Arturo Pérez-Reverte y las memorias entre líneas
En “Línea de fuego”, el autor construye un relato ficcional que honra las vidas y las luchas de quienes estuvieron en la Guerra Civil partiendo en un hecho traumático para la sociedad española: la batalla del Ebro.
Andrés Osorio Guillott
La historia, esa que es narrada desde el Estado, la historia política, la versión oficial, termina borrando la condición de quienes aparecen como derrotados, incluso muchos de los vencedores resultan invisibilizados por las cifras, por los intereses y las ideologías que prevalecen sobre las duras realidades que se dan en medio de las guerras.
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La historia, esa que es narrada desde el Estado, la historia política, la versión oficial, termina borrando la condición de quienes aparecen como derrotados, incluso muchos de los vencedores resultan invisibilizados por las cifras, por los intereses y las ideologías que prevalecen sobre las duras realidades que se dan en medio de las guerras.
“Al desaparecer el testimonio humano, lo que queda es la ideología. Pero la guerra no puede juzgarse desde la ideología. Sobre el papel parece claro, en el bando bueno estaban los republicanos, en el bando malo los nacionales. Un bando legítimo y otro menos legítimo. Cuando te acercas a la gente, esa claridad se deshace. Mi padre era de buena familia y luchó con los republicanos; mi suegro, de izquierdas, y combatió con los nacionales. Después de tanto oír que allí luchaba el ejército contra el pueblo, o España contra Catalunya, he querido fiarme de la memoria de los que me lo contaron para mostrar una realidad más compleja”, dijo Pérez-Reverte en el lanzamiento de La línea de fuego el pasado octubre.
Ni la versión de los republicanos, ni la versión de los nacionales. El autor de la serie Las aventuras del capitán Alatriste abandona cualquier altar desde donde la historia podría contarse bajo una sola mirada y centra los relatos de Pato Monzón, Vivian Szerman, Antoni Saumell, entre otros personajes, en la realidad de la sociedad civil española durante y después de la guerra, logrando aterrizar las memorias de todo un pueblo en narraciones que unen a toda una nación, que conforman un pasado común y un trauma que algunos intentan olvidar y otros intentan cargar en sus espaldas, asumiendo el peso de lo que ocurrió y comprendiendo, desde un sentido arendtiano, aquello que los acercó y los determinó como país.
“Este no es un sitio para una mujer”, le dicen a la soldado Pato, y ella responde “este no es un sitio para nadie”. Una frase que nos recuerda, como lo hizo hace unos años Svetlana Alexiévich, que La guerra no tiene rostro de mujer, y que en medio de las dinámicas y lógicas de las fuerzas armadas y los bandos que conforman los enfrentamientos, surgen protagonistas que no abanderan discursos, pero que sí representan el rompimiento de un paradigma, de un prejuicio. “En ese momento concreto de la batalla del Ebro no participó ninguna mujer, ya las habían trasladado del frente y yo me he permitido la licencia literaria y me invento que intervino un grupo de veinte jóvenes porque me interesaba su punto de vista. No el de la miliciana sin preparación, sino la mujer ya formada en escuelas militares, la combatiente seria”, aclaró Pérez-Reverte.
“Yo soy pueblo, mi familia es pueblo, y estábamos como muchos otros hartos de tanta impunidad, de tanta barbarie, de tanto si no estás conmigo estás contra mí”, dice la carta que lleva un alférez de La Legión. Una imagen que sentencia la intención del autor por dibujar el lado más humano de una guerra, por rescatar las voces de ese pueblo, que puede ser cualquiera en el mundo, que da la vida por un triunfo que le sirve más a quienes desean sin piedad alguna el poder. “Yo soy pueblo, mi familia es pueblo”, un espejo de que los bandos se visten con los más inocentes, con los más desfavorecidos, pero también con los más convencidos de querer revolucionar su mundo y su tiempo, de manifestar su cansancio y su malestar.
“Pronto será otro fantasma de los que llevamos en la maleta”, le dice Tabb a Vivian Szerman, y ella responde: “No comprendo cómo hablas con esa frialdad... Chim era tu amigo”. Otra imagen para demostrar que la deshumanización en la violencia no es solamente con el principio de que la vida es sagrada, tampoco lo es únicamente con hablar de cifras y no de vidas perdidas, sino también de la pérdida del afecto, del amor, de aquello que une a dos personas en un lazo amistoso, en un ideal o un destino en común. “Creía que solo era una aventura (...) Y era la vida”, dice el inglés.
Despojarse de los relatos románticos y utópicos de la guerra. No hablar de los héroes sino del horror mismo. “Olvidamos a veces que las guerras son eso: criminales y sucias guerras”, dice Tabb más adelante cuando justifica, tal vez con una voz muy cercana al autor que cubrió cerca de siete conflictos bélicos, que a los reporteros “nunca los asesinan en una guerra. Mueren. Eso es todo. Los matan trabajando... Simple accidente laboral”.
Hablar del horror desde lo que más lo produjo. No es hablar de una escala del dolor y de la tragedia, pero dentro de la historia de la Guerra Civil -de esa que ya había habitado en la superficie de las novelas de Pérez-Reverte, pero que no había sido narrada desde la profundidad como en este libro-, ocurrió un hecho que dejó un socavón en el territorio español y ese fue el conflicto en Ebro, donde por tres meses y medio se enfrentaron republicanos y nacionales, dejando alrededor de 20.000 muertos y memorias por reconstruirse: “Larga y muy sangrienta, constituyó un choque de carneros típico de la guerra de España. En realidad no era para nada decisiva para el desarrollo de la contienda, por eso la gran barbarie tanto de Franco como de los republicanos fue empeñarse en mantenerla hasta el final con un empecinamiento muy español: no me rindo, me mato o me matan”, dijo Pérez-Reverte.
Memorias entre líneas. Leer entre ellas para comprender que no se busca una verdad universal, pero que sí se refleja una verdad a voces, a susurros que van viajando en el viento y el tiempo, y es que un acontecimiento como lo fue la Guerra Civil Española deja un pasado común que se reconstruye con los recuerdos de todos, de los familiares, de los amigos, de los profesores, de los que rodean la vida de todos en su cotidianidad. La violencia degrada y fragmenta, pero cuando pasan los años y los traumas siguen deambulando como los mismos fantasmas, las víctimas y sus testimonios deben unirse para que la tragedia no se recuerde ajena y lejana, sino para que haga parte de todos y se convierta en un relato de toda una sociedad y no del color de un partido y de una ideología.