Arthur Conan Doyle: el pionero de la deducción en la novela de detectives
El escritor escocés fue un pionero en la literatura de detectives con su personaje Sherlock Holmes, quien superó la prueba del tiempo y se inscribió en la historia y cultura populares.
Mónica Acebedo
“La principal prueba de la verdadera grandeza del hombre radica en la percepción de su propia pequeñez”.
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“La principal prueba de la verdadera grandeza del hombre radica en la percepción de su propia pequeñez”.
Desde la publicación inicial en el periódico Beeton’s Christmas Annual en 1887, Sherlock Holmes ha sido uno de los personajes de ficción más aplaudidos y representados no solo en el imaginario literario europeo, sino del mundo entero, ya que su obra ha sido traducida a varios idiomas; llevada al cine, a la televisión, a la animación, al teatro, a los juegos de video, a la novela gráfica, y reinterpretada en diferentes contextos temporales y espaciales. El escocés Arthur Conan Doyle escribió novelas, poesías, ensayos y teatro. A mi juicio, se trata de una pluma transgresora por haber sentado las bases de la literatura detectivesca moderna, también conocida como novela policial y, más adelante, como novela negra. Sherlock Holmes heredó muchos aspectos de su antecesor, Augusto Dupin, el protagonista de algunos relatos de Edgar Allan Poe, pero innovó en muchos otros.
El autor es, además, culpable de haber concebido al icónico Watson, el fiel asistente del detective. Él afirmó, en su momento, que se había inspirado en Don Quijote y Sancho para la creación de su amigo Watson, un médico fiel a su jefe, pero que siempre se quedaba corto en las observaciones y deducciones del detective: “Elemental, mi querido Watson” es una frase que se ha convertido en lema de muchas personas al expresar una conclusión a partir de la observación. Loren D. Estleman afirma en la introducción de Volumen II de la edición de Bantam, que en la historia de la literatura inglesa no ha habido ninguna relación de amistad tan cálida y simbiótica como la de Sherlock y Watson.
Sir Arthur Conan Doyle nació en Edimburgo, Escocia, el 22 de mayo de 1859 en el seno de una familia acomodada. Estudió primero en la Universidad de Stonyhurst y luego se graduó de medicina en la Universidad de Edimburgo, aunque siempre supo que su gran pasión estaba en la literatura. Al comienzo de su vida profesional ejerció como médico en Southsea, Inglaterra, durante unos ocho años, al tiempo que escribía y publicaba algunos relatos de ciencia ficción, sin mucho éxito. Sin embargo, en 1887 publicó su primera novela, Estudio en escarlata, que lo lanzó a la fama y en la que introdujo al enigmático Sherlock Holmes, un hombre observador, analítico y con una inmensa capacidad de deducción, que de inmediato cautivó al público. Escribió alrededor de 60 relatos, en los que aparece Holmes, novelas de corte histórico y de ciencia ficción, obras de teatro, panfletos literarios, unas memorias de su vida y algunos ensayos de espiritismo. El autor perdió a su hijo en la Primera Guerra Mundial, lo que lo afectó mucho. Murió el 7 de julio de 1930.
Sherlock Holmes basa sus investigaciones en la lógica y la razón: “Mientras cada individuo puede ser un enigma insoluble, un conjunto de ellos se comporta con exactitud matemática”. Las novelas anteriores a esta nueva escuela daban prioridad a la intuición o incluso a la casualidad. En cambio, la forma de actuar de Holmes es la de observar y deducir: “Cuando has eliminado lo imposible, lo que queda por improbable que parezca, debe ser la verdad”. De otra parte, la estructura narrativa de los relatos también deja una huella en la literatura, ya que cada historia sigue el mismo patrón, independientemente del misterio que se investiga: se ha cometido un crimen, la responsabilidad de la autoría no solamente no es aparente, sino que se trata de un enigma imposible de resolver. El detective se sirve de su ingenio, tras la minuciosa observación, y al final revela la solución: “Nunca adivino. Se trata de un hábito destructivo que choca con la lógica del profesional”, “no diría que lo resolví de manera brillante, lo único que hice fue seguir un razonamiento analizando todas las pistas”. Este mismo esquema de deducción lógica es el que inaugura esta escuela que seguirán otras personas como Agatha Christie, Raymond Chandler o G.K. Chesterton, por citar algunos ejemplos.
Alguna circunstancia lo llevó a matar a Sherlock Holmes y a su enemigo, el profesor Moriaty en El problema final (1893). Sin embargo, fue tan grande la reacción y furia del colectivo lector, que decidió resucitarlo en El sabueso de los Baskerville (1902). Hace poco el conocido autor español Arturo Pérez Reverte publicó una novela llamada El problema final, en la que hace al mismo tiempo una parodia y un homenaje a la novela negra tradicional. La trama trata sobre un conocido actor de los años 60 que ha interpretado a Sherlock Holmes en muchas películas y se ve involucrado en un crimen en una isla griega junto a un grupo de personas. Hay una tormenta, la policía no puede llegar sino hasta dentro de unos días. Por eso le piden al actor que les ayude a investigar el crimen dada su experiencia en el enigmático personaje literario.
En resumen, Conan Doyle se convirtió en uno de los pioneros de una forma de literatura de detectives, pero también fue el autor de unos relatos que, además de ser muy populares en la época en la que los publicó, perviven en el tiempo, se mantienen vigentes y se siguen adaptando a todos los contextos. Este detective no solo se ha visto en los escenarios de la época victoriana en Reino Unido, sino en diferentes momentos, países, mundos imaginarios y reales con el lema de la universalidad del crimen, la justicia y la verdad.