Araucanos se manifiestan entre arpas, maracas y canciones: “No nos dejen solos”
Seis artistas se presentaron este 8 de febrero para pedir atención del gobierno y el resto del país. “No nos dejen solos” repitieron en cada una de sus presentaciones, que se llevaron a cabo en la Corporación Colombiana de Teatro, en Bogotá.
Laura Camila Arévalo Domínguez
De una esquina salía el sonido de un chelo, de la otra, melodías de guitarras. Del fondo, muchas voces que hablaban de límites de tiempos y canciones. También había un arpa, el instrumento que se escuchaba con más fuerza. Desde la entrada de la Corporación Colombiana de Teatro se escuchaban ruidos mezclados. Nada claro. Había gente amontonada en la entrada. Al caminar hacia el fondo, hacia la sala, todo se iba aclarando y, como si se le fuesen agregando colores a un paisaje, aparecieron detalles que le dieron sentido al desorden: un cartel a la izquierda que decía ¡No más violencia!, y otro, justo al frente, con el hashtag #SOSARAUCA. En el centro del escenario, una bandera del departamento, tres sillas y un micrófono.
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De una esquina salía el sonido de un chelo, de la otra, melodías de guitarras. Del fondo, muchas voces que hablaban de límites de tiempos y canciones. También había un arpa, el instrumento que se escuchaba con más fuerza. Desde la entrada de la Corporación Colombiana de Teatro se escuchaban ruidos mezclados. Nada claro. Había gente amontonada en la entrada. Al caminar hacia el fondo, hacia la sala, todo se iba aclarando y, como si se le fuesen agregando colores a un paisaje, aparecieron detalles que le dieron sentido al desorden: un cartel a la izquierda que decía ¡No más violencia!, y otro, justo al frente, con el hashtag #SOSARAUCA. En el centro del escenario, una bandera del departamento, tres sillas y un micrófono.
Este 8 de febrero se llevó a cabo la jornada “Arauca canta y resiste”, organizada por Mayerly Briceño, lideresa araucana; César López, músico colombiano; Gina Jaimes, actriz y activista, y la dramaturga y directora del Teatro La Candelaria, Patricia Ariza. Después de varias conversaciones y reuniones, acordaron que se realizarían seis presentaciones de artistas voluntarios que quisieran sumarse a la manifestación artística: López, Sandra Parra, Carlos Muñoz y Edgar Muñoz, el grupo llanero “Arauca, joropo y folclor”, el actor Bremen Hinestroza con su perfomance La Colombia desangrada, y KKO Vintage, de Saravena, Arauca.
Asistieron, aproximadamente, 80 personas. A las 6 de la tarde, la hora de la cita, no se veía mucha gente. Es increíble lo difícil que resulta convocar personas para estos eventos, decían algunos. La gente no viene por el tráfico, decían otros. No les interesan los eventos por la paz desde que su seguridad esté garantizada, se escuchaba de otro lado. La mayoría se daba palmadas en la espalda después de decirse que ya llegarían, que la hora no era fácil y que había que esperar para comenzar. Y como si esas palmadas hubiesen juntado los deseos por una sala llena, más personas llegaron. Entre sombreros y tapabocas, Mayerly, la maestra de esta ceremonia, comenzó a hablar: “Mientras estamos aquí, es muy posible que alguien, en este momento, esté muriendo en Arauca”.
Briceño habló de lo que ha pasado desde el 2 de enero, día en el que aparecieron 27 cuerpos sin vida producto de, supuestamente, enfrentamientos entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y una disidencia de las FARC, el Frente 10, pero la Fiscalía aseguró que los disparos que tenían fueron hechos a corta distancia, por lo que se trataría de ajusticiamientos, muy probablemente obra del ELN. “No hubo combates”, aseguró el fiscal general, Francisco Barbosa.
Ese día, a las 8 de la mañana, a los araucanos les llegó la peor noticia que pudieron escuchar y que habían archivado desde hace, aproximadamente, quince años: se rompió el pacto de no agresión entre el ELN y las disidencias de las FARC. Según el relato de Briceño, van más de 76 personas asesinadas y, según cifras de la Defensoría del pueblo, 1300 desplazadas, pero los araucanos dicen que serían más de 2.000.
Se sienten solos. Después de recurrir a videos con los que aspiran a llegar al gobierno Nacional y a las autoridades que deberían protegerlos, sus familiares aparecen muertos. Su sensación es que la vida, sus vidas, no valen. “No sabemos qué hacer”, agregó Briceño, que recordó a don Herman Naranjo Quintero, quien fue hallado muerto el pasado 2 de febrero, después de haber sido secuestrado y de que un video de su esposa y sus hijos se viralizara: contaron que hombres armados se habían llevado a su esposo. Aclararon que no tenían nada que ver con “esta guerra” y suplicaron por ayuda. Dicen que nadie llegó.
“No nos dejen solos. Nuestros niños no merecen repetir lo que a nosotros nos pasó. No permitan que en Arauca siga muriendo gente. Ayúdennos a pedir presencia de la comunidad internacional y a pedir un diálogo humanitario. No nos cabe un muerto más en el alma”, concluyó Briceño.
Sonó el himno de Arauca. Todos se pusieron de pie. Unos cerraron los ojos, otros se pusieron la mano en el corazón y otros tantos se molestaron las uñas con ansiedad. Como si cantar ese himno les reactivara la impotencia.
César López, quien tocó una guitarra a la que le colgaba una pequeña bandera de Arauca, contó una experiencia en la que se convenció de que nombrar a las víctimas, decir sus nombres y traerlos a la memoria, truncaba el objetivo del violento, del victimario: ese intento de desaparecer su idea, su vida, su nombre, no se completa cuando sus nombres vuelven a pronunciarse. Sonó “Hasta que amemos la vida”, canción en la que se mencionan muchos de los muertos que ha dejado el conflicto armado colombiano desde hace décadas.
También contó que, hace algunos meses, estuvo en Siloé y una madre, de las tantas que perdieron a sus hijos durante las protestas que se realizaron en mayo de 2021, le dijo que, si la cuota para terminar con el conflicto era la vida de su familiar, ella lo ponía, pero con la condición de que alguien le prometiera un futuro, un horizonte. Con la condición de que alguien le asegurara que esa muerte sirvió para algo. Esa historia fue el origen de la canción “En su nombre”. Y ese relato se parece mucho al de miles de familias de Medellín que hablan de los muertos que enterraron durante la época más violenta que ocasionó el narcotráfico: nuestra cuota para esta guerra, dicen.
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Al principio, el evento se inició con celulares grabando. Al mirar la sala, sobresalían los aparatos que registraban lo que ocurría. Después de un rato, todos se rindieron ante la necesidad de estar presentes, los teléfonos desaparecieron y comenzaron a salir los aplausos y hasta las lágrimas: muchos de ellos se conmovieron con la presentación de López y, después, con el Trío Muñoz, que comenzó su presentación con la canción “Esperanza”. Faltaron pañuelos.
Hubo un minuto de silencio por las vidas que ya se perdieron y una “improvisación muy seria” por las que aún peligran: “Dilema, dilema, dilema con el sistema, dilema con el sistema que a la raza humana quema. Dilema, dilema, dilema con el esquema, dilema con el esquema que a la sociedad condena”.
Algunos se ríen o simplemente no entienden eso de que “el arte junta” y no perciben “la magia” que a muchos ya atrapó y de la que no se pudieron librar o, mejor dicho, no se quisieron librar. Ayer, mirando a uno de los integrantes del grupo “Arauca, llano y folclor”, pensé que tal vez el encanto consistía en que ese señor, que medía aproximadamente 1.55 centímetros, se veía tan grande como la bandera de su departamento y tan inmenso como la sala del teatro. “De razón les dicen estrellas” pensaba, mientras él, en medio de su concentración, seguía creciendo con ayuda de unas maracas, un arpa, una guitarra y la voz de la cantante Marta Parales. Será esa, entonces, la magia de las artes, que al más escéptico conmueve, al más bajo engrandece y al más solitario acompaña.