Antonio Caballero: el arte de la columna
Que difícil resulta escribir sobre un amigo que ha muerto: ¡ah!, el horror de las notas necrológicas. Y resulta aún más difícil cuando se trata de Antonio Caballero, el brillante columnista, incisivo y feroz, que regresó a la placidez de la nada de la muerte.
Cuando murió Diego Montaña, Antonio escribió que había muerto “el Enemigo Malo del Establecimiento”. Lo mismo se podría decir de él: precoz traidor de clase, no se arrellanó en la comodidad de unos privilegios heredados sino que se dedicó a estudiar el país que no figura en los medios de comunicación ni en los programas de gobierno; un país que, como el Saturno de Goya, devora a sus propios hijos. Conoció a la clase obrera, desde los sindicalistas de Ecopetrol, hasta los corteros de caña de los ingenios del Valle, pasando por guardianes de prisión, trabajadores de Col puertos, campesinos desplazados, curas guerrilleros, policías de pueblo. Un país que el país no conocía y que Antonio iba mostrando en las páginas de la revista Alternativa.
Eso molestó al Establecimiento: que la gente supiera que en Colombia había pobres. Y que los pobres supieran que había una clase política parasitaria que los explotaba. Y en consecuencia las huelgas, y las marchas: las protestas al calor del tropel.
Antonio Caballero fue la voz de la segunda mitad del siglo XX en Colombia y parte del XXI. Una voz recia, sin eufemismos, que no buscaba tumbar gobiernos sino crear conciencia. No creo que fuera un pesimista –como se dice con facilidad- sino un desencantado, como esa generación de poetas de los años 70 con quienes compartió páginas en antologías y manifiestos.
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Su desencanto no provenía del existencialismo francés sino de su lectura de la realidad. Hay quienes dicen que Antonio desperdició su talento de escritor en la columna semanal; que en vez de escribir literatura se perdió por los vericuetos del artículo de periódico. Yo no lo creo así. Creo más bien que Antonio, gracias a su talento sin límites, logró elevar la columna de prensa a la categoría de obra de arte. Una columna de Antonio –por su musicalidad, por el esqueleto interno que la sostiene, por su cerrada estructura literaria- compite hombro a hombro con una escultura, una pieza de danza o una pintura moderna.
Una columna de Antonio Caballero se puede leer 30 ó 40 años después y se mantiene fresca. Porque el secreto está en su lenguaje. No importa la anécdota efímera que le dio origen a la columna, es el lenguaje lo que le da universalidad, lo que la mantiene vigente contra el deterioro del tiempo. Y ese lenguaje proviene de sus tempranas lecturas de los clásicos españoles: de Quevedo y Góngora, pero también de Garcilaso y San Juan de la Cruz. Del teatro español. De los modernistas. Es cierto que Antonio fue un lector ecléctico, pero si señalo aquí solo a los poetas españoles –y me faltan las Elegías de Jorge Manrique y las crónicas de Indias y el Diario de Colón, etc.- es porque sabía muy bien que para dominar la columna de prensa –ese toro esquivo- hay que dominar el idioma. Y para dominar el idioma hay que estudiar a fondo a quienes lo inventaron. No se puede escribir en español sin conocer a los poetas del Siglo de Oro que Antonio sabía de memoria. Parece una tontería pero a veces a los periodistas se les olvida que el español es un cuerpo vivo, con sistema nervioso, con hueso y músculo, y no esa cáscara vacía con la que a veces se llenan las páginas de los periódicos.
Antonio se molestaba mucho cuando un periodista escribía “el día anterior”, por “el día de ayer”. ¿Anterior a qué?, se preguntaba. Y por el dequeísmo en exceso, y su contrario, el queísmo. Decía también que “una columna, al menos una de lasque yo escribo, está equilibrada y pensada para que una cosa permita concluir la siguiente”.
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No dejaba cabo suelto en las columnas. Usaba una sola metáfora que la desarrollaba a lo largo del texto. Una metáfora, no dos, porque la columna queda recargada. Y si se mira bien, Antonio llevó el mecanismo de relojería del cuento, ala columna de opinión.
Elevó la columna a la categoría de arte, dije. Y como prueba de lo que afirmo, busquen en google una titulada Agua caliente, o lean en Paisaje con figuras, El estrangulador filósofo.
-Creo que Antonio Caballero, él solo, representa nuestro Siglo de Oro en el periodismo colombiano. Una forma singular y heroica de devolverle a la columna de prensa (y al columnista), un espacio en la historia del arte.
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Y ahora que se ha incorporado a los gérmenes de la tierra, que se ha puesto punto final a una de las existencias más fecundas y nobles de su generación, que mereció por igual el respeto de enemigos y admiradores; ahora que el amigo partió hacia ese viaje inevitable y definitivo, y que nos hará falta leerlo los domingos en la mañana, lo lloraremos en silencio, rezando Sin Remedio como una larga letanía de 600 páginas, para preservar su memoria.
Y para que descansen sus huesos.
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Cuando murió Diego Montaña, Antonio escribió que había muerto “el Enemigo Malo del Establecimiento”. Lo mismo se podría decir de él: precoz traidor de clase, no se arrellanó en la comodidad de unos privilegios heredados sino que se dedicó a estudiar el país que no figura en los medios de comunicación ni en los programas de gobierno; un país que, como el Saturno de Goya, devora a sus propios hijos. Conoció a la clase obrera, desde los sindicalistas de Ecopetrol, hasta los corteros de caña de los ingenios del Valle, pasando por guardianes de prisión, trabajadores de Col puertos, campesinos desplazados, curas guerrilleros, policías de pueblo. Un país que el país no conocía y que Antonio iba mostrando en las páginas de la revista Alternativa.
Eso molestó al Establecimiento: que la gente supiera que en Colombia había pobres. Y que los pobres supieran que había una clase política parasitaria que los explotaba. Y en consecuencia las huelgas, y las marchas: las protestas al calor del tropel.
Antonio Caballero fue la voz de la segunda mitad del siglo XX en Colombia y parte del XXI. Una voz recia, sin eufemismos, que no buscaba tumbar gobiernos sino crear conciencia. No creo que fuera un pesimista –como se dice con facilidad- sino un desencantado, como esa generación de poetas de los años 70 con quienes compartió páginas en antologías y manifiestos.
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Su desencanto no provenía del existencialismo francés sino de su lectura de la realidad. Hay quienes dicen que Antonio desperdició su talento de escritor en la columna semanal; que en vez de escribir literatura se perdió por los vericuetos del artículo de periódico. Yo no lo creo así. Creo más bien que Antonio, gracias a su talento sin límites, logró elevar la columna de prensa a la categoría de obra de arte. Una columna de Antonio –por su musicalidad, por el esqueleto interno que la sostiene, por su cerrada estructura literaria- compite hombro a hombro con una escultura, una pieza de danza o una pintura moderna.
Una columna de Antonio Caballero se puede leer 30 ó 40 años después y se mantiene fresca. Porque el secreto está en su lenguaje. No importa la anécdota efímera que le dio origen a la columna, es el lenguaje lo que le da universalidad, lo que la mantiene vigente contra el deterioro del tiempo. Y ese lenguaje proviene de sus tempranas lecturas de los clásicos españoles: de Quevedo y Góngora, pero también de Garcilaso y San Juan de la Cruz. Del teatro español. De los modernistas. Es cierto que Antonio fue un lector ecléctico, pero si señalo aquí solo a los poetas españoles –y me faltan las Elegías de Jorge Manrique y las crónicas de Indias y el Diario de Colón, etc.- es porque sabía muy bien que para dominar la columna de prensa –ese toro esquivo- hay que dominar el idioma. Y para dominar el idioma hay que estudiar a fondo a quienes lo inventaron. No se puede escribir en español sin conocer a los poetas del Siglo de Oro que Antonio sabía de memoria. Parece una tontería pero a veces a los periodistas se les olvida que el español es un cuerpo vivo, con sistema nervioso, con hueso y músculo, y no esa cáscara vacía con la que a veces se llenan las páginas de los periódicos.
Antonio se molestaba mucho cuando un periodista escribía “el día anterior”, por “el día de ayer”. ¿Anterior a qué?, se preguntaba. Y por el dequeísmo en exceso, y su contrario, el queísmo. Decía también que “una columna, al menos una de lasque yo escribo, está equilibrada y pensada para que una cosa permita concluir la siguiente”.
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No dejaba cabo suelto en las columnas. Usaba una sola metáfora que la desarrollaba a lo largo del texto. Una metáfora, no dos, porque la columna queda recargada. Y si se mira bien, Antonio llevó el mecanismo de relojería del cuento, ala columna de opinión.
Elevó la columna a la categoría de arte, dije. Y como prueba de lo que afirmo, busquen en google una titulada Agua caliente, o lean en Paisaje con figuras, El estrangulador filósofo.
-Creo que Antonio Caballero, él solo, representa nuestro Siglo de Oro en el periodismo colombiano. Una forma singular y heroica de devolverle a la columna de prensa (y al columnista), un espacio en la historia del arte.
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Y ahora que se ha incorporado a los gérmenes de la tierra, que se ha puesto punto final a una de las existencias más fecundas y nobles de su generación, que mereció por igual el respeto de enemigos y admiradores; ahora que el amigo partió hacia ese viaje inevitable y definitivo, y que nos hará falta leerlo los domingos en la mañana, lo lloraremos en silencio, rezando Sin Remedio como una larga letanía de 600 páginas, para preservar su memoria.
Y para que descansen sus huesos.
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