Apoteosis a la desobediencia: notas para una educación filosófica en las calles
Y aquellos jóvenes que desobedecieron fueron tildados por el imperio de la autoridad como desadaptados por pensar por sí mismos y por ponerse en el lugar del otro, representando esa educación filosófica que en 1978 había descrito Estanislao Zuleta en la Universidad Libre de Bogotá; ahora las aulas son las calles y el objetivo no es una nota o un pergamino, es la transformación de un país que moviliza dignidad.
Jorge Alberto López-Guzmán
Esta generación no se angustia por no saber, sino por saber demasiado. No aclaman monólogos redactados en las páginas de los libros o discursos que enaltecen el odio; se encuentran poniendo en cuestión la forma en la que han vivido por años, —y no solo ellos, también sus familias—, han perdido el miedo al saber dogmático y el respeto por los ideólogos, —ha brotado una multitud de inadaptados al “sistema”—; y esa educación burocratizada de la que habían hecho parte o habían escuchado (la que reclutaba inquietos y creativos y los bautizaba en una profesión), ha venido disipando su legitimidad, porque ellos ya no quieren estar condicionados por el mercado, ni resignados al mundo que les ha tocado vivir, —se encuentran hastiados de los indigestos que han gobernado durante décadas—.
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Los intelectuales de café, los doctrinarios de pasillo y los clérigos del fin del mundo, se dieron cuenta de que no eran los profetas del saber, que la generación a la que se están enfrentando, no solo está impulsada por la indiferencia sistemática, sino que cuentan con una herramienta revolucionaria —se han vuelto autodidactas—, y en su quehacer en las calles dan lecciones a un modelo educativo que prioriza los resultados y la memorística, por encima de la problematización y la angustia que genera la duda y la pregunta, y que permiten la transición social y el cambio cultural.
Enseñar a pensar por sí mismo se volvió la vacuna contra la ignorancia, es impregnar de reflexión y curiosidad cualquier escenario de la vida, —incluso cuando las aulas se vuelven la vida misma—. Los jóvenes comprendieron que la obtención de la libertad depende en gran medida de convertirse en desadaptados al “sistema”, que no solo promulguen una experticia sin contexto, sino pasión en el combate, que es la vida.
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La educación filosófica anunciada por Zuleta (1978), se ha desbordado a las calles, está siendo enseñada por aquellos que aman lo que hacen, a quienes desean saber más, —la “primera línea”, las y los estudiantes, las comunidades locales, las lideresas y líderes sociales, las y los campesinos, los barristas de fútbol, los “vecinos” de los barrios, las madres cabeza de familia, las arengas, danzas, grafitis, manifiestos, carteles, canciones, entre otros—, son la representación de sentidos de humanidad y responsabilidad democrática que reivindican el derecho a la diferencia, a la otredad, a diferir con la mayoría, y se configuran como la resistencia ante los disparos de intolerancia que se encuentran silenciando las voces de aquellos desobedientes, —lo que no saben quienes dan las órdenes, es que la dignidad se volvió pandemia—.
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