el mundo académico, lo consideraba una jungla más peligrosa que los pantanos de Vietnam. Gente muy inteligente y muy educada que por las noches sueña con venganzas terribles. Había pasado por todas las escalas de la así llamada carrera académica y sabía de los rencores y los odios que recorrían los departamentos universitarios donde los profesores conviven durante décadas”.

Se instala la violencia de los hombres educados a través de discursos que van en contra del otro. Viven en una continua lucha dialéctica. Hay ilesos como Paul de Man que no puede restablecerse luego de Ida. Se diluye la transmisión del saber y todo se vuelve en un campo de batalla, pues el maestro no puede perder el rigor productivo. Un assistant profesor se suicida porque no es contrato de asociado: es devorado por el sistema universitario. Piglia conoce el mundo académico y sus realizaciones de poder. Narra a través de Renzi: «altas olas de cólera subterránea».

*

Ricardo Piglia ensambla personajes con dos vidas. Una vida pública y una vida privada. Sucede entonces con Ida Brown, que «vivía una vida secreta y respetaba las reglas de seguridad; en su otra vida era una profesora aburriéndose en una fiesta del Departamento». A la par que en otros espacios lleva al límite la exploración. Todo lo transgrede. Se droga. Va más allá de sus propios límites en la sexualidad. No existen para Ida los paradigmas. Más allá de todo esto encontramos también a Don D’Amato con pata de palo, es casi una figura borgiana que conserva en el sótano de su casa un acuario donde conserva un tiburón blanco

que, bromeando, alimenta con profesores visitantes. Don D’Amato entre semana se juega su vida entre las mujeres y el campo, es un conquistador. En cambio, los fines de semana es un hombre de familia. El mismo Renzi es dueño de dos vidas: la vida amorosa y la vida nocturna. Munk, en consecuencia, deja la vida pública y se aísla a planear atentados donde solo él conoce sus acciones. Piglia a su vez construye la complicidad entre personajes. Aparece Nina Andropova: “las mujeres a mi edad no envejecen, enloquecen, querido.” La vecina rusa es la sabiduría, el conocimiento. Renzi puso en ella todo su conocimiento de la tradición rusa. Nina, en el fondo, refleja la imagen de Thoreau y es el personaje que aclara los cuestionamientos de Renzi. Por momentos, también, cuida a su gato, en ella Renzi desemboca toda su ira.

*

Ahora bien, El camino de Ida es un diálogo continuo entre política y literatura. Piglia dialoga con un contexto, lo transforma, lo critica, lo revela. Intercala escenas de Estados Unidos con escenas de la Argentina, en ambas hay una violencia potenciada y una democracia próxima a su anulación. “Para mí eso está ligado a la revolución”, afirma Piglia, “y por eso yo veía esta novela ligada a la revolución. Para mí está ligada al mundo de la clandestinidad y al mundo de la violencia política en la Argentina. Yo veía cuestiones [en Estados Unidos] que acá [en la Argentina] habíamos vivido en esos años de manera diversa”. Piglia no se aleja de la realidad, construye a partir de su mirada. Sostiene en Crítica y ficción que “la ficción trabaja con la verdad para construir un discurso que no es ni verdadero ni falso. Y en ese matiz indecidible entre la verdad y la falsedad se juega todo el efecto de la ficción”. Así pues, Piglia toma elementos autobiográficos para construir su narración: construye un alter-ego que es Emilio Renzi, donde toma el segundo nombre y el segundo apellido del autor, es decir, de Ricardo Piglia. Narra un mundo real ficticio porque lo construye a partir de su mirada y de su experiencia.

Por Andrés Felipe Yaya

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