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La primera vez que supe de Toteking fue en 2002. Su disco Tu madre es una foca era un verdadero oasis de ingenio en medio de las fórmulas del rap noventero, ya para entonces caducas. No recuerdo otro disco del rap español que tuviera tanto enfado, burla y desenfreno. El estilo del Tote contenía un culteranismo gamberro inusitado para su época (y digo inusitado porque del rap se esperaba lo gamberro, no lo culterano).
El dinamismo de aquel disco, sin embargo, pasó inadvertido en América Latina, eclipsado tal vez por la preeminencia de artistas como Nach o La Mala Rodriguez. Me desentendí de la carrera del Tote por casi dos décadas, hasta que lo vi en 2018 en el festival de Hip Hop al Parque de Bogotá. El show de esa noche introducía, con cierta timidez, su último disco Lebrón. Era evidente que en estos años el Tote había ganado profundidad y que sus letras recorrían un territorio deliberadamente literario. Su tonalidad gamberra optaba ahora por un color intimista. Lebrón permitía apreciar la veteranía lirical del Tote y me obligó a volver por sus pasos.
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A comienzos de este año, Toteking publicó su primer libro Búnker. Memorias de un encierro, rimas y tiburones blancos (2020). El debut literario del rapero venía apadrinado por un prólogo de Enrique Vila-Matas (los lectores de Roberto Bolaño recordarán la influencia de Vila-Matas en la narrativa latinoamericana, en particular, su novela Historia abreviada de la literatura portátil). La publicación aseguraba captar la atención, no sólo del nicho rapero, sino de un público general atento a las novedades de las letras hispánicas. De marzo a julio el Búnker ha agotado tres ediciones, 15.000 ejemplares, así que el empujón de Vila-Matas no era cualquier cosa. Dudo, sin embargo, que el grueso de los lectores del Búnker haya llegado a él guiado por el sello de garantía que rubricaba Vilas-Matas. La mayoría de lectores del Tote pertenece a un nicho de mercado que, si bien no es enteramente ajeno a la literatura, no responde al pacto convencional entre escritor consagrado y lector, sino entre Emcee (cantante) y fandom (fanaticada). Se trata entonces del pacto tácito, característico de la cultura fan. Y, en consecuencia, vale la pena preguntarse: ¿qué tiene que decirle el Búnker al público no rapero? Es decir, ¿qué tiene que decirle el libro a alguien que no conoce el pasado artístico del Tote, alguien que no necesariamente encuentra atractivo su recorrido musical o que lo ignora?
Pensaba, en principio, que el libro sería una mirada nostálgica, desde la perspectiva del Tote, a la época dorada del rap. Sin embargo, aunque el texto explota efectivamente esa retromanía noventera, su proyecto estético no se limita a ésta. Como todo libro de memorias, el autor visita su infancia y su juventud para pensar su presente, su adultez. De allí que visite su pasión por el baloncesto, su tránsito del anonimato a la fama, sus años universitarios, la vida intrafamiliar, sus primeros conciertos, su barrio en Sevilla, etc. El autor combina este recorrido aleatorio por sus recuerdos con una introspección alrededor de sus manías, su trastorno obsesivo-compulsivo y, en particular, la muerte de su padre (su principal mentor deportivo e intelectual).
Pero el Búnker, pese a esto, no es un libro dramático. Es un libro con mucho humor y, sobre todo, con ciertos riesgos narrativos. Esto es patente en el tono auto-paródico con que aborda, por ejemplo, una de sus fobias: “Así que aquí estoy, desarrollando una suerte de bañofobia en mi propia casa, algo equivalente a sufrir el síndrome de la vejiga tímida, pero en tu váter de siempre”. O también en la jocosa, pero insidiosa, autoflagelación por un desliz lingüístico marginal: “no es raro que cuando mi mente se queda sin combustible tire de la reserva de vergüenzas personales, y es entonces cuando me lanza recuerdos: aquella despedida en la que alguien me dijo: ‘Venga, Tote, me alegro de verte tío. Por cierto, felices fiestas’, y yo con el cerebro cortocircuitado le respondí: ‘Venga, tío, felices navidad’”.
Los chistes no se explican, sobra decirlo. Quien lee al Tote sabe de antemano que no está leyendo una voz consagrada de la literatura. Pero quien lo haga intuirá también que su voz galopa, muchas veces a tientas, entre la narrativa y los vicios de la versificación rapera; y justamente allí hay un libro honesto. De hecho, creo que lo que más se disfruta del libro es su textura experimental, sus vacilaciones, sus pocas certezas escriturales.
Ahora bien, el Búnker abre una posibilidad narrativa y un nicho editorial inexplorado en el rap en español. Además de discos, los raperos norteamericanos, por ejemplo, están acostumbrados a vender libros. La reciente publicación de Curtis Jackson —50 Cent— Hustle Harder, Hustle Smarter (2020), así lo atestigua. Y si bien es cierto que en español ya Nach, otra leyenda del rap ibérico, había ensayado ese nexo entre rap y literatura con dos libros de poesía: Hambriento (2016) y Silencios vivos (2019) —ambos publicados por Editorial Planeta— es el Búnker el que consolida de lleno esta experiencia: la profesionalización del MC como autor. Con esto no estoy sugiriendo una jerarquización de la prosa por encima de la poesía, pero sí creo que la versificación puede llegar a convertirse en una zona de confort para los raperos.
Es preciso aclarar también que el Búnker no es la típica autobiografía de un artista, escrita por algún ghostwriter, contratado por una editorial sedienta de transmutar la venta de discos en la venta de libros. En el Búnker, de hecho, la escritura autobiográfica se ve desbordada, ya que el libro está compuesto también de ensayos culturales (“Eckhart Tolle no podría ahora: reflexiones sobre la idiotez”), sátiras (“Don’t come to the fucking guetto”), crónicas de viaje (“Gansbaai Hooligan”), entre otros textos.
Por último, es seguro que los fans del Tote, en su gran mayoría, lo leerán. También es seguro que los lectores asiduos de Vila-Matas llegarán, inquietos, a su nuevo ahijado. ¿Pero tendrá el Búnker una recepción más allá de los adeptos del rap español? Con este texto no intento otra cosa que despertar la curiosidad de ese público, ajeno al rap, por la literatura naciente del Tote. Estoy seguro que disfrutarán del humor y la honestidad de su proyecto narrativo. Por mi parte, quedo a la espera de su primera novela que, según dicen, ya va por buen camino.