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Hoy, 30 de septiembre, se cumple el centenario del estadounidense Truman Capote, uno de los escritores contemporáneos más influyentes tanto en su país como en el mundo, a pesar de una obra relativamente escasa.
Cuando publicó en 1965 In cold blood (A sangre fría), la historia de un crimen aparentemente anodino en un poblado rural de Arkansas, sacudió los cimientos literarios estadounidenses y fue entonces cuando adquirió un prestigio y una fama que nunca lo abandonarían.
No fue ese su primer éxito, pues en 1958 había publicado ‘Desayuno en Tiffany’s’, una novela sobre la vida frívola y despreocupada de una joven en Nueva York, que tres años después encarnaría en el cine Audrey Hepburn con enorme popularidad. Pero, para llegar hasta allí, Capote había tenido que recorrer un camino de espinas.
Nació el 30 de septiembre de 1924 en Nueva Orleans y fue bautizado como Truman Streckfus Persons (el apellido Capote lo adoptó del segundo marido de su madre), pero se crio en Monroeville (Alabama), en casa de unas tías maternas.
La ausencia de sus padres en esos años tempranos le marcó profundamente -igual que el suicidio posterior de su madre-. En aquel ambiente rural y primario, solo congenió con otra reconocida escritora, Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor, una personalidad discreta totalmente alejada del histrionismo de Capote, pero con la que supo guardar una profunda amistad (una de las pocas sinceras) durante toda su vida.
Con once años ya comenzó a escribir para mitigar el aislamiento en que vivía y su adolescencia no fue fácil por las continuas mudanzas de su familia siguiendo el rumbo de su padre, coronel en el ejército. Pero cuando se mudaron en 1941 a Nueva York, supo que había encontrado su sitio, hasta convertirse en poco tiempo en toda una referencia neoyorquina.
Aunque había publicado obras menores, su verdadero debut literario fue ‘Otras voces, otros ámbitos’, novela escrita con 23 años y que abordaba abiertamente su homosexualidad. En 1948 aquello era un tabú incluso en la liberal Nueva York, pero labró su camino a la fama.
La novela fue un éxito y Capote comenzó a frecuentar los cenáculos literarios de la ciudad, donde pronto se hizo invitado imprescindible. Su lenguaje, su repertorio de anécdotas y su colección de “chismes” le dieron una gran notoriedad.
En la cresta de la ola, Truman Capote decidió que quería dar un giro a su carrera y escribió una novela radicalmente diferente sobre un tema que entonces parecía lo menos literario del mundo: un oscuro crimen de una familia entera en un pueblo de Arkansas donde los dos asesinos buscaban una fortuna que nunca existió y por el cual se arriesgaban a la pena de muerte.
Capote se mudó literalmente a Arkansas, entrevistó a los dos asesinos, fiscales, policías, amigos de la familia, maestros y alumnos que conocieron a los niños, y con ello fue armando una novela que según él contaba de forma veraz las vidas y las muertes de los asesinados, pero sobre todo la de los asesinos, a los que describió con una carga psicológica pocas veces conseguida.
A continuación, presentamos algunas frases del novelista y guionista estadounidense:
- “Mis ambiciones más firmes giran todavía alrededor de los cuentos, con ellos me inicié en el arte de escribir”.
- “Una conversación es un diálogo, no un monólogo. Por eso hay tan pocas buenas conversaciones, porque dos conversadores buenos rara vez se reúnen”.
- “Todo fracaso es condimento que da sabor al éxito”.
- “Lo que más me apena es la innecesaria soledad de mi infancia”.
- “Todo buen escritor comienza con un nido de víbora de críticas negativas, como me pasó a mí”.
- “Un día, comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble, pero implacable amo”.
- “Si te pasas mucho tiempo comiendo manzanas, terminas por aborrecer las manzanas. Eso me pasa a mí con la imaginación para mis libros: tiro tanto de ella que me quedo vacío, así que tengo que esperar unos años hasta volver a ganar imaginación para volver a escribir y volver a agotarla”.
- “No me gusta dejar un libro sin acabar, pero supliqué a Dios que me perdonara con las lecturas que hice de Joyce. Nunca mis oraciones habían sido tan largas, pero sus escritos eran infumables”.
- “Las palabras me han salvado siempre de la tristeza”.
- “El que algo sea cierto no significa que sea conveniente, ni en la vida ni en el arte”.