Así eran las periodistas colombianas de los años 40, 50 y 60
Con una investigación que tardó una década, Sandra Sánchez López recupera las periodistas y los medios que ayudaron a construir la Colombia de mitad del siglo pasado.
Sandra Sánchez López, doctora en Historia y profesora del Centro de Estudios en Periodismo (CEPER) de la Universidad de los Andes, quería entender por qué se hablaba poco de las periodistas colombianas del siglo XX. Durante una década de investigación, se encontró con mujeres que aprovecharon los cambios en la sociedad para abrirse espacios, reivindicar la importancia de sus voces en el debate público e intentar tramitar las contradicciones de lo que implicaba ser mujer y vivir entre 1943 y 1970 en Colombia. El resultado es Battles for Belonging (editado por Rowman & Littlefield), un libro que se lee con la facilidad de un reportaje periodístico, pero está respaldado por un aporte historiográfico esencial para el país. En él se resiste a la simplificación y le apuesta a mostrar cómo los procesos de cambio social están llenos de paradojas. Con el estudio de los casos de Agitación Femenina, Mireya, Mundo Femenino, Verdad y Mujer, Sánchez propone una nueva manera de entender la historia de nuestro país. Por eso me senté a hablar con ella.
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Sandra Sánchez López, doctora en Historia y profesora del Centro de Estudios en Periodismo (CEPER) de la Universidad de los Andes, quería entender por qué se hablaba poco de las periodistas colombianas del siglo XX. Durante una década de investigación, se encontró con mujeres que aprovecharon los cambios en la sociedad para abrirse espacios, reivindicar la importancia de sus voces en el debate público e intentar tramitar las contradicciones de lo que implicaba ser mujer y vivir entre 1943 y 1970 en Colombia. El resultado es Battles for Belonging (editado por Rowman & Littlefield), un libro que se lee con la facilidad de un reportaje periodístico, pero está respaldado por un aporte historiográfico esencial para el país. En él se resiste a la simplificación y le apuesta a mostrar cómo los procesos de cambio social están llenos de paradojas. Con el estudio de los casos de Agitación Femenina, Mireya, Mundo Femenino, Verdad y Mujer, Sánchez propone una nueva manera de entender la historia de nuestro país. Por eso me senté a hablar con ella.
Este libro surge de una frustración con la forma en que la academia ha estudiado a las mujeres en el periodismo colombiano. ¿Cuál es el problema que identificó?
La prensa de mujeres sí había sido abordada, pero como un elemento periférico. Es verdad que la prensa de mujeres sí es marginal comparada con una prensa dominantemente masculina y dirigida por un grupo de hombres a mediados del siglo XX, pero quedarse en esa idea es no reconocer el lugar histórico que ocupó. La historia ha sido muy ortodoxa en su aproximación a las mismas publicaciones de siempre y a los mismos hombres de siempre para atizar sobre todo la narrativa del bipartidismo en la construcción de la idea de nación.
La intención de mi libro no es desdibujar la realidad de la íntima relación de construcción de política y nación que hay en el maridaje de la prensa y la política en esa época, pero sí incluir nuevos agentes. No es, por cierto, una inclusión forzada, sino de reconocer la realidad histórica de mujeres de prensa con sus ambiciones. Ellas tenían intenciones de participación pública y gracias a eso pudieron hacer unas contribuciones importantes.
Sobre eso, una de mis conclusiones históricas que pueden iluminar el presente de manera interesante es que las transformaciones son mucho más lentas, pues involucran procesos grandes que requieren tiempo. Por eso me interesaba sacar el libro cuanto antes.
Usted empezó a escribir varios años antes de la explosión de interés por la nueva ola feminista.
Cuando empecé a hacer esto la gente se reía de que yo quisiera hacer algo con perspectiva de género y de mujeres. Ahora sí hay mucho interés. Pero mis preguntas históricas vienen de antes y este libro es importante para dos generaciones de feministas, porque reconoce que los esfuerzos de las mujeres en los medios no son recientes. La investigación muestra que los esfuerzos de las mujeres dentro de los medios en la actualidad pueden tener más frutos porque hay un pasado, hay un respaldo.
¿Por qué eligió estudiar el periodo entre 1943 y 1970?
Revisando las fuentes primarias me encontré con un momento en la historia colombiana que consiste en los primeros intentos por la profesionalización del oficio. La historia que nos muestran es cómo los medios importantes del momento, sobre todo El Tiempo y en alguna medida El Espectador, empezaron a asumir una política de producción más atenta a la comercialización. Eso responde a tendencias globales de cómo funcionaba el entorno periodístico y de la prensa.
En ese momento aterriza esa discusión en el país y casi no se ha estudiado. Por eso mi libro no solo es sobre las mujeres, sino sobre la Colombia del siglo XX. Es una comprensión distinta de la historia de nuestro país.
Lo que encontré es que con esa profesionalización del periodismo llega la consciencia de que, para hacerlo viable en términos comerciales de mercado, necesitábamos definir más claramente los contornos de la función social y política del periodismo. Empiezan a cobrar relevancia las universidades, mientras la sociedad cambia a operar en las demandas de una economía de servicios. Nos falta comprender por qué el periodismo se formó en Colombia de la manera en que lo hizo y la relación que eso tuvo con la cultura.
Las mujeres vieron las oportunidades que se abrían con estos cambios y las tomaron. Para mí era importante señalar los retos que asumieron y evidenciar que las tensiones políticas y sociales se producen por formas de exclusión distintas al bipartidismo. En ese periodo las mujeres como agentes históricos decidieron superar las definiciones rígidas que les imponía la política.
¿Cómo eran esas mujeres?
Son mujeres que estaban jugando entre la clase media y una élite que no necesariamente nació siendo élite. Esto es muy importante, porque lo que encontré es que a través de sus relaciones y sus trabajos aportaron a la construcción de lo que se entendía en Colombia como clase media. Es a la clase media a la que le compete hablar y plantear una democratización con más claridad y vehemencia. Ellas comprendieron que no solo debían derribar el discurso partidista, sino el económico y de participación. Con eso lograron validar sus agendas de género.
Usted encuentra que hacer periodismo de mujeres no es solo hablar de asuntos clásicos de política de las mujeres.
Por supuesto, hay intereses de las mujeres, como en los años 50 con la idea de la posibilidad de votar. Pero eso está acompañado de muchas otras cosas. En los 40 uno ve la búsqueda de reivindicar a la mujer políticamente no solo a través del voto, sino precisamente a través de la participación de otras plataformas como el periodismo. Están hartas de que les digan que los hombres saben todo de su mundo.
Ellas mismas están buscando una autonomía para plantear y explicar al mundo lo que piensan. Quieren la presencia de su voz en lugares públicos. Además quieren que eso sea posible mientras son madres, mientras son mujeres de familia. Desean dejar claro al mundo que el cuidado y la reproducción no excluyen la posibilidad de tener esa voz.
También se les vuelve importante el discurso de la profesionalización de las mujeres en el periodismo y en otras áreas. Les interesa la inserción económica de las mujeres porque entienden que sin recursos no pueden pasar a habitar el mundo con autonomía. En ese proceso hay diferencias entre las periodistas que consulté, pues hay conservadoras y liberales, pero observar eso le da matices a todo el relato.
Un aporte del libro es reconocer la importancia de las mujeres conservadoras.
Pues es que no podemos ignorarlas. La historia debe contarse con todas sus paradojas. En los 60, por ejemplo, ocurrió algo que me parece fantástico. Flor Romero dice algo que para nosotras es muy obvio ahora, pero que en aquel entonces no era así, y es que todo es político. Ya las mujeres contaban con el voto, pero ella ve que la lucha no termina ahí. Su pregunta es cómo hacemos para que cada rincón de la vida de las mujeres pueda estar en el foro público sin ser desdeñada. Es la apuesta por el valor de la vida de la mujer de una manera más integral.
Esto está lleno de contradicciones, claro, porque ella ponía historias de estética, pero no la estética por la estética, sino la estética también como una autonomía que tenían las mujeres sobre su propio cuerpo. Cuando uno hace el estudio hemerográfico encuentra editoriales donde se construye esa visión compleja de lo que es ser mujer.
Todo es continuo, pues a las periodistas las conecta la misma intención emancipadora. Ofelia Uribe siguió haciendo actividad en los 50 y los 60, todas estaban articuladas. María Aurora Escobar, de Mundo Femenino, había sido una figura desconocida y también menospreciada por conservadora, pero su trabajo es tremendo. Además de semanario, tenía un espacio radial, siguiendo los pasos de Uribe. Yo quiero rescatarla y mostrar su cercanía con el movimiento a favor del voto.
¿Cuál fue el momento más satisfactorio de esta investigación?
Tengo dos. El primero fue cuando estuve estudiando el uso de la sátira por Ofelia Uribe. Es una parte muy divertida que también representó el reto intelectual de entender la sátira para hacer una crítica histórica. Eso me significó experimentar y arrojarme por caminos donde no había muchas referencias.
El segundo es que pude construir una visión generalista: esta es una historia del siglo XX que necesariamente nace en el siglo XIX. Entender que la emancipación de las mujeres es posible porque viene de una tradición. Poder situar a estas mujeres en el marco más grande del maridaje entre la prensa y la política fue muy satisfactorio para garantizar que los resultados sean longevos. Creo que eso da un aporte a romper con esa idea del cambio social como generación espontánea. No es cierto que cada nueva generación se inventa su cambio social, no; todo es un continúo y por eso la historia sigue siendo importante.