Martín Caparrós: Buscando Ñamérica
Parafraseamos la canción de Rubén Blades para hablar del nuevo libro de Martín Caparrós. Un texto con ensayos y crónicas que buscan definir la identidad del continente. Entrevista.
María Paula Lizarazo
Andrés Osorio Guillott
Ñamérica, el nuevo libro de Martín Caparrós, es evocar una y mil veces entre sus líneas lo que hace años cantó Rubén Blades: “Te estoy buscando América, te estoy llamando América. Luchando por la raza y nuestra identidad. Te estoy buscando América, esta es mi casa. Te estoy llamando América. Y vamos a encontrarte entre esta oscuridad. Te estoy buscando América, te estoy llamando América. Te han desaparecido los que niegan la verdad”.
Ensayos sobre el continente “inquieto, partido, violento, creyente, mache, pop y el real”; crónicas sobre Ciudad de México, El Alto, Bogotá, Caracas, La Habana, Buenos Aires, Miami y Managua. Un libro que explora en la identidad. ¿Y cuál identidad? ¿Es tal vez una intención muy propia de la modernidad universalizar un concepto, un continente en este caso? ¿Qué riesgo hay de hablar de una identidad cuando en medio de ella hay muchas otras? Seguramente no es el caso del libro, pero recorrer lo que dicen de nosotros en el mundo, lo que decimos nosotros de nosotros mismos e identificar justamente ciertos rasgos transversales es cuestionarnos sobre lo que hemos sido desde hace siglos, sobre lo que somos ahora y lo que podremos ser, incluso teniendo en cuenta el evidente cambio de vida que dejó la pandemia. Y en esa pregunta, en ese indagar, estará tal vez el acierto de Ñamérica.
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En el libro menciona que hace 500 años América era una amalgama de migraciones. ¿Hoy todavía se puede describir así?
Aquí somos todos migrantes. Algunos migraron hace 15 mil años, otros hace 500, otros hace 300, algunos con más violencia y otros violentados, pero todos migramos, y eso nos pone en un espacio común a todos. Los migrantes de 1500, los conquistadores españoles, se arrogaron privilegios por el hecho de ser distintos. Por suerte esto ahora está empezando a dejar de suceder y me parece que no habría que reemplazarlo con otros reclamos en nombre de otras purezas de sangre, porque si algo tenemos de bueno es que somos mezclas, todos somos producto de la amalgama de las mezclas de esas tres o cuatro corrientes que se sucedieron a lo largo de 20 mil años.
¿Cuáles son las implicaciones de la idea de pureza en las narrativas que construyen ‘Ñamérica’?
Ese relato tiene muchos problemas. El primer problema es inventar una sociedad precolombina paradisíaca en donde había unos estados totalitarios y asesinos literalmente: los aztecas se comían la gente, hacían sacrificios humanos para pedir la lluvia o cosas tan directas como esa. Eso, por supuesto, es la razón por la cual quinientos desarrapados pudieron desalojarlos, porque había tantos miles de personas desesperadas de vivir bajo ese poder que se aliaron a los nuevos para desalojar ese poder; después se dieron cuenta del error que habían cometido, pero lo cometieron porque justamente esos poderes eran sanguinarios, entonces con toda esta historia del paraíso precolombino, es un disparate en términos historiográficos, además es un disparate muy fácil de comprobar, alcanza con abrir un libro y leer. Lo cual no quita que los conquistadores hicieran desastres y que efectivamente instalaron una situación de privilegio justificado por el hecho de ser de pura raza blanca. Ahora se intenta, por un lado, cambiar aquel relato y por otro lado postular que hay otras formas de pureza de sangre: que somos nosotros y después vinieron los españoles; se dice “nosotros”, pero tú eres parte de esa mezcla que se hizo hace 400 años. Lo que importa es que no haya gente que la pase mal, que no haya gente que sufra por no tener suficiente para comer, por no tener dinero, por no tener posibilidades, no importa de qué origen son, de qué color son, de qué raza son, no hay que sectorizar a los necesitados, los necesitados lo son porque necesitan tener lo suficiente para una vida digna, no porque sus ancestros hayan tenido no sé qué y los ancestros de los otros hayan tenido no sé cuánto; eso es lo que me parece un poco indignante de toda esta bola de reclamos puristas.
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En el libro, por ejemplo, se hace una crítica a que llamemos a las comunidades indígenas “pueblos originarios”. Con base en eso, le preguntamos qué opinión tiene usted frente a lo siguiente: hace unos meses estuvimos en protestas en Colombia. En medio de esas jornadas se derrumbaron varias estatuas de fundadores y españoles que fueron parte de la época colonial. ¿Cuál es su visión al respecto?
La crítica a los pueblos originarios tiene que ver con que todos llegamos de alguna parte y nos mezclamos. El ritual de derribar estatuas es simpático. No es con eso que se cambian las estructuras sociales. Lo que hay que atacar son los poderes actuales, no la memoria de un poder que dejó de funcionar hace 200 años. Puede ser incómodo que esté ahí, pero es inoperante. No cambia en nada la realidad inmediata. Me impresiona que hablemos de esto. Es un clima de épocas. Es curioso cómo ciertos temas se instalan.
Hablando del poder, ¿por qué en este continente el poder político y el poder económico, de pronto a diferencia de otras geografías, son tan intrínsecos?
Ahí sí rastreo los orígenes de eso a la Conquista. Es algo que pensé cuando estaba escribiendo este libro, y es que en el capitalismo clásico la construcción del poder político se supone que parte de una construcción de poder económico. Este proceso de nacimiento de las burguesías industriales, tradicionales, es ese: alguien pone un taller, tiene unas máquinas que funcionan, contrata más obreros, pone más fábricas, construye un poder económico fuerte y en algún momento ese poder económico le permite tener un poder político significativo: es el proceso clásico de la Revolución Industrial para acá. Y en cambio en América, lo que pasó es de algún modo inverso, es el poder político el que te permite tener poder económico en la medida en que el económico aquí tiene que ver con la extracción de materias primas, y eso se consigue apoderándose de esos lugares, para lo cual hay un gran poder político; las distintas formas de poder político son las que permiten apoderarse de las fuentes de riqueza que, en última instancia, son las que permiten extraer materia prima. Eso es decisivo en la formación económica y política de la región, que marca una diferencia fuerte con otras, y está fuertemente implicado en el tema de la desigualdad: cuando lo que sirve para conseguir riqueza es extraer, no necesita mucha mano de obra -cada vez menos- y como lo que se hace con esa materia prima es exportarla, tampoco se necesita que la compre mucha gente en el país, entonces no se necesitan ni mano de obra ni consumidores, el mercado interno no es importante, sino los mercados externos en donde se exportan; en síntesis y mal dicho: los ricos no necesitan a los pobres ni para trabajar ni para consumir, por lo cual les importan tres carajos, lo único que tienen que hacer es contenerlos un poco, conseguir que el Estado pueda mantenerlos a raya, tirarles de vez en cuando una limosna y conseguir que no rompan todo. Esa desigualdad de la que tanto hablamos, que parece que fuera una especie de esencia inmanente de los espíritus, está muy claramente implicada en la forma en que se produce o en que se extrae riqueza en nuestros países.
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Pensando en clave del neoliberalismo, ¿estos países no podrían tener otro lugar dentro del sistema?
Bueno, no han tenido otro lugar dentro del sistema en los últimos 500 años donde no solo hubo neoliberales, hubo de todo tipo, incluidos los gobiernos que en las últimas décadas se dijeron de izquierda mantuvieron esta forma de participación en el sistema. El caso más obvio es Venezuela, que se decía socialista y lo único que hacía era producir y exportar petróleo sin parar, por lo cual su economía ahora es una catástrofe absoluta. El neoliberalismo por momentos puede agudizar este problema, pero no es algo que haya producido.
Refiriéndose a los estallidos sociales actuales en América Latina, menciona que no habrá un cambio significativo hasta que haya un proyecto definido. Sin embargo, con la gente movilizándose, ¿no se van haciendo cambios?
Sí, claro que van cambiando cosas y además los efectos de esos estallidos a veces se ven a mediano plazo. Hay como gérmenes que se van calando. Cuando la gente sale a la calle siempre pasan cosas, nada de eso es inocuo, siempre se producen efectos. El problema es que no sabemos cuáles pueden ser y, sobre todo, no están claros cuáles queremos que sean, no tenemos un modelo de recambio. A lo largo de la historia hay momentos en que las sociedades consiguen elaborar un proyecto de futuro que les interesa y que trabajan para él, y hay otros momentos en los que el proyecto anterior se ha desmoronado por una u otra razón y están todavía recién empezando a buscar cómo será el próximo. Ahora estamos en uno de esos momentos, y es un poco desesperante, sería mucho más cómodo saber cómo queremos organizar el mundo para que nos guste.
¿Qué sensaciones tiene del efecto de la pandemia en estos países?
Apenas estamos empezando a preguntarnos si estamos saliendo. Esto va a producir efectos fuertes, porque ha complicado mucho la vida de muchas personas, y es muy probable que eso en algún momento estalle. Ojalá sea para construir algo que valga la pena o para sentar unas bases y saber qué queremos construir. Si algo ha hecho la pandemia es mostrar cosas que no queríamos mirar o que estaban suficientemente bien ocultas. Cuando uno ve, no actúa igual que antes.
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¿Por qué se da esa tendencia de que lo popular es aquello que define o determina la cultura de América Latina?
Es así. Lo que nos identifica son productos populares. No productos de la alta cultura, por lo menos cuando se ve desde afuera. Es cierto que vivimos en un momento de un gran auge de la cultura pop. Si uno piensa en otros lugares ve elementos más elaborados. Nosotros no. No sé por qué. No tengo una hipótesis, solo constato qué es lo que pasa. Podríamos arriesgarnos a decir que los productos de alta cultura no tienen una identidad tan fuerte, son menos originales. Hubo un momento en que parecía que era así, tal vez con el boom, entonces hubo una identificación de América Latina cierta literatura, pero lamentablemente eso dejó de suceder.
¿Qué hay detrás de que el reguetón sea una de las principales exportaciones culturales de “Ñamérica”? ¿Por qué algo relacionado con una supuesta liberación del cuerpo?
Es una liberación rara del cuerpo porque parece una liberación del cuerpo machista. Debo tener algo de ingenuo con respecto a este tipo de cosas, porque a mí me sorprende el tipo de idea del mundo que el reguetón transporta: autos caros, culos trabajados, casas enormes, cadenas de oro. Que eso haya calado como ha calado me impresiona. Hay algo raro en ese éxito de la exaltación de lo peor de la sociedad de consumo que viene en el reguetón. Y viene, por supuesto, envaselinado con esto de los cuerpos, pero es una forma muy sexista del trabajo de los cuerpos. Me parece curioso que es un territorio en el cual lo ñamericano se plasma, se amalgaman formas muy distintas del castellano y se crea una forma nueva, en ese sentido es interesante: una mezcla contra las purezas, pero hay otras maneras de liberar los cuerpos, con menos siliconas y con menos lugares comunes.
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¿Es lo que se busca que exportemos?
Exportamos lo que quieren que exportemos y quieren que exportemos lo que exportamos porque lo hemos hecho antes, una especie de círculo vicioso o feliz que se retroalimenta. El asunto es cómo se podría romper esa dinámica de alguna manera y para mí una tentativa fuerte del libro era tratar de encontrar las fisuras fuertes del tema de la violencia: América Latina tiene muchas menos víctimas mortales durante el siglo XX que el resto de continentes del mundo y sin embargo seguimos pasando por ser el espacio más violento. Y hay un hecho y es que esa violencia del siglo XX es pública, del Estado, y lo que pasó a fines del siglo fue que hubo una privatización de esa violencia cuando, a su vez, todo se estaba privatizando, porque había una serie de empresarios que querían hacer lo mismo que mencionamos ahorita: extraer y exportar.
Usted menciona que México produce realidades, Argentina personajes y Colombia conceptos para Ñamérica. ¿Cómo surgió esta idea y a qué clase de conceptos se refiere?
Este es el libro más colombiano. Hay mucho de Colombia. De crónicas está Bogotá, Chocó, un campamento de las Farc y Medellín. Colombia está todo el tiempo porque es un lugar muy central de Ñamérica. Esa idea se me ocurrió porque estaba con Ómar Rincón, y le decía que me parecía bárbaro que, por ejemplo, el lugar común de América Latina hace 50 años era el boom y el realismo mágico, que lo inventó antes Alejo Carpentier y lo consagró Colombia con García Márquez; hace 30 años era el narcotráfico, que se hace todo el tiempo y se volvió un producto colombiano, y ahora es el reguetón, que empezó en Puerto Rico y lo terminaron de conformar en Medellín. Es así. Es una cultura que logra sintetizar toda una cuestión de cosas que andan por ahí. Aquí encuentran la manera de ponerle las plumas, peinarlo y sacarlo.
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Sobre las distancias con Brasil, por ejemplo, la muerte de Maradona fue muy fuerte en estos países. ¿Cómo sería la muerte de Pelé?
Creo que hubo un hiato muy fuerte entre Maradona y Pelé. Pelé es pre-televisión, lo vimos un poquito en el Mundial 70. En cambio Maradona llegó justo en el momento en que la televisión se difundió por todo el mundo. Se convirtió en un personaje mundial que Pelé nunca fue; Pelé era un nombre para personas que nunca lo vieron jugar. Si te tienen seis meses hablando del posible pase de Mbappé al Real Madrid, cuando se muera Pelé te van a tener mes y medio hablando de lo mismo. A Pelé casi no le tenemos cariño, por lo menos en Argentina. Hay una distancia cultural, la lengua define muchísimo: yo no sé mucho de lo que se está escribiendo en Brasil ahora y ellos no saben un carajo de lo que se está escribiendo en castellano ahora, no nos interesamos mucho los unos en los otros y tampoco tenemos por qué interesarnos.
En el libro se pregunta por el alcance de contar historias y de si contarlas sirve de algo o no. ¿Qué responde hoy?
A mí me gustaría que sirviera, pero no quiero caer en la trampa de pensar que solo lo hago porque sirve o pensar que si no va a servir no lo hago, porque en definitiva no hay ninguna garantía. Y muchas veces se cae en el hambre de la ética del resultado, en la idea de que hacemos las cosas para que tengan un resultado y porque van a tener un resultado, que tiene un contragolpe demasiado rápido que es: “Ah, entonces si no va a tener un resultado, entonces no lo hago”, y es muy fácil pensar que algo no te va a dar un resultado y, por lo tanto, es muy fácil dejar de hacer las cosas. Quiero creer que es mejor hacer las cosas porque uno cree que hay que hacerlas y, por supuesto, con ganas de que sirva para algo, pero no solo porque va a servir para algo, no solo escudándose en el resultado, sino porque uno tiene una especie de convencimiento más hondo de que quiere, puede y tiene que hacer en la vida.
Nos faltó el fútbol...
No, no se puede. Todo no se puede. Hubo un día que se la creyeron y después se les pasó, por suerte, en el 93…
Ñamérica, el nuevo libro de Martín Caparrós, es evocar una y mil veces entre sus líneas lo que hace años cantó Rubén Blades: “Te estoy buscando América, te estoy llamando América. Luchando por la raza y nuestra identidad. Te estoy buscando América, esta es mi casa. Te estoy llamando América. Y vamos a encontrarte entre esta oscuridad. Te estoy buscando América, te estoy llamando América. Te han desaparecido los que niegan la verdad”.
Ensayos sobre el continente “inquieto, partido, violento, creyente, mache, pop y el real”; crónicas sobre Ciudad de México, El Alto, Bogotá, Caracas, La Habana, Buenos Aires, Miami y Managua. Un libro que explora en la identidad. ¿Y cuál identidad? ¿Es tal vez una intención muy propia de la modernidad universalizar un concepto, un continente en este caso? ¿Qué riesgo hay de hablar de una identidad cuando en medio de ella hay muchas otras? Seguramente no es el caso del libro, pero recorrer lo que dicen de nosotros en el mundo, lo que decimos nosotros de nosotros mismos e identificar justamente ciertos rasgos transversales es cuestionarnos sobre lo que hemos sido desde hace siglos, sobre lo que somos ahora y lo que podremos ser, incluso teniendo en cuenta el evidente cambio de vida que dejó la pandemia. Y en esa pregunta, en ese indagar, estará tal vez el acierto de Ñamérica.
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En el libro menciona que hace 500 años América era una amalgama de migraciones. ¿Hoy todavía se puede describir así?
Aquí somos todos migrantes. Algunos migraron hace 15 mil años, otros hace 500, otros hace 300, algunos con más violencia y otros violentados, pero todos migramos, y eso nos pone en un espacio común a todos. Los migrantes de 1500, los conquistadores españoles, se arrogaron privilegios por el hecho de ser distintos. Por suerte esto ahora está empezando a dejar de suceder y me parece que no habría que reemplazarlo con otros reclamos en nombre de otras purezas de sangre, porque si algo tenemos de bueno es que somos mezclas, todos somos producto de la amalgama de las mezclas de esas tres o cuatro corrientes que se sucedieron a lo largo de 20 mil años.
¿Cuáles son las implicaciones de la idea de pureza en las narrativas que construyen ‘Ñamérica’?
Ese relato tiene muchos problemas. El primer problema es inventar una sociedad precolombina paradisíaca en donde había unos estados totalitarios y asesinos literalmente: los aztecas se comían la gente, hacían sacrificios humanos para pedir la lluvia o cosas tan directas como esa. Eso, por supuesto, es la razón por la cual quinientos desarrapados pudieron desalojarlos, porque había tantos miles de personas desesperadas de vivir bajo ese poder que se aliaron a los nuevos para desalojar ese poder; después se dieron cuenta del error que habían cometido, pero lo cometieron porque justamente esos poderes eran sanguinarios, entonces con toda esta historia del paraíso precolombino, es un disparate en términos historiográficos, además es un disparate muy fácil de comprobar, alcanza con abrir un libro y leer. Lo cual no quita que los conquistadores hicieran desastres y que efectivamente instalaron una situación de privilegio justificado por el hecho de ser de pura raza blanca. Ahora se intenta, por un lado, cambiar aquel relato y por otro lado postular que hay otras formas de pureza de sangre: que somos nosotros y después vinieron los españoles; se dice “nosotros”, pero tú eres parte de esa mezcla que se hizo hace 400 años. Lo que importa es que no haya gente que la pase mal, que no haya gente que sufra por no tener suficiente para comer, por no tener dinero, por no tener posibilidades, no importa de qué origen son, de qué color son, de qué raza son, no hay que sectorizar a los necesitados, los necesitados lo son porque necesitan tener lo suficiente para una vida digna, no porque sus ancestros hayan tenido no sé qué y los ancestros de los otros hayan tenido no sé cuánto; eso es lo que me parece un poco indignante de toda esta bola de reclamos puristas.
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En el libro, por ejemplo, se hace una crítica a que llamemos a las comunidades indígenas “pueblos originarios”. Con base en eso, le preguntamos qué opinión tiene usted frente a lo siguiente: hace unos meses estuvimos en protestas en Colombia. En medio de esas jornadas se derrumbaron varias estatuas de fundadores y españoles que fueron parte de la época colonial. ¿Cuál es su visión al respecto?
La crítica a los pueblos originarios tiene que ver con que todos llegamos de alguna parte y nos mezclamos. El ritual de derribar estatuas es simpático. No es con eso que se cambian las estructuras sociales. Lo que hay que atacar son los poderes actuales, no la memoria de un poder que dejó de funcionar hace 200 años. Puede ser incómodo que esté ahí, pero es inoperante. No cambia en nada la realidad inmediata. Me impresiona que hablemos de esto. Es un clima de épocas. Es curioso cómo ciertos temas se instalan.
Hablando del poder, ¿por qué en este continente el poder político y el poder económico, de pronto a diferencia de otras geografías, son tan intrínsecos?
Ahí sí rastreo los orígenes de eso a la Conquista. Es algo que pensé cuando estaba escribiendo este libro, y es que en el capitalismo clásico la construcción del poder político se supone que parte de una construcción de poder económico. Este proceso de nacimiento de las burguesías industriales, tradicionales, es ese: alguien pone un taller, tiene unas máquinas que funcionan, contrata más obreros, pone más fábricas, construye un poder económico fuerte y en algún momento ese poder económico le permite tener un poder político significativo: es el proceso clásico de la Revolución Industrial para acá. Y en cambio en América, lo que pasó es de algún modo inverso, es el poder político el que te permite tener poder económico en la medida en que el económico aquí tiene que ver con la extracción de materias primas, y eso se consigue apoderándose de esos lugares, para lo cual hay un gran poder político; las distintas formas de poder político son las que permiten apoderarse de las fuentes de riqueza que, en última instancia, son las que permiten extraer materia prima. Eso es decisivo en la formación económica y política de la región, que marca una diferencia fuerte con otras, y está fuertemente implicado en el tema de la desigualdad: cuando lo que sirve para conseguir riqueza es extraer, no necesita mucha mano de obra -cada vez menos- y como lo que se hace con esa materia prima es exportarla, tampoco se necesita que la compre mucha gente en el país, entonces no se necesitan ni mano de obra ni consumidores, el mercado interno no es importante, sino los mercados externos en donde se exportan; en síntesis y mal dicho: los ricos no necesitan a los pobres ni para trabajar ni para consumir, por lo cual les importan tres carajos, lo único que tienen que hacer es contenerlos un poco, conseguir que el Estado pueda mantenerlos a raya, tirarles de vez en cuando una limosna y conseguir que no rompan todo. Esa desigualdad de la que tanto hablamos, que parece que fuera una especie de esencia inmanente de los espíritus, está muy claramente implicada en la forma en que se produce o en que se extrae riqueza en nuestros países.
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Pensando en clave del neoliberalismo, ¿estos países no podrían tener otro lugar dentro del sistema?
Bueno, no han tenido otro lugar dentro del sistema en los últimos 500 años donde no solo hubo neoliberales, hubo de todo tipo, incluidos los gobiernos que en las últimas décadas se dijeron de izquierda mantuvieron esta forma de participación en el sistema. El caso más obvio es Venezuela, que se decía socialista y lo único que hacía era producir y exportar petróleo sin parar, por lo cual su economía ahora es una catástrofe absoluta. El neoliberalismo por momentos puede agudizar este problema, pero no es algo que haya producido.
Refiriéndose a los estallidos sociales actuales en América Latina, menciona que no habrá un cambio significativo hasta que haya un proyecto definido. Sin embargo, con la gente movilizándose, ¿no se van haciendo cambios?
Sí, claro que van cambiando cosas y además los efectos de esos estallidos a veces se ven a mediano plazo. Hay como gérmenes que se van calando. Cuando la gente sale a la calle siempre pasan cosas, nada de eso es inocuo, siempre se producen efectos. El problema es que no sabemos cuáles pueden ser y, sobre todo, no están claros cuáles queremos que sean, no tenemos un modelo de recambio. A lo largo de la historia hay momentos en que las sociedades consiguen elaborar un proyecto de futuro que les interesa y que trabajan para él, y hay otros momentos en los que el proyecto anterior se ha desmoronado por una u otra razón y están todavía recién empezando a buscar cómo será el próximo. Ahora estamos en uno de esos momentos, y es un poco desesperante, sería mucho más cómodo saber cómo queremos organizar el mundo para que nos guste.
¿Qué sensaciones tiene del efecto de la pandemia en estos países?
Apenas estamos empezando a preguntarnos si estamos saliendo. Esto va a producir efectos fuertes, porque ha complicado mucho la vida de muchas personas, y es muy probable que eso en algún momento estalle. Ojalá sea para construir algo que valga la pena o para sentar unas bases y saber qué queremos construir. Si algo ha hecho la pandemia es mostrar cosas que no queríamos mirar o que estaban suficientemente bien ocultas. Cuando uno ve, no actúa igual que antes.
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¿Por qué se da esa tendencia de que lo popular es aquello que define o determina la cultura de América Latina?
Es así. Lo que nos identifica son productos populares. No productos de la alta cultura, por lo menos cuando se ve desde afuera. Es cierto que vivimos en un momento de un gran auge de la cultura pop. Si uno piensa en otros lugares ve elementos más elaborados. Nosotros no. No sé por qué. No tengo una hipótesis, solo constato qué es lo que pasa. Podríamos arriesgarnos a decir que los productos de alta cultura no tienen una identidad tan fuerte, son menos originales. Hubo un momento en que parecía que era así, tal vez con el boom, entonces hubo una identificación de América Latina cierta literatura, pero lamentablemente eso dejó de suceder.
¿Qué hay detrás de que el reguetón sea una de las principales exportaciones culturales de “Ñamérica”? ¿Por qué algo relacionado con una supuesta liberación del cuerpo?
Es una liberación rara del cuerpo porque parece una liberación del cuerpo machista. Debo tener algo de ingenuo con respecto a este tipo de cosas, porque a mí me sorprende el tipo de idea del mundo que el reguetón transporta: autos caros, culos trabajados, casas enormes, cadenas de oro. Que eso haya calado como ha calado me impresiona. Hay algo raro en ese éxito de la exaltación de lo peor de la sociedad de consumo que viene en el reguetón. Y viene, por supuesto, envaselinado con esto de los cuerpos, pero es una forma muy sexista del trabajo de los cuerpos. Me parece curioso que es un territorio en el cual lo ñamericano se plasma, se amalgaman formas muy distintas del castellano y se crea una forma nueva, en ese sentido es interesante: una mezcla contra las purezas, pero hay otras maneras de liberar los cuerpos, con menos siliconas y con menos lugares comunes.
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