Azul Klein o la reinvención del ultramarino
Presentamos la tercera entrega de la serie “Historias a color”, en la que exploramos el origen y desarrollo de distintos tonos.
Andrea Jaramillo Caro
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Corría el año de 1947 cuando el artista francés Yves Klein declaró, desde una playa en Niza, en el sur de Francia, que “el cielo azul es mi primera obra de arte”. Estaba con dos amigos, tenía 19 años, e igual a como en la mitología griega se dice que Zeus, Poseidón y Hades se dividieron el mundo, los tres jóvenes decidieron hacer lo mismo. “Arman (Armand Fernández) asumió el mando del reino animal, Claude (Claude Pascal) reunió para sí la seguridad de todas las plantas e Yves definió su reino, el mineral, como el vacío azul del cielo lejano”, escribió el crítico de arte Thomas McEvilley en su libro Yves Klein: conquistador del vacío.
Resaltar los colores fue una de sus metas con sus obras, y con este objetivo desarrolló múltiples trabajos monocromáticos, entre los cuales resalta el uso del azul. Un tono tan intenso y vibrante fue el que obsesionó al francés, tanto que para adquirir la saturación y calidad que él requería tuvo que crear su propio material. Se le conoce como International Klein Blue al color que el artista francés desarrolló en 1956.
Klein, quien influyó ampliamente en el arte del performance, el arte conceptual y era líder en el movimiento artístico del Nuevo Realismo, tenía una genuina preocupación por los colores. Era casi una práctica espiritual derivada del judo en Japón, entre 1948 y 1952, su conexión con principios budistas y su interés por la filosofía de la orden esotérica Rosacruz. Sin embargo, su obsesión con el color azul pudo haberse originado de la religión que profesaba como católico devoto, en la cual el azul ultramarino tomó protagonismo durante la Edad Media y el Renacimiento para representar eternidad y piedad, pero hablaremos de este color más adelante.
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A pesar de que las obras monocromáticas de Klein poco tienen que ver con la cristiandad, sus palabras sí reflejan una devoción profunda al significado del color y lo que puede suscitar en el público. Luego de “firmar el cielo” en aquella playa de la costa francesa, Klein comenzó su travesía en la exploración monocromática. Solía decir que “cuando hay dos colores en un cuadro, hay una lucha; el espectador puede extraer placer refinado del espectáculo permanente de esta lucha entre dos colores en el ámbito psicológico y emocional y tal vez extraer placer refinado, pero no es menos morboso desde el punto de vista puramente filosófico y humano”. Consideraba el color como un individuo con carácter y personalidad, y quería que su audiencia “entrara en un mundo de color” observando cómo el objeto se llenaba con el tono de su preferencia.
Su primera exhibición individual fue en París, en 1955, pero fue solo un año más tarde cuando comenzaron sus experimentos con polímeros y pigmentos para crear su color característico. El propósito de Yves Klein no era crear otro color, “las razones que tuvo Klein para buscar el azul más vibrante y puro posible tenían su origen en un temprano fracaso que sufrió como artista. Creyendo que podía utilizar el color puro para expresar la esencia espiritual perfecta del sentimiento humano, montó dos exposiciones consecutivas en 1955 y 1956 de lienzos monocromos, cada uno de ellos de un único color sólido y puro. Los cuadros fueron incomprendidos. El público los veía como decoración y no como expresiones abstractas de emoción pura. Tras reflexionar un poco, Klein decidió que quizá la incomprensión se debía a que había realizado monocromos de múltiples colores diferentes, lo que confundía a los espectadores. Así que decidió centrarse en un solo color para su siguiente exposición”, escribió Phillip Barcio en la revista Ideelart.
Klein consideraba el azul como un color profundo, y entonces eligió el pigmento que tanto codiciaban los artistas y patrones de la Edad Media y el Renacimiento para crear su siguiente exposición. Seleccionó el azul ultramarino, pero se encontró con un problema técnico, el color perdía su carácter al ponerlo sobre un lienzo u objeto.
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Ese pigmento, que se puede apreciar en ciertos detalles o, más famosamente, en el manto de la Virgen María en diferentes obras de arte a lo largo de la historia, era uno de los más caros para producir. No es gratuito que en su nombre lleve la palabra “ultramarino”, pues la materia prima de este azul llegaba de ultra mar a Europa y era tan costosa, que en los contratos los artistas debían especificar exactamente la cantidad de pigmento que utilizarían.
El origen de este pigmento se encuentra bajo tierra en las piedras semipreciosas de lapislázuli, las cuales eran sacadas de minas en Afganistán y luego llevadas hasta el estudio del artista. El color que producían estas piedras fue descrito por Cennino Cennini en su libro Il libro dell’arte como “ilustre, hermoso y perfectísimo, más allá de todos los demás colores; no se podría decir nada de él, ni hacer nada con él, que su calidad no superase”.
Tuvieron que pasar siglos antes de que el azul ultramarino pudiera ser producido de forma sintética, por lo que durante años mantuvo su alto precio. En 1806, finalmente, se descifró su composición química. Dos franceses, Clément y Désormes, lograron esta hazaña. En 1828 llegó el momento que cambiaría la historia de este color, pues J. B. Guimet desarrolló un proceso económico para producir azul ultramarino de forma sintética.
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Con este panorama trabajó Yves Klein, y en 1956 consiguió la ayuda del químico y proveedor de pinturas de arte, cuya tienda sigue abierta en Montparnasse, Edouard Adam, para traer su idea de un color puro y vibrante a la vida. Utilizaron acetato de polivinilo, un aglutinante de resina sintética que suspende el color y permite mantener su intensidad cromática, para lograr el objetivo de Klein. “Resultó de una combinación de acetato de polivinilo incolora llamada Rhodopas M60A (originalmente un impermeabilizante sintético para mapas), una pizca de alcohol y pigmento ultramarino que conservaba la ‘extraordinaria vida autónoma’ del azul”, escribió la artista Sarah Pettitt. En 1960, oficialmente, nació el International Klein Blue, cuando el artista francés depositó en un Enveloppe Soleau el registro con la fórmula con la que había creado su color en el Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual de Francia. Esto no constituía una patente, solamente el registro de la fecha de una invención, y Klein nunca llegó a patentar el International Klein Blue con el que pintó lienzos, bustos, esculturas, esponjas y más objetos que constituyen 200 obras que realizó antes de su muerte, en 1962.