Así comienza "Una novela criminal", la ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2018
Presentamos el inicio de la novela de Jorge Volpi que lo hizo merecedor del Premio Alfaguara de este año. Según el jurado, la obra de Volpi es "un fascinante relato sin ficción".
Jorge Volpi
A veces la mejor forma de empezar una historia es con otra. Para narrar el enrevesado periplo de Israel Vallarta y Florence Cassez, los protagonistas de esta novela documental o de esta novela sin ficción, primero necesito dirigir la mirada hacia un personaje en apariencia secundario: su nombre es Valeria Cheja Tinajero, acaba de cumplir 18 años —los ecos de su celebración resuenan todavía en sus oídos— y estudia en una Preparatoria privada y laica de la Ciudad de México, el Colegio Vermont. Una adolescente de clase media como tantas: vanidosa, avispada, fiestera, ávida de mundo. Observémosla la mañana del 31 de agosto de 2005 cuando acaba de bañarse y, contrariando a su abuela —vive con ella y con su madre cerca de Coyoacán—, desayuna a toda prisa: el cabello negro todavía húmedo, la camiseta blanca y los pants azules con jaspes también blancos del uniforme (me cercioré de buscar los colores en la página oficial de la escuela). Valeria suele pasar por sus amigas en el Seat rojo que le regalaron sus padres, pero hoy debe exponer en su primera clase y prefiere marcharse sola, consciente de que cada mañana la Ciudad de México se convierte en un campo de batalla donde millones de automovilistas se rebasan y amontonan en filas interminables a una velocidad que rara vez excede los veinte kilómetros por hora.
El aire fresco golpea su rostro cuando, cerca de las 07:40, sale al patio, arroja su mochila en el asiento del copiloto, toma su lugar frente al volante y enciende el motor. Entre su casa y el Colegio Vermont, en San Jerónimo, un antiguo barrio que el presidente Echeverría rebautizó como Lídice en memoria del pueblo checo arrasado por los nazis en 1943, median unos veinte kilómetros y sabe que, si no se da prisa, el trayecto puede tomarle el doble de tiempo. La joven toma San Francisco Culhuacán y, poco antes de doblar hacia Taxqueña, un Volvo blanco se detiene intempestivamente frente a su auto. Valeria piensa que ha sufrido una avería y frena en seco; por el retrovisor se percata de que una camioneta negra bloquea el camino a sus espaldas. El susto apenas le permite distinguir a los dos sujetos enmascarados que descienden del automóvil y rodean el Seat. Uno de ellos estrella la ventanilla de su lado izquierdo, le grita que no se mueva y la amenaza con una pistola mientras el otro la obliga a pasarse al asiento trasero del vehículo y se acomoda en el lugar del piloto; un tercer sujeto aborda la van negra.
A veces la mejor forma de empezar una historia es con otra. Para narrar el enrevesado periplo de Israel Vallarta y Florence Cassez, los protagonistas de esta novela documental o de esta novela sin ficción, primero necesito dirigir la mirada hacia un personaje en apariencia secundario: su nombre es Valeria Cheja Tinajero, acaba de cumplir 18 años —los ecos de su celebración resuenan todavía en sus oídos— y estudia en una Preparatoria privada y laica de la Ciudad de México, el Colegio Vermont. Una adolescente de clase media como tantas: vanidosa, avispada, fiestera, ávida de mundo. Observémosla la mañana del 31 de agosto de 2005 cuando acaba de bañarse y, contrariando a su abuela —vive con ella y con su madre cerca de Coyoacán—, desayuna a toda prisa: el cabello negro todavía húmedo, la camiseta blanca y los pants azules con jaspes también blancos del uniforme (me cercioré de buscar los colores en la página oficial de la escuela). Valeria suele pasar por sus amigas en el Seat rojo que le regalaron sus padres, pero hoy debe exponer en su primera clase y prefiere marcharse sola, consciente de que cada mañana la Ciudad de México se convierte en un campo de batalla donde millones de automovilistas se rebasan y amontonan en filas interminables a una velocidad que rara vez excede los veinte kilómetros por hora.
El aire fresco golpea su rostro cuando, cerca de las 07:40, sale al patio, arroja su mochila en el asiento del copiloto, toma su lugar frente al volante y enciende el motor. Entre su casa y el Colegio Vermont, en San Jerónimo, un antiguo barrio que el presidente Echeverría rebautizó como Lídice en memoria del pueblo checo arrasado por los nazis en 1943, median unos veinte kilómetros y sabe que, si no se da prisa, el trayecto puede tomarle el doble de tiempo. La joven toma San Francisco Culhuacán y, poco antes de doblar hacia Taxqueña, un Volvo blanco se detiene intempestivamente frente a su auto. Valeria piensa que ha sufrido una avería y frena en seco; por el retrovisor se percata de que una camioneta negra bloquea el camino a sus espaldas. El susto apenas le permite distinguir a los dos sujetos enmascarados que descienden del automóvil y rodean el Seat. Uno de ellos estrella la ventanilla de su lado izquierdo, le grita que no se mueva y la amenaza con una pistola mientras el otro la obliga a pasarse al asiento trasero del vehículo y se acomoda en el lugar del piloto; un tercer sujeto aborda la van negra.