“El cine solo tiene sentido si es político”: Leyla Bechada sobre ‘Argentina, 1985′
Leyla Bechada encarna a Isabel, una de las asistentes del fiscal Strassera en “Argentina, 1985″, que recientemente recibió el Globo de Oro como Mejor película extranjera. Una conversación sobre la necesidad de narrar la dictadura desde el cine.
Daniela Cristancho
Quizás su mejor regalo de cumpleaños en 2021, cuando los rezagos de la primera ola del coronavirus volvían a agarrar fuerzas, fue un mensaje directo en Instagram. La remitente era Katia Szechtman. Hasta ese momento, Leyla Bachada sabía que Szechtman era directora de casting y que trabajaba con Mariana Mitre, la hermana del célebre director argentino Santiago Mitre. “Estoy laburando en una peli y se me ocurrió que irías muy bien para un personaje. ¿Te interesa? ¿Querés que te cuente más?”, le dijo Szechtman después de presentarse. Bechada sabía también que la emisaria había trabajado, sobre todo, con películas indie, lo que la llevó a asumir que el proyecto que le proponía era de ese estilo y que, por falta de recursos, buscaban personas sin experiencia en la actuación. Así que, presagiando una buena anécdota, aceptó.
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Lo que vino después fue la embestida de una sorpresa tras otra. Firmar un contrato de confidencialidad para que le enviaran la escena del casting. Filmar la audición en medio de una mudanza con la ayuda de su compañero de departamento. Recibir un mensaje que confirmaba su preselección y llegar a la audición presencial sin voz debido a los nervios. “Eso se grabó muchísimas veces. Yo dije, por favor, terminemos acá porque no voy a quedar. ¿Por qué estamos insistiendo? Yo no quiero robarles el tiempo a ustedes, déjenme ir a tomar un café, me voy a mi casa tranquila”, asegura Bechada entre risas. Una semana después llegó otra notificación a su Instagram: “Santiago Mitre comenzó a seguirte”. Llegó también una segunda llamada de Szechtman, en la que la felicitaba por su selección para el papel de Isabel, le explicaba que serían nueve semanas de rodaje y que los protagonistas de Argentina,1985, el nombre de la película producida por Prime Video, eran Ricardo Darín y Peter Lanzani. “Yo quedé en shock. ¿Cómo le iba a explicar a mi mamá que iba a hacer una película con Darín?”.
Pero incluso se trataba de algo más grande que hacer una cinta con Darín y Mitre, dos de sus ídolos. Argentina,1985, que narra la historias de los Juicios a las Juntas Militares después de la dictadura de Videla, representaba muchas de las luchas con las que ella se identifica. “Hay que traer gente joven, de otros lados, con menos experiencia”, dice el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo en la película. Un paralelo sobre lo que sucedió con Bechada en el proceso de casting. Y, así, con su pelo crespo teñido de rojo, encarnó a Isabel, una de las asistentes del fiscal Julio César Strassera.
Usted es politóloga. ¿Qué contacto tenía con la historia de los Juicios a las Juntas Militares antes de la película?
Soy militante política desde hace muchos años. En mi familia no tenemos ningún caso de desaparecidos o de víctimas de la última dictadura, pero siempre tuve cierta sensibilidad hacia la historia, y particularmente a la de Argentina. En la secundaria tuve profesores increíbles que la contaban de una manera sensible. Cuando entré a la universidad comencé a involucrarme un poco más en la militancia, en especial por los derechos humanos. La historia de las madres y abuelas de Plaza de Mayo me sensibilizó muchísimo. Ya no era una cuestión de La noche de los lápices o estas películas que utilizan para enseñar la historia, sino era una sensibilidad por los ideales que representaban. Este mundo por el que ellos luchaban me interpelaba y me interpela. Pero el Juicio a las Juntas no era algo que tenía tan incorporado. Sabía que habían ocurrido esos juicios, que habían sido muy importantes, pero existía más una lectura sobre los indultos que ocurrieron y un vacío de políticas de memoria, verdad y justicia que más tarde se recuperaron con el kirchnerismo. Esa era la historia que tenía más fresca, una que tenía que ver más con un presente de búsqueda de desaparecidos que de saber concretamente qué era lo que había pasado en ese juicio y lo complicado que había sido llegar a él.
Y en ese sentido, ¿qué significó participar en una película que revive ese episodio?
Cuando apareció la película pensé en lo importante que es que se hable de estos juicios. Lo primero que hice, y con el equipo que hacen de asistentes del fiscal, fue retomar Nunca más, un libro que es fundamental en la película, pero también en la historia argentina, porque resume los testimonios de las víctimas de la última dictadura. Esto gracias a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), que se encargó justamente de recopilar las pruebas y contarle a la sociedad argentina lo que había pasado. Muchas veces no pude terminar de leer algunos fragmentos porque cuentan con mucho detalle la tortura. Leerlo para sentirme más cerca de la historia fue muy fuerte, porque los asistentes del fiscal reales también tuvieron que sentarse con los testigos y preguntarles qué había pasado. Me costaba terminar de comprender cómo fue ese momento con Videla ahí sentado en el banquillo y con los testigos y las víctimas al lado. Hay algo de espectacular en lo que pasó, que para mí la película lo plasma muy bien. Además, la película despertó muchas conversaciones con mis padres. Les preguntaba qué se acordaban del juicio y las respuestas eran variadas y confusas. Había una especie de velo, de confusión y de ganas de no saber tanto lo que había pasado, porque era muy fuerte.
¿Qué opinión tiene de revivir estas historias de la dictadura desde el lenguaje audiovisual?
No sé nada de cine, pero a la vez me gusta mucho ver películas y, al igual que con las novelas, pienso que el arte solo tiene sentido si es político, si puede contar una historia que sirva. Esto en la línea de que todo es político. Creo que narrarse a sí mismo como pueblo tiene una potencia muy grande, independientemente de las críticas. Intenté hablarlo con Santiago Mitre, que además es mi director favorito. Yo vi El estudiante, una de sus películas, cuando tenía 16 o 17 años y estaba definiendo qué estudiar, y esa cinta habla sobre la facultad de sociales y la política. Todas sus películas son muy políticas, entonces cuando le pregunté me dijo: “Mira, yo hago cine, a mí me gusta contar historias”. Él no se enrosca tanto, pero pienso que reconoce un poco la potencia de esas historias que está contando. El hecho de que una película pueda contar un hito importante en la historia social de un pueblo, de la cultura, de lo que arrastra la memoria, es muy identitario. Por eso la película genera una conversación. Y eso es el cine político: que me siente con mi mamá y le pregunte qué te acordás del juicio y ella me cuente que llegaba de la facultad y escuchaba en la radio testimonios de la audiencia. Es decir, se vuelve un recurso más, pero a la vez un recurso muy necesario, porque agregarle algo de entretenimiento quizá permite que la sociedad y los pueblos asuman su propia historia, algo que les cuesta mucho.
Una conversación que se vuelve muy interesante considerando que esta no es una historia antigua…
Claro, nosotros estamos contando una historia de hace 38 años. Hay gente que hoy puede contar lo que pasó, entonces hay un diálogo entre los que cuentan la historia, los que se acuerdan, los que la vivieron, los testigos, los jueces. Todas estas voces muy distintas, y ahí es donde está el diálogo, que es lo que me parece fundamental. En términos de la conversación sobre la democracia, me parece fascinante porque es una multiplicidad de voces tratando de reconstruir la propia historia. No hay nada más democrático que eso.
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Hablemos de la figura del fiscal Strassera. ¿Qué tanto simboliza él la justicia?
En general la sociedad argentina no mira bien al Poder Judicial, nadie confía en este. A título personal, creo que el fiscal asumió una responsabilidad muy grande, porque nadie quería seguir ese juicio, investigarlo y llevarlo a la corte. Pero pienso que si alguien hizo justicia en este caso particular fue toda la sociedad, tanto el presidente insistiendo que se debía hacer el juicio a pesar de las presiones de los militares, la misma sociedad cambiando de opinión respecto a quiénes eran los responsables de lo que había pasado, la lucha de los derechos humanos después de los indultos. Al día de hoy sigue habiendo juicios en Argentina a los responsables de la última dictadura militar, se siguen recuperando a nietos que fueron niños robados durante ese período. Strassera simboliza en la película a ese hombre gris, a ese hombre común que es el argentino promedio. Esa Argentina que a veces no se quiere meter en algunos temas polémicos o complicados, pero que toma fuerza, color, voluntad y valor en este apoyo colectivo, de su familia, de sus compañeros en la Fiscalía. Por ejemplo, el hijo es importante en la historia que se está contando, para mí, porque representa la frescura de una juventud que se rehúsa a negociar la injusticia. Entonces quien encarna a la justicia en la película y en la vida real es el colectivo.
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Quizás su mejor regalo de cumpleaños en 2021, cuando los rezagos de la primera ola del coronavirus volvían a agarrar fuerzas, fue un mensaje directo en Instagram. La remitente era Katia Szechtman. Hasta ese momento, Leyla Bachada sabía que Szechtman era directora de casting y que trabajaba con Mariana Mitre, la hermana del célebre director argentino Santiago Mitre. “Estoy laburando en una peli y se me ocurrió que irías muy bien para un personaje. ¿Te interesa? ¿Querés que te cuente más?”, le dijo Szechtman después de presentarse. Bechada sabía también que la emisaria había trabajado, sobre todo, con películas indie, lo que la llevó a asumir que el proyecto que le proponía era de ese estilo y que, por falta de recursos, buscaban personas sin experiencia en la actuación. Así que, presagiando una buena anécdota, aceptó.
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Lo que vino después fue la embestida de una sorpresa tras otra. Firmar un contrato de confidencialidad para que le enviaran la escena del casting. Filmar la audición en medio de una mudanza con la ayuda de su compañero de departamento. Recibir un mensaje que confirmaba su preselección y llegar a la audición presencial sin voz debido a los nervios. “Eso se grabó muchísimas veces. Yo dije, por favor, terminemos acá porque no voy a quedar. ¿Por qué estamos insistiendo? Yo no quiero robarles el tiempo a ustedes, déjenme ir a tomar un café, me voy a mi casa tranquila”, asegura Bechada entre risas. Una semana después llegó otra notificación a su Instagram: “Santiago Mitre comenzó a seguirte”. Llegó también una segunda llamada de Szechtman, en la que la felicitaba por su selección para el papel de Isabel, le explicaba que serían nueve semanas de rodaje y que los protagonistas de Argentina,1985, el nombre de la película producida por Prime Video, eran Ricardo Darín y Peter Lanzani. “Yo quedé en shock. ¿Cómo le iba a explicar a mi mamá que iba a hacer una película con Darín?”.
Pero incluso se trataba de algo más grande que hacer una cinta con Darín y Mitre, dos de sus ídolos. Argentina,1985, que narra la historias de los Juicios a las Juntas Militares después de la dictadura de Videla, representaba muchas de las luchas con las que ella se identifica. “Hay que traer gente joven, de otros lados, con menos experiencia”, dice el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo en la película. Un paralelo sobre lo que sucedió con Bechada en el proceso de casting. Y, así, con su pelo crespo teñido de rojo, encarnó a Isabel, una de las asistentes del fiscal Julio César Strassera.
Usted es politóloga. ¿Qué contacto tenía con la historia de los Juicios a las Juntas Militares antes de la película?
Soy militante política desde hace muchos años. En mi familia no tenemos ningún caso de desaparecidos o de víctimas de la última dictadura, pero siempre tuve cierta sensibilidad hacia la historia, y particularmente a la de Argentina. En la secundaria tuve profesores increíbles que la contaban de una manera sensible. Cuando entré a la universidad comencé a involucrarme un poco más en la militancia, en especial por los derechos humanos. La historia de las madres y abuelas de Plaza de Mayo me sensibilizó muchísimo. Ya no era una cuestión de La noche de los lápices o estas películas que utilizan para enseñar la historia, sino era una sensibilidad por los ideales que representaban. Este mundo por el que ellos luchaban me interpelaba y me interpela. Pero el Juicio a las Juntas no era algo que tenía tan incorporado. Sabía que habían ocurrido esos juicios, que habían sido muy importantes, pero existía más una lectura sobre los indultos que ocurrieron y un vacío de políticas de memoria, verdad y justicia que más tarde se recuperaron con el kirchnerismo. Esa era la historia que tenía más fresca, una que tenía que ver más con un presente de búsqueda de desaparecidos que de saber concretamente qué era lo que había pasado en ese juicio y lo complicado que había sido llegar a él.
Y en ese sentido, ¿qué significó participar en una película que revive ese episodio?
Cuando apareció la película pensé en lo importante que es que se hable de estos juicios. Lo primero que hice, y con el equipo que hacen de asistentes del fiscal, fue retomar Nunca más, un libro que es fundamental en la película, pero también en la historia argentina, porque resume los testimonios de las víctimas de la última dictadura. Esto gracias a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), que se encargó justamente de recopilar las pruebas y contarle a la sociedad argentina lo que había pasado. Muchas veces no pude terminar de leer algunos fragmentos porque cuentan con mucho detalle la tortura. Leerlo para sentirme más cerca de la historia fue muy fuerte, porque los asistentes del fiscal reales también tuvieron que sentarse con los testigos y preguntarles qué había pasado. Me costaba terminar de comprender cómo fue ese momento con Videla ahí sentado en el banquillo y con los testigos y las víctimas al lado. Hay algo de espectacular en lo que pasó, que para mí la película lo plasma muy bien. Además, la película despertó muchas conversaciones con mis padres. Les preguntaba qué se acordaban del juicio y las respuestas eran variadas y confusas. Había una especie de velo, de confusión y de ganas de no saber tanto lo que había pasado, porque era muy fuerte.
¿Qué opinión tiene de revivir estas historias de la dictadura desde el lenguaje audiovisual?
No sé nada de cine, pero a la vez me gusta mucho ver películas y, al igual que con las novelas, pienso que el arte solo tiene sentido si es político, si puede contar una historia que sirva. Esto en la línea de que todo es político. Creo que narrarse a sí mismo como pueblo tiene una potencia muy grande, independientemente de las críticas. Intenté hablarlo con Santiago Mitre, que además es mi director favorito. Yo vi El estudiante, una de sus películas, cuando tenía 16 o 17 años y estaba definiendo qué estudiar, y esa cinta habla sobre la facultad de sociales y la política. Todas sus películas son muy políticas, entonces cuando le pregunté me dijo: “Mira, yo hago cine, a mí me gusta contar historias”. Él no se enrosca tanto, pero pienso que reconoce un poco la potencia de esas historias que está contando. El hecho de que una película pueda contar un hito importante en la historia social de un pueblo, de la cultura, de lo que arrastra la memoria, es muy identitario. Por eso la película genera una conversación. Y eso es el cine político: que me siente con mi mamá y le pregunte qué te acordás del juicio y ella me cuente que llegaba de la facultad y escuchaba en la radio testimonios de la audiencia. Es decir, se vuelve un recurso más, pero a la vez un recurso muy necesario, porque agregarle algo de entretenimiento quizá permite que la sociedad y los pueblos asuman su propia historia, algo que les cuesta mucho.
Una conversación que se vuelve muy interesante considerando que esta no es una historia antigua…
Claro, nosotros estamos contando una historia de hace 38 años. Hay gente que hoy puede contar lo que pasó, entonces hay un diálogo entre los que cuentan la historia, los que se acuerdan, los que la vivieron, los testigos, los jueces. Todas estas voces muy distintas, y ahí es donde está el diálogo, que es lo que me parece fundamental. En términos de la conversación sobre la democracia, me parece fascinante porque es una multiplicidad de voces tratando de reconstruir la propia historia. No hay nada más democrático que eso.
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Hablemos de la figura del fiscal Strassera. ¿Qué tanto simboliza él la justicia?
En general la sociedad argentina no mira bien al Poder Judicial, nadie confía en este. A título personal, creo que el fiscal asumió una responsabilidad muy grande, porque nadie quería seguir ese juicio, investigarlo y llevarlo a la corte. Pero pienso que si alguien hizo justicia en este caso particular fue toda la sociedad, tanto el presidente insistiendo que se debía hacer el juicio a pesar de las presiones de los militares, la misma sociedad cambiando de opinión respecto a quiénes eran los responsables de lo que había pasado, la lucha de los derechos humanos después de los indultos. Al día de hoy sigue habiendo juicios en Argentina a los responsables de la última dictadura militar, se siguen recuperando a nietos que fueron niños robados durante ese período. Strassera simboliza en la película a ese hombre gris, a ese hombre común que es el argentino promedio. Esa Argentina que a veces no se quiere meter en algunos temas polémicos o complicados, pero que toma fuerza, color, voluntad y valor en este apoyo colectivo, de su familia, de sus compañeros en la Fiscalía. Por ejemplo, el hijo es importante en la historia que se está contando, para mí, porque representa la frescura de una juventud que se rehúsa a negociar la injusticia. Entonces quien encarna a la justicia en la película y en la vida real es el colectivo.
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