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                                                                                                                                  “La única forma para no sobrevivir, sino para vivir, es acercándose al arte”

                                                                                                                                  Angélica Gámez, una de las violinistas de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, que culminó el 13 de agosto su gira por Latinoamérica, habló sobre sus inicios en la música y las decisiones que, según ella, han sido determinantes para la construcción de su profesión.

                                                                                                                                  Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                  Editora de El Magazín cultural
                                                                                                                                  Angélica Gámez, concertino alterno de la Sinfónica de Colombia, estudió en Salzburgo y ha sido profesora durante 25 años en varias universidades del país.
                                                                                                                                  Foto: Caterine Alvarado Barragán

                                                                                                                                  Cansada y con hambre, María Gámez Espitia tocó a la puerta de cualquier casa en Bogotá. A cambio de techo y comida, ella ofreció trabajo. Y la recibieron. Años después, nació su hija Angélica Gámez, quien desde cualquier rincón de ese espacio que para su mamá era nuevo y ajeno, escuchaba cómo nacía la música. Los dueños de aquel lugar eran los fundadores de la Sinfónica Juvenil de Colombia, Ernesto Díaz y Ruth Lamprea.

                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                                  Angélica Gámez, concertino alterno de la Sinfónica de Colombia, estudió en Salzburgo y ha sido profesora durante 25 años en varias universidades del país.
                                                                                                                                  Foto: Caterine Alvarado Barragán

                                                                                                                                  Cansada y con hambre, María Gámez Espitia tocó a la puerta de cualquier casa en Bogotá. A cambio de techo y comida, ella ofreció trabajo. Y la recibieron. Años después, nació su hija Angélica Gámez, quien desde cualquier rincón de ese espacio que para su mamá era nuevo y ajeno, escuchaba cómo nacía la música. Los dueños de aquel lugar eran los fundadores de la Sinfónica Juvenil de Colombia, Ernesto Díaz y Ruth Lamprea.

                                                                                                                                  La niña de María creció entre unos gustos muy específicos para los libros, la decoración, la comida y la música. Desde la ventana de la cocina, veía las clases de violín que dictaban los maestros. Cómo era que ellos hablaban de notas y de movimientos y de disciplina. Cómo era que el arco, al contacto con las cuerdas, sacaba esos sonidos que ella al principio creía mágicos, de otros mundos y otros seres no tan humanos ni tan preocupados por la comida, el techo o el frío. Desde esos días, Gámez no ha querido hacer otra cosa que penetrar en ese el hechizo que a ella la hipnotizó.

                                                                                                                                  Tiempo después, la maestra Lamprea llegó muy tarde a la casa. La niña le dijo a su mamá que quería esperarla y subirle la cena. Su mamá intentó convencerla de que mejor se durmiera, pero ella insistió. Cuando la violinista llegó, la niña subió corriendo a su habitación con una bandeja y, antes de que pudiese hablar, le dijo: “No me vaya a regañar. Le tengo una sorpresa”. Sacó un violín del closet y tocó el himno nacional.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  ¿Y quién le enseñó?

                                                                                                                                  Nadie. Viendo las clases, aprendí. Ese fue mi comienzo con la música. Ella quedó boquiabierta porque, además, tenía la posición perfecta, la mano bien ubicada. Todo. Pero fue porque copié exactamente lo que vi por esa ventana.

                                                                                                                                  Pero, ¿cómo supo cuáles notas eran o cómo debía tocar?

                                                                                                                                  Pues, como no podía hacer ruido porque mi mamá me regañaba, lo hice a punta de pizzicato. Así toqué. Y no lo dudé ni un instante: cuando veía esas clases, sabía que el violín era para mí. ¿Por qué? No tenía ni idea, pero entendí muy rápido que teníamos que estar juntos.

                                                                                                                                  ¿Cómo comenzó su cotidianidad en aquella casa después de ese momento?

                                                                                                                                  Recuerdo que me tenía que despertar muy temprano todos los días. Mis amigos del barrio salían a montar patineta, a tomar el sol o comer helado, pero yo debía quedarme estudiando escalas, que es el entrenamiento técnico. Mi premio después de estas sesiones, que recuerdo con el frío de la mañana, el pelo mojado y mis manos y piernas muy delgadas, era ver el Chavo del ocho.

                                                                                                                                  Supongo que los maestros le enseñaban, que ese rigor lo aprendió con ellos…

                                                                                                                                  Claro, desde muy temprano las clases comenzaban y cuando estudiaba, escuchaba a lo lejos gritos: “Súbale al Fa”, “Bájele al Mí”. Fue bueno para mí, pero no tan agradable: eran tiempos en los que se enseñaba con mucha dureza y ellos conmigo fueron absolutamente estrictos.

                                                                                                                                  ¿Su mamá decía algo cuando la regañaban o le exigían?

                                                                                                                                  Supongo que ella pensó que esa exigencia y dureza serían para algo mejor en el futuro, así que lo permitió, pero claro que hizo un sacrificio. Digamos que era la parte más dulce de la historia: después de ese rigor, venían sus abrazos. En ese momento yo no lo entendía, pero ahora sí, claro.

                                                                                                                                  ¿Su colegio era como todos los demás?

                                                                                                                                  Sí, pero como comencé a viajar tan chiquita, perdía todas las materias. Y es que además comencé a trabajar muy joven en la Sinfónica Juvenil (14 años), así que yo tenía clases de violín en la mañana, estudiaba en el colegio en la tarde y ensayaba en la noche. Eran unos horarios muy largos y un relacionamiento con gente muy mayor. Hubo muchas etapas que me salté: la niñez, la adolescencia, etc. Yo veía a esas personas grandes y pensaba que así era como debía comportarme y así debía pensar, así que los niños me parecían muy bobos.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  ¿Y ahora qué piensa de saltarse todas esas etapas? ¿Cree que eso la afectó como mujer o como persona?

                                                                                                                                  Si hasta me casé de 15 años. Pues, pensaba que sí, pero luego me gané un concurso de principal de segundos violines de la Filarmónica Bogotá a los 16 años. Es decir, en teoría ya era profesional. Y entrar a una orquesta marcó para mí un momento muy importante porque me permitió vivir cosas que antes no había experimentado: tener amigos, por ejemplo.

                                                                                                                                  ¿Cómo llegó a la Sinfónica de Colombia?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Yo renuncié a la Filarmónica y entré a la Sinfónica en 2003. Y llegué a un ambiente muy lindo de colegaje. Además del compromiso y la responsabilidad que tenía como jefe y profesional, pude gozarme los viajes, la fiesta y la playa. Viví una mini adolescencia y fue después de haber sido mamá, graduarme y ser profesora.

                                                                                                                                  Angélica Gámez cumplió 32 años de vida artística este 2024.
                                                                                                                                  Foto: Caterine Alvarado Barragán

                                                                                                                                  La he escuchado durante la gira hablar de disciplina, de pasión… Hablemos de lo que significan para usted esas dos palabras. Le propongo comenzar con la primera…

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Con el violín yo tengo una conexión espiritual: entiendo que ese sonido va mucho más allá, trasciende a otra dimensión. Lo que me enamoró de él fue su sonido y la capacidad de comunicar a través de él. Eso, justamente, es lo que me obliga a ser disciplinada, a pulirme. Cuando yo dicto la primera clase para mis estudiantes, les hablo del diamante perfecto refiriéndome a que, primero, el violinista piensa en la técnica, en qué tiene que hacer, cómo, cuál es el objetivo, pero cuando ya tiene esto resuelto, va al alma, a construir desde lo más profundo que le despierta el instrumento.

                                                                                                                                  Y sobre la disciplina, qué piensa… Observándolos durante esta gira, me doy cuenta de sus decisiones diarias: comer o no comer ciertas cosas, dormir lo suficiente, no excederse con el alcohol, apartar tiempo para estudiar…

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Yo comparo nuestra disciplina con la de un deportista de alto rendimiento. Si todos los días no estudias, tus músculos no tendrán el mismo reflejo. Esta carrera no termina nunca, así que debes cultivarla a diario y eso implica hacer sacrificios hasta de pareja: puede que alguien no entienda ese rigor que debes llevar con la música y quiera apartarse. Si no te exiges, serás un músico mediocre, y, para hablar de mi caso, yo siempre he querido ser la mejor violinista del país. Para eso, hablando de decisiones cotidianas, medito, camino, hago yoga y procuro no escuchar música clásica en casa, además de todo lo que ya mencionaste.

                                                                                                                                  ¿Por qué? Y si no escucha música clásica, ¿qué escucha?

                                                                                                                                  Porque me estresa. Siento que estoy estudiando, así que cuando descanso, procuro escuchar música francesa, italiana o griega. Lo que sea que me relaje. Eso sí, siempre trato de aprovechar cada minuto. Estoy en un momento de la vida en el que no me quiero perder ni un minuto de nada. Hasta la tristeza quiero sentirla conscientemente.

                                                                                                                                  ¿Y esa consciencia de dónde viene? Cree que la cultivó por su contacto con la música o por alguna experiencia…

                                                                                                                                  Por las dos. La vida y el mundo son difíciles y la música te pone en contacto con algo más, con otra cosa que cultiva tu sensibilidad y tu parte más humana.

                                                                                                                                  Qué cree que busca la gente cuando se acerca a la música. Qué cree que podrían esperar de un concierto…

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Transformarse. Desde mi naturaleza, la única forma que veo para no sobrevivir, sino para vivir, es acercándose al arte.

                                                                                                                                  ¿Qué ha sido lo más duro que ha tenido que vivir como violinista?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  He tenido que atravesar momentos muy difíciles en la vida. Tal vez, durante estos años ha sido desagradable lidiar con la envidia, pero ese es el costo de decidir que lo que hagas sea lo mejor. Te repito que siempre pensé que no quería ser una violinista cualquiera, sino la mejor, y para eso he tenido que hacer esfuerzos inmensos y, claro, he vivido momentos reconfortantes, pero también he tenido que cruzarme con quienes creen que las cosas me las he ganado por cualquier otra razón que no fuese mi disciplina: que me acosté con alguien, que soy bonita, que soy mujer, etc… Han dicho lo que te puedas imaginar. Pero me sobrepongo, total, conozco mi camino.

                                                                                                                                  ¿Cuál es su mayor virtud?

                                                                                                                                  Qué pregunta tan difícil. No sé.

                                                                                                                                  ¿Y su mayor defecto?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Uy, tengo muchísimos. Por ejemplo, a veces quiero controlar asuntos que están fuera de mi control: la salud de mi mamá, quisiera que no sintiera dolor; o que mi hijo no tuviera que sufrir, que no pasara por ninguna tusa. Pero no puedo controlar eso y he sufrido mucho en ese aspecto. También creo que el exceso de generosidad me ha jugado malas pasadas: una vez perdí más de 80 millones de pesos por eso. También creo que se me nota mucho lo que me molesta, soy demasiado sensible y perfeccionista.

                                                                                                                                  Debe haber algo que admire de usted misma, que se reconozca…

                                                                                                                                  Soy buena hija, pero es que es mi madre es mi heroína, la mujer más valiente de este planeta. Creo que soy buena mamá y tengo una fortaleza impresionante. Soy valiente.

                                                                                                                                  Por Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                  Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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