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                                                                                                                                Borges o el laberinto de los espejos

                                                                                                                                Hoy hace 118 años nació en Buenos Aires Jorge Luis Borges, uno de los escritores más emblemáticos del Siglo XX.

                                                                                                                                FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                                Archivo particular
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Borges era al que su amada Estela Canto retrataba en los años 40 con frialdad: “La actitud de Borges me conmovía. Me gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía”. Sin embargo, también fue aquél a quien Susan Sontag le dijo en una carta que jamás le entregó: “Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ése era usted”, y ese del que Mario Vargas Llosa dijo: “Para el escritor latinoamericano, Borges significó la ruptura de un cierto complejo de inferioridad que, de manera inconsciente, por supuesto, lo inhibía de abordar ciertos asuntos y lo encarcelaba en un horizonte provinciano”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El Borges de a pie, “de arrabales, atardeceres y desdicha”, como él mismo lo definía, se definía, comenzó a tropezar. El amor era un asunto lejano; la felicidad, una exclusividad de los otros. La muerte, a la que medio siglo más tarde calificó como una esperanza, lo tocó con la agonía de su padre, con su fallecimiento, y con una infección que lo llevó al delirio de los humanos y que reflejó en El sur. Trabajaba en la biblioteca Miguel Cané, de Almagro, pero los intereses de los simples mortales lo sacaron de allí cuando Juan Domingo Perón subió al poder por vez primera, 1946, y lo nombró Inspector de Mercados de Aves de Corral”. Borges entonces sentenció: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Era una figura literaria que escribía “Bienaventurados los misericordiosos porque su dicha está en la misericordia y no en la esperanza de un premio”, y afirmaba, tajante: “He dejado atrás el soborno del cielo”. El Nobel que según todos merecía, pasaba a ser objeto de sus ironías. Fue profesor de literatura inglesa, doctor honoris causa, premio Cervantes y mil más, traducido y plagiado, polemizado y citado hasta el fin de los tiempos. Él jamás dejó de ser dos, o incluso algunos otros. “Nunca se traicionó”, lo describió su última esposa, María Kodama. Por eso, jamás dejó de asegurar que “la democracia es un abuso de las estadísticas”, que “la solución política podría ser unas elecciones dentro de 300 ó 400 años”, que “somos fortuitos, casuales”, que “el ideal es no tener gobiernos”, que algunos de sus versos eran buenos “aunque los hubiera escrito yo”.

                                                                                                                                Archivo particular
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Borges era al que su amada Estela Canto retrataba en los años 40 con frialdad: “La actitud de Borges me conmovía. Me gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía”. Sin embargo, también fue aquél a quien Susan Sontag le dijo en una carta que jamás le entregó: “Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ése era usted”, y ese del que Mario Vargas Llosa dijo: “Para el escritor latinoamericano, Borges significó la ruptura de un cierto complejo de inferioridad que, de manera inconsciente, por supuesto, lo inhibía de abordar ciertos asuntos y lo encarcelaba en un horizonte provinciano”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El Borges de a pie, “de arrabales, atardeceres y desdicha”, como él mismo lo definía, se definía, comenzó a tropezar. El amor era un asunto lejano; la felicidad, una exclusividad de los otros. La muerte, a la que medio siglo más tarde calificó como una esperanza, lo tocó con la agonía de su padre, con su fallecimiento, y con una infección que lo llevó al delirio de los humanos y que reflejó en El sur. Trabajaba en la biblioteca Miguel Cané, de Almagro, pero los intereses de los simples mortales lo sacaron de allí cuando Juan Domingo Perón subió al poder por vez primera, 1946, y lo nombró Inspector de Mercados de Aves de Corral”. Borges entonces sentenció: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Era una figura literaria que escribía “Bienaventurados los misericordiosos porque su dicha está en la misericordia y no en la esperanza de un premio”, y afirmaba, tajante: “He dejado atrás el soborno del cielo”. El Nobel que según todos merecía, pasaba a ser objeto de sus ironías. Fue profesor de literatura inglesa, doctor honoris causa, premio Cervantes y mil más, traducido y plagiado, polemizado y citado hasta el fin de los tiempos. Él jamás dejó de ser dos, o incluso algunos otros. “Nunca se traicionó”, lo describió su última esposa, María Kodama. Por eso, jamás dejó de asegurar que “la democracia es un abuso de las estadísticas”, que “la solución política podría ser unas elecciones dentro de 300 ó 400 años”, que “somos fortuitos, casuales”, que “el ideal es no tener gobiernos”, que algunos de sus versos eran buenos “aunque los hubiera escrito yo”.

                                                                                                                                Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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