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                                                                                                                                  Beethoven, la Novena Sinfonía y una ética universal

                                                                                                                                  A 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven, recogemos la historia de la Novena Sinfonía y su relación con el espíritu romántico de la época. “El idioma de Dios”, así definió Beethoven la música.

                                                                                                                                  María Paula Lizarazo

                                                                                                                                  Ludwig van Beethoven compuso la Novena Sinfonía entre 1822 y 1824. / Cortesía AP
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Beethoven imprimió en la música un sentido político de la vida: en uno de sus momentos más difíciles, ya sordo en lo absoluto, adaptó la Oda a la alegría de Schiller, ese canto de hermandad en el que la voz humana antepuso por primera vez en la música sinfónica la comunión, la salvación conjunta, el destino colectivo, la fe.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  A Beethoven lo bautizaron el 17 de diciembre de 1770, un día después de su nacimiento, en la Iglesia de San Remigio. Del catolicismo tomó los patrones de los ritmos que halló en los salmos y en ciertos himnos de la Iglesia. Cuando compuso su Missa Solemnis (entre 1819 y 1823) le preguntaron si pretendía que sonara en una iglesia o en un auditorio: “Mi objetivo principal es despertar e infundir permanentemente sentimientos religiosos no solo en los cantantes sino también en los oyentes”, respondió.

                                                                                                                                  BEETHOVEN: 9na. Sinfonía ("Oda a la Alegría"). Finale

                                                                                                                                  En 1802, cuando tenía 32 años, les escribió una carta a sus hermanos, un documento que se ha conocido como el Testamento de Heligenstadt: “... hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado”, y añadió que le tocaba “vivir lejos del mundo, en solitario (…) Debo vivir como un proscrito. Si me acerco a la gente, me atenaza en seguida una angustia terrible: la de exponerme a que adviertan mi estado (…) ¡Ah! cómo confesar la debilidad de un sentido que en mí debería existir en un estado de mayor perfección, en un nivel de perfección tal que muy pocos músicos la hayan conocido”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Le sugerimos leer Beethoven y Napoleón Bonaparte

                                                                                                                                  Desde niño, su padre alcohólico lo despertaba a la media noche a practicar algún instrumento. Quería que fuera el nuevo Mozart. Y si el niño entre dormido se equivocaba en las notas, recibía un golpe.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Cuando cumplió 17 años llegó a Viena a recibir lecciones de Joseph Hayden. Allí conoció a Mozart, tan admirado y añorado por su padre, quien diría sobre Beethoven: “Recuerden su nombre, este joven hará hablar al mundo”. Hayden, Mozart, Beethoven, tres hombres de fe, tres románticos, dotando la historia de la música de sus propios sentires: la transición entre el clasicismo y el romanticismo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Beethoven se volvería un héroe romántico: convertiría su sufrida sordera, su silencio inimaginable, en música. En 1822, once años después de que notara que se quedaba sordo, empezó a componer su gran sinfonía, la novena, la de la Oda, aquella en la que la voz digna del hombre se fusiona con la alegría de la comunión. La Novena Sinfonía sería su composición más larga. Se necesitan 150 músicos para entonarla.

                                                                                                                                  Aunque Beethoven no podía escuchar el mundo, nada confirma que en su mente la música se hubiera diluido, ni que hubiera perdido el potencial de imaginar.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Dos años después, el 7 de mayo de 1824, estrenó en el Kärntnertortheater de Viena su composición. La película Copying Beethoven (2006) se basa en que en el estreno, los músicos tenían la orden de seguir a Schuppanzigh, un director que estaba en la sombra. Tan pronto acabó, Beethoven no volteó a mirar al público. Temía que su obra no se hubiera entendido. El auditorio por completo lo observaba. Él permanecía con los ojos puestos en las partituras, dejando que los segundos, como los nervios, pasaran. Un solista fue y lo tomó del brazo y lo volteó de cara al público. Otra versión indica que Beethoven no se percató de que la composición había terminado y siguió dirigiendo. Recibió aplausos de pie, algunos espectadores lloraron; los aplausos no cesaron en un buen rato, como no han cesado en dos siglos.

                                                                                                                                  Un crítico escribiría al día siguiente, en una crónica recogida por el portal eldebatedehoy.es: “Fue una impresión en verdad imponente y grandiosa: el aplauso que se tributó al autor fue inenarrable, reconocimiento al genio que nos ha descubierto un nuevo mundo. No se puede llegar a más”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Beethoven volvió su propia tragedia una sinfonía universal. Su añoro de redención contra el sufrimiento, fue un canto por la comunión pactado por la voz del hombre. Entendió la música como el lenguaje de Dios. Y se entendió a sí mismo, decía, como un instrumento para expresar la humanidad.

                                                                                                                                  Esta sinfonía fue un espíritu y una ética que apenas en1824 llenaría de música el siglo XX a venir, no tanto en los conservatorios y discos, como en momentos históricos: en 1989 la caída del Muro de Berlín se celebró con la Novena Sinfonía de Beethoven.

                                                                                                                                  Ludwig van Beethoven compuso la Novena Sinfonía entre 1822 y 1824. / Cortesía AP
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Beethoven imprimió en la música un sentido político de la vida: en uno de sus momentos más difíciles, ya sordo en lo absoluto, adaptó la Oda a la alegría de Schiller, ese canto de hermandad en el que la voz humana antepuso por primera vez en la música sinfónica la comunión, la salvación conjunta, el destino colectivo, la fe.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  BEETHOVEN: 9na. Sinfonía ("Oda a la Alegría"). Finale

                                                                                                                                  En 1802, cuando tenía 32 años, les escribió una carta a sus hermanos, un documento que se ha conocido como el Testamento de Heligenstadt: “... hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado”, y añadió que le tocaba “vivir lejos del mundo, en solitario (…) Debo vivir como un proscrito. Si me acerco a la gente, me atenaza en seguida una angustia terrible: la de exponerme a que adviertan mi estado (…) ¡Ah! cómo confesar la debilidad de un sentido que en mí debería existir en un estado de mayor perfección, en un nivel de perfección tal que muy pocos músicos la hayan conocido”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Le sugerimos leer Beethoven y Napoleón Bonaparte

                                                                                                                                  Desde niño, su padre alcohólico lo despertaba a la media noche a practicar algún instrumento. Quería que fuera el nuevo Mozart. Y si el niño entre dormido se equivocaba en las notas, recibía un golpe.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Beethoven se volvería un héroe romántico: convertiría su sufrida sordera, su silencio inimaginable, en música. En 1822, once años después de que notara que se quedaba sordo, empezó a componer su gran sinfonía, la novena, la de la Oda, aquella en la que la voz digna del hombre se fusiona con la alegría de la comunión. La Novena Sinfonía sería su composición más larga. Se necesitan 150 músicos para entonarla.

                                                                                                                                  Aunque Beethoven no podía escuchar el mundo, nada confirma que en su mente la música se hubiera diluido, ni que hubiera perdido el potencial de imaginar.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Dos años después, el 7 de mayo de 1824, estrenó en el Kärntnertortheater de Viena su composición. La película Copying Beethoven (2006) se basa en que en el estreno, los músicos tenían la orden de seguir a Schuppanzigh, un director que estaba en la sombra. Tan pronto acabó, Beethoven no volteó a mirar al público. Temía que su obra no se hubiera entendido. El auditorio por completo lo observaba. Él permanecía con los ojos puestos en las partituras, dejando que los segundos, como los nervios, pasaran. Un solista fue y lo tomó del brazo y lo volteó de cara al público. Otra versión indica que Beethoven no se percató de que la composición había terminado y siguió dirigiendo. Recibió aplausos de pie, algunos espectadores lloraron; los aplausos no cesaron en un buen rato, como no han cesado en dos siglos.

                                                                                                                                  Un crítico escribiría al día siguiente, en una crónica recogida por el portal eldebatedehoy.es: “Fue una impresión en verdad imponente y grandiosa: el aplauso que se tributó al autor fue inenarrable, reconocimiento al genio que nos ha descubierto un nuevo mundo. No se puede llegar a más”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Beethoven volvió su propia tragedia una sinfonía universal. Su añoro de redención contra el sufrimiento, fue un canto por la comunión pactado por la voz del hombre. Entendió la música como el lenguaje de Dios. Y se entendió a sí mismo, decía, como un instrumento para expresar la humanidad.

                                                                                                                                  Esta sinfonía fue un espíritu y una ética que apenas en1824 llenaría de música el siglo XX a venir, no tanto en los conservatorios y discos, como en momentos históricos: en 1989 la caída del Muro de Berlín se celebró con la Novena Sinfonía de Beethoven.

                                                                                                                                  Por María Paula Lizarazo

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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