Las botas que aún dejan huellas: arte y memoria
La JEP presentará el próximo 28 de noviembre la exposición “Mujeres con las botas bien puestas”. A propósito de esta muestra, y en el marco de la conmemoración de la firma del Acuerdo de Paz en Cartagena, exploramos, junto a la doctora en historia del arte María Clara Bernal, el significado de los actos simbólicos y la transformación de objetos cotidianos en símbolos de memoria colectiva.
Diana Camila Eslava
¿Cuándo se olvida a un hijo? ¿Cómo se sana el dolor que produce una pérdida? En las redes sociales algunos le preguntan a MAFAPO, las madres de los falsos positivos de Soacha, si no tienen más hijos o “algo más que hacer”, y tildan de ridículos sus actos simbólicos.
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¿Cuándo se olvida a un hijo? ¿Cómo se sana el dolor que produce una pérdida? En las redes sociales algunos le preguntan a MAFAPO, las madres de los falsos positivos de Soacha, si no tienen más hijos o “algo más que hacer”, y tildan de ridículos sus actos simbólicos.
Sin duda, uno de los gestos más representativos en contra del trabajo de estas mujeres fue ver a un congresista colombiano arrojar a una bolsa de basura las botas pintadas por las madres de los hombres asesinados por el Estado para hacerlos pasar como bajas en combate y criminales, en el marco del conflicto armado, entre 2002 y 2008. Estas prendas, dispuestas frente al Capitolio Nacional, fueron un intento, según ellas, de recordarle al país la tragedia que vivieron como familias y de insistir en que estos sucesos nunca se repitan.
“Es un hecho desafortunado”, comentó María Clara Bernal, docente asociada de la Universidad de los Andes y doctora en filosofía en historia y teoría del arte. “Esta es la reacción de una persona que no entiende cómo estas mujeres han depositado toda la carga emocional que tienen en un objeto y cómo se convierte en un elemento para referenciar su pena”, agregó.
Más allá de si se considera o no una obra de arte, según Bernal, la discusión no debe centrarse en eso, sino en cómo estos objetos están cargados de una profunda carga que trasciende su naturaleza material. “La acción de tomar y destruir un objeto como las botas pintadas representa una afrenta al dolor de las familias y a la memoria de las personas ausentes que ese objeto simboliza”, puntualizó.
Lo cierto es que este tipo de acciones no son aisladas ni excepcionales, sino que responden a una reacción frente a lo que esos objetos representan. “Así como para estas mujeres las botas simbolizan a sus seres queridos, para quienes se oponen al proceso de paz son una amenaza. Un recordatorio de la necesidad de sanar y enfrentar el pasado, en lugar de negarlo y ocultarlo”, señaló la docente, quien también hizo una comparación con las prácticas religiosas como la iconoclasia, donde destruir un objeto sagrado implica, a su vez, un ataque contra quienes lo veneran. En este caso, explicó, las botas no son simplemente el calzado de un hijo o hermano, sino un símbolo colectivo de los miles de desaparecidos y asesinados. “Es un lugar de luto común. El problema es que quienes destruyen estos objetos no comprenden el peso que llevan consigo, más allá de su materialidad”, dijo.
Según un artículo publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) el 15 de marzo de 2023, desde que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) informó que los asesinatos ilegítimos conocidos como falsos positivos ascendían a 6.402, las integrantes de la Asociación de Madres de Falsos Positivos (MAFAPO) iniciaron, en colaboración con artistas plásticos de todo el país y la Fundación Rinconesarte, el proyecto “Con las botas bien puestas”. Este consistió en recolectar decenas de botas pantaneras, similares a las que los militares les pusieron a los hijos y familiares de estas mujeres al momento de enterrarlos para intervenirlas artísticamente.
El proceso creativo, según el CNMH, se llevó a cabo en las casas de las participantes, quienes personalizaron cada par de botas a partir de sus propias vivencias. Cecilia Arenas pintó las suyas con óleos, retratando un paisaje de montañas, un sol brillante y un cielo azul, que evocaban, según ella, el lugar donde fue asesinado su hermano Alexánder. También incorporó pequeñas figuras para representar tanto a los militares responsables del crimen como a su hermano.
“Cuando uno pinta, pasa lo mismo que cuando uno cose: se piensan y se mastican las cosas que uno tiene atoradas en el alma. Cuando pinté esta bota tuve un pensamiento recurrente. Pensé que pudo pertenecerle a un campesino, a un guerrillero, a un soldado o a cualquier muchacho. ¿Quién no usa botas pantaneras en este país? ¿En qué momento usarlas se convirtió en un pecado, en un delito?”, reflexionó Arenas en sus declaraciones para el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Esa misma reflexión se extiende más allá de la forma física del objeto, como apuntó la docente María Clara Bernal. Para ella, el valor de las botas no radica en su mera apariencia, sino en el proceso detrás de su creación. Transformar lo cotidiano en símbolo no es un acto trivial: es una meditación, una forma de digerir el dolor y la pérdida. El arte, en estos casos, se convierte en un vehículo para hacer tangible lo que el lenguaje no alcanza a abarcar: el dolor, la ausencia, la memoria.
Mediante la creación artística, las personas pueden dar forma a lo inasible, a esa compleja mezcla de emociones que definen el duelo. Para muchos de estos familiares la tragedia no solo les arrebató a sus seres queridos, sino que les negó también el último adiós, el gesto de poder tocar y despedirse. En lugar de buscar soluciones inmediatas o respuestas definitivas, el arte ofreció un espacio donde procesar el sufrimiento y expresar las emociones que de otro modo hubiesen quedado atrapadas en el interior. Lo que para unos puede resultar “basura”, para otros es una metáfora de la memoria y el dolor, una manera de representar la pérdida de forma tangible. Cada intervención en estas botas para algunas personas es una forma de confrontar y, quizá, de entender lo irremediable.
Otro ejemplo de este enfoque fue la obra “Costurero de la memoria”, un encuentro realizado en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, donde varias mujeres se reunieron semanalmente para coser y compartir sus historias. A través de la costura y la oralidad las participantes buscaban reconstruir sus recuerdos, hablar de sus heridas y dar visibilidad a las víctimas. Estas historias fueron llevadas a otros países como Estados Unidos.
O la serie fotográfica “Madres Terra”, dirigida por el fotógrafo Carlos Saavedra, en la cual retrató a algunas madres de MAFAPO enterradas bajo tierra, dejando al descubierto solo sus rostros. En la exposición cada imagen quiso narrar una historia a través de los rostros de las mujeres y hablar del acto simbólico del entierro. Saavedra buscó capturar en sus imágenes la relación entre la tierra y la madre, ambas vistas como fuentes de vida. Al mismo tiempo, la tierra también se presentó como “el lugar que sepulta” y que ofrece una doble interpretación: un espacio que genera vida, pero que también recibe a la muerte.
El acto de arrojar las botas a la basura no es más que una manifestación más de las múltiples formas de revictimización que han sufrido estas madres. Como concluye la docente María Clara Bernal: “Las han acusado de mentirosas, de haber criado a guerrilleros, las han invisibilizado. Pero lo que realmente importa es que, a pesar de todo, ellas siguen ahí, persistiendo en su proceso de duelo y en su lucha por la memoria colectiva”.