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Andy Roy Gibb fue una estrella meteórica, una luz brillante en medio de un océano de estrellas. La primera vez que escuché “I just want to be your everything”, su primer éxito discotequero, fue como una revelación, una especie de epifanía. Luego supe que esa canción, que había permanecido durante cuatro semanas como número uno en la Billboard Hot 100, la lista más importante de la música popular estadounidense,había desplazado del primer lugar a una de las canciones más escuchadas en julio de 1977: Stayin´ Alive de los Bee Gees, uno de los temas centrales de la icónica película Saturday Night Fever. Curiosamente, el tema que catapultó a Andy al cénit de las estrellas jóvenes más importantes de finales de la década del setenta, lo había compuesto su hermano Barry, la voz líder de los Bee Gees y uno de los compositores más prolíficos de la industria musical.
“I just want to be your everything” fue una especie de torbellino que convirtió al hermano mejor de Barry, Robin y Maurice Gibb en un ícono, pues con solo 19 años era uno de los chicos más ricos de los Estados Unidos, acumulando una fortuna que, cinco años después, superaba ya los 400 millones de dólares.
Andy era el “loco” de la familia, el más divertido y, según sus fans, “el más lindo” de los hermanos. Su rostro angelical y su voz delicada le daban ese toque atractivo que tanto atraía a las chicas. De Andy recuerdo un poster que adornaba una de las paredes de mi cuarto en la casa de mis viejos en la histórica Cartagena de Indias. Tengo que admitir que ese espacio era, en realidad, un santuario a los ídolos de la música disco. Corrijo: un santuario a los grandes de la música popular gringa de los setenta: Barry White, Donna Summer, Gloria Gaynor, Stephanie Mills, Diana Ross, Kool and The Gang, Bee Gees, Irene Cara, Michael Sembello, Jackson Five y un largo etcétera de grandes estrellas.
Para algunos críticos musicales, entre estos varios firmantes de Interviu como Roger Ebert, el éxito metéorico de Andy Gibb estuvo siempre de la mano de sus hermanos, quienes no solo le compusieron las canciones que lo hicieron famoso, sino que tejieron toda una red de contactos y pusieron a su disposición el gran peso que representaba ser una de bandas más influyentes de la década del setenta.
El triunfo del cuarto Bee Gees, sin embargo, iba más allá de tener a unos hermanos célebres. Andy admiraba a Barry, Robin y Maurice más que a otros músicos del mundo. Tanto que, en una ocasión, cuando un entrevistador le preguntó qué artistas habían influido poderosamente en su vida musical, no dudó en señalar a sus hermanos. “Son la mejor banda del mundo”, aseguró.
Antes de que la fama tocara a su puerta, el menor de los hermanos Gibb estaba dedicado a hacer giras musicales por Europa. Iba por los bares de Londres, Barcelona o París con la guitarra al hombro tocando las canciones que hicieron célebres los Bee Gees. Contaba con 14 años, pero ya tenía esa voz que marcaría las pautas de sus interpretaciones y de la que el público adolescente se enamoraría. En esas correrías conoció a Kim Reeder, con quien contrajo matrimonio en 1976 y de la que se separó un año después. Pero su amor verdadero, como en las historias de Disney, fue Victoria Principal, la actriz que se hiciera famosa por interpretar el papel de Pam en la celebrada serie de televisión Dallas de la CBS.
Andy nació el 5 de marzo de 1958 en Manchester, Inglaterra, una comunidad de comerciantes de lana y telas. Pero, a los pocos años, la familia se trasladó a Australia, donde el último de los Gibb empezó a dar los primeros pasos en la música, imitando a sus hermanos. Sin embargo, fue en 1977, en Estados Unidos, cuando su nombre empezó escucharse en los medios de comunicación y su rostro, recién salido de la niñez, apareció en las portadas de revistas tan importantes como Rolling Stone, Vogue e Interviu. La razón: su canción «I Just Want to Be Your Everything», escrita por el mayor de sus hermanos y lanzada en julio de ese año, desplazó del primer lugar de la Billboard Hot 100 a Stayin´ Alive, una poderosa y rítmica canción que hizo parte de la banda sonora de la hoy recordada cinta Saturday Night Fever.
El gran problema de Andy, reconoció Barry, años después de su temprana muerte, fue su poca madurez para asimilar el éxito a una edad en que los jóvenes apenas sueñan con alcanzarlo. Un año más tarde, su segundo álbum “(Love Is) Thicker Than Water” se convirtió uno de los sucesos musicales de la temporada, vendiendo en poco menos de tres meses más de un millón y medio de copias. Con el éxito comercial, llegaron nuevos contratos publicitarios y muchas giras que lo hicieron un chico rico. Algunos programas de radio y televisión le extendían invitaciones para entrevistas y él iba y cantaba y las muchachas se peleaban porque les firmara la portada de uno de sus discos.
Fue durante uno de esos programas que conoció a la actriz Victoria Principal, una mujer bellísima, ocho años mayor que él y de la que enamoró perdidamente. Luego se casaron y vivieron felices un tiempo. Pero los problemas surgieron dos años después. Varios empresarios con los que Andy había firmado múltiples contratos se vieron en la necesidad de retirárselos por no cumplir con las cláusulas establecidas: no iba a las entrevistas programadas, aplazaba los conciertos con meses de anterioridad y empezó a descuidar su apariencia personal.
En una oportunidad, mientras se preparaba para tomar un avión en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, las autoridades le confiscaron una pistola y lo detuvieron durante varias horas. En otra oportunidad le fueron decomisados varios gramos de cocaína que llevaba en un bolso de mano. La misma prensa que en años anteriores lo había convertido en un emblema de la música americana, no vaciló en publicar los registros fotográficos donde el cantante aparecía esposado, entrando a una patrulla de la Policía.
Los rumores aseguraban que la culpa de aquel descalabro se debía a Victoria Principal, señalada de haberlo inducido a las drogas. Fue internado varias veces en clínicas del Reino Unido y sus hermanos hicieron todo lo posible por recuperarlo. Sin embargo, el 10 de marzo de 1988 lo ingresaron de urgencia a un hospital de Oxford con un fuerte dolor de pecho.
Debo confesar que la muerte de Andy Gibb me conmovió. Primero porque era uno de mis ídolos de juventud y, segundo, porque nadie debería morirse a los treinta años. La historia dirá que el último de los hermanos Gibb fue un joven representante de la música disco. Nada más falso, por supuesto. El disco fue solo un accidente, un momento de confluencia histórica. Lo suyo fue el pop, como lo fue de sus hermanos.