Bob Marley: la voz que cantó contra la guerra en medio de una sociedad rota
Sentirse rastafari, identificarse con ese movimiento social, con esa religión, que encontraba unión en la oposición a la opresión de la raza negra y en las ideas de la liberación africana, y con el que sus seguidores se preguntaban por el propósito que tenían como hombres negros, llevó a Bob Marley a cantar sobre lo que vivía y veía a su alrededor.
María José Noriega Ramírez
Un mundo desgarrado por la Segunda Guerra Mundial, ad portas de ser dividido ideológicamente en dos, en el que por décadas se trató de encasillar a cada persona de un lado o de otro, sin que necesariamente fuera así, vio nacer a Bob Marley. Un hombre que, usando la música para denunciar la violencia política que se vivía en Jamaica, y luego en el mundo, entonando notas por la paz y la justicia social, no se identificó ni con un lado ni con el otro, ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética, ni con el Partido Nacional del Pueblo ni con el Partido Laborista, pues su identidad era la de la raza negra, la del Rastafari (movimiento social y religión que nació en 1930 en Jamaica, tras la adoración de Haile Selassie I, emperador de Etiopía, cuyo nombre original es Ras Tafari Makonnen, del que se creía que iba a impulsar la liberación de la raza negra). Eso fue Bob Marley: un hombre que buscó estar en medio de los extremos, que trató, a través de la música, de ser un punto de encuentro en medio de un mundo polarizado y violento.
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Un mundo desgarrado por la Segunda Guerra Mundial, ad portas de ser dividido ideológicamente en dos, en el que por décadas se trató de encasillar a cada persona de un lado o de otro, sin que necesariamente fuera así, vio nacer a Bob Marley. Un hombre que, usando la música para denunciar la violencia política que se vivía en Jamaica, y luego en el mundo, entonando notas por la paz y la justicia social, no se identificó ni con un lado ni con el otro, ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética, ni con el Partido Nacional del Pueblo ni con el Partido Laborista, pues su identidad era la de la raza negra, la del Rastafari (movimiento social y religión que nació en 1930 en Jamaica, tras la adoración de Haile Selassie I, emperador de Etiopía, cuyo nombre original es Ras Tafari Makonnen, del que se creía que iba a impulsar la liberación de la raza negra). Eso fue Bob Marley: un hombre que buscó estar en medio de los extremos, que trató, a través de la música, de ser un punto de encuentro en medio de un mundo polarizado y violento.
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La vida lo fue encaminando hacia el reggae, hacia la música contestataria. El pop tradicional, y la necesidad con ello de lanzar hits musicales, lo llevó a hacer unas primeras canciones alejadas del tono revolucionario con el que se le conoce ahora. Sugar, Sugar y What’s new, pussycat fueron esas primeras aproximaciones, pero ese no era el camino, o por lo menos no era el suyo. Sentirse rastafari, identificarse con ese movimiento social, con esa religión, que encontraba unión en la oposición a la opresión de la raza negra y en las ideas de la liberación africana, y con el que sus seguidores se preguntaban por el propósito que tenían como hombres negros, lo llevó a cantar sobre lo que vivía y veía a su alrededor, y eso era violencia y muerte.
Trenchtown, uno de los barrios de Kingston que terminó siendo una guarnición en la que imperó el mando de grupos mafiosos respaldados por las autoridades, fue el lugar donde vivió su adolescencia. Allí, sin tener instrumentos, contando únicamente con su voz, empezó a hacer música. “Cuando hay violencia política y veo jóvenes luchar contra jóvenes por los políticos, me enferma”. De ahí, de esa preocupación, nació Johnny was, una canción que canta al dolor de una madre al saber que su hijo fue asesinado en la calle y a la que se le escuchaba decir: “Johnny era un buen hombre”. “La unidad debe empezar ahora, porque cuánto tiempo más tendremos que sufrir (…). Estamos en medio de una lucha, ¿qué vamos a hacer? Tenemos que hacerlo bien por nuestra gente”, son los versos con los que Marley cantó ante ese dolor, mientras su ciudad se convertía en un campo de guerra.
Y sí, Marley tenía una posición política: la de rechazar el colonialismo, la de decirle no a la esclavitud y no a la violencia, mientras le decía sí a la vida y a la conciliación, pero no se mostró afín con ninguna de las dos fuerzas políticas jamaiquinas que se disputaban el poder en los años 70. Claro, a ellos les convenía tenerlo de su lado, pero su determinación de no situarse en las esquinas, de no ser blanco o negro, de moverse en ese espacio intermedio que parecía vacío y prohibido, lo llevó a tomar una posición neutral, un lugar que sabía que lo ponía en riesgo, pero aun así lo asumió. Trenchtown Rock fue la canción con la que los jóvenes, como él, aclamaron la independencia del sistema, cantando: “Una cosa buena de la música es que cuando te golpea no sientes dolor. Así que golpéame con música, golpéame con música ahora. Sí, golpéame con música, golpéame con música ahora”.
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Su casa, en la calle Hope 56, reunió a personas que si se encontraban por fuera de ella, se mataban. Allí, en su intimidad, construyó un espacio dedicado a ese ser rastafari, a esa necesidad de, entre la diferencia, construir paz. Ese sentimiento lo quiso llevar más allá, lo quiso transmitir a través del Concierto Smile Jamaica, lo quiso recrear en un espacio al que todos tuvieran acceso, con la intención de cantar para su gente, pero sus planes lo superaron. En un abrir y cerrar de ojos, su concierto ya no era suyo; peor aún, su presentación ya no era de los jamaiquinos. El concierto se convirtió en un bastión político: el gobierno definió el 15 de diciembre de 1976 como el día de las elecciones de aquella época, diez días después del concierto. Con ello, recibió amenazas y chantajes, lo trataron de amedrentar. Un intento de asesinato, días antes del evento, fue el clímax de todo.
Tras sobrevivir a una balacera dentro de su casa, la duda y la incertidumbre lo invadieron. Debía o no asistir al concierto, ese era el pensamiento que ocupaba su mente. Sentía miedo, y cómo no, pero a sus oídos llegaron palabras que lo motivaron a hacerlo. Algunos le decían que su ausencia simbolizaría el triunfo de quienes lo atacaron, y que su guitarra y su música eran su mayor protección. Y sí, Marley se subió al escenario frente a cerca de 80 mil personas, cantó por más de una hora en la capital de Jamaica, pero en el fondo sentía un sinsabor, sentía la urgencia de salir de allí. Se sentía traicionado. Hacer una gira internacional fue la idea, pero detrás de ello hubo una realidad más cruda: el exilio.
En Londres se dedicó por completo a su música. Las 24 horas, de los siete días de la semana, las destinó a ella. “Exodus” fue el álbum con el que sanó algunas de sus heridas, y de ahí en adelante lanzó canciones, como Ambush in the night, con las que narró su propia historia. Pero, además, su vida en la capital británica le permitió abrir los ojos hacia al mundo, hacia África. Cuando Marley llegó al Reino Unido, se avizoraba un clima poscolonial. Desde 1960 se empezó a ver un reordenamiento mundial con la independencia de varios países africanos, que se explica por las fuerzas nacionalistas de sus pueblos y por el principio de autodeterminación impulsado por las Naciones Unidas, entre otras razones más, pero también se veía el conflicto que otros países del continente, como Angola, vivían. Así, Marley llegó a Londres en un momento en el que la ola de migración africana le permitió encontrarse y moverse entre diferentes culturas, y vincularse a sus luchas. Con Zimbabwe, esa canción que dice “cada hombre tiene razón para decidir su propio destino. Y en este juicio no hay parcialidad, así que el brazo en los brazos, con los brazos, lucharemos esta pequeña lucha, porque esa es la única manera”, expresaba su solidaridad y apoyo a la liberación de los pueblos.
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Volver a Jamaica era peligroso. La violencia estaba en su máxima expresión y la crisis era cada vez más honda. Las riñas de las fracciones políticas imperaban, mientras que la institucionalidad brillaba por la complicidad o por su ausencia. Cuando Buckie Marshall y Claudie Massop, dos líderes pandilleros de extremos opuestos, se encontraron en prisión, y entendieron que habían sido usados para complacer dinámicas políticas, declararon una tregua. En ese momento se vio una posibilidad de unificación y necesitaban a alguien en el medio, alguien que permitiera llevar a cabo esa cohesión. Ahí salió a relucir el nombre de Bob Marley. Su poder de la palabra y su don de gentes lo hicieron atractivo para aquello, lo hicieron ver como un símbolo de esperanza con el poder de transformar a quienes estaban a su alrededor. “La gente debe unirse. Puede haber algunas peleas, pero deben ser fuertes y unirse, porque esa unidad en Jamaica unificará al pueblo negro de todo el mundo”. Así fue como Bob Marley volvió a pisar su país, como varias personas que antes no se podían encontrar sin balas de por medio, se reunieron en las calles para darle la bienvenida.
One Love Peace, ese fue el nombre del concierto con el que regresó a su tierra, y fue el escenario en el que logró que Michael Manley y Edward Seaga, quienes se disputaban el poder en Jamaica, se dieran la mano. Esa imagen pasó a la historia: la de dos políticos que no se movían de sus extremos y que necesitaron de un Bob Marley para bajar la guardia, por lo menos por algunos instantes, en medio de una euforia social. Y así fue, esa sensación de unión duró poco. Jamaica estaba rota y se necesitaba la voz y el actuar de más de una persona para reconstruir una sociedad quebrada. El peso no debía, y no podía, caer sobre los hombros de Marley. El tiempo, en cuestión de días, lo demostró: poco a poco, los promotores de la tregua y del concierto fueron asesinados. La única ley que imperaba en el país insular era la de la violencia. Y mientras la guerra continuaba en Jamaica, Marley optó por ignorar una amenaza que crecía dentro de él. El 11 de mayo de 1981, Bob Marley falleció. Treinta y seis años de vida, en los que vio destrucción y muerte, pero también en los que encontró en la música la posibilidad de construir un mundo mejor, fue el tiempo que tuvo para dejar semillas de esperanza, que hoy permanecen vivas. No en vano, un año antes de fallecer, cantó: “¿No ayudarías a cantar estas canciones de libertad? Eso es todo lo que tengo: canciones de redención”.