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Beethoven, la Novena Sinfonía y una ética universal

A 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven, recogemos la historia de la Novena Sinfonía y su relación con el espíritu romántico de la época. “El idioma de Dios”, así definió Beethoven la música.

María Paula Lizarazo
16 de diciembre de 2020 - 05:22 p. m.
Ludwig van Beethoven compuso la Novena Sinfonía entre 1822 y 1824. / Cortesía AP
Ludwig van Beethoven compuso la Novena Sinfonía entre 1822 y 1824. / Cortesía AP

En el centro de la pequeña ciudad de Bonn hay una estatua en su honor que sugiere que los 250 años de su nacimiento no son tan lejanos. Ludwig van Beethoven, es el hombre que, en palabras de Laura Tunbridge, autora de Beethoven: un vida en nueve piezas, “de muchas maneras revolucionó el alcance de la música en términos de sonido y volumen, su ambición y la idea de que esta puede expresar ideas y sentimientos; (demostró que la música) es algo profundo”.

Beethoven imprimió en la música un sentido político de la vida: en uno de sus momentos más difíciles, ya sordo en lo absoluto, adaptó la Oda a la alegría de Schiller, ese canto de hermandad en el que la voz humana antepuso por primera vez en la música sinfónica la comunión, la salvación conjunta, el destino colectivo, la fe.

Fue un hombre enfermo y solidario. Estuvo sometido a tratamientos que agravaron sus malestares. En el documental Diseccionando a Beethoven, el neurocirujano Henry Marsh describe que sufrió una “enfermedad inflamatoria intestinal, síndrome del intestino irritable, diarrea violenta, enfermedad de Whipple, depresión crónica, envenenamiento de mercurio e hipocondriasis”, y aunque no hay una relación clara entre estos diagnósticos y su sordera, se sabe que se fue quedando sordo al mismo tiempo que empezó a padecer aquello encontrado por Marsh. Un día después de su muerte le hicieron una autopsia en la que hallaron su abdomen inflamado y el hígado de un cuarto del tamaño normal, lo que indicó una cirrosis por el alcohol. La mayor parte de su vida tuvo dolencias físicas y conflictos con Dios por tal sufrimiento.

A Beethoven lo bautizaron el 17 de diciembre de 1770, un día después de su nacimiento, en la Iglesia de San Remigio. Del catolicismo tomó los patrones de los ritmos que halló en los salmos y en ciertos himnos de la Iglesia. Cuando compuso su Missa Solemnis (entre 1819 y 1823) le preguntaron si pretendía que sonara en una iglesia o en un auditorio: “Mi objetivo principal es despertar e infundir permanentemente sentimientos religiosos no solo en los cantantes sino también en los oyentes”, respondió.

En 1802, cuando tenía 32 años, les escribió una carta a sus hermanos, un documento que se ha conocido como el Testamento de Heligenstadt: “... hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado”, y añadió que le tocaba “vivir lejos del mundo, en solitario (…) Debo vivir como un proscrito. Si me acerco a la gente, me atenaza en seguida una angustia terrible: la de exponerme a que adviertan mi estado (…) ¡Ah! cómo confesar la debilidad de un sentido que en mí debería existir en un estado de mayor perfección, en un nivel de perfección tal que muy pocos músicos la hayan conocido”.

Sin embargo, nunca la envió. La música fue su esperanza, no su rendición. Asumió su vida desde el diálogo y el conflicto con Dios, como lo atestiguan sus escritos. Siempre tuvo fe, pero nunca fue ortodoxo. Entendió su sentido musical como una fuerza de combate con la que podía exceder aquello que le aquejaba.

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Desde niño, su padre alcohólico lo despertaba a la media noche a practicar algún instrumento. Quería que fuera el nuevo Mozart. Y si el niño entre dormido se equivocaba en las notas, recibía un golpe.

Cuando cumplió 17 años llegó a Viena a recibir lecciones de Joseph Hayden. Allí conoció a Mozart, tan admirado y añorado por su padre, quien diría sobre Beethoven: “Recuerden su nombre, este joven hará hablar al mundo”. Hayden, Mozart, Beethoven, tres hombres de fe, tres románticos, dotando la historia de la música de sus propios sentires: la transición entre el clasicismo y el romanticismo.

Beethoven se volvería un héroe romántico: convertiría su sufrida sordera, su silencio inimaginable, en música. En 1822, once años después de que notara que se quedaba sordo, empezó a componer su gran sinfonía, la novena, la de la Oda, aquella en la que la voz digna del hombre se fusiona con la alegría de la comunión. La Novena Sinfonía sería su composición más larga. Se necesitan 150 músicos para entonarla.

Aunque Beethoven no podía escuchar el mundo, nada confirma que en su mente la música se hubiera diluido, ni que hubiera perdido el potencial de imaginar.

Dos años después, el 7 de mayo de 1824, estrenó en el Kärntnertortheater de Viena su composición. La película Copying Beethoven (2006) se basa en que en el estreno, los músicos tenían la orden de seguir a Schuppanzigh, un director que estaba en la sombra. Tan pronto acabó, Beethoven no volteó a mirar al público. Temía que su obra no se hubiera entendido. El auditorio por completo lo observaba. Él permanecía con los ojos puestos en las partituras, dejando que los segundos, como los nervios, pasaran. Un solista fue y lo tomó del brazo y lo volteó de cara al público. Otra versión indica que Beethoven no se percató de que la composición había terminado y siguió dirigiendo. Recibió aplausos de pie, algunos espectadores lloraron; los aplausos no cesaron en un buen rato, como no han cesado en dos siglos.

Un crítico escribiría al día siguiente, en una crónica recogida por el portal eldebatedehoy.es: “Fue una impresión en verdad imponente y grandiosa: el aplauso que se tributó al autor fue inenarrable, reconocimiento al genio que nos ha descubierto un nuevo mundo. No se puede llegar a más”.

Beethoven volvió su propia tragedia una sinfonía universal. Su añoro de redención contra el sufrimiento, fue un canto por la comunión pactado por la voz del hombre. Entendió la música como el lenguaje de Dios. Y se entendió a sí mismo, decía, como un instrumento para expresar la humanidad.

Esta sinfonía fue un espíritu y una ética que apenas en1824 llenaría de música el siglo XX a venir, no tanto en los conservatorios y discos, como en momentos históricos: en 1989 la caída del Muro de Berlín se celebró con la Novena Sinfonía de Beethoven.

Por María Paula Lizarazo

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Aldemar(14308)16 de diciembre de 2020 - 08:07 p. m.
No hay ninguna evidencia histórica de algún encuentro entre Mozart Y Beethoven, pero sí muchas leyendas. De otro lado, para hablar de la grandeza musical de Beethoven hay que investigar en profundidad su música y el contexto histórico. Eso de que "Beethoven se volvería un héroe romántico: convertiría su sufrida sordera, su silencio inimaginable, en música." es pura palabrería insulsa!
  • humberto jaramillo(12832)17 de diciembre de 2020 - 03:39 a. m.
    Realmente, como todo en la vida, no todo es para todos. Le recomiendo que escuche a Beethoven dirigido e interpretado tanto musical como conceptualmente por Daniel Barendoim. Lo encuentra en Youtube
Joan666(83831)16 de diciembre de 2020 - 06:03 p. m.
Un grande de la música, recuerdo que de niño casi no escuchaba música, pero cuando escuche las composiciones de beethoven fue un momento agradable para mi y en toda mi inocencia, fue tanto el impacto que todavía me acuerdo.
  • Sergio(lg2ro)16 de diciembre de 2020 - 06:19 p. m.
    Mañana habrá un especial de su novena sinfonía. Comparto el enlace. https://www.catamusical.live/optin-novena
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