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                                                                                                                                Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                Anna Ajmátova: Unos cuantos versos rusos contra el cerco nazi (I)

                                                                                                                                Habrá tenido que apretar los dientes y cerrar los ojos con fuerza, y enterrar la mirada en el último de los subsuelos de su casa y clavarse las uñas en las palmas de la mano, y habrá tenido que contener un torrente de lágrimas, si era que aún le quedaban lágrimas, y repetir en silencio una y otra vez todos los insultos que en voz baja repetía a menudo.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Y al día siguiente le dijo que sí. Muy a pesar del odio, de lo ocurrido en los últimos 25 años, de la vida que le habían arrebatado, de las persecuciones y las torturas, de las interminables filas que le hicieron padecer para ir a visitar a su hijo en prisión, y a pesar del hambre, de la angustia, de la incertidumbre, del no futuro, Anna Ajmátova le dijo que sí al emisario de Stalin, y le dijo que sí porque la historia y sus ancestros y la cultura rusas, y la poesía misma, y la música, y Dostoievski y Tolstoi y Pushkin, y su propio hijo, y las imágenes del tiempo que había sido, y su infancia, y las pinturas que le habían hecho, y tantas y tantas conversaciones que había sostenido, e incluso sus poemas, estaban en riesgo. Le dijo que sí porque Rusia o la Unión Soviética o como se llamara estaba a punto de desaparecer, y ante la inminencia de la muerte era urgente hacer.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le puede interesar: Así nació la ópera prima de un grupo de excombatientes de las Farc

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                                                                                                                                Podría interesarle: Es poner el pasado en el presente”, el Monumento a los Colonizadores de Manizales

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Envejecimos cien años

                                                                                                                                aunque esto sucedió sólo en una hora.

                                                                                                                                Se terminaba ya el corto verano;

                                                                                                                                humeaban las llanuras labradas

                                                                                                                                De repente se abigarró el camino quieto;

                                                                                                                                voló el llanto como un toque de plata.

                                                                                                                                Cubriéndome el rostro supliqué a Dios

                                                                                                                                que me matase antes de la primera batalla.

                                                                                                                                Desaparecieron las sombras de goces y pasiones

                                                                                                                                de la memoria, como una carga inútil.

                                                                                                                                Y una vez vacía, el Señor le ordenó

                                                                                                                                convertirse en un libro de noticias terribles.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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