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En 1995, un año después del robo al Banco de la República de Valledupar, - hecho que inspiró la serie de Netflix “El robo del siglo” - las autoridades se vieron obligadas a acelerar la emisión y circulación de una nueva familia de billetes como un mecanismo para hacer frente al caos social y financiero generado por el flujo de los $24.072 millones (unos US$45 millones) hurtados de la entidad bancaria.
En tiempo récord el Banco de la República propició el diseño de los billetes que circulaban entonces y se decidió anticipar la emisión del billete de $20.000, que estaba planeada para un año después de lo pensado.
Así las cosas, el billete de $5.000, que llevaba a Rafael Núñez con motivo del centenario de la Constitución de 1886, fue reemplazado por un billete cuyo protagonista era el poeta José Asunción Silva. Lo mismo pasó con el billete de $10.000, que entonces lucía por una cara a una indígena embera y por la otra mostraba símbolos alusivos a la llegada de Cristóbal Colón al continente. Policarpa Salavarrieta, heroína de la Independencia, se convirtió entonces en la nueva cara de ese papel moneda.
Los billetes creados para reemplazar a los billetes vallenatos tuvieron una alta participación de las artes. Por un lado, el retrato de “La Pola”, que aparece en el de $10.000, se basó en un óleo del artista José María Espinosa en el anverso. La otra cara del billete deja ver una acuarela del siglo XIX en la que se destaca la plaza principal de Guaduas, obra elaborada por el artista británico Edward Mark.
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Los billetes de $20.000 y $5.000 tienen un origen más orgánico. Ambos diseños son creación original del artista Juan Cárdenas. El año pasado, cuando se cumplieron 25 años de la circulación del billete de $5.000, el pintor recibió a El Espectador en su casa para recordar “la maratón” que significó la creación de esas piezas.
Cárdenas recordó que, por invitación de Miguel Urrutia Montoya, entonces director del Banco de la República aceptó participar en la convocatoria que se había lanzado para la creación del nuevo diseño del billete de $5.000. El pintor payanés participó en el concurso utilizando un seudónimo: El Conde de Cuchicute.
Contrario al alias que había elegido para participar en el concurso, Cárdenas era (y es) un tipo más bien tranquilo, mesurado y paciente; José María De Rueda, nombre de pila de Cuchicute, en cambio tuvo una vida marcada por la locura y los excesos. La Bogotá de los años 30 fue testigo de ello.Tal vez por eso el maestro Juan Cárdenas eligió ese apodo.
Su billete, que nunca más fue solo suyo, tenía un diseño que, enmarcado en el concepto del arte que para la época se aplicaba en los billetes, era más bien revolucionario. El Art Nouveau, una corriente artística y cultural que buscaba romper con las tendencias dominantes del momento y que surgió a finales del siglo XIX, fue el motor para el diseño que se aplicó en ese papel moneda.
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“El Banco pedía a quienes participábamos en el concurso, que el billete contemplara un concepto realmente nuevo. Diferente a los billetes que se venían imprimiendo hasta el momento y que, además, se incluyera a un personaje de la vida cultural colombiana. No a un político”, recordó Cárdenas.
En menos de un mes tuvo que repasar la obra del poeta José Asunción Silva. En menos de un mes el pintor se internó en la tristeza del escritor, en su timidez, en su introspección, en sus crisis económicas, en su forma de entender el amor, en sus gustos, en sus peculiaridades, en sus virtudes, en sus defectos, en sus demonios y en las razones que lo llevaron a pegarse un tiro en el corazón. De todo eso, aunque no lo sepamos, habla en el billete verde de $5.000.
En su investigación, Cárdenas leyó la biografía que escribió Enrique Santos Molano en la que se cuenta que José Asunción Silva armó detrás del mostrador de un almacén familiar, en el que trabajó durante varios meses, una especie de laboratorio imponderable de observación social y psicológica. “Examinaba con penetración rigurosa las personas que entraban de compras, de mirones o de visitantes. Espiaba sus gestos, estudiaba sus gustos, procesaba sus opiniones, acechaba sus peculiaridades, sus virtudes, sus defectos, y los anotaba en su memoria de ordenador y en un cuaderno. Detrás del mostrador acrecentó sus conocimientos, devoró cantidades de libros y procuró mantenerse informado de los movimientos literarios, artísticos y políticos de Europa”, escribió Santos Molano.
“Fue un mes muy intenso porque, aunque me metí de lleno a diseñar el billete, tenía que cumplir con los pedidos de la galería y con las clases de pintura que daba en una Universidad de Nueva York”, dice Cárdenas.
El robo al Banco de la República de Valledupar alteró los planes creativos de Cárdenas. Tuvo que adaptar el diseño del billete de $20.000 (que ya tenía adelantado) para el del $5.000.
Ese, si acaso, fue el menor de los problemas. Como Juan Cárdenas estaba tan concentrado en el diseño de la rana, el grillo, los árboles, la luna, la alameda de la carrera séptima que se ven en una de las caras del billete, la fuente en la que posteriormente se incluyó un aparte de un poema de Silva (Nocturno III), o en la pose de Elvira, la hermana del poeta, con quien tuvo un amorío, no se percató de que el tiempo para enviar el diseño se estaba agotando. Quedaba un día y Juan Cárdenas estaba en Nueva York.
“Llamé a Miguel (Urrutía) y le dije que, aunque ya tenía listo el diseño, este no iba a alcanzar a llegar porque solo me quedaba un día. Me dijo que no me preocupara. Que lo importante es que el sobre tuviera el sello de correo, que en el Banco iban a respetar, que, si ese sello se había puesto en las fechas programadas, el diseño entraba a concurso”, recuerda Cárdenas.
Nadie estudia para aprender a diseñar billetes. Es un arte que se aprende. Que se vive. “Las mayores exigencias fueron de la firma Thomas de la Rue, encargada del montaje de los billetes. Ellos ejecutan técnicas muy sofisticadas para evitar las falsificaciones, entonces el diseño tuvo que adaptarse a todas las medidas de seguridad. Por ejemplo, pocos saben que los billetes se imprimen en unos pliegos; el diseño que hice estuvo pensado para que, cuando en esos pliegos un billete se junta con el otro, se forme una figura que se vea linda. No es una cosa espontánea”, explicó el pintor.
Cárdenas dice que, aunque se siente conforme con el resultado final, el diseño original del billete dista mucho del que finalmente se imprimió. “Era más colorido y la cara de Silva tenía un diseño mucho más preciso, pero no hubo tiempo porque todo lo querían para ayer”.