Calixto Ochoa, el juglar omnipresente (Tintas en Parranda)

Legado cultural del juglar más versátil de todos. El nacido en Valencia de Jesús grabó más de 1500 canciones. ¿Cómo se inició su amistad con Alfredo Gutiérrez y Diomedes Díaz?

Joseph Casañas - Twitter: @joseph_casanas
04 de noviembre de 2019 - 01:00 a. m.
Calixto Ochoa fue rey del Festival de la Leyenda Vallenata en 1970. / Ilsutración: Jonathan Bejarano
Calixto Ochoa fue rey del Festival de la Leyenda Vallenata en 1970. / Ilsutración: Jonathan Bejarano

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Aquella parranda en la villa de San Benito, Sucre, fue inolvidable. A Calixto, unos señores que llegaron al pueblo montando bestias lo contrataron para que les amenizara la fiesta. En eso Ochoa era experto. Era un juglar en todo el sentido de la palabra: componía, interpretaba todos los instrumentos del conjunto vallenato e improvisaba el verso. La juerga se extendió hasta la madrugada. Había trago, alegría y mujeres.

Los anfitriones, con los arrestos que no les alcanzó a arrebatar el licor, le extendieron al músico una hamaca grande para que descansara, para que pasara la borrachera. Ochoa se despertó a eso de las 11: 00 a.m. Aún con la resaca tan viva como la vena creadora, vio a la mujer que terminó por convertirse en la musa de su canción más reconocida, Los sabanales.

“Cuando me desperté vi a una chica muy simpática recostada bajo de un árbol muy frondoso. Estaba jovencito y ella también muy pichoncita. Nos enamoramos solo con la mirada, no fui capaz de decirle nada. Más adelante dialogamos un poquito, no mucho, pero siempre algo, lo poco que conversamos quedó aquí en el corazón para siempre”, decía Calixto Ochoa.

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Entonces surgió una leyenda urbana, aunque en la sabana poco haya de urbanismo. Dice la canción: “Cuando llegan las horas de la tarde, que me encuentro tan solo y muy lejos de ti. Me provoca volver a los guayabales de aquellos sabanales donde te conocí. Mis recuerdos son aquellos paisajes y los estoy pintando exactos como son. Ya pinté aquel árbol del patio, que es donde tú reposas cuando calienta el sol”.

Los Sabanales, canta Calixto Ochoa

Alguien, mamando gallo, dijo que Calixto Ochoa le había dedicado la canción a una burra con la que tuvo amoríos aquella mañana después de la parranda. Patrañas.

“Ese es un cuento que se inventaron de pronto por el estigma que tienen los costeños por la práctica de la zoofilia. No es un secreto que sobre todo personas que viven en el campo practican esa aberración, pero en el caso de Calixto es totalmente falso. Él fue un hombre bien formado, educado; qué iba a estar pensando en cantarle a un animal. La letra es clara. Fue una canción que dedicó a un amor campestre y aprovechó el paisaje de la sabana para inspirarse”, dice William Rosado, periodista e investigador, autor del libro El mundo de Calixto, texto que va para su tercera edición.

Digámosle omnipresente. No por capricho y no solo para que el título de este texto suene rimbombante. Calixto Ochoa, dice el compositor y director del Museo del Acordeón de Valledupar, Beto Murgas, “fue el juglar más versátil de todos. Estuvo presente en varios ritmos. Por supuesto, en los cuatro aires del vallenato (merengue, son, pulla y paseo), pero también incursionó en los sonidos de la sabana como el porro, el fandango, la cumbia, la charanga. Compuso merengue y hasta se inventó un ritmo: el paseadito”.

A Valencia de Jesús, el corregimiento en el que nació Calixto Ochoa en 1934, le dicen simplemente Valencia, como la ciudad española. A Calixto Antonio  Ochoa Campos le dicen simplemente maestro. Muy rápido se supo que esa pequeña población se le iba a quedar pequeña. Todo fue cuestión de tiempo y rabia.

William Rosado cuenta que Calixto aprendió a tocar el acordeón a escondidas de sus hermanos Rafael Arturo y Juan Bautista, quienes interpretaban el arrugado para amenazar las parrandas que se armaban después de las extensas jornadas laborales. Uno era negociante de café en grano y el otro aserrador de madera.

“Una vez se llevaron a Calixto para que les ayudara a cocinar. Mientras ellos estaban metidos en el monte, el pequeño Calixto cogió el acordeón y se puso a tocar sin que nadie lo viera. Una vez su hermano lo descubrió y se enfureció porque él era muy celoso con ese acordeón. No lo volvió a llevar y lo castigó”.

El regaño y el castigo no frenaron el gusto de Calixto por el instrumento. Lo aceleró. No había plata, pero sí ganas. “Primero se compró una dulzaina y con ella pulió el oído. Con el tiempo, a un cuñado de apellido Córdoba, le compró un viejo acordeón. Así se inició la leyenda”.

Calixto Ochoa fue el primer acordeonero que optó por cambiar el sonido de los acordeones. Desarmaba los acordeones nuevos, les quitaba los pitos y las lengüetas que traían originalmente y se los cambiaba por unos rudimentarios creados por él. Los forraba con un papel brillante que traían los paquetes de cigarrillos. Con una peinilla alisaba bien ese papel y se los adaptaba a las lengüetas internas del acordeón; eso les cambiaba el sonido. Por eso los arrugados de Calixto sonaban más agudos.

“Eso lo aprendió de Ismael Rudas, que era técnico de acordeones. Cuando Calixto Ochoa se fue a buscar el éxito a Barranquilla, hizo una parada en un pueblo que se llama Caracolicito. Allí se quedó trabando y aprendiendo los secretos de Rudas”, dice William Rosado.

Hablar de Calixto Ochoa es hablar también de Alfredo Gutiérrez y de Los Corraleros de Majagual. En 1962, Antonio Fuentes, gerente de Discos Fuentes, le propuso a Ochoa crear un grupo con las estrellas de las grandes agrupaciones del momento, algo similar a la Sonora Matancera en Cuba. “La intención era contrarrestar a Aníbal Velásquez, que tenía un estilo guarachero fuerte en Barranquilla y tenía acaparado el mercado”, recuerda Rosado.

Ochoa le pidió a Fuentes contratar a Alfredo Gutiérrez, quien para la época era menor de edad. “Sin estar convencido, el maestro Toño aceptó la vinculación de Alfredo Gutiérrez, pero para evitar problemas grabaron dos temas sin el nombre del acordeonero. Años atrás, Alfredo Gutiérrez había llegado a donde Calixto Ochoa a pedirle que le arreglara un acordeón. Meses después el entonces novato acordeonero le pidió a Ochoa que lo dejara tocar en tarima. Ahí fue cuando Calixto descubrió la habilidad de Gutiérrez”, agrega el autor de El mundo de Calixto.

El rey

Calixto Ochoa fue rey del Festival de la Leyenda Vallenata en 1970. Pocos apostaban a que un sabanero, acostumbrado a tocar porros y cumbias, lograra domar los aires vallenatos. “Inicialmente se tenía la duda. Pocos creían que él podía a interpretar el vallenato como lo exigían los cánones del entorno vallenato. Pero trajo sus cuatro temas, todos bien organizados en la parte literaria. Las cuatro obras que presentó eran de su autoría. Se enfrentó con Emilianito Zuleta Díaz, y Calixto lo derrotó. Fue un gran rey”.

Por Joseph Casañas - Twitter: @joseph_casanas

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