Afán de producir, afán de hacer, afán de vivir. Uno de los triunfos del sistema neoliberal es habernos implantado una obsesión por el éxito, y además de esa obsesión la idea de que este se da si estamos todo el tiempo ejerciendo alguna actividad. Parar está prohibido. Parar está mal visto. Pequeñas culpas llegan cuando nos pausamos. De ese fenómeno habla el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en Vida contemplativa, su más reciente libro.
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“Dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes. La existencia humana en conjunto está siendo absorbida por la actividad. Como consecuencia de ello, es posible explotarla. Vamos perdiendo el sentido para la inactividad, la cual no implica una incapacidad para la actividad, o su rechazo, o su mera ausencia, sino que constituye una capacidad autónoma”, escribe Byung-Chul Han al comienzo de su libro.
El sábado 18 de febrero a las 10:00 a.m., en la plazoleta cubierta F-G árbol de vida del Compensar de la Avenida 68, en Bogotá, estará Merceano Melo, director del Jardín del Bonsái El Dragón Dorado, hablando con Andrés Osorio, periodista de El Espectador, sobre Vida contemplativa y la obra de Byung-Chul Han, quien se ha encargado de reflexionar desde la filosofía sobre las lógicas del mundo contemporáneo.
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Será una charla que contará también con un espacio de meditación, como una manera de llevar a la práctica la invitación del surcoreano a detener la vida, pues según él, en esa pausa está la felicidad: “El ceremonial de la inactividad es: hacemos, pero para nada. Este para-nada, esta libertad con respecto a la finalidad y la utilidad, es la esencia de la inactividad. Y es la fórmula fundamental de la felicidad”.
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