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La indiferencia es una forma de pereza y la pereza es uno de los síntomas del desamor.
Nadie es haragán con lo que ama.
ALDOUS HUXLEY
Historia de vida, no cual un comercial Biopic, sino desde la Contracultura, la Antipsiquiatría, la rebeldía frente al Statu Quo. Partiendo de esa hipótesis, se hacen ciertas observaciones sobre su homónimo literario: la novela del enfermero gringo forjado en las antípodas del Establishment, aunque a la vez parte de las estructuras de poder y de sus programas oficiales/clandestinos, como el triste MK Ultra; igual, sobre el Dr. Thomas Szasz (1920-2012), el llamado Padre de la Antipsiquiatría.
One Flew Over the Cuckoo’s Nest: Balada triste sin trompeta
La novela es fruto de las experiencias del autor, como enfermero nocturno de un psiquiátrico en California; allí interactuó con pacientes, vio cómo operaba el hospital, y fue la contraparte ética de Timothy Leary en el consumo de psicotrópicos: hongos/peyote/mescalina y ácido lisérgico (LSD); luego, fue parte de la operación militar oficial/clandestina MK Ultra, que tanto tuvo que ver por sus efectos con la industria del cine, en Hollywood. En efecto, siendo estudiante universitario, en 1960, se hizo voluntario para los experimentos, con drogas psicodélicas que psiquiatras del Hospital de Menlo Park probaban con “fines terapéuticos” a futuro (el primer actor que hizo pública su experiencia con LSD como psicolítico, para abrir las puertas de la percepción, diría A. Huxley, fue Cary Grant*. En 1961, señaló: “Siento que ahora me comprendo realmente a mí mismo. […] Y al no comprenderme a mí mismo, ¿cómo esperar comprender a los demás? Sencillamente, he vuelto a nacer”). De ahí surgió One Flew Over the Cuckoo’s Nest. Frase literal, que no recoge todo el sentido que tiene en la obra ni en el filme. En la novela, que narra Bromden, recuerda la rima infantil que cantaba su abuela: “Tres gansos vienen en bandada… uno voló hacia el este, el otro hacia el oeste, sobre el nido del cuco voló este… f-u-er-a es fuera… ahí viene el ganso y a ti te lleva”. (1) Cuenta que se pasaban horas jugando así con su abuela, sentados junto a los bastidores donde se secaba el pescado, mientras espantaban las moscas: “El juego se llamaba Tingle, Tingle, Tangle Toes. Yo iba pasando los dedos de mis manos muy abiertas, un dedo por cada sílaba que anunciaba ella”. En otras palabras: cada uno forja un destino diferente al de los Otros, sentencia que se cumple tanto en la obra como en la idea al fondo del argumento que Forman retoma para su filme, en el que Bibbit y McMurphy mueren y Chief logra escaparse: y aunque no se muestre, por su final abierto, detrás del Chief, van los otros. En cine, basta con sugerir mientras no sea inevitable mostrar, aunque mostrar de todos modos sea mejor que s…: siempre agradan más las imágenes concretas, que las que se parecen a las palabras en su abstracción y/o uso/abuso.
El asilo del referente literario está ubicado en el viejo asilo de Pendleton, Oregon, en la actualidad Eastern Oregon Correctional Institution. Solo de la enfermera Ratched y de tres enfermeros afroamericanos, dependen los pacientes que se hallan en el ala del hospital que carece de supervisión médica, como se nota a lo largo del texto literario o de la captura en imágenes. Cuckoo’s Nest, en slang peyorativo, es manicomio. En 1963, Dale Wasserman lleva la novela al teatro, en Broadway; luego, Time la incluye entre las 100 Mejores Novelas en inglés escritas de 1923 a 2005. (2) En suma, la obra de Kesey es, parodiando otra comedia negra, Balada triste de trompeta, una balada triste sin trompeta, aunque, por contraste, de algún modo entrañe esa “voluntad de ser feliz”: la de Bromden cuando, tras su adiós a McMurphy, huye hacia la libertad. Como la que señala Camus en La mort hereuse, cuando otro Patrick, Mersault (= que el de El extranjero) dice a Catherine: “El error, […], es creer que hay que escoger, […] hacer lo que se quiere, que existen las condiciones de la felicidad. Lo que cuenta sólo […] es la voluntad de felicidad, una especie de enorme conciencia siempre presente. El resto, mujeres, obras de arte o éxitos mundanos, sólo son pretextos”. (3)
Atrapado sin salida: Comedia negra/dramática
Filme que desde la antipsiquiatría puede relacionarse con otros de tanta valía e importancia como La casa de los engaños (2002) o de los locos, de Andrei Konchalovski, sobre los pacientes psiquiátricos y los combatientes durante la I Guerra de Chechenia, cuya historia ocurre en el hospital Shali de la república rusa de Ingushetia, fronteriza con la de Chechenia: hospital abandonado por el personal médico, cada cual buscando salvarse, durante la campaña de bombardeos rusos que dejó muchos pacientes muertos como efecto de los ataques y el descuido: todo contado en modo thriller psicológico no poco perturbador; Shutter Island (2010), de Martin Scorsese, según la novela de Dennis Lehane, o la búsqueda de Rachel Solando, psicótica que escapa misteriosamente de su celda; Había una vez la ciudad de los locos (2010), de Marco Turco, el Dr. Marco Basaglia, quien les devolvió la palabra a los orates y logró el cierre de los manicomios en Italia (hoy, tras una larga dilación, empiezan a cerrarse los de Argentina, país con un reguero de locos sin cálculo, producto de la Dictadura de Videla y sus esbirros, del “Duhalde asesino” de los grafitis, del Menem del Corralito de 2001). (4) Desde el estudio de la antipsiquiatría, supera el concepto de hospital psiquiátrico e impulsa un modelo de integración del loco a la sociedad. (5) Lo que, a su modo, el Padre de la Antipsiquiatría, el húngaro/gringo Thomas Szasz, hacía, en tanto pensaba, con pasión/coherencia sin pares, que a los humanos había que mantenerlos lejos de todo tratamiento psiquiátrico: que, si el paciente no tenía rastro de enfermedad mental, sus únicos líos concretos eran apenas con “los problemas de la vida”. (6) De ahí que el propio Szasz, en relación con la nefasta labor del psiquiatra con los niños y los padres —cuya confianza en él lo hace más peligroso—, que termina por eliminar dos de las cosas más preciosas/vulnerables de la vida, los mismos niños y la libertad, hable de la psiquiatría como el reducto clave para la fabricación de la locura, razón por la cual concluye que darles a los niños droga psiquiátrica es veneno pues no equivale a un tratamiento en sentido real ni por completo terapéutico. (7)
Miloš Forman era hijo de padres luteranos, muertos en campos de concentración: su madre, en Auschwitz; su padre, en Buchenwald. Entre sus filmes mayores, fuera de One Flew…, que obtuvo 17 premios, se citan: Hair (1979), ópera Beat sobre la cultura hippie de los 60 y mezcla de Contracultura, problemas raciales y lucha de clases a partir de Claude, reclutado para ir a Vietnam, y Sheila, relacionada con George, ambos de la tribu hippie; Ragtime (1981), basado en la novela de E. L. Doctorow y en el que un pianista afroamericano es víctima de racismo aunque defensor de su dignidad; Amadeus (1984), obra de culto como cine de época que describe vagamente una supuesta rivalidad entre los compositores Antonio Salieri y W. A. Mozart; Valmont (1989), basado en la novela Les Liaisons Dangereuses (1782), de Choderlos de Laclos, que ya había adaptado S. Frears bajo el título Las amistades peligrosas, a su vez según el drama de Christopher Hampton, que igual retomaba la homónima obra epistolar de Choderlos; y The People vs. Larry Flynt (1996), por el dueño de la revista porno Hustler, millonario que, tras un atentado, queda en silla de ruedas, consume narcóticos y defiende los derechos civiles y la libertad de expresión. Forman es discípulo del Padre del Cine Checo, Otakar Vávra (1911-2011), autor de La reineta de oro, Martillo para las brujas, La liberación de Praga, entre muchos otros filmes hechos a lo largo de 70 años.
Oregon, 1963: el criminal reincidente Randle Patrick McMurphy es llevado, tras cumplir sentencia en una granja/cárcel por estupro (delito por relaciones sexuales entre un adulto y una joven, así ésta las consienta), con una chica de 15 años. Así no sea un “enfermo mental”, él prefiere el ambiente relajado del hospital al trabajo duro de la cárcel. Una vez llega al hospital, nota que la sala funciona bajo el control de la enfermera Ratched, quien de modo sutil reprime a sus pacientes mediante una rutina pasiva/agresiva que los intimida. A Randle lo condenan porque, según su propio relato, “pelea y fornica sin freno”. Desde el inicio, es evidente el combate entre la vitalidad/amoralidad y la bondad/rebeldía de McMurphy y el tánatos/conductismo y la obediencia/castigo, propios del sistema represivo dentro del que opera Mildred Ratched. Situación que, obvio, se hace extensiva a todos los demás pacientes.
Así, con Charles Cheswick, paciente sujeto de broncas pueriles; Martini y sus signos de delirio (Danny DeVito y su mirada que marca); Max Taber y sus conflictos con los demás por cualquier cosa; Billy Bibbit y su tartamudez y ansiedad derivadas de un sufrimiento por identificar; Dale Harding y su paranoia, aun dentro de los buenos modales; Jim Sefelt y su epilepsia sin control ni remedio; en fin, con el Gran Jefe indio Bromden, quien aparece desde el inicio víctima de sordomudez: la que finge, como lo hace Pedro Bengoa, en Tiempo de revancha (1981), para que la multinacional le indemnice. Los combates con la enfermera oscilan entre crueldad y diversión: rápido, ella ve en la animosidad, vitalidad y rebeldía de McMurphy tres enemigos distintos por vencer y una sola amenaza verdadera, a su seguridad y a su autoridad, la que le imponen otros para perjuicio de los pacientes: los que, pronto, ven confiscados/racionados sus cigarros y conculcado su libre albedrío y derecho a jugar cartas.
El conflicto se incrementa y termina de forma poco grata, luego de la celebración de Navidad y de que los pacientes descubran las gracias de eros y Baco, de libertad y rebeldía continuas, de desobediencia civil y objeción de conciencia, aunque no sean muy conscientes de estas dos, dadas las presiones sociales y normativas que gravitan sobre sus cabezas, al menos de momento y por las implícitas condiciones en que se mueven tanto dentro de la realidad como del espacio diegético, el propio del filme. La Gran Enfermera vuelve al oficio con otra voz, una sumida en la aspereza, y un cuello ortopédico que la entiesa aún más. El rumor vuela, no por los pasillos del poder, aunque casi, porque ahora lo hace por los del hospital: sus atribulados habitantes son asaltados con la idea doble de que en vez de ser “llevado arriba”, McMurphy ha escapado. Tarde en la noche, el Chief nota que él regresa a su cama y descubre que tras su cicatriz en la frente subyace una lobotomía, la que lo ingresa al estado vegetativo.
Ante una perspectiva de semejante tristeza y por su rebeldía natural, Chief advierte, además, que, si permite a los otros pacientes verlo así, no solo daría una pésima imagen de McMurphy, hasta entonces vital, sino que Ratched lograría vencerlos a todos, por lo que decide ahogarlo con una almohada: igual que en Betty Blue, de J.-J. Beineix, el cuidacabañas Zorg mata, de forma pía, a la camarera Betty, en un psiquiátrico. Bromden se decide, tira el panel de hidroterapia por la ventana y huye en la noche, con el afán de volver adonde su tribu junto al río Columbia, que fluye en dirección norte/sur/oeste por la Columbia Británica, en Canadá, por Washington y Oregon, en EEUU, y desemboca en el Pacífico. Rara metáfora, la de asfixiar con almohada: usar la muerte para vengar la vida: la que se les niega a todos en el reducto psiquiátrico y que termina por cometer vía antipsiquiatría. Max Taber despierta, lo ve escapar y lo estimula mientras los demás se preparan, ante su ejemplo, a seguir sus pasos.
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Pero, contra la apariencia, la cosa no termina ahí. Al aplicarle, así fuera sin su consentimiento, la eutanasia, porque eso es lo que en un acto compasivo hace (provocar la muerte de quien padece una dolencia terminal para evitar que sufra), Bromden le devuelve la dignidad a la muerte de Randle, a quien ya la red psiquiátrica y sus áulicos han sumido en la indignidad. Por fortuna, nunca faltarán seres con oficio de hombre (Rossellini), como el Chief, para quienes siempre chocará el orgullo de la vida vs. la infamia de la muerte; la rebeldía vs. el conformismo; la entereza/integridad vs. la debilidad/vileza. Y la postura antipsiquiátrica enfrentada a una psiquiatría basada en el interés monetario, el sufrimiento de las personas, la reducción del sujeto de la Historia a sujeto del Sistema, con mayúscula, porque no se habla de cualquier “sistema” sino del Sistema (in)Mundo que hoy manda (mal) por donde quiera.
Una psiquiatría empeñada en aniquilar humanos mediante el recurso a la droga, a la lobotomía, a la terapia electroconvulsiva (TEC), tratamiento psiquiátrico en el que se inducen convulsiones mediante el uso de la electricidad. Usada con mayor frecuencia para tratar cuadros de depresión alta, que no responden a otros tratamientos; también, la manía o ese ánimo irregular por eufórico, expansivo y/o irritable que puede ir al lado de síntomas psicóticos, catatonia, esquizofrenia y otros trastornos mentales. Como los que se ven venir en estas épocas del virus/negocio apartheidista, toque de queda planetario, chip subcutáneo y vacuna obligatoria: tanto para que toda persona pueda obtener un trabajo, como para viajar al exterior. La TEC empezó a usarse en la década de 1930; hoy, en el mundo, cerca de un millón de personas la recibe cada año, de seis a 12 tratamientos, dos a tres veces por semana.
Sistema que, hoy, detrás del virus elabora el diktat orbital, decreta el confinamiento global, aplica sin excepción la vacuna pensada de antemano, con su chip que modifica ADN y conciencia de los humanos, hasta volverlos borregos u ovejas, mientras los reduce a nivel mundial “en un 10% o 15%”, según el “filántropo” Bill Gates, tal como advirtió en 2016 en una charla TED. (8) Con esa prepotencia natural inherente a los (que se creen) poderosos, en su actuar frente a los (que no son) débiles. A los que a punta de mala prensa diezman, mientras pisotean su dignidad, pervierten sus logros, en fin, trastornan/dañan sus cabezas cuando no pueden cambiarles el corazón, vía nobleza. Quizás porque nobleza es la última virtud que asiste a los nobles, así como la democracia la última en llegar a EEUU, aunque Leonard Cohen insista, con ironía, en que “la democracia está llegando a EEUU”. (9) Pero, se sabe, ni la traición ni las promesas prosperan, cuando de por medio hay políticos, bichos cuyo cerebro límbico parece diseñado para el abuso/oportunismo, en abierta alianza con el capitalismo, al que es inútil agregarle “salvaje” porque de suyo lo es: así como es mezquino/miserable.
De tal modo han sido tratados los indios en EEUU, y si no que lo diga Marlon Brando en Las canciones que mi madre me enseñó, en torno a la última masacre (1890), episodio filmado por Yves Simoneau en Bury My Heart at Wounded Knee: “El ataque a los indios continuó en el siglo XX, pero de una forma distinta. Cuando yo iba a la escuela en los años 30 —apenas 40 años después de que el ejército hubiera aniquilado a más de 300 hombres, mujeres y niños oglala sioux en Wounded Knee, en Dakota del Sur— la mayor parte de los libros de texto dedicaba a los indios dos o tres párrafos que los describían como una raza de bárbaros y feroces salvajes sin rostro. Desde las novelas baratas hasta las películas, la cultura popular ha reafirmado nuestra falsa caricatura de los indios; el convertirlos en demonios los ha deshumanizado y, por añadidura, ha elevado a la categoría de héroes populares a asesinos de indios como Daniel Boone, Andrew Jackson y Kit Carson. Desde su nacimiento, Hollywood difamó a los indios en películas como El prófugo. John Wayne probablemente causó más daño a los indios que el general Custer en toda su vida, al proyectar la imagen estúpida de un blanco valiente que lucha en la frontera contra los salvajes ateos. Hollywood necesitaba malos, y los indios pasaron a ser la personificación del mal. Pero el trato que hemos dado a los indios solo es un hilo del tapiz formado por la depravación humana. Además de la extraordinaria capacidad del hombre para pensar, existe un aspecto irracional de su mente que lo lleva a desear la destrucción en nombre de lo que considera su propia raza [la única: la Humanidad]. Darwin describió [antes, Lamarck] la necesidad instintiva, en los individuos de todas las especies, de proteger y perpetuar su propio grupo, pero el ser humano es el único animal que conozco que causa daño conscientemente a otros individuos de su propia especie. Cuando era joven y ayudaba a recaudar fondos para Israel [¿por qué no para Palestina?], quedé desconcertado por lo que en aquel momento era para mí un gran misterio: cómo era posible que alemanes en apariencia normales y corrientes ametrallaran a niños inocentes o encerraran a miles de personas en las cámaras de gas. Parecía increíble que los seres humanos pudieran hacerse semejantes cosas. Pero, a lo largo de mi vida ha quedado claro que somos capaces de cualquier cosa en nombre de nuestro propio grupo; se trata de una animosidad inmutable, es el resultado de millones de años de evolución.” (10) No, Mr. Brando, de involución. Y disculpe el prurito aclaratorio, para que no se repitan los errores de la guerra. McNamara en su Lección N° 2 (de 13), La racionalidad no nos salvará, sobre lo sabido, la guerra acaba cuando ya ha pasado por pueblos y ciudades sembrando muerte y destrucción: “Pues esa es la lógica de la guerra. Si la gente no muestra sabiduría, chocará como topos ciegos y comenzará la aniquilación mutua.” Así lo reitera el documental The Fog of War. (11)
O si no que lo diga el Chief que voló sobre el nido del cuco (o del manicomio), en, apenas, tres momentos que descubren/revelan el carácter de cuasi animales que se ha asignado al indio y al cual se resiste; la relativa o total anonimia que han recibido las mujeres de las tribus originarias; el papel jugado por los indios en la escala de movilidad social ascendente dentro de USA y abUSA. País que, entre sus logros más tétricos, tiene el de haber asesinado a 100 millones de indios, genocidio del cual, por mera inferencia numérica, el holocausto judío, de seis, resulta un tanto menos grave, aun siendo, en todo caso, terrible: “Ugh. Un indiecito tiene que aprender a sobrevivir con lo que encuentre, con tal de que consiga comerlo antes de que le devore a él. No somos indios. Somos personas civilizadas y vale más que no lo olvides”. […] “Mamá se llama Bromden. Sigue llamándose Bromden. […] Juro que serás el mayor tonto del mundo si crees que una buena cristiana adoptará un nombre como Tee Ah Millatoona. Tú naciste con un nombre, muy bien, yo también nací con uno. Bromden, Mary Louise Bromden. Y cuando nos traslademos a la ciudad, dice Papá, ese nombre nos será útil para conseguir la cartilla de la Seguridad Social. La maestra me ha dicho que eres inteligente, muchacho, llegarás a ser algo… ¿A ser qué, Papá? ¿Un tejedor de alfombras como el Tío-Lobo-Corredor-y-Saltarín? ¿Un cestero? O tal vez otro indio borracho. (Kesey: 230-231) Tres momentos que ayudan a dilucidar el rol asignado al negro/diferente/judío, homosexual e indio, entre otras minorías, dentro de la s(u)ciedad blanca. También, de modo eventual, por qué solo en la novela el narrador es un indio, no en el filme: tal vez no sea un sesgo racista de Forman, ni presiones de los productores por ídem razón, sino exigencias propias del Star System o la vieja incidencia del blanco: su belleza/juventud y vanidad, que tan relevante papel tuvieron, a propósito, dentro del mal llamado movimiento de la Nouvelle Vague, como sí lo fue el Free Cinema, con el Manifiesto ¡Salga y empuje! (1956), de L. Anderson (12), o el Nuevo Cine Alemán, con el Manifiesto de Oberhausen (1962), de Alexander Kluge et al. (13)
Lo que parece una decisión oficial, la de aplicar, por su comportamiento agresivo/insultante hacia Ratched, una lobotomía, en la novela es sugerencia suya; he ahí el poder perverso que el patriarcado (así Harding diga a Cheswick: “Aquí sufrimos un matriarcado […] y el doctor está tan indefenso como nosotros mismos”: Kesey, 51) da a la mujer para usarla y que cargue con el occiso: “—Yo no estaba sugiriendo que considerásemos nuevos tratamientos de choc, señor McMurphy. —¿Señora? —Lo que sugería era que… considerásemos una posible operación. Algo muy simple, en realidad. Y contamos con algunos éxitos en este campo, en otras ocasiones conseguimos eliminar las tendencias agresivas en algunos casos hostiles…” (Kesey: 236-237) Como en el que el paciente deriva en abierto retador del Sistema, según señala Chief, tras la lobotomía que convierte a R. P. en una piltrafa difícil de reconocer: “Los observé e intenté adivinar qué habría hecho él. Sólo estaba seguro de una cosa: él no hubiera permitido que un monigote como ése permaneciera allí, […], con una etiqueta con su nombre [MCMURPHY RANDLE. P. POSOPERATORIO. […] LOBOTOMÍA], durante veinte o treinta minutos, para que la Gran Enfermera pudiera señalarlo como ejemplo de lo que les puede ocurrir a los que desafían al sistema. De eso estaba seguro”. (Kesey: 262)
Un luchador en nombre de sus opiniones y un amor puro entre hombres
Finalmente, cuando Chief Bromden piensa en dirigirse a Canadá, cree que primero hará una parada frente al río Columbia, sin dejar de cavilar tal vez en los estigmas que, desde tiempos inmemoriales, caen sobre el indio, pereza y alcoholismo: “Echaré un vistazo por Portland, Hood River y Los Rápidos para ver si encuentro a algunos de los chicos del pueblo a quien no haya idiotizado la bebida. Me gustaría saber qué ha sido de su vida desde que el gobierno intentó comprarles su derecho a ser indios”. Sin que lo diga Bromden, desde el Tratado Laramie, de 1868, que luego fue roto como cualquier promesa política tanto por legisladores, gobernantes, como por colonos blancos, que terminaron por apropiarse de las tierras y los recursos más ricos del país del Tío Sam, ese desgraciado que no tiene padre ni madre, porque hace rato cambió los papeles con la que hasta 1776 fue considerada su madre y que Harold Pinter llama la “perrita faldera inglesa”: la actual mascota de los Estados (H)un(d)idos.
Así queda claro que los indios no son tontos/mentirosos, ni arrodillados al Sistema, ni caricaturas (Brando), sino que a través del tiempo los gobiernos gringos se han encargado de aniquilarlos uno por uno, masacre por masacre, para que, al fin, aprendan a no desafiar —como si lo aceptaran— al Sistema (in)Mundo, con su capitalismo huérfano de piedad y padre, no tío, de violencia, guerra, muerte. De injusticia y corrupción. Un indio, óigase bien, ha narrado con sensatez la novela que originó un filme en el que un blanco, por razones de la industria, McMurphy, narra una historia de vida (natural) en medio de la muerte (química). Una vez Bromden lo sacrifica, queda esculpido para siempre: símbolo de la antipsiquiatría y sus experimentos como los de drogas (codeína, prometazina, demerol) o terapias como la electro/convulsiva/choque (en la novela la sufre Bromden; en el filme, McMurphy), devolviéndole la dignidad a unas vidas segadas por la codicia transnacional de la industria farmacéutica (que hoy, vía OMS/Bill Gates, va en camino de arrasar con media humanidad, a través del virus/negocio, su vacuna obligatoria, sus métodos de coerción biopolíticos).
Antes de concluir, dedico las palabras finales del ¡Salga y empuje!, de Anderson, a Forman por su hazaña audiovisual, a Kesey por su epopeya literaria: “Por su propia naturaleza, el artista estará siempre en conflicto con el hipócrita, el mezquino, el reaccionario, y siempre habrá alguien que no comprenda la importancia de lo que está haciendo: siempre deberá luchar en nombre de sus opiniones. Pero la única cosa cierta es que el futuro está de parte de los valores humanos y de su concreta aplicación en nuestra sociedad. Todo lo que debemos hacer es creer en estos valores”. (14) ¿Quién, en cambio, podría creer en unos (anti)valores como los que hoy se propagan/difunden en Fosa Común, donde solo resuenan los ecos de una masacre y no la alegría de un acto cultural? ¿O en un despistado/dirigido que todos los días a las seis O’clock nada comunica porque está apenas interesado en seguir el guion dictado dentro de un muro de muerte, que para cierto partido/quebrado es clave como factor de polarización? ¿Quién podría dudar de que estamos en una capilla de la que solo salen baladas tristes de trompeta, nadie escucha y no se logra un diálogo porque, aparte de que la epidemia/pandemia separatista lo anula de entrada, la polémica resulta sinónimo de muerte o un simple juego entre quienes evitan de antemano todo compromiso personal para que solo las hienas no sigan comiéndose entre sí? ¿Quién podría negar que comunicar significa hablar de la realidad actual o que, otra voz, hoy no es pertinente hablar con franqueza, de lo cual deriva un aire irrespirable, pletórico de hipótesis en torno a la banalidad y lo obvio y a quien es demasiado abierto o concreto se le estigmatiza por exhibicionismo o mal gusto, castrochavismo o mamertismo y demás eufemismos/estupideces salidos de quienes acusan?
Miloš Forman ha realizado una hazaña que, aun narrada por el blanco, al final no puede ocultar la epopeya que, en clave de perennidad, el mucho indio Bromden sella bajo la impronta de la alegría, la dignidad, la voluntad de ser feliz y, a la vez, por contraste, la de negarse a la muerte. Chief no es indiferente ni, por ende, perezoso, de ahí que no lo habite, jamás, el desamor. Tampoco es haragán, porque no descuida lo que ama. Porque sí, él ama a McMurphy, en el mismo sentido en que, para Fassbinder, los protagonistas del filme basado en la novela, con el mismo título, de Alfred Döblin, se aman en Berlin Alexanderplatz (15): “Y no se trata para nada de algo sexual entre personas de un mismo sexo. Franz Biberkopf y Reinhold [Hoffman] no son de ningún modo homosexuales. No, lo que hay entre ellos no es ni más ni menos que un amor puro, no amenazado por nada social. Es decir, es eso y nada más. Pero, naturalmente los dos, Reinhold todavía más que Franz, son seres sociales, y como tales no están […] en posibilidad siquiera de entender, no digamos […] de aceptar ese amor, […] así simplemente, de llegar a ser más ricos y felices en un amor, que además muy pocas veces se da entre los hombres”. Ellos, como Chief y McMurphy, se aman, en efecto, sin el menor asomo de homosexualidad a la vista. Pero, para que no vayan a molestarse las presas o víctimas del prejuicio, si así fuera, tampoco habría problema. Se trata, a la postre, de un asunto de afecto/tolerancia no de intolerancia/desamor y, más allá, de una experiencia de vida en medio de la muerte no natural sino provocada de antemano y con dolo, por la psiquiatría.
A Valentina, por su conmovedora e irrefutable voluntad de ser feliz.
A Santiago, por no ser haragán ni perezoso y sobre todo por cuidar lo que ama.
A Marthica, por su música, motor de (mi) vida, y a Rosario, por todo lo que nos une aún.
Notas y Bibliografía:
*Cashman, John. El fenómeno LSD. Barcelona, Plaza & Janés, 1968, 190 pp.: 81.
(1) Kesey, Ken. Alguien voló sobre el nido del cuco. PDF: p. 230, de 265.
https://freeditorial.com/es/books/alguien-volo-sobre-el-nido-del-cuco
(2) https://culturacolectiva.com/letras/los-100-mejores-libros-segun-time
(3) Camus, Albert. La muerte feliz. Noguer, Barcelona, 1971, 196 pp.: 148.
(4) http://socompa.info/social/por-una-argentina-sin-manicomios/
(5) https://vimeo.com/294698783
(6) https://www.psyciencia.com/muere-el-dr-szasz-psiquiatra-que-lidero-el-movimiento-antipsiquiatria/
(7) https://www.youtube.com/watch?v=SvITgs6e9lU&t=151s
(8) https://www.youtube.com/watch?v=8bZ82IFSC6k
(9) https://www.youtube.com/watch?v=ltxgSePnmTU
(10) Brando, Marlon; con la colaboración de Lindsey, Robert. Las canciones que mi madre me enseñó. Anagrama, Barcelona, 2000, 465 pp.: 384-385.
(11) https://www.youtube.com/watch?v=K_IsdzW6_wg
(12) http://ecos-de-sociedad.blogspot.com/2013/10/los-jovenes-airados-free-cinema.html
(13) https://proyectoidis.org/manifiesto-de-oberhausen/
(14) https://es.scribd.com/document/431686903/SALGA-Y-EMPUJE
FICHA TÉCNICA: Título original: One Flew Over the Cuckoo’s Nest. Español: Alguien voló sobre el nido del cuco o Atrapado sin salida. País: EEUU. Año: 1975. Género: Comedia negra/Drama cómico/Thriller psicológico. Formato: 35 mm; color; 133 min. Dir.: Miloš Forman. Guion: Bo Goldman/Lawrence Hauben, según la novela homónima de Ken Kesey. Fot.: Haskell Wexler/Bill Butler. Mús.: Jack Nitzsche. Mon.: Richard Chew/Sheldon Kahn/Lynzee Klingman. Int.: Jack Nicholson (R. P. McMurphy); Louise Fletcher (Mildred Ratched); Will Sampson (Chief Bromden) Danny DeVito (Martini); Christopher Lloyd (Max Taber); Brad Dourif (Billy Bibbit); Dean R. Brooks (Dr. John Spivey); William Duel (Jim Sefelt); William Redfield (Dale Harding); Sydney Lassick (Charlie Cheswick); Vincent Schiavelli (Frederickson); Scatman Crothers (Orderly Turkle); Peter Brocco (Colonel Matterson). Prod.: Fantasy Films. Dist.: United Artists/Warner Bros. Estreno: 19 de noviembre de 1975. Premios nacionales e internacionales: 5 Oscar; 6 Globos de Oro; 6 Bafta ingleses, todos ellos obtenidos en 1976.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Corresponsal de Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, coautor Luís E. Soares, fue publicado por UFES (Edufes, 2020). Autor, traductor y coautor, con LES, en portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com