Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La infancia y su capacidad de construir mundos. La infancia como etapa mítica. De los momentos en los que la imaginación y la inocencia nos invitan a soñar o creer otras realidades pueden surgir las obsesiones del porvenir.
Muchos jugamos a perseguir a la Luna y las estrellas mientras íbamos en la parte trasera del auto de nuestros padres. Mirar hacia el cielo era una especie de sueño y de curiosidad por descubrir lo que había más allá de la noche y de una oscuridad a la que no le temíamos. Ese efecto visual que se convertía en el anhelo de ir a la par de la Luna fue el que se quedó en el recuerdo de Juan Carlos Garay, que años después se convirtió en una pasión por la astronomía.
Le sugerimos leer: ‘Beyond Van Gogh’ abre sus puertas en Bogotá
“Desde pequeño tuve una fascinación por mirar hacia arriba. Me encantaba ver la Luna con ese efecto tan curioso para un niño de ir en el carro y que pareciera que la Luna te persigue. Ese es el primer recuerdo que yo tengo de hacer consciencia astronómica. A partir de ahí el interés fue creciendo. En la adolescencia veía películas de ciencia ficción. No soy tanto de Star Wars, pero sí de Odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Hay preguntas muy trascendentales que uno se hace mirando al firmamento. Y me parece que haría falta mirar más hacia arriba. Hace poco hubo un eclipse de Luna. Yo vivo en un edificio de quince apartamentos. De esos quince, solo dos salimos a la terraza a verlo. Eso es muy diciente. La gente está con una mirada al nivel del piso. Si simplemente elevas la mirada podrás darte cuenta de que nuestros problemas y nosotros mismos no somos tan grandes e importantes para el universo”, contó Garay.
La astronomía dio paso al gusto por la ciencia ficción y, por ende, su mención no es gratuita, pues Borealis, la más reciente novela del autor peruano, si bien sigue contando con el elemento de la música, esta vez tiene como parte importante del relato una historia alrededor de este género narrativo.
“Cuando escribí La nostalgia del melómano y La canción de la Luna, las escribí en absoluto silencio. Primero escuchaba la música. Era una sesión aparte. Otra sesión era para escribir en silencio. Pero cada novela busca su propio método. Y en este caso, como la música es imaginada, sí me sirvió buscar referentes y ponerlos a sonar de fondo durante las jornadas de creación. Las primeras obras de Borealis, los circulares eternos, en mi mente sonaban muy parecidos a los corales para órgano de Bach, que además esa palabra coral uno la asocia con voces, pero en la obra de él son para órgano. Y después, cuando el personaje va evolucionando, yo me imaginaba que su música sonaba más parecida a la de un compositor ruso que se llama Aleksandr Skriabin. No me atrevo a decir si la música permea el ritmo de la escritura, pero en este caso me inspiró”, cuenta el autor de una novela que contiene dos tiempos: uno en el siglo XVIII y otro más cercano a la contemporaneidad, y esto se dio así por un interés particular de Garay de estudiar y reflexionar sobre los roles del intérprete y el compositor en la música clásica.
Le sugerimos leer: Truman Capote y Perry Smith: cómo el afecto moldeó ‘A sangre fría’
“El punto de partida es una reflexión que yo venía haciendo sobre cómo en la música clásica están muy separados los oficios de compositor e intérprete. Eso sucede sobre todo en ese género, porque en la música popular muchas veces el compositor es el mismo intérprete, pero en el primero son roles completamente separados por un siglo, dos o tres. Ese era el concepto que quería trabajar y por eso inventé estos dos personajes. Y esos siglos XVII y XVIII a mí me gustan mucho porque es la época de Bach. Y además de eso por las características del personaje compositor, de Borealis. Quería un personaje que manejara los conceptos armónicos de su tiempo, que los llevara más allá, que marcara su tiempo con su música y eso me lo permitía recrear ese momento de la historia, y como es en otro mundo uno se permite muchas licencias. La reflexión que quería finalmente era cómo un intérprete se podía conectar con un compositor al que ni siquiera conoció”.
No solo fue la influencia de Johann Sebastian Bach en la música, sino también lo fue la novela de La muerte en Venecia, de Thomas Mann, la que marcó una especie de compás en una novela que, como el mismo Garay reconoce, se distancia de sus otras obras por el carácter político de Borealis, que se convierte en una especie de distopía y refuerza una sensación que traspasa la historia misma, que tiene que ver con el ascenso de los autoritarismos y una especie de nostalgia por las glorias que se conjugan en pasado y nunca más se volvieron a hacer en el presente.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖