Aranjuez: sí, pero no (Reverberaciones)
No hay obra para guitarra y orquesta más conocida y querida en el mundo que el Concierto de Aranjuez. La escribió el español Joaquín Rodrigo en París, en 1939, como resultado de dos eventos muy comunes en la vida de un compositor: un pedido y un golpe de lucidez.
Esteban Bernal Carrasquilla
El capricho fue del aclamado guitarrista, paisano y amigo, Regino Sainz de la Maza. La inspiración le llegó a Rodrigo una mañana, en su pequeño estudio del barrio latino de París, donde se levantó con la profunda melodía del segundo movimiento retumbándole en la cabeza. Rápidamente, pensó en la estructura, en la intención, en los elementos españoles que quería impregnarle a la obra y en la instrumentación adecuada para que la orquesta no opacara la tímida proyección de volumen de la guitarra. Calculó, et voilá. La escribió en Braille, pues era ciego, la dictó a un copista, y se la entregó a Sainz de la Maza, a quien iba dedicada, para que la estrenara al año siguiente en Barcelona.
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Tras su estreno, el Concierto de Aranjuez transitó un rápido camino hacia la inmortalidad. Grandes guitarristas del siglo XX lo incluyeron en su repertorio: Narciso Yepes, Julian Bream y John Williams, por nombrar solo unos pocos. Se escribieron adaptaciones a otros instrumentos y formatos, entre los que resaltan un arreglo para arpa que estrenó Nicanor Zabaleta y un ballet a cargo de la compañía de Pilar López. Aparecieron versiones osadas, fuera del ámbito de lo clásico, como una algo refinada de cool jazz por Miles Davis, una no muy bien lograda de latin jazz por Leo Brouwer, Chucho Valdez e Irakere, y hasta una de ‘clasipop’ que avergüenza un poco mencionar aquí, en el violín de André Rieu. Volviendo al formato para el que fue escrito el concierto, las mejores grabaciones que se han hecho, contrastantes entre sí por algunas sutilezas, quizás sean la muy cuidadosa y balanceada de Pepe Romero, la apasionada de Eduardo Fernández, y la más flamenca de todas, la de Paco de Lucía.
Es que el Concierto de Aranjuez lo tiene todo para ser una obra universal de la música (o al menos del mundo occidental). Su lenguaje es exquisito y a la vez sencillo, lo que permite que cualquier persona con sensibilidad musical, independientemente de su conocimiento, lo disfrute. A pesar de ser una obra del siglo XX, no responde a una intención excesivamente intelectual, conceptual y compleja de parte del compositor, ni mucho menos disruptiva, subversiva o vanguardista, sino más bien a un gusto por lo bello, al respeto por las formas clásicas y al reconocimiento de la tradición y lo autóctono.
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El contraste entre los movimientos del concierto –rápido, lento, rápido– y su corta duración de unos veinte minutos en total, lo hacen ameno para niños, jóvenes y adultos. Al interior de los movimientos uno y tres se encuentran melodías alegres y hermosas, cantables y juguetonas. En el segundo movimiento, profundo y dramático, Rodrigo llega al límite de lo melancólico, casi rozando con lo empalagoso, pero cuidándose de no perder la elegancia. Y ese lenguaje guitarrístico medio romántico y medio flamenco que revela la esencia de la guitarra como instrumento que transita territorios y civilizaciones, que dialoga con la orquesta como símbolo de la alta cultura, pero que a la vez la sacude y desacomoda, no tiene otro efecto que cautivar a todo oyente.
Y quizás es por esto último, la guitarra como elemento catalizador, que el Concierto de Aranjuez ha gustado tanto en Colombia, donde es programado constantemente. Pues por nuestra naturaleza criolla somos afines a los diálogos, las fusiones y las amalgamas en la música. Y en esto la guitarra ha sido fundamental para nuestra vida musical, tradicional, popular y urbana, donde es omnipresente. No habría vallenato, guabina, pasillo, torbellino, carranga, son sureño, bolero, champeta, rock y mucha más música en Colombia sin la guitarra.
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Los programadores musicales de los teatros en Colombia saben que con el Concierto de Aranjuez se va a la fija, que no hay pierde. Por ello tendremos, el 8 de septiembre, al guitarrista español Pablo Sainz-Villegas en el Teatro Mayor tocándolo junto a la Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá. El programa lo completa un listado de hits de música española para guitarra, así que resulta imperativo ir.
Pero, por Dios, los teatros y salas de concierto harían mucho bien en darnos una tregua con el bendito concierto y programar otros que merecen la pena por igual. Nada más Joaquín Rodrigo tiene unos cinco más en su catálogo. Y compositores latinoamericanos de mucho peso en el mundo, y que además conocen muy bien la importancia de la guitarra de este lado, como Heitor Villa-Lobos, Manuel Ponce y Leo Brouwer (ahora sí atinado) escribieron conciertos realmente maravillosos que casi nunca suenan en vivo en Colombia. Así que, Aranjuez: sí, pero no.
El capricho fue del aclamado guitarrista, paisano y amigo, Regino Sainz de la Maza. La inspiración le llegó a Rodrigo una mañana, en su pequeño estudio del barrio latino de París, donde se levantó con la profunda melodía del segundo movimiento retumbándole en la cabeza. Rápidamente, pensó en la estructura, en la intención, en los elementos españoles que quería impregnarle a la obra y en la instrumentación adecuada para que la orquesta no opacara la tímida proyección de volumen de la guitarra. Calculó, et voilá. La escribió en Braille, pues era ciego, la dictó a un copista, y se la entregó a Sainz de la Maza, a quien iba dedicada, para que la estrenara al año siguiente en Barcelona.
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Es que el Concierto de Aranjuez lo tiene todo para ser una obra universal de la música (o al menos del mundo occidental). Su lenguaje es exquisito y a la vez sencillo, lo que permite que cualquier persona con sensibilidad musical, independientemente de su conocimiento, lo disfrute. A pesar de ser una obra del siglo XX, no responde a una intención excesivamente intelectual, conceptual y compleja de parte del compositor, ni mucho menos disruptiva, subversiva o vanguardista, sino más bien a un gusto por lo bello, al respeto por las formas clásicas y al reconocimiento de la tradición y lo autóctono.
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Y quizás es por esto último, la guitarra como elemento catalizador, que el Concierto de Aranjuez ha gustado tanto en Colombia, donde es programado constantemente. Pues por nuestra naturaleza criolla somos afines a los diálogos, las fusiones y las amalgamas en la música. Y en esto la guitarra ha sido fundamental para nuestra vida musical, tradicional, popular y urbana, donde es omnipresente. No habría vallenato, guabina, pasillo, torbellino, carranga, son sureño, bolero, champeta, rock y mucha más música en Colombia sin la guitarra.
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Pero, por Dios, los teatros y salas de concierto harían mucho bien en darnos una tregua con el bendito concierto y programar otros que merecen la pena por igual. Nada más Joaquín Rodrigo tiene unos cinco más en su catálogo. Y compositores latinoamericanos de mucho peso en el mundo, y que además conocen muy bien la importancia de la guitarra de este lado, como Heitor Villa-Lobos, Manuel Ponce y Leo Brouwer (ahora sí atinado) escribieron conciertos realmente maravillosos que casi nunca suenan en vivo en Colombia. Así que, Aranjuez: sí, pero no.