Así planea abrir sus puertas el Teatro Petra
Hace cinco meses este teatro trabaja en reformas para la protección y confianza del público. Su fundador, Fabio Rubiano, planea abrir las puertas a mediados de septiembre.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Si todo sale conforme a lo planeado por Fabio Rubiano y su equipo, el teatro Petra abriría sus puertas a mediados o finales de septiembre. Si el plan resulta, el público compraría boletas digitales, llegaría al teatro y podría lavarse las manos a la entrada. Después encontraría gel antibacterial y, muy seguramente, alcohol para las suelas de los zapatos y las superficies de la ropa. Si todo sale bien, la persona que quisiera entrar podría sentarse en una sala de espera muy distinta a la que había antes del 14 de marzo, día en el que el Petra cerró sus puertas a causa de la pandemia. Ahora las mesas estarían cercadas por unos rectángulos de madera que separarían el espacio. En la parte superior tendrían un acrílico que simule el vidrio. Serían ventanas rodeadas por marcos de madera con flores y luces. Habría siete de estas cabinas para dos personas en la parte continua a la entrada, un poco más en una habitación siguiente y más y más en un salón ubicado junto a la cafetería. Si al Petra le aprueban su propuesta, el público subiría a la sala del teatro y se sentaría en sillas con dos mamparas laterales de color negro y un espaldar protegido con acrílico. Tendrían aletas que los aislarían del contacto a los lados y de cualquier estornudo en la parte de atrás.
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El 14 de marzo de 2020, el equipo del teatro Petra decidió cerrar. Pensaron que sería una pausa de 15 días. Hoy, 2 de septiembre del mismo año, las puertas siguen sin abrirse. En 15 días se cumplirán seis meses sin funciones. Rubiano va al teatro todos los días. Al principio la excusa era trabajar en su oficina: una habitación que ocupa casi la mitad del segundo piso en la que hay un escritorio de madera que parece adueñarse de todo ese espacio. Hay estantes y en ellos hay libros. Por la ventana entra una luz sin filtros que Rubiano agradece. El sol toca las paredes de ese lugar en el que él, seguramente, nunca dejó de pensar en una forma para volver a abrir. Después terminó viviendo allí durante cinco días. “De noche es la feria del ruido, pero uno se acostumbra. Yo vengo aquí para estar en la casa”, dice, y con algo de resignación explica que, cuando se cumplió el primer mes de cierre, comenzaron a idear las formas para volver a recibir público.
El jefe técnico del Petra, Adelio Leyva, y Enrique Rojas, el técnico de piso, fueron los que se preguntaron cómo separar una silla de la otra, y probaron distintas alternativas: cabinas, separadores colgados del techo, máscaras individuales, etc. Finalmente, y después de varios intentos, llegaron al prototipo con el que pretenden que el Ministerio de Salud y el Distrito les den autorización para abrir. “Fue muy paradójico: el día en el que se llegó a ese resultado con los acrílicos traseros nos enviaron una foto de Holanda. Ellos ya habían instaurado esas divisiones en los teatros. Eso nos hizo sentir orgullosos, pero también decepcionados. Nosotros nos habíamos demorado mucho tiempo y el Estado holandés ya tenía un montón de expertos y les pagó a los teatros para que lo hicieran. Llegamos de manera artesanal a la misma conclusión a la que llegó la gente que tiene todos los recursos y garantías. Nos hizo pensar que, en definitiva, en este país a los artistas nos toca muy duro”, agrega Rubiano.
Cuando comenzó la pandemia, el teatro Petra le pidió a Bancóldex, banco de desarrollo que promueve el crecimiento empresarial y el comercio exterior de Colombia, que les congelara las cuotas de su crédito. La entidad accedió y suspendió los cobros hasta enero. El teatro, además de eso, necesitaba capital para mantener la nómina, así que pidió más dinero. Bancóldex les prestó $50 millones. Con esto, además de pagar salarios, se hicieron algunas compras para estas reformas. La madera fue un tipo de trueque y donación de Henry Alarcón, el escenógrafo, quien después de que los técnicos idearan el nuevo prototipo de silla, construyó las mamparas laterales y los soportes para sostener los acrílicos traseros. La venta de libros, los talleres de dramaturgia y clown, así como las donaciones recibidas por los videos de Cincuentona en cuarentena, el pódcast El problema fundamental, la falsa máster class, La máster casi y los recursos de Salas concertadas, además de un par de becas que ganaron, han ayudado al teatro a sostenerse por estos días. Todos los trabajos realizados durante la cuarentena han sido producidos por Fabio Rubiano, Marcela Valencia, Sandra Suárez, Jacques Toukhmanian, entre muchos otros miembros del equipo.
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Hay un telón en la entrada del teatro con el título “Labio de liebre”, pero esa no será la obra con la que abrirían las puertas. No pueden: hay mucha gente en escena y no es posible respetar la distancia entre los actores. Además, es una producción costosa: así tuvieran el 50 % de la taquilla, no alcanzarían a recaudar el presupuesto para mantenerla. No estoy loca, monólogo interpretado por Marcela Valencia, sería la encargada de recibir al público en la reapertura. Después de esta temporada, seguiría un proyecto en el que actualmente trabaja el equipo del Petra y en el que no habría más de cuatro actores en escena.
¿Cuántas personas podrían entrar a cada función?
Con estas medidas podrían entrar todas las que caben en la sala: 120. La idea es que nos dejen entrar 60 o 50. Los prototipos de las sillas están hechos para que la visual de las personas no se vea afectada y con las mamparas laterales, no serían necesarios los dos metros.
¿Los actores deberán actuar con tapabocas? ¿Qué otras restricciones piden para que puedan abrir?
Fabio Rubiano: no, mientras se mantenga la distancia de dos metros entre actores y de cinco con el público puede haber tres, máximo cuatro personas, en escena. Si nos dan permiso de vender comida, la modalidad sería por chat. Habría un WhatsApp en el que se recibirían los pedidos y, claro, con el que se enviaría la carta a los clientes que quisieran consumir antes de entrar a función. Nos piden ventilación y la tenemos en toda la sede y en la sala, que hasta se podría dejar abierta con el riesgo de que se cuelen ruidos de afuera. La idea es que las personas se sientan seguras. Necesitamos empezar a movernos: sabemos que una vez abramos, el público no va a llegar en masa. Es muy difícil mantener las salas con un porcentaje de ocupación interesante y cuando ya lo habíamos logrado, tuvimos que cerrar.
Si todo sale conforme a lo planeado por Fabio Rubiano y su equipo, el teatro Petra abriría sus puertas a mediados o finales de septiembre. Si el plan resulta, el público compraría boletas digitales, llegaría al teatro y podría lavarse las manos a la entrada. Después encontraría gel antibacterial y, muy seguramente, alcohol para las suelas de los zapatos y las superficies de la ropa. Si todo sale bien, la persona que quisiera entrar podría sentarse en una sala de espera muy distinta a la que había antes del 14 de marzo, día en el que el Petra cerró sus puertas a causa de la pandemia. Ahora las mesas estarían cercadas por unos rectángulos de madera que separarían el espacio. En la parte superior tendrían un acrílico que simule el vidrio. Serían ventanas rodeadas por marcos de madera con flores y luces. Habría siete de estas cabinas para dos personas en la parte continua a la entrada, un poco más en una habitación siguiente y más y más en un salón ubicado junto a la cafetería. Si al Petra le aprueban su propuesta, el público subiría a la sala del teatro y se sentaría en sillas con dos mamparas laterales de color negro y un espaldar protegido con acrílico. Tendrían aletas que los aislarían del contacto a los lados y de cualquier estornudo en la parte de atrás.
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El 14 de marzo de 2020, el equipo del teatro Petra decidió cerrar. Pensaron que sería una pausa de 15 días. Hoy, 2 de septiembre del mismo año, las puertas siguen sin abrirse. En 15 días se cumplirán seis meses sin funciones. Rubiano va al teatro todos los días. Al principio la excusa era trabajar en su oficina: una habitación que ocupa casi la mitad del segundo piso en la que hay un escritorio de madera que parece adueñarse de todo ese espacio. Hay estantes y en ellos hay libros. Por la ventana entra una luz sin filtros que Rubiano agradece. El sol toca las paredes de ese lugar en el que él, seguramente, nunca dejó de pensar en una forma para volver a abrir. Después terminó viviendo allí durante cinco días. “De noche es la feria del ruido, pero uno se acostumbra. Yo vengo aquí para estar en la casa”, dice, y con algo de resignación explica que, cuando se cumplió el primer mes de cierre, comenzaron a idear las formas para volver a recibir público.
El jefe técnico del Petra, Adelio Leyva, y Enrique Rojas, el técnico de piso, fueron los que se preguntaron cómo separar una silla de la otra, y probaron distintas alternativas: cabinas, separadores colgados del techo, máscaras individuales, etc. Finalmente, y después de varios intentos, llegaron al prototipo con el que pretenden que el Ministerio de Salud y el Distrito les den autorización para abrir. “Fue muy paradójico: el día en el que se llegó a ese resultado con los acrílicos traseros nos enviaron una foto de Holanda. Ellos ya habían instaurado esas divisiones en los teatros. Eso nos hizo sentir orgullosos, pero también decepcionados. Nosotros nos habíamos demorado mucho tiempo y el Estado holandés ya tenía un montón de expertos y les pagó a los teatros para que lo hicieran. Llegamos de manera artesanal a la misma conclusión a la que llegó la gente que tiene todos los recursos y garantías. Nos hizo pensar que, en definitiva, en este país a los artistas nos toca muy duro”, agrega Rubiano.
Cuando comenzó la pandemia, el teatro Petra le pidió a Bancóldex, banco de desarrollo que promueve el crecimiento empresarial y el comercio exterior de Colombia, que les congelara las cuotas de su crédito. La entidad accedió y suspendió los cobros hasta enero. El teatro, además de eso, necesitaba capital para mantener la nómina, así que pidió más dinero. Bancóldex les prestó $50 millones. Con esto, además de pagar salarios, se hicieron algunas compras para estas reformas. La madera fue un tipo de trueque y donación de Henry Alarcón, el escenógrafo, quien después de que los técnicos idearan el nuevo prototipo de silla, construyó las mamparas laterales y los soportes para sostener los acrílicos traseros. La venta de libros, los talleres de dramaturgia y clown, así como las donaciones recibidas por los videos de Cincuentona en cuarentena, el pódcast El problema fundamental, la falsa máster class, La máster casi y los recursos de Salas concertadas, además de un par de becas que ganaron, han ayudado al teatro a sostenerse por estos días. Todos los trabajos realizados durante la cuarentena han sido producidos por Fabio Rubiano, Marcela Valencia, Sandra Suárez, Jacques Toukhmanian, entre muchos otros miembros del equipo.
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Hay un telón en la entrada del teatro con el título “Labio de liebre”, pero esa no será la obra con la que abrirían las puertas. No pueden: hay mucha gente en escena y no es posible respetar la distancia entre los actores. Además, es una producción costosa: así tuvieran el 50 % de la taquilla, no alcanzarían a recaudar el presupuesto para mantenerla. No estoy loca, monólogo interpretado por Marcela Valencia, sería la encargada de recibir al público en la reapertura. Después de esta temporada, seguiría un proyecto en el que actualmente trabaja el equipo del Petra y en el que no habría más de cuatro actores en escena.
¿Cuántas personas podrían entrar a cada función?
Con estas medidas podrían entrar todas las que caben en la sala: 120. La idea es que nos dejen entrar 60 o 50. Los prototipos de las sillas están hechos para que la visual de las personas no se vea afectada y con las mamparas laterales, no serían necesarios los dos metros.
¿Los actores deberán actuar con tapabocas? ¿Qué otras restricciones piden para que puedan abrir?
Fabio Rubiano: no, mientras se mantenga la distancia de dos metros entre actores y de cinco con el público puede haber tres, máximo cuatro personas, en escena. Si nos dan permiso de vender comida, la modalidad sería por chat. Habría un WhatsApp en el que se recibirían los pedidos y, claro, con el que se enviaría la carta a los clientes que quisieran consumir antes de entrar a función. Nos piden ventilación y la tenemos en toda la sede y en la sala, que hasta se podría dejar abierta con el riesgo de que se cuelen ruidos de afuera. La idea es que las personas se sientan seguras. Necesitamos empezar a movernos: sabemos que una vez abramos, el público no va a llegar en masa. Es muy difícil mantener las salas con un porcentaje de ocupación interesante y cuando ya lo habíamos logrado, tuvimos que cerrar.