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Laura Santullo y Rodrigo Plá son una pareja de directores que se destacan por haber unificado los límites de la vida artística con la familiar. Seguramente por eso mismo han sido llamados a abordar la temática de su última película en la que se reflexiona sobre la no diferencia entre la esfera política y doméstica narrando el drama de una madre soltera que lidia con la decisión de medicar o no a su hijo al ser presionada por la escuela y el servicio social.
Al inicio vemos como Elena, la madre, pide ante un servidor gubernamental un subsidio familiar y desde ese momento se instaura el diálogo entre estado e individuo que se mantendrá como una de las líneas principales del relato. Esta escena aparentemente anodina, que hemos visto retratada en innumerables películas, trasciende por completo como invaluable a medida que avanza el film ya que pone de manifiesto cómo en la modernidad el estado también es administrador doméstico. Sin embargo, lo interesante no es sencillamente esa pugna por el gobierno de lo propio y lo íntimo sino cómo el cine se pone al servicio de la realidad y no sólo se usa de inspiración.
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Lo anterior a razón de que partiendo del interés personal de Laura y Rodrigo por retratar la complejidad de ser padre en la actualidad; abordando problemas concretos como la sobremedicación de los menores para evitarle principalmente a la sociedad la incomodidad y el desorden de la niñez, la rotulación casi espontánea con la que “los desórdenes de la personalidad” como la bipolaridad o el TDAH intentan reducir la complejidad de los individuos además de como la sobre actuación, casi hostigadora, del estado en el ámbito familiar representa la paradoja más importante de la propiedad actualmente -somos dueños de los objetos pero no de nuestra intimidad, ni de nuestra familia- comienzan a tomar decisiones en favor a lo real hasta cambiar la forma original de la película.
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Esto ilumina la obra considerando que a pesar de que ambos son uruguayos, viven en México y su dominio del inglés es precario eligieran a Estados Unidos como escenario y al inglés como idioma principal. Sin duda, este país es el mejor escenario para abordar la presencia excesiva e intimidante del estado en la vida doméstica por su fuerza y envergadura. No es casual que la protagonista sea precisamente una inmigrante y que su desarraigo sea lo que constantemente la presenta como marginal aún ante los otros mismos migrantes, seguramente es también una transmutación de la experiencia personal de los directores desde los cuáles han leído su realidad desde una mirada foránea. Asimismo, en consonancia con ese realismo, optan por elegir actores naturales que vivan en el lugar para conservar sus rasgos casi intactos; su forma de vestir, reaccionar y hablar al punto de que Israel, Tom en la película, al no hablar con suficiencia el español es quién provoca el cambio de idioma del guión original. Su modo de filmación no difiere de esa búsqueda ya que a partir del desconocimiento del guión construyeron las escenas sólo a partir de intenciones, impulsando a los actores a llenar los vacíos con su propia existencia. Estás decisiones son las que provocan que la realidad se sienta por momentos desbordada en la película como lo es la escena en la que Elena intenta escapar de su propia casa porque el servicio social la está esperando en la puerta pero a pocos metros de arrancar el baúl se abre y ella tiene que bajarse a cerrar la puerta y continuar su ya de por sí ridículo huir dado que ni siquiera es perseguida por ellos sino por el ente invisible y colectivo que es como se retrata al gobierno en la película dejándonos una reflexión sobre cómo inconscientemente participamos en la vigilancia de la vida personal de los otros y cómo esto permite que aún en la ausencia de un ente gubernamental estemos en presencia de su control.