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El 24 de agosto, hace 122 años, nació en Buenos Aires un niño que a los ocho años escribió su primer trabajo literario y a lo largo de su vida se consagró como el escritor argentino más importante del siglo XX y una de las grandes figuras de la literatura universal.
Ese niño era Jorge Luis Borges, cuya memoria es venerada en el mundo literario por su prodigiosa obra como cuentista, ensayista y poeta. Esa obra le mereció el Premio Cervantes y le habría merecido también el Premio Nobel, al que fue nominado en varias ocasiones. Pero este galardón no le fue otorgado debido a sus polémicas posiciones políticas, como las de elogiar al dictador español Francisco Franco y apoyar a las dictaduras militares del siglo pasado en América Latina. Según lo confirmó el académico sueco Arthur Lundkist, esto fue tenido en cuenta para no otorgarle el Nobel en 1967, el año en que estuvo más cerca de obtenerlo.
Pero sus ideas y declaraciones políticas nunca se interpusieron en el juicio unánime sobre el valor de su producción literaria, doblemente meritoria si se considera que en su vida adulta perdió la vista gradualmente hasta quedar ciego a los 55 años. Esta circunstancia no le impidió continuar creando hasta su muerte, en Ginebra (Suiza) el 14 de junio de 1986.
Condición hereditaria
La ceguera fue una condición hereditaria, pues la sufrieron su padre, su abuela y su bisabuelo paterno. Para él no significó un obstáculo ni una adversidad, como lo dijo en una de sus numerosas conferencias: “Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte, tiene que aprovecharlo”.
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Y bien lo aprovechó él. Antes de cumplir los 55 años, cuando se declaró ciego, había alcanzado su madurez literaria y recibido el reconocimiento internacional. El mismo año asumió la dirección de la Biblioteca Nacional de Argentina y plasmó sus sentimientos en una de sus mejores piezas literarias, “El poema de los dones”. Allí escribió: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”.
Aunque debió usar anteojos desde la niñez, también se consagró a escribir desde sus primeros años. Antes de cumplir siete redactó su primer cuento, “La visera fatal”, inspirado en un pasaje de Don Quijote. A los diez realizó una excelente traducción al castellano de El príncipe feliz, de Oscar Wilde. Su abuela le había enseñado suficiente inglés para acometer la empresa.
Producción creciente
A partir de sus veinte años la producción fue creciendo con más rapidez que su progresiva pérdida de la vista. Junto con su familia viajó a Europa, donde permaneció varios años, devorando las obras de los clásicos y los autores franceses, ingleses y españoles.
En España conoció, entre otros, a Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset y Ramón Gómez de la Serna. Cuando regresó a Buenos Aires, fundó la revista Prisma y más tarde la revista Proa. Después de un segundo viaje a Europa publicó en Buenos Aires su primer libro de versos, Fervor de Buenos Aires, al cual siguieron otros de ensayos, narraciones y poemas. Vinculado a los autores más notables del olimpo de las letras argentinas, se dedicó por un tiempo a la crítica literaria y años después colaboró con Victoria Ocampo en la fundación de la emblemática revista Sur, que reunió lo mejor de la literatura y se convirtió en toda una institución en los círculos intelectuales argentinos.
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En la década de 1940, tras el fallecimiento de su padre y debido al avance de su ceguera, se acostumbró a dictar sus cuentos fantásticos, poemas y ensayos a su madre y sus amigos, con cuya ayuda continuó su prolífica obra. Con Silvia Ocampo y su esposo, Adolfo Bioy Casares —otro de los escritores paradigmáticos del siglo XX en Argentina—, publicó una antología de la poesía francesa y después una antología poética argentina. A estas se sumaron otras, así como guiones, ensayos y otros escritos, desde los periodísticos hasta los puramente literarios y fantásticos.
Frente al poder
Cuando el general Juan Domingo Perón llegó al poder, en 1945, Borges perdió el puesto de bibliotecario que ejercía simultáneamente con su labor de escritor, y su madre y hermana fueron detenidas por difundir una declaración contra el gobierno. Vinieron entonces unos años difíciles en los que se empezó a ganar la vida dictando conferencias mientras trabajaba en otros libros. Cuatro años después publicó su obra más difundida: El Aleph.
Una década más tarde, Borges no ocultó su alegría por el golpe que derrocó a Perón, y el gobierno militar que se entronizó entonces lo nombró director de la Biblioteca Nacional. Su relación con la política y el poder fue ambigua. Lo evidencia la actitud diferente que asumió ante Perón y años después ante el general Rafael Videla, otro dictador argentino al cual se acercó, lo mismo que al dictador chileno Augusto Pinochet.
Era básicamente conservador y muy crítico de la literatura comprometida de su época. Él mismo se definió una vez como anarquista e individualista. No creía en el Estado ni en los políticos. Rechazaba el comunismo, el fascismo y el nacionalismo.
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En cualquier caso, si sus ideas políticas le ganaron enemigos en vida, su formidable obra le generó una admiración que perdura cuando han pasado 35 años desde su muerte y más de un siglo desde su nacimiento.