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Cali estaba predestinada al cine desde que se filmó en el Valle del Cauca una película que hoy hace parte del misterio nacional: María (Calvo/Del Diestro, 1922). Su historia quedó reducida en la pantalla a la brevedad de los segundos, pero el hechizo fue permanente.
Un año más tarde se fundó en la ciudad la Colombia Film Company. Sus aspiraciones: rodar asistidos por la sabiduría italiana de actrices y camarógrafos que vinieron a mostrar la ilusión del cine en la geografía local. Uno de sus largometrajes define con su título el antes de lo que aún no es industria en el país pero lo intenta: Suerte y azar (Cantinazzi, 1926).
El tiempo transcurre y el legado se renueva: a principios de los años 70, Cali ya es Caliwood por la cinefilia ansiosa de los three amigos que encontraron su destino en la pantalla: Andrés Caicedo, Luis Ospina y Carlos Mayolo —aparte de otros buenos amigos que ayudaron a la fiesta: Ramiro Arbeláez, Patricia Restrepo, Eduardo Carvajal, Elsa y María Vásquez, Óscar Campo, Sandro Romero y un reparto kilométrico que compone el casting de una época—.
Oiga, vea, titularon Ospina y Mayolo en 1971 su documental sobre los Juegos Panamericanos realizados en Cali. La banda sonora —el oiga— y la imagen —el vea—, que ayudan a celebrar el espectáculo del cine, hacen parte de la memoria y su rumbo que ahora llega a otra estación: el 1er. Festival Internacional de Cine de Cali. Su director artístico, Luis Ospina, es arte y parte de esta historia.
Desde el 27 de octubre hasta el 2 de noviembre, la pantalla será el límite. Con un plan de rodaje que define el festival: encuentros cercanos entre la ficción y la no ficción. Una evidencia del movimiento del cine en una época que enaltece a los documentales y hace de la ficción un territorio creativo que encaja las piezas del rompecabezas fílmico a principios del siglo XXI.
Con varias secciones y más de 300 películas en las que se reparten los encuentros cercanos —permitiendo que el ojo cruce sus propias fronteras en una sección llamada “Cinema expandido”, donde la pantalla se reinventa a sí misma con una muestra de cine experimental, videoarte y video-instalaciones—, es de agradecer que una espectadora atenta, mítica en Cali por su desbordada cinefilia, Norma Desmond, le recomiende al público algunas de las sorpresas que tendrá el evento: La TV y yo y Fotografías de Andrés di Tella; El abogado del terror, de Barbet Schroeder; Venganza por uno de mis dos ojos, de Avi Mograbi; ¡Tishe!, de Viktor Kossakovsky; Tiro en la cabeza, de Jaime Rosales —para comprender que la violencia no es patrimonio exclusivo de ninguna geografía—, prolongándose el entusiasmo de la señora Desmond por el lanzamiento de un nuevo largometraje con el que se registra nuestra violencia cotidiana en la geografía local según La sangre y la lluvia, dirigida por Jorge Navas, que junto con directores como Andi Baiz, Carlos Moreno, Antonio Dorado y Carlos Fernández de Soto, mostrarán lo que el pasado de Cali le regaló al presente y el porvenir que le espera al cine cuando va y viene en un vaivén que no se detiene.
Un festival de cinéfilos, curado por el hombre de la cámara que ha sido desde siempre Luis Ospina, pura sangre del cine. La noche de inauguración, antes de que se escucharan en el Teatro Municipal de Cali las notas de los himnos provenientes de distintos países cinematográficos honrados por la pantalla —fragmentos de las bandas sonoras que han matizado la emoción de películas como Psicosis, El padrino o Le Mépris—, Ospina definió la virtud del evento: “Hacer visibles las películas invisibles”. Presentar un repertorio realizado al margen de la corriente oficial del cine y de sus rutinas narrativas y comerciales; estar al frente de un cine club gigantesco, sin pausa y con causa, como acaso también podría definirse un festival que en el lapso de diez días quiere renovar la perspectiva del espectador y el arte de la visión —para decirlo en caleño: mirá, vé—.
La garantía del director de cine como director de un festival es una promesa cumplida durante cada proyección y cada evento académico. Lo teórico respalda lo práctico; a las películas las acompañan talleres sobre la forma de la imagen, el documental político o el virtuoso e inspirador de “Cine Degenerado”, dictado por María Cañas, al frente de Animalario TV Producciones, una empresa que se anuncia como plataforma de experimentación audiovisual en campos tan distintos —y al mismo tiempo tan cercanos cuando el ojo los disfruta— como los videoclips, las instalaciones, la imagen digital, el reciclaje y las videocreaciones. Otra forma del cinema expandido y de las posibilidades alrededor del oficio audiovisual como testimonio de una época.
A la presencia de Cañas se suman los realizadores Matías Meyer, Jim Finn, Andrés di Tella y Virginia García del Pino, para complementar lo visto con lo oído acerca de otras vertientes del cine, en apariencia invisibles pero felizmente visibles cuando sucede la coincidencia entre una muestra y el público que la aprovecha.
Realizado en un momento en que el milagro de la multiplicación hace que proliferen, como una costumbre sana, este tipo de eventos, Cali no podía evitar que se honrara el síndrome de la sala oscura iluminada por una película. Sumadas una tras otra en el lapso de una biografía, hacen de su espectador alguien que agradece los cuadros en movimiento de un festival que permite la comparación con una galería de arte.
Por definición, el cine no se detiene. Tampoco su público cuando participa de manera activa en una proyección, interviniendo sobre la obra que transcurre en la pantalla. Para comprobarlo, oiga y vea lo que sucede en Cali durante su 1er. Festival Internacional de Cine que sugiere, como al final de Casablanca, una larga amistad.