Brasil 70, de la represión al fútbol
Hace 70 años comenzó a escribirse la historia del Brasil de México 70, que con el tiempo se convirtió en mito. Pelé, su gol número mil un año antes, su víctima, el portero Edgardo Andrada, Tostao y Joao Saldanha, personajes unidos invisiblemente por el terror de las dictaduras, y actores de ellas en uno u otro lado.
Fernando Araújo Vélez
Fueron tiempos de orden y progreso, como decía la bandera, y en nombre del orden y el progreso, tiempos de mano dura, y a veces, muy dura. En nombre del orden y el progreso quedaban prohibidas todas las protestas, todo tipo de objeción a quien mandaba y ordenaba, un general, Emilio Garrastuzu Médici, que era el títere de ocasión de aquellos que se autoproclamaban como los defensores de la economía. Los dadores de la vida, por medio del empleo, que era, a su vez, la esclavitud con horario y un sueldo. Fueron tiempos de corridas, de represión, de cárceles violentas y de sótanos húmedos, donde el orden y el progreso se defendía a punta de martillazos y de picanas, y la información se obtenía fuera como fuera. Y fueron, también, como siempre, tiempos de fútbol.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Fueron tiempos de orden y progreso, como decía la bandera, y en nombre del orden y el progreso, tiempos de mano dura, y a veces, muy dura. En nombre del orden y el progreso quedaban prohibidas todas las protestas, todo tipo de objeción a quien mandaba y ordenaba, un general, Emilio Garrastuzu Médici, que era el títere de ocasión de aquellos que se autoproclamaban como los defensores de la economía. Los dadores de la vida, por medio del empleo, que era, a su vez, la esclavitud con horario y un sueldo. Fueron tiempos de corridas, de represión, de cárceles violentas y de sótanos húmedos, donde el orden y el progreso se defendía a punta de martillazos y de picanas, y la información se obtenía fuera como fuera. Y fueron, también, como siempre, tiempos de fútbol.
Brasil, o mais grande do mundo. Brasil, el orden y el progreso. Brasil, samba, playa, baile, carnaval, fiesta, saudade y sobre todo, fútbol. Por eso importaba más lo que dijera un periodista convertido en técnico de la selección sobre Pelé, que la picana. Pelé era dios, porque el gobierno decidió que era dios. Y para que lo fuera, compró periodistas, desplegó sus aparatos de publicidad, calló a quienes cuestionaban su deidad, y contrató a millares de desocupados para que fueran a los estadios y hablaran de dios, que era Pelé, y de Pelé, que era dios. El ídolo al servicio del orden y el progreso, de la bandera, de la patria y de los intereses de los empresarios. El ídolo, que sin quererlo, tapaba los encierros y las torturas a punta de gambetas y goles.
Hacía poco menos de un año que había anotado su gol número mil. Se lo hizo de tiro penalti al Vasco da Gama, cuyo portero se llamada Edgardo Andrada. Nadie pudo dar fe jamás de que aquella cifra fuera fidedigna, y menos, explicar de dónde había salido, pero se hizo camino al andar, como escribía Machado. Y quedó como una verdad irrefutable. Como otra verdad irrefutable. La noticia le dio la vuelta al mundo, y la foto de Pelé, con la camiseta del Santos, de noche, celebrando, fue primera página en cientos de diarios. Como un manchón desairado, aparecía Edgardo Andrada, quien años atrás había sido portero de Rosario Central, y quien unos años más tarde pasaría a trabajar allí, con niños de las inferiores del club, hasta cuando una voz anónima lo denunció.
Le sugerimos leer: Un hombre se ahogó en Dios (Diario de la peste, de Gonçalo M. Tavares)
Aquella voz sin nombre de un hombre sin nombre pero de profesión espía en la inteligencia militar, aseguró que Edgardo Andrada había sido confidente de algunos de los represores del ejército argentino durante los tiempos de otra dictadura, pero en Argentina, la de Jorge Rafael Videla y Compañía. Dio datos, pasó nombres, viejas fotos, y grabaciones de testigos que lo incriminaban, y de compañeros que dijeron que sí, que él había hecho tratos con los militares, y con rivales que declararon que era sospechoso, que siempre les había parecido un tipo dogmático, intransigente, y llegaron a afirmar que la noche del gol mil de Pelé lo miró con mucho más odio de lo normal, con un odio que iba más allá de que le hubiera hecho un gol y de que ese gol fuera el número mil de su carrera.
Andrada solía llevar el pelo casi a ras. Era sobrio. Lo llamaban El gato. Se había transformado en uno de los ídolos de la tribuna de Central, e incluso, había hecho parte de la Selección Argentina que disputó la Copa América de 1963 en Bolivia, con compañeros como Luis Artime, Juan Carlos Lallana y Armindo Onega. En el 69 llegó al Vasco da Gama, para hacerse inmortal la noche del 19 de noviembre, cuando aquel zapatazo de Pelé, y la euforia y las noticias y todo aquello. Luego pasó por el Vitoria, y en el 79 retornó a la Argentina. Jugó para Colón dos años, y después, para Renato Cesarini, pero ya entonces era informante de los militares. Su legajo oficial, impecablemente escrito, decía: “Su figura de ex arquero de Rosario Central concita adhesiones y confianza especialmente en los barrios de trabajadores, lo cual facilita su penetración al objetivo impuesto”.
Pasados cinco meses del gol Mil, el técnico de Brasil, un viejo periodista que había acabado como entrenador de Brasil, llamado Joao Saldanha, tuvo la osadía de decir que Pelé ya no era el de antes y que no veía bien. Le exigía más marca. Sin embargo, ‘O rei' era ‘O rei’. Estaba, además, protegido por los militares, que lo querían en la Selección sí o sí. Saldanha decía que no. Prefería a un zurdo que despuntaba en el Cruzeiro, Eduardo Gonçalves, Tostao, que fuera de todo, era de ideas de avanzada, como él. Tostao y Saldahna conversaron durante muchos años, y los dos se afiliaron al Partido Comunista, y los dos se oponían a todo tipo de dictaduras. Dos meses antes de la Copa del Mundo de 1970, en medio de un largo abrazo de despedida, acordaron que seguirían luchando por la libertad.
A Saldanha lo acaban de relevar de su cargo. ¿La justificación? Sólo palabras. Cambios “estructurales”. Pretextos y mentiras. ¿La realidad? Era un tipo incómodo para Garrastuzu Médici y su gente. A Tostao lo confrmó en el equipo el nuevo técnico, Mario Zagallo, un hombre componedor que creía en la motivación y el diálogo como principales argumentos para armar un buen equipo. Zapallo tomó lo que había dejado Saldanha y se cubrió de gloria en México. La historia una y mil veces resaltaría que aquel fue el mejor equipo de todos los Mundiales. Una vez más, una sentencia hizo carrera y se convirtió en dogma. Brasil pasó a ser ‘O mais grande do mundo’, y Pelé, por supuesto, más ‘O rei’ que nunca. La dictadura continuó, plena y firme gracias a la victoria.
Tostao dijo muchos años después que si hubiera sabido que aquel triunfo lo iban a utilizar los militares para mantener un estado de fuerza y de represión, amparado en el Orden y Progreso, no habría jugado el Mundial. Igual, lo jugo. Brilló. Fue campeón del mundo. Recibió una medalla. Saludó a los hinchas que se volcaron a las calles de Río de Janeiro cuando el equipo retornó, y dijo que como Pelé no había dos, que era un exabrupto que lo compararan con él. Luego siguió hablando y se le escapó aquello que Pelé era bastante acomodado. Lo crucificaron por haberse metido con dios, y algunos periódicos insinuaron que desde el poder había bajado la orden de que lo apretaran para que se callara.