¿Burbujas para Roald Dahl?
En la tercera década del siglo XXI resulta pertinente preguntarse si relatos como los de Roald Dahl, autor de “Matilda” y “Charlie y la fábrica de chocolate” y otros, deberían adaptarse a nuestros ideales actuales de tolerancia, inclusión, buen trato e inocuidad retórica y narrativa. Un análisis sobre la búsqueda de inocuidad en la literatura infantil.
Gabriel Pineda A.
Recientmente, dos periodistas del diario inglés The Telegraph, Anita Singh y Ed Cumming, revelaron que la editorial Puffin Books lleva a cabo un proyecto para reescribir las obras de Roald Dahl, con el fin de eliminar detalles como diálogos sexistas, aseveraciones y comentarios de los narradores que hoy parecen discriminantes, y descripciones que pueden resultar ofensivas, entre otros componentes. Ya ningún personaje es gordo, sino enorme, grande o gigante. Los Oompa Loompas ya no son hombres “chiquiticos”, “pequeñitos” o “no más altos que mi rodilla” (tiny, titchy), sino personas pequeñas y de género neutro. Según cuenta el Telegraph, un conjunto de redactores, contratados para tal misión, sustituyó centenares de adjetivos y añadió aclaraciones y comentarios. El objetivo: darle inocuidad a la obra.
Para llevarlo a cabo, la editorial trabajó en conjunto con “Inclusive Minds”, una organización que defiende la misión de apoyar la representación auténtica en los libros infantiles, por medio del acceso y la lectura de “grandes libros representativos de nuestra sociedad diversa”.
Es un proyecto que no puede pasar desapercibido: Roald Dahl es uno de los autores más influyentes de la literatura infantil y juvenil. Sus temas y personajes crearon un imaginario que ha dejado huella en la cultura y percepción narrativa actuales. Es autor de libros como “Matilda”, “Charlie y la fábrica de chocolate”, “James y el durazno gigante”, “Fantastic Mr. Fox”, “Las brujas” o “El gigante amigable”, entre otros relatos que también han sido llevados al cine y la televisión, en más de una ocasión.
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La búsqueda de la inocuidad retórica y narrativa
En la tercera década del siglo XXI resulta pertinente preguntarse si esos relatos deberían adaptarse a nuestros ideales actuales de tolerancia, inclusión, buen trato e inocuidad retórica y narrativa. Pero también es justo aclarar que la inocuidad narrativa ha producido sosos relatos sin villanos —sobre todo en el cine y la televisión—, con pocos y predecibles giros narrativos y escasas reflexiones. También conviene aclarar que la búsqueda de la inocuidad narrativa, es decir, la idealización del relato “adecuado” para niños, tampoco es nueva. Puede tener sus inicios en las primeras revisiones de relatos como “Los tres cerditos”, cuando se dispuso que ninguno de sus protagonistas fuera devorado por el lobo, llegando a casos en los que hasta termina convirtiéndose al vegetarianismo como condena ante su impotencia para cazar.
¿Debemos eliminar el lenguaje ofensivo de los libros de Roald Dahl? ¿Debemos eliminar el racismo de los primeros libros de Tintín? ¿Debemos eliminar el machismo de los cuentos de hadas tradicionales? ¿Es necesario borrar la misoginia manifiesta de Peter Pan?
Como suele suceder en este tipo de debates, podemos identificar dos corrientes en la relectura de obras. Están quienes afirman que los relatos deben editarse, eliminar lo que no nos gusta, lo que no conviene, lo que parece inadecuado, ofende y crea una “mala imagen” (de la realidad, del relato, de la percepción de los demás o de sí mismos) en los niños. Con ello, pretenden salvar a la infancia de las malas influencias, filtrar los componentes del relato que se consideran perjudiciales y agresivos y, en última instancia, lograr que niñas y niños construyan en su mente un concepto deseado de mundo.
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Pero la literatura y la ficción deben ayudarnos a reflexionar sobre el mundo real, no sobre el ideal. No podemos olvidar la historia. No debemos olvidar lo que fuimos como sociedad. La premisa del cambio es reconocer aquello que debemos cambiar. La inocuidad narrativa no es más que un síntoma de una crisis del pensamiento y la lectura crítica.
Por eso, la segunda corriente de lectura no censura; asume una actitud crítica de lo leído. Trasciende porque sabe que no es lo mismo leer a Andersen en su época que uno o dos siglos las tarde. En el caso de la literatura infantil y juvenil, viene acompañada de docentes, promotores de lectura y padres que guían al niño en la identificación y reflexión de los temas incómodos o, mejor dicho, complejos.
Desde este punto de vista, es cómodo e irresponsable elegir un relato inocuo para evitar hablar con las niñas y niños de cuestiones que nos avergüenzan como ciudadanos o sociedad. Evitar la conversación sobre un problema no sería darle solución. La negación, el olvido son métodos propios de la irresolución de los conflictos.
Le sugerimos: Los libros infantiles de Roald Dahl no serán modificados en español
Adicionalmente, la relectura crítica tiene sus ventajas. Viene acompañada del trabajo con el que otros autores reinterpretan los relatos. Estos no editan cuentos con partes mutiladas: crean nuevas historias e interpretaciones con puntos de vista de otros personajes, como “La verdadera historia de los tres cerditos” de Jon Scieszka; o versiones en universos alternativos, expandiendo mundos posibles, como “Los tres lobitos y el cochino feroz” de Eugene Trivizas; o se burlan de los códigos que construyeron los relatos originales y —de paso— de nuestros hábitos lectores, como “Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge)” de Luis Pescetti.
Este tipo de relectura cuestiona nuestra sociedad y nuestra cultura. Nos concibe como lectores activos y participativos y, dicho coloquialmente, prepara nuestra mente para no “tragar entero” cuando estemos expuestos a textos que sesgan realidades y mutilan verdades, como es usual hoy en día. Por el contrario, la inocuidad narrativa, mediada por la reescritura de relatos clásicos, alimenta la ingenuidad y protege las burbujas.
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*Luis Gabriel Pineda A. es periodista, Máster en libros y literatura infantil y juvenil de la Universitat Autònoma de Barcelona y Magíster en lingüística panhispánica de la Universidad de La Sabana. Actualmente, es docente de la maestría en lingüística panhispánica de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de La Sabana y de las áreas de fortalecimiento de las competencias de lectura y escritura de la misma universidad.
Recientmente, dos periodistas del diario inglés The Telegraph, Anita Singh y Ed Cumming, revelaron que la editorial Puffin Books lleva a cabo un proyecto para reescribir las obras de Roald Dahl, con el fin de eliminar detalles como diálogos sexistas, aseveraciones y comentarios de los narradores que hoy parecen discriminantes, y descripciones que pueden resultar ofensivas, entre otros componentes. Ya ningún personaje es gordo, sino enorme, grande o gigante. Los Oompa Loompas ya no son hombres “chiquiticos”, “pequeñitos” o “no más altos que mi rodilla” (tiny, titchy), sino personas pequeñas y de género neutro. Según cuenta el Telegraph, un conjunto de redactores, contratados para tal misión, sustituyó centenares de adjetivos y añadió aclaraciones y comentarios. El objetivo: darle inocuidad a la obra.
Para llevarlo a cabo, la editorial trabajó en conjunto con “Inclusive Minds”, una organización que defiende la misión de apoyar la representación auténtica en los libros infantiles, por medio del acceso y la lectura de “grandes libros representativos de nuestra sociedad diversa”.
Es un proyecto que no puede pasar desapercibido: Roald Dahl es uno de los autores más influyentes de la literatura infantil y juvenil. Sus temas y personajes crearon un imaginario que ha dejado huella en la cultura y percepción narrativa actuales. Es autor de libros como “Matilda”, “Charlie y la fábrica de chocolate”, “James y el durazno gigante”, “Fantastic Mr. Fox”, “Las brujas” o “El gigante amigable”, entre otros relatos que también han sido llevados al cine y la televisión, en más de una ocasión.
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La búsqueda de la inocuidad retórica y narrativa
En la tercera década del siglo XXI resulta pertinente preguntarse si esos relatos deberían adaptarse a nuestros ideales actuales de tolerancia, inclusión, buen trato e inocuidad retórica y narrativa. Pero también es justo aclarar que la inocuidad narrativa ha producido sosos relatos sin villanos —sobre todo en el cine y la televisión—, con pocos y predecibles giros narrativos y escasas reflexiones. También conviene aclarar que la búsqueda de la inocuidad narrativa, es decir, la idealización del relato “adecuado” para niños, tampoco es nueva. Puede tener sus inicios en las primeras revisiones de relatos como “Los tres cerditos”, cuando se dispuso que ninguno de sus protagonistas fuera devorado por el lobo, llegando a casos en los que hasta termina convirtiéndose al vegetarianismo como condena ante su impotencia para cazar.
¿Debemos eliminar el lenguaje ofensivo de los libros de Roald Dahl? ¿Debemos eliminar el racismo de los primeros libros de Tintín? ¿Debemos eliminar el machismo de los cuentos de hadas tradicionales? ¿Es necesario borrar la misoginia manifiesta de Peter Pan?
Como suele suceder en este tipo de debates, podemos identificar dos corrientes en la relectura de obras. Están quienes afirman que los relatos deben editarse, eliminar lo que no nos gusta, lo que no conviene, lo que parece inadecuado, ofende y crea una “mala imagen” (de la realidad, del relato, de la percepción de los demás o de sí mismos) en los niños. Con ello, pretenden salvar a la infancia de las malas influencias, filtrar los componentes del relato que se consideran perjudiciales y agresivos y, en última instancia, lograr que niñas y niños construyan en su mente un concepto deseado de mundo.
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Pero la literatura y la ficción deben ayudarnos a reflexionar sobre el mundo real, no sobre el ideal. No podemos olvidar la historia. No debemos olvidar lo que fuimos como sociedad. La premisa del cambio es reconocer aquello que debemos cambiar. La inocuidad narrativa no es más que un síntoma de una crisis del pensamiento y la lectura crítica.
Por eso, la segunda corriente de lectura no censura; asume una actitud crítica de lo leído. Trasciende porque sabe que no es lo mismo leer a Andersen en su época que uno o dos siglos las tarde. En el caso de la literatura infantil y juvenil, viene acompañada de docentes, promotores de lectura y padres que guían al niño en la identificación y reflexión de los temas incómodos o, mejor dicho, complejos.
Desde este punto de vista, es cómodo e irresponsable elegir un relato inocuo para evitar hablar con las niñas y niños de cuestiones que nos avergüenzan como ciudadanos o sociedad. Evitar la conversación sobre un problema no sería darle solución. La negación, el olvido son métodos propios de la irresolución de los conflictos.
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Adicionalmente, la relectura crítica tiene sus ventajas. Viene acompañada del trabajo con el que otros autores reinterpretan los relatos. Estos no editan cuentos con partes mutiladas: crean nuevas historias e interpretaciones con puntos de vista de otros personajes, como “La verdadera historia de los tres cerditos” de Jon Scieszka; o versiones en universos alternativos, expandiendo mundos posibles, como “Los tres lobitos y el cochino feroz” de Eugene Trivizas; o se burlan de los códigos que construyeron los relatos originales y —de paso— de nuestros hábitos lectores, como “Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge)” de Luis Pescetti.
Este tipo de relectura cuestiona nuestra sociedad y nuestra cultura. Nos concibe como lectores activos y participativos y, dicho coloquialmente, prepara nuestra mente para no “tragar entero” cuando estemos expuestos a textos que sesgan realidades y mutilan verdades, como es usual hoy en día. Por el contrario, la inocuidad narrativa, mediada por la reescritura de relatos clásicos, alimenta la ingenuidad y protege las burbujas.
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*Luis Gabriel Pineda A. es periodista, Máster en libros y literatura infantil y juvenil de la Universitat Autònoma de Barcelona y Magíster en lingüística panhispánica de la Universidad de La Sabana. Actualmente, es docente de la maestría en lingüística panhispánica de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de La Sabana y de las áreas de fortalecimiento de las competencias de lectura y escritura de la misma universidad.