Bobby Fisher, a la izquierda, y Boris Spassky, durante una de las partidas del campeonato del mundo de ajedrez de 1972.
Foto: Archivo Particular
Apenas llegó al aeropuerto de Reikiavik, Bobby Fisher se metió en un Mercedes Benz rojo, mirando sin mirar a las decenas de fanáticos y de periodistas que habían estado aguardando su arribo. Saemundur Palsson, el hombre que lo recibió, y quien era guardaespaldas y chofer y asistente y confidente, diría con los años que con Fisher todo era posible, que una sencilla charla sobre vinos podía desencadenar en un conflicto de inmensas proporciones o viceversa.
Por Fernando Araújo Vélez
De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
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