Apreciación estética sobre el dolor
El dolor sabe ocultarse, es sombrío. Ocasionalmente, evidente y su invisibilidad no es impedimento para su formación. El dolor se depura, pero aun así aconteció y se mantiene periférico donde repercutió.
Olenka Piotrowska
El dolor es una afección condicionada a la pasión por su realidad humana. El dolor golpea a la persona no solo de manera corpórea, sino también en sentido ontológico y, a su vez, metafísico. Y aunque el dolor se intente evitar, no tiene sentido querer esterilizarlo cuando este se presente.
El dolor trae una historia de cierta connotación retadora que puede convertirse fascinante, excitante, liberadora y transformadora. Recordemos estas palabras de Federico García Lorca: “el duende hiere, y en la curación de esta herida que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre”. En la obra de un hombre que lo convertirá en su creación, el inicio no será de la nada, sino del sentimiento que atormenta a partir del agobio y del delirio por el duende que al herir, como decía García Lorca, distorsiona su realidad a causa del dolor.
Del delirio a la revelación, una emanación hacia la verdad, una manifestación por la verdad a través del dolor que se constituye en una función interna del hombre inspirada por la propia superación de sí mismo, en medio de la vulnerabilidad y de la consistencia del saber ser.
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Fue Kierkegaard quien introdujo la angustia como concepto filosófico, asumiendo la raíz de la angustia como posibilidad de la existencia, es decir, se dirige hacia el sentimiento puro de la posibilidad, a diferencia de otros términos, como el temor y otros estados análogos que se refieren de forma determinada.
La condición humana necesita del dolor y de la pasión, de la angustia y del amor, del orgullo y de la frustración, de la grandeza y de la miseria, para recordarnos de nuestro estar siendo en cada realidad existencial, sea por la desolación o el sentimiento aleatorio por la gloria. Comparto esta frase de Dostoyevski: “El dolor comprimió mi corazón, y sentí que iba a morir, y luego... Bueno, entonces me desperté”. El dolor hace despertar la conciencia del cuerpo y del alma, al interpelar los sentidos que repercute hacia una nueva, diferente y más profunda visión de la vida.
Y me pregunto: ¿hasta dónde podré llegar? ¿Qué límite me rodea y qué fascinación me deslumbra? ¿Qué vacío he de llenar y de qué me debo despojar?
Frágil y vulnerable entro en la forma que es mi comienzo, para dar fondo a mi cuerpo, a mi mente y a mi alma. A diferencia de la consistencia de mi espíritu, que es el fin en cada uno de mis pensamientos y de mis creaciones.
Leer más: Eduardo Sacheri, el próximo invitado al Club de Lectura de El Espectador
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