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“Para mí no hay mucha diferencia. Tengo una visión caricaturesca de las cosas. Por muchos años he trabajado en revistas y periódicos, siendo fiel a la caricatura y luego haciendo las veces de columnista, pero creo que es prácticamente lo mismo. Se trata de una manera de entregar la información”, le dijo Antonio Caballero a este diario cuando se le preguntó qué le habían permitido la crónica y la caricatura a lo largo de su carrera.
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Parece que su destino era casi ineludible: su papá fue el escritor Eduardo Caballero Calderón y su hermano fue el pintor Luis Caballero, así que las letras y las artes fueron parte de su crianza, en las que, además, no hay que perder de vista a su bisabuelo, el expresidente Miguel Antonio Caro, quien además dirigió la Academia Colombiana de la Lengua. Por último y no menos importante está su primo, Agustín Nieto Caballero, fundador del colegio Gimnasio Moderno.
Sobre su padre, Caballero contó que había vivido con él hasta los 18 años y que, a partir de allí, no se vieron con mucha frecuencia. “Mantuvimos una relación epistolar por algún tiempo. Lo que más recuerdo de él es precisamente él, su presencia. Mis viajes a Europa los evoco con aprecio, siempre tuve mi vida partida en dos, entre Colombia y el país en el que me encontraba”.
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Caballero, que estudió derecho en la Universidad del Rosario con especialización en ciencia política en París, vivió las manifestaciones y sucesos de mayo del 68.
Los periodistas David Carranza y Camila Builes, hablaron con Caballero sobre su experiencia en Francia:
Estudiaba ciencia política. Lo primero que escuchó fue lo que le dijo su novia, una francesa que estudiaba en la Universidad de Nanterre, donde empezó la rebelión estudiantil. “Ella me contó que estaba cocinándose una rebelión estudiantil y que nadie pensó que fuera a ser rebelión política. En ese momento había hastío en Francia, el general De Gaulle llevaba diez años gobernando y él mismo había dicho que el país estaba aburrido. Por eso, este estallido parecía una revolución, pero fue un carnaval como el de Río de Janeiro, que duró cerca de un mes, y fue muy divertido”.
“Debajo del pavé está la playa”, gritaban los estudiantes. Anhelaban la libertad individual en el país de los derechos humanos.
Caballero nunca tomó en serio el movimiento. Salía a marchar, pero cuando veía alguna señal de policía, regresaba a su casa. Lo último que quería era que lo deportaran a Colombia por estar en una protesta que veía como una especie de divertimento. “A quién se le ocurre que en una revolución de verdad se vayan a tomar un teatro en vez de un cuartel. Es desde los cuarteles de donde viene la represión, no desde los teatros. Fue una rebelión en mayor parte de los jóvenes contra los adultos y los adultos se aterrorizaron, pero no pasó nada”.
Para Caballero, sus recuerdos aparecen intactos en su memoria. Duró más de cincuenta años escribiendo de un suceso que para la mayoría parecía un hito de los movimientos estudiantiles y obreros, pero que para él sólo fue un escenario de euforia. Todos los años, en cada aniversario, aparecen solicitudes de los medios, con la ilusión de conocer un nuevo detalle de ese mes, de ese año. “Pero ¿cómo terminó todo? Los sindicatos negociaron aumentos salariales, los obreros abandonaron la huelga y sólo quedó la ilusión de lo que pudo haber sido —una revolución de verdad, pero nunca fue”.
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En una entrevista realizada por Cecilia Orozco, Caballero se refiere a su labor como caricaturista que, para él, no puede llevarse a cabo pensando en sus cercanías con personajes que ilustraba o sus familiares: la caricatura y el periodismo no son instrumentos para la lambonería, dijo.
Era crudo y tenía un humor negro, muy fino. La entrevista mencionada fue para hablar de la exposición con las caricaturas llamada “Historia de Colombia y sus oligarquías”, en 2018.
“Siempre he pensado que lo que distingue a los gobernantes de Colombia es que cada uno es peor que el anterior. Eso es claramente visible entre los más recientes: López Michelsen fue malo, Turbay todavía peor, y hasta ahora el más malo ha sido, sin ninguna duda, Álvaro Uribe. A ver cómo le va a Iván Duque”, le respondió el escritor a Cecilia Orozco cuando ella le preguntó quiénes podrían hacerle compañía a Jiménez de Quesada en la saga de “dañinos y malignos”.
Aquí hay algunos apartes de aquella conversación en la que Caballero habló sobre la ultraderecha, la violencia, algunos dirigentes y los ciudadanos del común:
¿A qué se debe el éxito electoral de un grupo tan ultraderechista y anclado en el pasado como el uribismo?
Se debe a que, como decía el también ultraderechista Álvaro Gómez Hurtado, “Colombia es un país conservador que vota liberal”. La habilidad de Uribe ha consistido en no presentarse nunca como conservador. Antes de la presidencia hizo toda su carrera política en el Partido Liberal, dándole la razón a Gómez.
En el capítulo de la Violencia, que usted describe como “la suma de muchas y variadas violencias con minúscula… impulsadas por los gobiernos” de la época, hay caricaturas muy significativas: los congresistas dándose bala; Laureano, instigador de la ola de ferocidad política; Rojas Pinilla, “el general jefe supremo”, con su hija María Eugenia, etc. La ideología del extremismo conservador de hace 60 y 70 años parece estar de regreso. ¿Cuáles son las diferencias y similitudes que encuentra entre ambos períodos?
Similitudes: el propósito de la derecha de hacer invivible la República. Diferencias: este es, hoy, un país mucho más variado y más rico, y en consecuencia más difícil de manejar, pero también de destruir.
Después de leer su historia y de ver sus caricaturas sobre los poderosos, queda flotando su pregunta “¿alguien tiene la culpa?”, a lo que usted responde: “Quienes han dirigido el curso de nuestra historia”. Es decir, las oligarquías. Pero ¿por qué nosotros, los ciudadanos del común, seguimos eligiéndolas?
El viejo adagio dice que “los pueblos merecen a sus dirigentes”. Si los tenemos tan malos, tan dañinos, tan corrompidos, tan corruptores, es porque también nosotros, los que usted llama “los ciudadanos del común”, somos así.
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Algunos dicen que Caballero no fue periodista, sino escritor. Y él, sobre el periodismo, la caricatura y la literatura, habló como oficios relacionados que usó para expresar su opinión con distintos matices y sobrepasar ciertos límites: “La literatura logra contar las cosas de una manera particular, es eso lo que la justifica en relación con otras disciplinas. Nos permite decir la verdad acudiendo a otras maneras de narrar. El periodismo, a veces, no logra cubrir todos los frentes y la historia siempre está respondiendo a ciertos intereses. En una novela todo se puede decir”.
Para él, que se desarrolló en todos los oficios, los libros son para mantenernos despiertos, algo que con sus obras seguramente logró con más de un colombiano que se haya estrellado con sus irreverencias genialmente contadas y sus sarcasmos ilustrados con trazos que, según contó, quería que cada vez se parecieran más a los de su niñez: más auténticos, más genuinos y más atrevidos: “Los libros no son para irse a dormir. Hay que irse a la cama y ya está. Los libros son para seguir despiertos”.