Andrés Hoyos: “Nadie nos prometió un jardín de rosas”
Una entrega más de la serie Historias de vida, escrita por Isabel López Giraldo, con sobre Andrés Hoyos, escritor y director de la revista El Malpensante.
Isabel López Giraldo
Pienso que una cosa es vivir una vida interesante, lo que puede ser problemático, y otra vivir la vida de manera interesante.
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Pienso que una cosa es vivir una vida interesante, lo que puede ser problemático, y otra vivir la vida de manera interesante.
Soy un bogotano veterano, el cuarto de cinco hermanos –tres mujeres y dos hombres, incluyéndome–. He publicado seis novelas, he sido columnista de periódico, fundé y dirijo la revista El Malpensante y con ella me volví editor. También escribo poesía, aún inédita, cuentos y ensayos. No me gusta la literatura de vertiente autobiográfica. Soy fantasioso por naturaleza y se me ocurren diálogos mentales: dada mi introversión infantil, desarrollé una predilección por inventar historias, lo que me permite transmitir sentimientos al escribir. No soy deportista, pero monto en bicicleta por salud. Toda la vida he sido aficionado a casi todas las vertientes de la música, Bach, Beethoven, los Beatles, la salsa.
Orígenes
Jorge Hoyos Villegas, mi abuelo paterno, murió en 1937 cuando su hijo Iván tenía dieciséis años y mi abuela Susana Robledo murió en Bogotá en los años sesenta estando yo muy niño. La rama paterna se desvinculó de mi vida dado que mi padre fue el último de nueve hijos (de trece nacidos) en la época de la gran depresión de 1929. Si bien mis abuelos fueron prósperos y vivieron en París un buen número de años donde Susana se hizo Cordon blue, con la crisis la prosperidad se acabó para ellos.
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Iván Hoyos Robledo, mi padre, era un manizalita que hubiera cumplido cien años en diciembre de 2021. Fue uno de los últimos “Azucenos”. Estudió colegio en la Universidad del Cauca y después vino a vivir a Bogotá. Con los años se hizo un industrial importante. Era emprendedor, creativo, un mecánico con una habilidad pasmosa con las manos. Eso sí, tenía una personalidad un poco distante.
Me ha influido más la rama materna. Beatriz, mi mamá, de origen caldense pero de familia muy bogotanizada, recién casada se fue a vivir a Manizales donde se sintió maltratada por su suegra quien llamaba a las cinco de la mañana para que Iván comenzara el día, cuando ella, que era una niña bien, se solía levantar a las once. En una de esas Beatriz le dijo a su papá, don Fabio Restrepo Gaviria, gerente por treinta y seís años de El Tiempo, que le ofreciera trabajo a su esposo en Bogotá. Así ocurrió, por allá en el año 47. Entonces mi mamá regresó a la capital y jamás quiso volver a Manizales.
Don Fabio, primo hermano de Lorencita Villegas de Santos, era un señor importante, gerente fundador del periódico. Cuando Eduardo Santos compró El Tiempo, mi abuelo lo llamó a agradecerle y a despedirse, pero la respuesta que recibió fue: “¡Ni se le ocurra! Compré el periódico en parte porque usted estaba aquí y necesito que continúe”. Don Fabio se hizo socio y continuó trabajando con Santos hasta su muerte en 1949. Fue él quien copió, no sé de dónde, el negocio de los clasificados que salen hasta el día de hoy. En el Country Club, la cancha de golf sin lagos tiene por nombre Los Pacos y los Fabios, esto último en homenaje a mi abuelo.
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Eva Suárez, mi abuela materna, nació en Filandia - Caldas (ahora Quindío). Era una mujer maravillosa a quien quise muchísimo. Enviudó y se fue a vivir con Guillermo, uno de sus cinco hijos, un abogado que se quedó soltero, a una casa contigua a la nuestra en Rosales. Fue una abuelita muy cariñosa, cercana, central en la vida de nuestra familia y en nuestra formación. Murió en 1972.
Casa materna
Mis papás se conocieron a través de una prima hermana de mamá, quien se había casado cinco años antes con un hermano de papá. O sea que las familias ya venían empatadas. Beatriz Restrepo tenía la cabeza bien puesta, pero el abuelo no la dejó estudiar universidad. Entonces dedicó una parte de su vida adulta a jugar Bridge, en el club homónimo. La sede quedaba cerca de la casa, primero en la avenida 82 y después en el Edificio Almirante. De resto, era toda una mater familias, a quien sobre todo le importaban las personas de consanguínea.
Nuestra familia era más o menos la típica familia bogotana. Mi papá trabajaba todo el día y se mantenía un poco ausente, aunque en varias cosas se ocupaba de nosotros. Nos contaba cuentos de Tragaldabas y nos regaló una gran colección de libros de Salgari. Después montó para mi hermano y para mí un gran salón de carros eléctricos. Pero fue mi mamá quien más se ocupó de la familia, aunque su dedicación no era exclusiva, dada su afición al Bridge.
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Infancia
Nací en una casa en la calle 32 con avenida Caracas en la época en que la gente se estaba mudando más al norte, así que fuimos a parar al barrio Rosales, en la calle 75. Con frecuencia íbamos a una finca de origen materno, cerca de Sasaima, de nombre Santa Helena, donde nos quedábamos tres meses al año pasando las vacaciones.
Estudié en el Gimnasio Moderno, colegio de la burguesía bogotana, hasta segundo de bachillerato cuando mi madre nos sacó por considerar que allí no íbamos a aprender nunca inglés. Alcancé a vivir bajo la rectoría de Don Agustín Nieto Caballero.
En casa no aprendí a ser una persona muy sociable, pues mis papás llevaban una vida social restringida. En realidad, con el tiempo entendí que no me gustaba mi origen porque llegaron a disgustarme algunos compañeros de generación, en particular los socios del Country Club.
A los catorce años llegué a Baltimore para continuar con mi educación semi interno en un colegio. Pasé allí cuatro años que me sirvieron para leer y aprender un inglés que sospecho es bastante bueno: alguna vez lo hablé sin acento. Mi drama fue ser un latino al que pocos querían, especialmente porque me iba bien. No conservo ningún amigo de esa época.
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Academia
Había sido aceptado en una universidad gringa de prestigio, pero no asistí porque mi papá opinó que en los Estados Unidos había demasiadas drogas. La ironía fue que entre algunos de mis amigos colombianos posteriores, la marihuana, la cocaína y el trago abundaron: me ofrecían de todo, pero no me aficioné porque necesitaba un cuerpo y una mente sanos, por así decirlo.
Comencé en la Universidad de los Andes, de la que no me gradué por algún accidente de la vida. O sea que no tengo título universitario. Por el camino, me dediqué a las letras apoyado por mi papá, aunque eso significara que no iba a trabajar en sus empresas. Luego estuve dos años en París, donde aprendí francés. En 1977 regresé a Colombia, en donde he permanecido hasta el día de hoy.
Trayectoria
Pienso que una cosa es vivir una vida interesante, lo que puede ser problemático, y otra vivir la vida de manera interesante. Escribir es un proceso solitario. En la universidad colombiana no le daban a uno herramientas que le sirvieran para hacerse escritor. Ya existían en los Estados Unidos los estudios de Creative Writing, de los que me enteré tarde; pero no había nada de eso en este país. A menos que uno tuviera mucha suerte, no contaba con escritores de mérito que le ayudaran a acelerar el proceso de escritura.
En 1979, después de una breve militancia en la izquierda –el micro partido, que se llamaba la URS, más adelante se fusionó con Firmes–, me senté a aprender a escribir sin guía. Esto tiene grandes desventajas, ya que un experto te evita años de ensayo y error, pero hay la ventaja de que por el camino se adquiere un criterio propio muy marcado. Yo, a las buenas y a las malas, aprendí.
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Por sugerencia de García Márquez, leía con destornillador y con llave inglesa para desarmar los libros y entender cómo están hechos. Leí el Ulises de James Joyce, pues se decía que ese libro había cambiado la forma de hacer las novelas. Y es cierto. Esa novela es extraordinaria y una gran escuela, pese a que es bastante imperfecta. A mí me enseñó mucho a pesar de que alguna vez intenté sin éxito algo en su línea. Este fue el inicio de mi lectura de los clásicos, aunque vaya que todavía me falta leer la mayoría.
He de decir que me da más o menos igual la época en que fue escrito un libro, si ayer o hace cincuenta años, porque los buenos son buenos por sí mismos, no por el momento en que se publicaron. El hecho es que me fijo en cosas que un lector corriente puede no notar: la técnica, el punto de vista, el esquema de narradores, los saltos de tiempo y la estructura en general. Tomo muchas notas porque con los años me he vuelto de memoria caprichosa, así que si quiero que algo no se me pierda, tengo que anotarlo. Subrayo los libros en lápiz y los textos impresos con bolígrafo.
Aunque nunca tuve un asesor literario directo, sí tuve unos pocos amigos, mayores que yo, en particular Fernando Caycedo, quien murió en el 2022 a sus noventa y tres años, abogado, petrolero, dueño de una biblioteca gigantesca en la que pude leer varias cosas que por otra vía no hubiera encontrado. También frecuenté a Juan Antonio Roda, un pintor que me orientó e influyó en gustos literarios y musicales, y tuve con Fanny Mikey una gran cercanía en los últimos años de su vida. Pero al final de todas las cuentas he sido autárquico y escogí por mi propio gusto.
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Recuerdo que me senté a escribir en el apartamento que me había regalado mi papá. Lo hice en una máquina de escribir eléctrica que había comprado, pues todavía no estaban disponibles los computadores. Usaba el papel líquido para las correcciones. No tenía claro qué iba a hacer con lo que escribiera, no sabía su destino, pero me dediqué a leer, a escribir y a corregir. Comencé con los cuentos, que no pasaban por su mejor época en español. No me importó.
Obra
Mi primera novela, Por el sendero de los ángeles caídos, es ambiciosa en lo técnico, un poquito retorcida, incluso con trozos joyceanos. Alguien la leyó y me hizo observaciones atinadas. Entonces supe que era importante tener un buen lector de prueba. Después hice una nueva versión.
Un tío materno era muy amigo de García Márquez y por esa vía se contactó con Carmen Balcells para que mirara mi novela. Envié una copia, pero pasaba el tiempo sin recibir respuesta. Después de cinco meses decidí presentársela a Margarita Valencia, de Valencia Editores, con quien firmé contrato.
Semanas más tarde llegó un fax de doña Carmen a la oficina de mi tío diciéndole que le interesaba la novela, que me quería representar. Como la había vendido, perdí la oportunidad de mi vida, pues no volví a hacer nada con Carmen Balcells ni entré a la liga de las agencias literarias. Una gran ironía de la vida es que tuve correspondencia de email con ella antes de su muerte, cuando ya pa qué. Si bien el libro se publicó, tan solo tuvo una micro salida pues la editorial entró en crisis y fue cerrada. Apenas pude recuperar algunas copias del libro.
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Luego escribí y publiqué Los viudos (y otros cuentos), más adelante la novela Conviene a los felices permanecer en casa. Pero mi relación con los editores y por ende con los lectores no siempre ha sido ideal, quizá por culpa mía. A fines de 2022 Planeta (Seix-Barral) lanzó con entusiasmo mi más reciente novela, La tía Lola.
Aunque soy escritor de libros, he ensayado en algún momento guiones de cine y televisión. Escribí y publiqué el Manual de escritura apoyado en la tradición anglosajona, que hace énfasis en la idea de escribir de manera sencilla y eficaz. El más famoso manual, extraordinario por lo demás, The Elements of Style, del que adopté parte de la estructura, les sirve a los que están aprendiendo y a los que ya saben porque revisa con mucho tino lo que importa y lo que no a la hora de escribir. De mi Manual se han vendido doce mil ejemplares. Actualmente está en proceso otro manual sobre escritura creativa, esto es, sobre la escritura de novelas, cuentos y guiones, propiamente dicha. He publicado un par de fragmentos del material en El Malpensante.
El malpensante
Yo, víctima de vanagloria, diría que El Malpensante ha sido importante en la evolución de la cultura en Colombia, aunque se trata de un proyecto con dificultades económicas. Su nombre fue tomado de un libro de aforismos de Gesualdo Bufalino, quien murió en 1996, justo cuando se lanzaba la revista. Antonio Caballero decía que el artículo del nombre debía ser femenino, La Malpensante. Hoy existe La Malpensante (moda).
Lo cierto es que nadie en Colombia estaba pidiendo una revista como esta. La gente con recursos manifestaba poco interés en algo así, pero decidimos sacarla adelante pese a saber que estábamos tomando un riesgo. Dada mi formación, yo vivía inmerso en las revistas anglosajonas, tuve suscripciones y de otras compraba ejemplares. Así pude darme cuenta de la influencia que tenía este tipo de revistas, bien enfocadas y con decisiones éticas sobre la manera en que se edita la literatura. La idea original de El Malpensante buscaba lograr algo parecido, guardadas las proporciones. Se dice que las revistas tienen el ritmo de vida de los perros, es decir, que un año equivale a siete de la vida humana. Según eso, antes de tres años una revista no ha madurado y tiene poco mérito o importancia.
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Al comienzo nos concentramos en la creación literaria original, cuento, poesía, ensayo. No era una literatura auto referencial, para profesores de literatura. No abundaban los pies de página. Decíamos que no buscábamos un lector culto, sino curioso. Hicimos énfasis en la calidad de los textos, no en las firmas. También decidimos que no queríamos tener nada que ver con la coyuntura política del país, tan enredada por ese entonces. Por allá en 1999 reconocimos el valor del periodismo literario, que copia sus formas de la literatura. La crónica y el reportaje se basan formalmente en el cuento, aunque no pueden inventar nada. Entonces incluimos esta vertiente en la revista y hace parte de su naturaleza desde entonces. Recuerdo haber publicado textos con cuya opinión no estaba de acuerdo, por lo muy bien escritos y explicados, como algún elogio de la guerra. Asimismo, buscamos incluir traducciones que complementaran la producción nacional.
También tenemos la editorial Libros Malpensante, que ha tenido altibajos, pero la vamos a seguir potenciando. En sus veintiséis años de existencia hay en el archivo contenidos suficientes como para publicar veinte libros. Seguiremos en papel, aunque tenemos edición digital.
Proyección
Seguiré escribiendo, mientras la cabeza me dé para ello. Podría hacer una segunda parte de La tía Lola. Me atrae la noción de saber en qué están los personajes en el cambio de siglo, ocho años después de la historia original. Produciré algo con mis notas, porque son muchas. Retomaré los cuentos en un libro, pues los estoy volviendo a escribir, tras interrumpirlos durante unos años. Así como en un tiempo me hice amigo de los contemporáneos de mi papá, en la medida en que me pasan los años me suena mucho acercarme a gente más joven.
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Familia
Roció Arias Hofman, mi esposa, es española, politóloga, con un posgrado en periodismo de la Universidad de los Andes. Se ha vuelto una empresaria investigadora de mucho peso con énfasis en temas como la artesanía y la moda. Su revista digital se llama Sentada en su silla verde. Este año empieza a dictar clases en la Universidad del Rosario. Escribe muy bien y es una profesional excelente. Tenemos dos niños, Iván y Nicolás, quienes han demostrado varios talentos y habilidades. Ojalá saquen el mejor provecho de las oportunidades.
Epitafio
Alguna vez dije que me gustaba la frase: Nadie nos quita lo bailado. Este sería un perfecto epitafio. Nadie nos prometió un jardín de rosas, algo que he tenido muy claro.
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