Camila Peña: el poema como organismo vivo
La autora ecuatoriana, que estuvo recientemente en Colombia, habla sobre su libro “Jardín transparente” (Valparaíso).
Daniela Cristancho
¿De dónde nace la decisión de evocar un jardín en su poesía?
El jardín es el resultado del imaginario de mi infancia, de las primeras imágenes obsesivas que yo tuve cuando era pequeña, muy relacionadas con el mundo natural. Yo tenía muchos poemas sueltos y todos rondaban alrededor de este mismo tipo de campos semánticos y sentía una gran curiosidad por investigar más sobre la nostalgia como sensación. Encontré que esa sensación era la base de los poemas y de a poco aparecieron las distintas escenas en las que está el jardinero, un personaje que capturaba muy bien el tipo de compás de ese mundo inicial, que es muy anterior a nuestro mundo. Entonces fue creándose de a poco y la idea es que el lector después de atravesar estos caminos de canto estremecedor, estos caminos de sangre, llega a un punto en el que se niega a morir. Y camina. Y de esa manera alcanza la transparencia, que es lo que da nombre al libro como tal.
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Ya que habla sobre la infancia, quisiera ahondar en este concepto presente en el libro del niño pájaro...
Digamos que el libro también buscaba de alguna manera hablar sobre la voz de los niños, esa voz que se puede aclimatar a cualquier tipo de época, ya sea la actual o cualquiera. Así, los niños pájaros son como casi todas las infancias: mágicas. La magia no necesariamente tiene que ser absolutamente blanca y maravillosa, sino también tiene sus puntos oscuros y tristes. La infancia se encuadra en este jardín que es muy primitivo y que está antes de nuestra era, entonces las emociones son más puras también.
Y es también, quizás, usted conectándose con su versión de niña, teniendo estas experiencias en entornos de naturaleza y sumergida en estas sensaciones...
El tema de la sensación es primordial. La primera vez que se toca la tierra con los pies descalzos, la sensación de los pétalos con los dedos y la comparación de las puntas de los dedos con los pétalos cuando se es niño es muy interesante. Esas sensaciones se quedan en el cuerpo.
¿Por qué elegir metáforas de la naturaleza para abordar conceptos del ser humano, como la muerte, la piedad, entre otros?
La imagen del jardín ha sido explorada por muchísima gente. Hay una escritora, Penélope Lively, que hace un estudio de la vida en el jardín y ella dice que los jardines son elocuentes en sí, pero los jardines tienen siempre la probabilidad de convertirse en metáforas, porque existen los reales y también los que se crean en la mente. Entonces el poder del jardín, ya sabemos por la Biblia incluso, es muy fuerte metafóricamente porque da pie a muchas interpretaciones, por las imágenes tan poderosas que tiene y porque son imágenes que se niegan a desaparecer. Un jazmín no muere, incluso un jardín en su último estado es maravilloso.
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En su libro se lee: “La poesía me encuentra arañando la tierra. Será suficiente mirar solo un atardecer”. ¿Siente que la poesía siempre llega en estos momentos de contacto con la naturaleza?
A mí me gusta mucho pensar en escribir como oficio. Me parece muy necesario tomar con pinzas las emociones. No quedarme con mis impulsos iniciales, que nacen muchas veces de la emoción absoluta, pero también más del ego. Yo creo en podar. Quizás por eso también los poemas son tan cortos, porque han pasado por un proceso muy largo de edición. A mí me gusta sentir que el poema tiene un espacio para que el lector entre. He explorado estas emociones intensas de nostalgia, de dolor, son mías, pero yo no quiero que se queden siendo solo mías. A mí me gusta que el libro se vaya de mí y que sea de alguien más.
¿Y cómo se logra eso? ¿Cómo se universaliza más un poema?
Quizás soltando un poco el ego. Con desapego y con más contemplación, una contemplación más extendida de los mundos interiores y del mundo exterior también. Esa contemplación que hace que la experiencia de escribir pueda ser hasta espiritual.
¿Por qué no poner los títulos en cada poema, sino un índice con ellos al final?
Me gusta pensar en los libros como obras circulares y completas. Yo no pienso que escriba poemas sueltos. Por eso también muchas veces en los recitales me cuesta, porque no es que yo escribí un poema sobre el amor y lo lea. Yo escribí sobre un jardín entero. Entonces yo sé qué tanto les puedo descontextualizar esos poemas. La editorial me indicó que necesitaban hacer un índice, entonces pusieron los inicios de cada poema y funcionó, pero ninguno tiene título, no es muy consciente esa elección.
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¿Y por qué poner notas al pie en los poemas?
Porque al inicio del libro se dice que el jardín busca ser un coro de voces. Entonces, las notas al pie son voces. No buscan aclarar nada, sino simplemente son una voz más. Como existe tanto en un jardín la idea es que sea muy polifónico y que esas voces vayan desarrollándose según lo que pasa con el paisaje y según la manera en la que, por ejemplo, los niños pájaro o el jardinero interactúan con los elementos del paisaje.
En ocasiones escribe los poemas más en prosa y otras en verso, ¿por qué?
Justo por la misma intención de que el libro sea un organismo vivo que se concibe también como una especie de canto o melodía. Tiene susurros, gritos y muchas tonalidades distintas de la voz, entonces también eso es lo que se buscaba, que existan poemas de un solo verso y en otras ocasiones se narra una imagen con más exactitud. La idea era tratar de crear un libro vivo.
Regresemos a las etapas por las que uno va pasando hasta llegar a la transparencia...
La transparencia es una reinterpretación de la resurrección, de ese ser que muere y renace, de lo cíclico y cómo la transparencia puede ser esa especie de inteligencia pura del que sobrevive. A mí me parece muy fascinante que, después de tanto color, sangre y emoción, el ser se detenga un instante y tome la decisión de seguir viviendo. Y para mí eso tiene una relación grande con la transparencia, para mí la nostalgia es muy transparente. Entonces los capítulos son este camino del jardín para conocer cada hueco y cada espacio del jardín, pero se mantienen en un tiempo cíclico.
¿De dónde nace la decisión de evocar un jardín en su poesía?
El jardín es el resultado del imaginario de mi infancia, de las primeras imágenes obsesivas que yo tuve cuando era pequeña, muy relacionadas con el mundo natural. Yo tenía muchos poemas sueltos y todos rondaban alrededor de este mismo tipo de campos semánticos y sentía una gran curiosidad por investigar más sobre la nostalgia como sensación. Encontré que esa sensación era la base de los poemas y de a poco aparecieron las distintas escenas en las que está el jardinero, un personaje que capturaba muy bien el tipo de compás de ese mundo inicial, que es muy anterior a nuestro mundo. Entonces fue creándose de a poco y la idea es que el lector después de atravesar estos caminos de canto estremecedor, estos caminos de sangre, llega a un punto en el que se niega a morir. Y camina. Y de esa manera alcanza la transparencia, que es lo que da nombre al libro como tal.
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Ya que habla sobre la infancia, quisiera ahondar en este concepto presente en el libro del niño pájaro...
Digamos que el libro también buscaba de alguna manera hablar sobre la voz de los niños, esa voz que se puede aclimatar a cualquier tipo de época, ya sea la actual o cualquiera. Así, los niños pájaros son como casi todas las infancias: mágicas. La magia no necesariamente tiene que ser absolutamente blanca y maravillosa, sino también tiene sus puntos oscuros y tristes. La infancia se encuadra en este jardín que es muy primitivo y que está antes de nuestra era, entonces las emociones son más puras también.
Y es también, quizás, usted conectándose con su versión de niña, teniendo estas experiencias en entornos de naturaleza y sumergida en estas sensaciones...
El tema de la sensación es primordial. La primera vez que se toca la tierra con los pies descalzos, la sensación de los pétalos con los dedos y la comparación de las puntas de los dedos con los pétalos cuando se es niño es muy interesante. Esas sensaciones se quedan en el cuerpo.
¿Por qué elegir metáforas de la naturaleza para abordar conceptos del ser humano, como la muerte, la piedad, entre otros?
La imagen del jardín ha sido explorada por muchísima gente. Hay una escritora, Penélope Lively, que hace un estudio de la vida en el jardín y ella dice que los jardines son elocuentes en sí, pero los jardines tienen siempre la probabilidad de convertirse en metáforas, porque existen los reales y también los que se crean en la mente. Entonces el poder del jardín, ya sabemos por la Biblia incluso, es muy fuerte metafóricamente porque da pie a muchas interpretaciones, por las imágenes tan poderosas que tiene y porque son imágenes que se niegan a desaparecer. Un jazmín no muere, incluso un jardín en su último estado es maravilloso.
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En su libro se lee: “La poesía me encuentra arañando la tierra. Será suficiente mirar solo un atardecer”. ¿Siente que la poesía siempre llega en estos momentos de contacto con la naturaleza?
A mí me gusta mucho pensar en escribir como oficio. Me parece muy necesario tomar con pinzas las emociones. No quedarme con mis impulsos iniciales, que nacen muchas veces de la emoción absoluta, pero también más del ego. Yo creo en podar. Quizás por eso también los poemas son tan cortos, porque han pasado por un proceso muy largo de edición. A mí me gusta sentir que el poema tiene un espacio para que el lector entre. He explorado estas emociones intensas de nostalgia, de dolor, son mías, pero yo no quiero que se queden siendo solo mías. A mí me gusta que el libro se vaya de mí y que sea de alguien más.
¿Y cómo se logra eso? ¿Cómo se universaliza más un poema?
Quizás soltando un poco el ego. Con desapego y con más contemplación, una contemplación más extendida de los mundos interiores y del mundo exterior también. Esa contemplación que hace que la experiencia de escribir pueda ser hasta espiritual.
¿Por qué no poner los títulos en cada poema, sino un índice con ellos al final?
Me gusta pensar en los libros como obras circulares y completas. Yo no pienso que escriba poemas sueltos. Por eso también muchas veces en los recitales me cuesta, porque no es que yo escribí un poema sobre el amor y lo lea. Yo escribí sobre un jardín entero. Entonces yo sé qué tanto les puedo descontextualizar esos poemas. La editorial me indicó que necesitaban hacer un índice, entonces pusieron los inicios de cada poema y funcionó, pero ninguno tiene título, no es muy consciente esa elección.
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¿Y por qué poner notas al pie en los poemas?
Porque al inicio del libro se dice que el jardín busca ser un coro de voces. Entonces, las notas al pie son voces. No buscan aclarar nada, sino simplemente son una voz más. Como existe tanto en un jardín la idea es que sea muy polifónico y que esas voces vayan desarrollándose según lo que pasa con el paisaje y según la manera en la que, por ejemplo, los niños pájaro o el jardinero interactúan con los elementos del paisaje.
En ocasiones escribe los poemas más en prosa y otras en verso, ¿por qué?
Justo por la misma intención de que el libro sea un organismo vivo que se concibe también como una especie de canto o melodía. Tiene susurros, gritos y muchas tonalidades distintas de la voz, entonces también eso es lo que se buscaba, que existan poemas de un solo verso y en otras ocasiones se narra una imagen con más exactitud. La idea era tratar de crear un libro vivo.
Regresemos a las etapas por las que uno va pasando hasta llegar a la transparencia...
La transparencia es una reinterpretación de la resurrección, de ese ser que muere y renace, de lo cíclico y cómo la transparencia puede ser esa especie de inteligencia pura del que sobrevive. A mí me parece muy fascinante que, después de tanto color, sangre y emoción, el ser se detenga un instante y tome la decisión de seguir viviendo. Y para mí eso tiene una relación grande con la transparencia, para mí la nostalgia es muy transparente. Entonces los capítulos son este camino del jardín para conocer cada hueco y cada espacio del jardín, pero se mantienen en un tiempo cíclico.