Antonio Ungar: “En Colombia no hay un límite claro entre lo legal y lo ilegal”
El escritor bogotano publicó “Eva y las fieras”, un libro que se basa en un hecho real del conflicto armado colombiano y que es el inicio de una trilogía.
Andrés Osorio Guillott
¿Por qué basarse en un hecho específico del conflicto armado?
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¿Por qué basarse en un hecho específico del conflicto armado?
Yo viví en Puerto Inírida un año y pico, en el 99, cuando estos hechos pasaron. Parte es inventada y parte no. Es cierta la toma del pueblo por parte de la guerrilla y es cierto el bombardeo del ejército. Fue la única vez que la guerrilla se tomó una capital de un departamento y es cierto en la medida en que hubo muchos personajes de ciudad que se fueron a la selva buscando un cambio de destino. Había un abogado, un médico, gente que hubiera podido ser privilegiada y optaban por irse a lugares así. Quería contar esas vidas. Hay elementos ciertos, pero los tejí desde la ficción.En ese momento (1999) yo quería hacer crónica sobre lo que estaba viviendo en el Guainía, yo era arquitecto y trabajé en una investigación e hice algunos ensayos de crónicas, pero no me sonaban bien. Me di cuenta de que lo podía contar mejor con ficción y dejé ese proyecto por años en un cajón a ver qué pasaba. Y realmente lo que desencadenó ese proceso para escribirlo fue el proceso de paz de 2016, que fue una oportunidad desperdiciada. Las FARC se desmovilizaron, pero nunca se cumplieron los acuerdos. Entonces, me interesó mostrar esos últimos años de la guerra, al menos para que no se olvidaran y no repetir errores”.
¿Cuál es su opinión o su sensación frente a los incumplimientos de los acuerdos?
Se siente desesperanza. Fue una oportunidad histórica perdida. En Cien años de soledad, al final, García Márquez dice que no nos van a dar otra segunda oportunidad sobre la tierra y es así. El acuerdo que se firmó tenía todos los ingredientes para hacer un cambio profundo en este país, para que la gente que tiene el poder en sus manos cediera un poco, y fue imposible hacerlo. Todos los días matan a los desmovilizados, no les cumplieron los acuerdos en términos sociales y de trabajo. Es muy triste que no se haya podido. Y yo creo que el problema de Colombia es de desigualdad, y hasta que la gente que tiene dinero y poder no ceda, no habrá manera de que pare la guerra.
Hay una parte del libro donde se vaticina la guerra por el oro. En Colombia, sinónimo de riqueza es sinónimo de guerra. ¿Cuál es su reflexión al respecto?
Insisto en la desigualdad. Cuando uno crece sin oportunidades y sabe que va a estar igual o peor que sus papás o sus abuelos, por ejemplo las familias desplazadas, uno sabe que no va a estar pobre como su papá campesino, sino peor en la ciudad. Cuando eso sucede y existe el narcotráfico o cualquier negocio ilegal, pues uno se mete ahí para salir de esa pobreza. Con un poco más de igualdad social y horizontalidad con la riqueza se lograría un país mucho más pacífico. A mí me parece que los ricos en este país no tienen ningún sentido práctico. El día que empezaron las negociaciones de paz en el Caguán, Ardila Lulle pagó una página entera diciendo “a mí no me toquen. Mi fortuna la hice honestamente, a mí no me pidan nada”. Cuando los ricos tienen esa actitud no hay manera de hacer la paz.
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“El primer error es la arrogancia de creerse invencible”, ¿qué podemos decir de esta frase?
Parte del problema es ese, creernos invencibles. Hay una cosa que sorprende a los extranjeros y a mí, que llevo casi 15 años fuera de Colombia, y es la intensidad con que se vive aquí. En este país se ama más que afuera, se rumbea y hasta nos matamos con esa misma intensidad. Hay una sensación de invencibilidad. Y está también la cultura del narcotráfico, que se ha infiltrado en todo y que apela a vivir lo más intenso que se pueda hasta que me maten. Es una fuerza que se puede canalizar positivamente, pero es al mismo tiempo un freno, porque no es práctico. Una sociedad en la que la gente más vital se mata, no tiene ningún sentido.El personaje del doctor Andrade y su dilema moral de salvar la vida de los buenos y malos…Los médicos son unos héroes en esas regiones. Ellos tienen que salvar al guerrillero, al paramilitar. Las vidas humanas valen lo mismo. Y siempre me ha gustado el personaje de Chejov de sí mismo. Chejov vivía en regiones apartadas haciendo de médico, tratando de ser imparcial. Me gustaba resaltar esa figura. Y también el doctor Andrade es como una figura paterna para la mujer que protagoniza la novela. Ella no tenía un papá, porque el de ella la olvidó. Era muy importante en el drama contar con ese personaje.
¿Por qué esa estructura de contar dos historias paralelas que hablan del presente del relato y el pasado del personaje central?
Esa estructura me permite contar cómo Eva se va desangrando río abajo en una barca a la deriva. Eso me ayudó para que el lector estuviera atento para saber qué le pasa a ella y así podía contar más tranquilamente su vida. La forma como a mí me interesa escribir no me habría llevado a contar eso de manera cronológica, me parece aburrido. Y no me gusta tampoco leer así, por ejemplo. Ese recurso de llevar al lector a preguntarse si se muere o no, me permitía contar la vida de otra forma.
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Ni el Gordo Ochoa ni Eva eran conscientes de su destino. ¿Cómo trabaja usted ese elemento en un personaje y, por supuesto, en una novela?
Me remitiría a mi propia vida. Yo no creo en Dios, o no en el dios católico por lo menos. Sin embargo, creo que todo está escrito, que uno hace esfuerzos por hacer lo mejor que puede, pero las cartas ya están echadas. Eso pasa mucho. Uno puede meterse en una situación negativa que puede terminar siendo positiva. En este caso era importante para los personajes. Para Eva lo era porque se fue a la selva a ver si el destino la salvaba. Insisto en el destino porque eso enfatiza la atención.
El roce de la vida en la ciudad y en la selva. ¿Cómo se encuentra usted con las diferencias entre las cotidianeidades de un espacio y otro?
La selva le demuestra a uno que el ser humano es la especie más evolucionada porque tiene un cerebro, pero esa evolución no ha hecho que seamos más fuertes físicamente. Una persona tirada en la selva no es nada. En donde yo estaba se caían tantas avionetas que hablaban de las curvas donde había habido algún accidente aéreo. Y esas personas que se caían no resultaban heridas, pero se morían porque no aguantaban en la selva más de dos días. Los únicos que saben manejar la selva son los indígenas. Son enciclopedias vivas de la naturaleza. El ser humano occidental no sabe qué hacer, evolucionamos con pieles frágiles, piernas torpes, no sabemos cómo sobrevivir.
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¿Cuál es esa noción de fragilidad que tiene del ser humano?
Respondo con Colombia. Me parece que este es un país no apto para débiles. En cualquier escala, en cualquier espacio, el que es débil, cae, sobre todo en el campo. El que no sea capaz de enfrentar a paramilitares o guerrilla, o que no se mueva bien, lo matan. Yo aspiro a un país donde pueda haber debilidad. Aquí para la gran mayoría de la población que sobrevive de un mínimo, de vender en la calle, el que deje de trabajar tres días por depresión, se murió. Me gustaría un país más justo para los débiles. Y en la selva el débil es el que viene de la cultura occidental.
Víctor Carriazo, uno de los personajes, habla de todas las formas de lucha en la política para justificar las alianzas con grupos ilegales para mantener el poder. ¿Podemos ahondar en esa afirmación?
Los paramilitares son el resultado de la economía ilegal de los narcos, pero también de la economía legal. A los paramilitares les pagaron los bananeros en el Urabá, en el Caribe los petroleros y carboneros. Hay una hipocresía de decir que ellos son los malos y qué bien que los extraditaron, pero nadie reconoce que los crearon. Sergio Álvarez, quien publicó un libro hace poco sobre cuatro masacres ocurridas en Colombia y que son contadas por medio de la música, me dijo que esa investigación de diez años arrojó que la conexión de la política y el crimen es mucho más grande de lo que uno piensa. Grandes dirigentes han financiado paracos o se han hecho los bobos. Y ese límite entre lo legal y lo ilegal no es tan claro, y es hipócrita de todos nosotros que votemos como votamos, o que no lo hagamos, y digamos que los malos mandan. Depende de nosotros que eso pase. Y he tenido una duda siempre, y es que si uno tuviera poder como ciudadano no se portaría igual. Hay una enfermedad ética que curar en ese sentido.
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¿Y por qué agregar una relación amorosa en medio de una historia que retrata el conflicto armado?
A mí me gusta el personaje de Eva porque rompe con su destino obligado de ser una niña de clase alta. La rumba es una manera de subvertir su destino y decir que es independiente. La prueba mayor es encontrarse al gordo Ochoa, que es un criminal y que pertenece a otra clase social. Me gustaba una historia de amor así, que fuera casi imposible porque no conozco casos de personas de clase alta que decidan meterse con un traficante de oro en la selva. Romper ese tipo de esquemas me interesaban.
¿Y la hija de Eva?
Es una niña muy avispada. Es la primera que ve a los paramilitares. Y la idea de esta novela es que sea parte de una trilogía. Y quiero hablar de los negocios legales financiando a los ilegales, luego de los políticos y voy a trabajar con los mismos personajes. Y la niña funciona porque irá creciendo y me ayuda con el salto temporal que quiero lograr.