Blanca Uribe: “No me he peleado nunca con el piano”
La pianista colombiana será homenajeada en el Ibagué Festival, que se realizará del 7 al 10 septiembre y ofrecerá conciertos gratuitos y clases magistrales, conversatorios, entre otros.
Juan Carlos Garay
Quiero empezar con una imagen muy poderosa que hay en su biografía: la de una niña que a los once años se presenta por primera vez como solista con la Sinfónica Nacional.
Eso fue gracias a mi profesora de ese entonces, doña Luisa Manighetti. Yo tenía once años y ella le dijo a mi papá que la niña debería estudiar más de media hora al día, que me sacara del colegio, me pusiera un profesor para algunas materias y me dedicara el máximo de horas al piano. Entonces mi papá y mi mamá me consultaron, y todavía tengo en la memoria el momento en que les dije que sí. Empecé a estudiar más tiempo y ella organizó, no sé cómo, que la Orquesta Sinfónica Nacional nos invitara a tocar a dos de sus alumnos. Yo toqué el Concierto en re mayor de Haydn.
¿Muchos nervios?
¿Sabes qué no? No recuerdo haber estado con pánico de salir al escenario, porque eso en la niñez puede destruirlo a uno. Mi papá era un músico extraordinario y, durante varias semanas antes del concierto, tocaba la parte de la orquesta en su flauta, para que oyera que ella iba conmigo y qué debería escuchar y todo eso. Entonces no recuerdo el concierto como una cosa horrible sino como algo muy afortunado.
Más adelante vino la época de los concursos. En el Concurso Chopin, en Varsovia, usted fue semifinalista.
Eso fue en 1965. Todos esos concursos en aquella época lo recibían a uno por su hoja de vida; todavía no existía el requisito de que uno mandara grabaciones en casete ni nada de eso. Nos presentamos como 85 y yo era la número 79. De esa experiencia sí me acuerdo un poco de los nervios: feliz de salir al escenario, pero con mucha responsabilidad. Y todos sabíamos que iba a ganar Martha Argerich, pero la verdadera experiencia era escuchar a los otros, exigirse cada vez más, hacer lo mejor que uno pudiera.
Le invitamos a leer: “Goyescas”: la tragedia de amor de dos majos
Quisiera preguntarle algo, ya que usted vivió esa experiencia de concursos. Hoy existe una corriente crítica que dice que la música no debería ser una competencia, que no son las olimpiadas. ¿Usted cómo lo ve?
Yo creo que es bueno para la actitud del intérprete. Cuando uno entra a un concurso, obligatoriamente tiene que tener un programa grande preparado. Normalmente, si uno va a sus lecciones de piano, pues prepara unas piezas, pero esto es otra cosa porque le enseña a uno a estudiar a fondo. Yo iba por el repertorio que quería preparar. Yo decía: “Me quiero aprender la Fantasía en do mayor de Schumann”. Entonces en realidad es para eso, para vivir esa experiencia invaluable. Ahora, si te ganas el concurso y eso viene acompañado de una plata, pues mejor. Sirve para pagar el arriendo un tiempito, ¿no es cierto?
Y hablando de estudiar a fondo, ¿cómo se preparó usted para tocar la totalidad de las sonatas de Beethoven? Estamos hablando de 32 sonatas que, en conjunto, duran casi doce horas…
Yo tuve una relación un poquito difícil con Beethoven al principio porque no conocía mucho el estilo, no sabía manejar bien el pedal, la articulación. Pero a pesar de eso, me enamoré de su música. Lo de las 32 sonatas fue una experiencia que le tengo que agradecer a Hjalmar De Greiff. Un día estábamos hablando y me dijo: “Mirá que dentro de un año se van a celebrar los 150 años de la muerte de Beethoven. ¿Por qué no hacés el ciclo?”. Yo llevaba muchas sonatas aprendidas. Me faltaban algunas de las grandes, pero tenía veintipico. Y entonces me dediqué a terminar de aprender el ciclo. Yo decía que me iba a la cama con Beethoven porque estudiaba todo el día y por la noche, con la partitura, me acostaba a revisar detalles. Fue un trabajo impresionante.
Hablemos de la obra que va a interpretar en Ibagué: el “Concierto en la menor” de Grieg. ¿Cuál es el encanto de esta composición?
¡Es un concierto tan bello! Lo he tocado muchas veces y, cuando me hicieron esta invitación, me pareció que era el más adecuado. Algunas personas sienten que es una mirada a los paisajes de Noruega. Para mí es una música que tiene transparencia, no es un romanticismo pegotudo, no, es de una claridad preciosa.
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Maestra, mirando en perspectiva todos estos años y su rol como pedagoga, ¿cómo ha visto evolucionar el ámbito de la música?
La educación de los niños ha avanzado mucho. Tienen más oportunidades de tocar. Y en general todo, las universidades, los profesores, las orquestas juveniles, todo ha mejorado. Lo que sí falta, y me doy cuenta por tantos alumnos talentosos con los que he trabajado, es un poco más de ayuda económica. Que puedan tener becas para estudiar, porque hay muchos que, en el pregrado, tienen que mezclar su estudio con un trabajo para ayudarse. ¡Ah, pero qué maravilla como están tocando los jóvenes acá!
Finalmente, ¿qué significa para usted el piano?
De verdad que ha sido mi vida. No me he peleado nunca con el piano. Peleo conmigo misma a veces por no estar satisfecha, pero ha sido mi compañero desde que tengo uso de razón. En mi casa no había piano cuando yo estaba chiquita, y nosotros éramos enamorados de escuchar a mi papá tocando la flauta, el clarinete y el saxofón. Pero, cuando había reuniones familiares donde la abuelita, siempre me paraba al lado del piano. Entonces decían: “Ve, parece que a la niña le gusta”. Y sí. He pasado toda mi vida sentada al piano.
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Quiero empezar con una imagen muy poderosa que hay en su biografía: la de una niña que a los once años se presenta por primera vez como solista con la Sinfónica Nacional.
Eso fue gracias a mi profesora de ese entonces, doña Luisa Manighetti. Yo tenía once años y ella le dijo a mi papá que la niña debería estudiar más de media hora al día, que me sacara del colegio, me pusiera un profesor para algunas materias y me dedicara el máximo de horas al piano. Entonces mi papá y mi mamá me consultaron, y todavía tengo en la memoria el momento en que les dije que sí. Empecé a estudiar más tiempo y ella organizó, no sé cómo, que la Orquesta Sinfónica Nacional nos invitara a tocar a dos de sus alumnos. Yo toqué el Concierto en re mayor de Haydn.
¿Muchos nervios?
¿Sabes qué no? No recuerdo haber estado con pánico de salir al escenario, porque eso en la niñez puede destruirlo a uno. Mi papá era un músico extraordinario y, durante varias semanas antes del concierto, tocaba la parte de la orquesta en su flauta, para que oyera que ella iba conmigo y qué debería escuchar y todo eso. Entonces no recuerdo el concierto como una cosa horrible sino como algo muy afortunado.
Más adelante vino la época de los concursos. En el Concurso Chopin, en Varsovia, usted fue semifinalista.
Eso fue en 1965. Todos esos concursos en aquella época lo recibían a uno por su hoja de vida; todavía no existía el requisito de que uno mandara grabaciones en casete ni nada de eso. Nos presentamos como 85 y yo era la número 79. De esa experiencia sí me acuerdo un poco de los nervios: feliz de salir al escenario, pero con mucha responsabilidad. Y todos sabíamos que iba a ganar Martha Argerich, pero la verdadera experiencia era escuchar a los otros, exigirse cada vez más, hacer lo mejor que uno pudiera.
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Quisiera preguntarle algo, ya que usted vivió esa experiencia de concursos. Hoy existe una corriente crítica que dice que la música no debería ser una competencia, que no son las olimpiadas. ¿Usted cómo lo ve?
Yo creo que es bueno para la actitud del intérprete. Cuando uno entra a un concurso, obligatoriamente tiene que tener un programa grande preparado. Normalmente, si uno va a sus lecciones de piano, pues prepara unas piezas, pero esto es otra cosa porque le enseña a uno a estudiar a fondo. Yo iba por el repertorio que quería preparar. Yo decía: “Me quiero aprender la Fantasía en do mayor de Schumann”. Entonces en realidad es para eso, para vivir esa experiencia invaluable. Ahora, si te ganas el concurso y eso viene acompañado de una plata, pues mejor. Sirve para pagar el arriendo un tiempito, ¿no es cierto?
Y hablando de estudiar a fondo, ¿cómo se preparó usted para tocar la totalidad de las sonatas de Beethoven? Estamos hablando de 32 sonatas que, en conjunto, duran casi doce horas…
Yo tuve una relación un poquito difícil con Beethoven al principio porque no conocía mucho el estilo, no sabía manejar bien el pedal, la articulación. Pero a pesar de eso, me enamoré de su música. Lo de las 32 sonatas fue una experiencia que le tengo que agradecer a Hjalmar De Greiff. Un día estábamos hablando y me dijo: “Mirá que dentro de un año se van a celebrar los 150 años de la muerte de Beethoven. ¿Por qué no hacés el ciclo?”. Yo llevaba muchas sonatas aprendidas. Me faltaban algunas de las grandes, pero tenía veintipico. Y entonces me dediqué a terminar de aprender el ciclo. Yo decía que me iba a la cama con Beethoven porque estudiaba todo el día y por la noche, con la partitura, me acostaba a revisar detalles. Fue un trabajo impresionante.
Hablemos de la obra que va a interpretar en Ibagué: el “Concierto en la menor” de Grieg. ¿Cuál es el encanto de esta composición?
¡Es un concierto tan bello! Lo he tocado muchas veces y, cuando me hicieron esta invitación, me pareció que era el más adecuado. Algunas personas sienten que es una mirada a los paisajes de Noruega. Para mí es una música que tiene transparencia, no es un romanticismo pegotudo, no, es de una claridad preciosa.
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Maestra, mirando en perspectiva todos estos años y su rol como pedagoga, ¿cómo ha visto evolucionar el ámbito de la música?
La educación de los niños ha avanzado mucho. Tienen más oportunidades de tocar. Y en general todo, las universidades, los profesores, las orquestas juveniles, todo ha mejorado. Lo que sí falta, y me doy cuenta por tantos alumnos talentosos con los que he trabajado, es un poco más de ayuda económica. Que puedan tener becas para estudiar, porque hay muchos que, en el pregrado, tienen que mezclar su estudio con un trabajo para ayudarse. ¡Ah, pero qué maravilla como están tocando los jóvenes acá!
Finalmente, ¿qué significa para usted el piano?
De verdad que ha sido mi vida. No me he peleado nunca con el piano. Peleo conmigo misma a veces por no estar satisfecha, pero ha sido mi compañero desde que tengo uso de razón. En mi casa no había piano cuando yo estaba chiquita, y nosotros éramos enamorados de escuchar a mi papá tocando la flauta, el clarinete y el saxofón. Pero, cuando había reuniones familiares donde la abuelita, siempre me paraba al lado del piano. Entonces decían: “Ve, parece que a la niña le gusta”. Y sí. He pasado toda mi vida sentada al piano.
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