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Están en la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA), en el centro de Bogotá. Magnolia Hernández atiende con amabilidad silenciosa a los pocos y privilegiados visitantes. Junto a la recepción hay una puerta gris de acero tras la que se resguardan desde incunables como Los diálogos del orador, de Cicerón, libro hecho a mano en Venecia en 1470, hasta los primeros testimonios de orfebrería prehispánica, pasando por notas del Libertador Simón Bolívar. Junto a ellos reposa ahora la prehistoria de Gabriel García Márquez. (Lea el especial Cartas inéditas de Gabo a El Espectador).
Nos piden esperar. Sergio Sarmiento, coordinador del proceso de curaduría del área de literatura, entra enguantado al archivo y sale con cuatro carpetas alargadas color pastel, las dispone sobre una mesa de madera de caoba, como quien sirve una cena muy especial. Nos sentamos, también enguantados, junto al director de la BLAA, Alberto Abello Vives. El protocolo incluye usar tapabocas, pero no queremos privarnos del aroma remoto de los originales mecanografiados más antiguos de nuestro nobel de literatura. Emocionante. Incluso tres investigadores que trabajan por aparte en la sala se sorprenden cuando oyen de qué se trata.
Son 66 folios elaborados entre 1948 y 1952, la fase menos clara en la vida narrativa del autor de Cien años de soledad, porque apenas andaba entre los 21 y 24 años de edad. En su fase de escritor inocente había entrado en contacto con los periódicos más tradicionales del Caribe colombiano, El Universal, de Cartagena, y El Heraldo, de Barranquilla. El investigador francés Jacques Gilard, especializado en la obra de García Márquez, fue quien mejor investigó esos tiempos, pero no tuvo acceso a estos materiales.
Sergio y Alberto abren cada paquete y empiezan a sacar hoja por hoja, separándolas del papel mantequilla que las divide. Son trozos alargados de color terracota, cortados de pliegos en los que se imprimían los diarios de mediados del siglo, equivalentes a dos páginas de papel carta. Fueron hallados gracias a Jorge García Usta (1960-2005), filósofo y escritor cordobés que publicó dos valiosas investigaciones sobre Gabo: Desmitificación de una génesis literaria y periodística y Cómo aprendió a escribir García Márquez. Se supone que en ese proceso obtuvo los papeles y los dejó en su archivo, dentro de una bolsa de supermercado.
Un año después de su muerte, Rocío, su viuda, los encontró mientras buscaba escritos con motivo de un homenaje en memoria de su esposo, también poeta. Hoy pertenecen a la BLAA y al Banco de la República, porque ese evento se planeó en la casa de Alberto Abello y a él fue quien Rocío primero llamó para contarle del hallazgo. Abello y expertos en el tema, Jaime Abello, director de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y creador del Centro Gabo, y Ariel Castillo, coincidieron en que se trata de un tesoro invaluable.
Varias páginas estaban siendo devoradas por los ácaros. Ya fueron desinfectadas, sometidas a procesos de conservación y hoy constituyen la joya de la corona de la BLAA, justo para celebrar sus 60 años de fundación, como se anunció el viernes al cierre del Festival Gabo 2018, en Medellín. Los relatos fueron elaborados en dos máquinas de escribir, una Underwood, que usaba en Barranquilla, y otra, Remington, en Cartagena. La tipografía de los números ha permitido diferenciarlos.
Otro paso para certificar la autenticidad es una verificación grafológica, pues hay folios con notas sobre el texto o al margen. En la BLAA avanza una reconstrucción cronológica y una investigación estilística. Sin embargo, cuando se empieza a leer surge de inmediato el Gabo precoz, con toda la tradición oral que heredó de su abuela y que quiere salir a borbotones.
En la primera carpeta aparecen tres versiones del cuento "El huésped", según los investigadores, escritas entre finales de abril de 1948, cuando el autor se instala en Cartagena, y el primer semestre de 1950. Una de ellas fue publicada en El Heraldo el 19 de mayo de 1950. La historia, de un hombre que se transforma bajo la lluvia, también salió en El Espectador en 1954. Desde 1947, en este diario aparecieron quince cuentos de García Márquez, antes de que se estableciera en Bogotá, siete años después.
En el segundo fólder están los borradores de tres textos de García Márquez. Uno de ellos el cuento de un ahogado que traía caracoles a su enamorada. Explora la frontera vida-muerte a través de un hombre que aparece acostado entre repollos y relata historias de sus aventuras marítimas en un ambiente de “halo transparente del milagro”. La mujer que da testimonio es confrontada y, para que le crean, entra a su casa y saca como prueba un caracol que le regaló. Hay cinco versiones para hacer investigación. García Márquez publicó "El ahogado más hermoso del mundo" en los años 70, en inglés en la revista Playboy y en español en El Espectador. También hay ejercicios de “comentario”, un género narrativo de opinión que Clemente Manuel Zabala, entonces editor de El Universal, le enseñó a Gabo e incluía la reseña de un hecho de actualidad tratado con humor en tres o cuatro párrafos.
Los otros dos legajos corresponden al proceso creativo de la famosa serie de "La Sierpe", ese primer viaje por entregas al mundo de la malaria, la hechicería, los animales y los humanos (“Doctor, vengo para que me saque un mico que me metieron en la barriga”), las supersticiones, las bases de la mitología del realismo mágico, el país de la Marquesita, esa española millonaria y espiritual que es la primera mamá grande de García Márquez. El Espectador publicó todos los capítulos en 1954: “La marquesita de La Sierpe” (13 de marzo); “La herencia sobrenatural de la Marquesita” (21 de marzo); “La extraña idolatría de la Sierpe” (28 de marzo) y “El muerto alegre” (4 de abril).
Hay quince capítulos de los "Relatos del viajero imaginario", que datarían de febrero y marzo de 1951. Se basan en las narraciones de un periodista que llega a un pueblo ficticio (¿embrión de Macondo?) y cada día recrea distintas atmósferas y personajes. En suma, es su primer gran intento de entender y condensar en una serie la cultura Caribe en medio del conflicto entre lo rural y lo urbano. Él le puso de título "Un país en la Costa Atlántica" y a mano le añadió: “un pacto con el diablo”. Son evidentes los giros característicos del estilo garciamarquiano que enseguida se trasladarán a La hojarasca, dosificando el factor sorpresa a cambio de lo fantástico y sobrenatural. Se basa en experiencias autobiográficas para armar la historia de un hombre que regresa en tren a su pueblo y describe imágenes similares a las que utilizó para recrear Aracataca, con frases clásicas como “los últimos sopores del sexo a las 2 de la tarde”.
Surgen personajes femeninos con características de personalidad similares a las de Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, aunque con nombres como Genoveva y Evangelina. En el noveno relato aparecen protagonistas reales, como Rafael Uribe Uribe. También se mezclan citas de las lecturas que hacía por entonces. Varias de Balzac. Versiones de estos textos fueron publicados en la revista Lámpara en 1952, con ilustraciones de Enrique Grau.
Dos inéditos son sobre un día de eclipse de sol en un pueblo y las barritas de menta que allí se conseguían. Otro al que la BLAA le atribuye por ahora el título "Olor antiguo", que aparece tachado y al lado un apunte a mano: “telaraña y cucarachas”. De este hay dos versiones, una en la máquina de Cartagena y otra en la de Barranquilla, fechadas en 1952 y firmadas con nombre completo y en mayúsculas. A esta altura surgen entre líneas influencias de otros autores como Borges y Faulkner.
Otro más es sobre una pareja que cumple 50 años de matrimonio, organiza una fiesta y se cuenta, desde el monólogo del esposo inválido, el recuerdo de cómo conoció a su esposa y se enamoró de ella. Con una tensión tipo Hemingway, describe a una hermana gemela a quien no soporta y celebra el día que se muere. Pero la que queda viva le grita “cernícalo” y le pide que se calle. Entonces se da cuenta de que se casó con la que odiaba y murió la que realmente amaba. Todos los borradores evidencian la disciplina de García Márquez para reescribir una misma historia a lo largo de varios años.
Alberto Abello, el director de la biblioteca, está dichoso: “Contamos con un acervo clave que nos permitirá convertirnos en biblioteca de referencia de García Márquez, puesto que estos valiosos papeles se suman a la donación que nos hizo Mercedes Barcha, la viuda del novelista”. Se refiere a 3.000 volúmenes de la biblioteca que Gabo completó de su propia obra, incluidos libros de crítica y traducciones a decenas de idiomas.
En Colombia, también la Biblioteca Nacional tiene importantes documentos y objetos del escritor. A nivel internacional es el Harry Ransom Center, de la Universidad de Texas, en Austin, el que cuenta con el mejor archivo de originales. Los tres archivos se pondrán en contacto para compartir experiencias e investigaciones. Abello se encontró con directivos del Ransom hace mes y medio en México. El Banco de la República acaba de comprar las cartas y documentos de Álvaro Cepeda Samudio, para la BLAA, y el Ransom los de Guillermo Cano, asesinado director de El Espectador y cuyas cartas privadas, familiares, políticas, literarias, periodísticas y sobre cine revelamos en cinco entregas esta semana. (Leálas aquí).
Sergio Sarmiento, el curador que ha dedicado los últimos meses a atar los cabos sueltos que plantean estos documentos, asegura mientras manipula con delicadeza las cuartillas: “Aquí está la vuelta de tuerca de la narrativa de García Márquez”. Y vuelve a cubrir cada una con papel mantequilla para aislarlas antes de devolver el expediente a su caja fuerte.
Este martes en la tarde la Biblioteca Luis Ángel Arango presentará oficialmente sus nuevas adquisiciones sobre García Márquez con presencia del hijo del Nobel de Literatura, Gonzalo García Barcha.