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“Así habló Zaratustra”, un libro para todos y para nadie

Como parte del especial sobre el libro “Así habló Zaratustra”, publicamos la introducción de la edición que lanzó Panamericana Editorial.

Diana Carrizosa Moog
04 de agosto de 2022 - 08:30 p. m.
La traducción está basada en la versión de Also sprach Zarathustra de Giorgio Colli y Mazzino Montinari, quienes en los años 60 emprendieron la titánica labor de publicar una edición completa y crítica de las obras de Nietzsche, libre de omisiones y falsificaciones, apoyada en la revisión integral de sus manuscritos.
La traducción está basada en la versión de Also sprach Zarathustra de Giorgio Colli y Mazzino Montinari, quienes en los años 60 emprendieron la titánica labor de publicar una edición completa y crítica de las obras de Nietzsche, libre de omisiones y falsificaciones, apoyada en la revisión integral de sus manuscritos.
Foto: Getty Images

La traducción y notas fueron realizadas por Diana Carrizosa Moog, experta en la obra del autor y la lengua alemana.

Nota introductoria

Durante mucho tiempo se tendió a no considerar a Friedrich Nietzsche un pensador susceptible de ser incluido en la tradición de la historia de la filosofía. Se prefirió ver en él a un escritor independiente y moralista que, en la línea de Pascal, Montaigne o Voltaire, acuñaba sus pensamientos en una prosa ágil y provocadora, privilegiando las formas del ensayo y del aforismo, o identificarlo con un poeta no solo lírico, sino también incisivo, que se servía de las formas métricas clásicas de la Antigüedad y de la cultura popular alemana. Esta inclinación se registra desde el momento mismo en que Nietzsche comienza su periplo filosófico. Si bien la recepción inicial de sus obras es positiva e incluso entusiasta entre literatos y artistas, no lo es en el ámbito académico o disciplinar de la filosofía, salvo algunos casos puntuales dentro y fuera de Alemania. La primera persona en exigir el reconocimiento de Nietzsche como filósofo es Nietzsche mismo, pese a que a todas luces su educación y formación, en las que por lo demás sobresalió por su consistencia y rigor, se encuentran en el campo de la filología clásica. También es en la filología clásica donde hay que situar su vida profesional activa, los diez años entre 1869 y 1879 en los que ejerció la docencia en la Universidad de Basilea y en el liceo tutelado por esta (1). Es de manera tardía, y desviándose de su trayectoria, que Nietzsche termina siendo filósofo. Lo hace por vocación (Berufung), sin llegar a hacer de la filosofía su profesión (Beruf). Por el contrario, la separación de su labor docente en Basilea es lo que le permite “llegar a ser el que es” (2) y considerarse a sí mismo cada vez más un “espíritu libre”. Pero el autodenominado “filósofo del martillo” solo es ampliamente reconocido como filósofo hasta pasada la primera mitad del siglo XX —cabe recordar que, aunque murió en 1900, el cese de la productividad intelectual de Nietzsche se remonta al momento de la manifestación innegable de su demencia en 1889—.

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Quien se acerque por primera vez a Nietzsche a través de su obra más popular, Así habló Zaratustra, sin conocer la evolución de su producción y recepción, probablemente volverá a ver en él a un artista, literato o poeta. O, como algunos de los lectores de su época, a un extático con delirios de profeta. En una carta de 1888 dirigida a su amigo de la época escolar, Paul Deussen, Nietzsche mismo habla de su Zaratustra como “la Biblia del futuro, la más elevada erupción del genio, en la que está contenido el destino de la humanidad” (3). Depurada esta autovaloración de sus pretensiones desmedidas, lo que queda es un juicio acertado en cuanto al estilo del Zaratustra: para su composición, Nietzsche sigue el ejemplo discursivo de la Biblia, parodiándola para crear una suerte de contrabiblia. La lectura de este “Evangelio de Zaratustra” (4), como también encumbra Nietzsche su obra, confronta al lector de su época con una forma arcaizante del alemán: Nietzsche no solo imita, sino que quiere emular el lenguaje de la traducción de la Biblia de Lutero —ese otro forjador de la lengua alemana—, a la vez que adopta sus juegos de palabras y crea otros nuevos a semejanza de ellos. Para el lector germanoparlante actual, entonces, la lectura de Así habló Zaratustra no solo implica el reto de la recepción poética, sino el de asimilar una lengua doblemente arcaica, pues se trata de una forma del alemán del siglo XIX que se ha revestido y adaptado para que invoque el alemán luterano del siglo XVI.

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Es evidente que una traducción, sin importar a qué lengua, nunca podrá dar cuenta de esta compleja reelaboración idiomática. En el caso de que aspire a guardar fidelidad al original, lo que podrá transmitir es, en general, el tono bíblico y el aire arcaico de la lengua. Si además logra dar cuenta de su vuelo poético, ya le estará permitiendo al lector experimentar algunas de las propiedades básicas por las que Así habló Zaratustra ocupa un lugar aparte dentro del corpus de textos nietzscheanos, en el que la prosa se encarga de delinear y estructurar el desarrollo de los conceptos (5). Sin embargo, pese al carácter atípico del Zaratustra, también son manifiestas las conexiones intertextuales que lo enlazan como parte del tejido del conjunto de obras de Nietzsche. Por su forma, Así habló Zaratustra semeja una suerte de intensificación selectiva de ciertas características del estilo que Nietzsche desarrolla y perfecciona en su prosa. La musicalidad y la sonoridad, tanto en términos del ritmo que marcan las sílabas como de la combinación de las vocales y su color, son atributos que brillan en el Zaratustra, pero que están igualmente presentes en todo texto nietzscheano. La diferencia reside en la vehemencia y la amplitud concedidas a estos recursos, de modo que podría hablarse tanto de una prosa poética, cuya estructura discursiva incluye cadencias y destellos de tropos, como de una poesía prosaica, en la que rara vez las imágenes brillan en un universo propio, sino que suelen ir acompañadas por un desarrollo verbal de las ideas o aparecer envueltas en el tejido de un concepto. En ambos casos se trata de textos plenos de gestos y guiños que actúan como estímulos para el pensamiento. El discurso nietzscheano incita a tal fin sirviéndose no solo de palabras, sino de signos, como la raya y el asterisco, por nombrar solo dos. En las instrucciones que imparte a su editor Schmeitzner para la publicación de El caminante y su sombra, Nietzsche insiste de manera expresa, por ejemplo, en el uso de tres asteriscos como medio para resaltar una parte del texto marcando gráficamente su inicio y su fin. En cuanto a la raya, que no en vano se denomina en alemán, literalmente, “raya del pensamiento” (Gedankenstrich), Nietzsche parece querer rendirle homenaje con su propio estilo. De hecho, en un fragmento póstumo de 1885 Nietzsche se refiere a sí mismo como alguien que “en sus libros ama más las rayas que lo dicho” (6). En efecto, la raya actúa en el discurso nietzscheano como un indicador de la dirección y de la energía del pensamiento. Al llenar con una raya —y en numerosas ocasiones, con dos y hasta tres rayas seguidas— el lugar que ocuparían las palabras, se sugiere que la dirección del pensamiento no es obvia ni está prescrita. Cuando ocupa una posición dentro de la frase, la raya suele introducir un crescendo que anuncia lo inesperado o sorpresivo (para introducir lo esperado Nietzsche suele recurrir al doble punto). Al final de la frase, en cambio, la raya introduce un decrescendo que no solo calma el ritmo, sino que crea una distancia. Si bien en este caso se trata de una raya de cierre, al mismo tiempo indica que la frase no está terminada y que el lector está invitado a seguir pensándola. En tanto signo de intensidad de la partitura del discurso, la “raya de pensamiento” actúa como herramienta de interacción con el lector.

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Por su contenido, el carácter profuso de Así habló Zaratustra evidencia, quizá en mayor grado que ninguna otra obra de Nietzsche, claras líneas de continuidad con el resto de sus textos. El advenimiento del propio Zaratustra se anuncia como el comienzo de su tragedia en el último aforismo de la primera edición de La ciencia jovial. La muerte de Dios y el eterno retorno, pensamientos que ocupan un lugar privilegiado en el Zaratustra y parecen habitar solo en él, tienen asimismo su preludio en La ciencia jovial (aforismos 125 y 341 —penúltimo de la primera edición—). La segunda edición de la misma obra, que fue posterior a la publicación del Zaratustra, retoma el tema de la muerte de Dios (aforismo 343). Conceptualmente ligada a este tema, el Zaratustra incluye asimismo la crítica de la metafísica y la moral, temas propios de Aurora, La ciencia jovial y Humano, demasiado humano, al igual que los conceptos de la transvaloración de los valores y la voluntad de poder, tratados en Más allá del bien y del mal y La genealogía de la moral. En cuanto a la noción del suprahombre —considerada lema de Nietzsche por antonomasia más para mal que para bien—, aunque parezca exclusiva de Así habló Zaratustra, aparece ya, como en un negativo fotográfico, en el anhelo implícito que ya desde su título expresa la crítica de Humano, demasiado humano y, en positivo, en el “espíritu libre” que nace en esta obra.

El desarrollo discursivo que atraviesa esta pluralidad de textos da cuenta de la unidad interior que habita el pensamiento nietzscheano, cuyos temas fundamentales están delineados en mayor o menor grado en el Zaratustra. En cuanto a lo que cohesiona al Zaratustra mismo, podría presumirse una priorización de los conceptos, por lo demás estrechamente ligados entre sí, del suprahombre y del eterno retorno.

Desde el “Discurso preliminar” hasta la segunda parte, Zaratustra aparece como maestro del suprahombre, que es comparado con diferentes tipos o estadios del ser humano, mientras que en la tercera parte Zaratustra es nombrado maestro del eterno retorno por sus animales, doctrina cuyas implicaciones éticas se exponen con alto vuelo poético en los dos últimos discursos: “La otra canción del baile” y “Los siete sellos” (O: La canción del “Sí” y del “Amén”). El conjunto de estas tres partes, incluida la preliminar, es estilísticamente homogéneo y también forma una suerte de unidad en cuanto a su gestación y publicación. Nietzsche necesitó dos meses para elaborar la primera parte, publicada junto con el “Discurso preliminar” en 1883, y ni siquiera uno para la segunda y la tercera parte, publicadas asimismo por separado en 1883 y 1884. La cuarta y última parte, en cambio, le tomó todo el otoño y el invierno de 1884 a 1885. Al no encontrar editor, Nietzsche decidió publicarla ese mismo año como impresión privada para un pequeño círculo de amistades. Por su carácter episódico y su estilo predominantemente narrativo y teatral, la cuarta parte parece una especie de apéndice agregado a la trilogía que lo precede. En términos de composición literaria, sin embargo, cumple una función clara: al final, cuando un Zaratustra fortalecido y radiante se dispone a abandonar una vez más su caverna, se resuelve el nudo dramático de las partes anteriores, en las que Zaratustra termina regresando a la soledad de su caverna tras abandonar a sus discípulos y amigos. La cuarta parte culmina así con un nuevo comienzo libre de desconcierto, vacilación y melancolía. Los dos grandes temas del maestro Zaratustra son asimismo los conceptos principales de esta parte. En ella Zaratustra se encuentra con diferentes manifestaciones del “hombre superior”, al que no identifica con el suprahombre, pero sí con el ser humano moldeable para albergar el deseo de este y preparar su surgimiento. Si bien no se presenta una caracterización del suprahombre, resulta claro que le será propio el temple afirmativo que se desprende de la idea del eterno retorno. El discurso titulado “La canción del noctámbulo”, que cierra retomando los versos con los que también termina “La otra canción del baile”, vuelve a expresar poéticamente tal imperativo ético. Ahora bien, habida cuenta de que ninguna de las partes de Así habló Zaratustra desarrolla en sentido estricto una teoría de los conceptos de que Zaratustra es maestro, la pregunta por el valor filosófico del texto es tanto más pertinente cuanto se trata de la obra más conocida de Nietzsche. Sin embargo, una vez más, lo que cuenta en el Zaratustra no es tanto la exposición deductiva como lo sugerido de manera retórica o poética. En palabras de Zaratustra, la “visión”, el “enigma”, el “símil” o, en palabras de Nietzsche, “lo no escrito”, los signos que invitan a pensar. El primer reto para el lector que acepta esta invitación consiste en descifrar el enigma de su propio lugar: Así habló Zaratustra es “un libro para todos y para nadie”. Mucho se ha especulado acerca del significado de este subtítulo. Lo que trasluce en seguida es su función selectiva que, sin embargo, parece entrañar una paradoja: cuando Zaratustra habla a todos en la plaza de mercado, no llega a los oídos de nadie. Descartado como cometido tal fracaso comunicativo, queda la opción de proyectar en niveles diferentes las dos cláusulas del subtítulo. En el plano ideal de lo que debe ser, el Zaratustra debería hablar a “todos”, esto es, a una cierta forma de la humanidad. Es más, sus palabras deberían ayudar a configurarla. Pero en el plano impositivo de lo que es, el libro no es entendido por “nadie”, probablemente porque ha llegado demasiado temprano. En esta tensión entre todos y nadie, su destinatario no solo no puede, sino que no debe definirse explícitamente: el lector aún imposible es, al mismo tiempo, una posibilidad abierta, una promesa que no se debe predeterminar.

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En una carta de 1884, Nietzsche le escribe a su entrañable amigo y cuasi secretario Peter Gast que el barón Heinrich von Stein, también amigo suyo, le había confesado durante su visita en Sils-Maria haber entendido solo “doce frases y nada más” del Zaratustra. Este episodio es retomado en Ecce Homo: “Cuando en una ocasión el doctor Heinrich von Stein se quejó sinceramente de no entender una sola palabra de mi Zaratustra, le dije que no tuviera cuidado: haber comprendido seis frases de él, es decir, haberlas v i v i d o , lo eleva a uno a un nivel de los mortales más alto que el que los hombres ‘modernos’ podrían alcanzar” (7). El lector apreciado por Nietzsche, entonces, es el que entiende, no solo en virtud de su capacidad teórica, sino en calidad de caja de resonancia del libro. Se trata de un anhelo semejante al expresado por el propio Zaratustra al dirigirse al sol en el primero de sus discursos: “¿Qué sería de tu felicidad si no tuvieses a aquellos a quienes iluminas?” (“Discurso preliminar”, 1). El texto pretende iluminar al lector y, para ello, este debe saber recibir su luz reverberándola a partir de la experiencia: al lector le será dado dejar de ser “nadie” cuando en él hagan eco las palabras de Zaratustra.

Saldrá de la indefinición al avanzar sobre la cuerda anudada sobre el abismo y ocupar su lugar en ella, más cerca del animal, de la planta, de la muchedumbre, del hombre del conocimiento, del experimentador ebrio de enigmas, del hombre superior, del último hombre o del suprahombre. (8)

*

Al redescubrimiento de Nietzsche, entendido como reconocimiento abierto y generalizado de su envergadura filosófica, contribuyó enormemente la titánica labor emprendida por Giorgio Colli y Mazzino Montinari en los años 60 para publicar una edición completa y crítica de sus obras, fragmentos póstumos y cartas, libre de omisiones y falsificaciones, apoyada en la revisión integral de los manuscritos.

La versión de Also sprach Zarathustra de Colli y Montinari aporta la base para la presente traducción, en la que se ha procurado tanto respetar las particularidades formales del estilo nietzscheano como transportar de manera inteligible el contenido, teniendo en cuenta la configuración semántica y sintáctica en cada caso particular y en su contexto discursivo. Se trata de permitir también al lector hispanoparlante, en un primer momento, una comprensión clara que, en un segundo momento, abra paso a una interpretación propia y, dado el caso, incluso filosófica del texto. Se ha prescindido de un aparato crítico prolijo que aporte, además de propuestas de comprensión, referencias bíblicas o alusiones al propio Nietzsche u otros pensadores clásicos, como Kant, Schopenhauer, Platón y Aristóteles. Este tipo de aparato se encuentra fácilmente en otras ediciones. Entre las notas al pie introducidas en esta edición, algunas contienen una explicación de aquellos juegos de palabras que resultan intraducibles y otras aportan información acerca de alusiones reiterativas en el texto. En la mayoría de las demás anotaciones se hacen referencias filosóficas no incluidas en otras ediciones, especialmente a los presocráticos y, en particular, a Heráclito, el pensador al que Nietzsche concede el honor de haber pensado lo más afín a él y de encabezar la breve lista de sus “antepasados” (9).

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Notas de la traductora:

1. Como culminación afortunada de su carrera universitaria, Nietzsche fue nombrado “profesor extraordinario” de filología clásica para ambas instituciones a la temprana edad de 24 años. Lo “extraordinario” de su título se refiere a la irregularidad del nombramiento, ya que, por necesidades prácticas, la Universidad de Basilea aceleró el proceso obviando uno de los requisitos básicos para optar al cargo: ostentar el título de doctor. Si bien la Universidad de Leipzig contribuyó al cumplimiento de las formalidades doctorando a Nietzsche de manera expedita —con base en algunas publicaciones—, tácitamente el prometedor estudiante quedó debiendo un trabajo equiparable a una tesis doctoral. De ahí la gran expectativa con que se esperó su primera publicación, que él titularía El nacimiento de la tragedia desde el espíritu de la música.

2. Esta sentencia pindárica (Oda Pítica II) es recurrente en Nietzsche. En Así habló Zaratustra aparece en el primer discurso de la cuarta parte, titulado “La ofrenda de miel”.

3. Edición crítica de Colli y Montinari, KSB - Kritische Studienausgabe der Briefe, tomo 8, p. 492, Berlin/New York: de Gruyter, 2003. Esta y las traducciones siguientes tomadas de las ediciones críticas de Colli y Montinari (KSA: edición de las obras; KSB: edición de las cartas) son de D. Carrizosa Moog.

4. Fragmento póstumo de 1886. Edición crítica de Colli y Montinari, KSA - Kritische Studienausgabe, tomo 12, p. 234, Berlin/New York: de Gruyter, 1999.

5. Una de las interpretaciones más populares de Nietzsche habla de la multiplicidad de su pensamiento expresada en una obra fragmentaria, de las inagotables máscaras con las que disuelve su identidad. El hecho de que el pensamiento nietzscheano sea plural y no hable con una sola voz no significa, sin embargo, que carezca de una cohesión interna rastreable en sus textos. En el aforismo 128 de Humano, demasiado humano II, titulado “Contra los miopes”, Nietzsche mismo cuestiona: “¿Y es que creéis que tiene que ser una obra fragmentaria porque se os da (y se os tiene que dar) en fragmentos?” (KSA, tomo 2, p. 432).

6. KSA, tomo 11, p. 440.

7. Respectivamente KSB, tomo 6, p. 526, y KSA, tomo 6, p. 298 s.

8. En la nota al pie número 12, se explica esta traducción del famoso concepto de Übermensch.

9. KSA, tomo 6, p. 312. Ecce Homo; KSA, tomo 11, p. 134 (fragmento póstumo de 1884).

*Traductora certificada por el estado federado de Berlín Maestría en Filosofía y Alemán como lengua extranjera de la Technische Universität Berlin. Estudios doctorales y énfasis investigativo en Nietzsche y filósofos presocráticos.

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Por Diana Carrizosa Moog

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