Ají cultura
Foto: Cortesía
Un pastor bautista me confesó que en el patio de su iglesia tiene un arbusto de ají al que cariñosamente se refiere como “la zarza ardiente”. Asegura que no lo plantó, avergonzado por su frivolidad. Culpa a una feligresa que, en las mañanas antes de misa, prepara encurtidos de ají canasto para vender a la orilla de la carretera de la isla de San Andrés, cuyo vestido de domingo queda espolvoreado con semillas, que ella luego va esparciendo por donde pasa como una involuntaria forma de caridad cristiana.