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Canciones en clave de vida (El arte de los derechos humanos)

Presentamos la tercera entrega de nuestra serie El arte de los derechos humanos, que muestra cómo las diferentes expresiones culturales y artísticas se han preocupado por abordar este tema. En la edición de hoy dedicada a la música homenajeamos a The Cranberries, Calle 13 y Mercedes Sosa.

Danelys Vega Cardozo
10 de enero de 2022 - 02:00 a. m.
Imagen de la  banda The Cranberries. La líder de la agrupación musical , Dolores O’Riordan (en el centro) falleció el 15 de enero de 2018.
Imagen de la banda The Cranberries. La líder de la agrupación musical , Dolores O’Riordan (en el centro) falleció el 15 de enero de 2018.
Foto: Getty Images - Venturelli
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Rimas para pensar

No será el cantar de los pájaros. No será el ruido de la lluvia. No será el aroma del café. No será el sol al amanecer. No será el frío de las montañas. No será el primer beso. No será el primer amor. No será el primer día de clases. No será el primer premio. No será la inmensidad del océano. Pero sí será todo ese universo plasmado en un mismo mundo: el de la música. Ese mundo que inspira. Ese que alegra, pero al mismo tiempo entristece, porque los recuerdos, inevitablemente, se remueven a través de él. La música toca fibras. La música conmueve. La música es libertad. La música es resistencia. La música es quietud y saber escuchar. La música es preocupación. Preocupación por el mundo y por la gente que lo habita.

La música es un instrumento. Un instrumento para hablar y no callar. La música es el clamor de los que “no tienen voz”. La música ha sido el arma para combatir la guerra, el sufrimiento, la crueldad, etc. La música ha sido el “antídoto” contra la costumbre. La costumbre de normalizar aquello que no tiene nada de normal, como, por ejemplo, matar(nos). Y esa precisamente ha sido la apuesta de varios cantantes alrededor del mundo. “Disparar” letras con contenido social. Usar su “herramienta” como un mecanismo para protestar y hacer reflexionar. Reflexionar, entre otras cosas, sobre los derechos humanos. Un “riesgo” que no distingue de género musical. Un riesgo en donde poco importa si eres de “aquí” o de “allá”. Un riesgo que asumieron, solo por mencionar a algunos, agrupaciones como The Cranberries y Calle 13, y solistas como Mercedes Sosa.

The Cranberries

Nadie sabe a ciencia cierta qué habrá pasado por su mente. Qué pensamiento exacto le habrá llegado en ese momento. ¿Dónde se encontraba? ¿Qué estaba haciendo? Son preguntas que, quizá, nadie nos las responderá; quien podría hacerlo yace “dos metros” bajo tierra desde hace cuatro años. Pero aquel acto, el atentado de Warrington, al parecer, debió aterrarla o al menos conmoverla. Lo que vio, lo que escuchó, lo que sintió, lo que pensó, lo plasmó en un papel. Dolores O’Riordan convirtió su dolor en arte. En palabras. En rimas. En una canción. “Zombie”, así la tituló.

Aquella canción giró, sobre todo, en torno a ese atentado. Aquel que fulminó en un instante la existencia de quien apenas estaba comenzando a vivir. Con la vida de un niño de tres años: la de Jonathan Ball. Pero que con los días acabó en un hospital con la vida de uno más. Porque, aunque luchó, Tim Parry, de doce años, no pudo más con el sufrimiento que le causaban sus heridas producto de la detonación de una bomba, cuya autoría fue asumida por el Ejército Republicano Irlandés (Ira por su sigla en inglés).

Pero como compuso e interpretó la líder de la banda irlandesa, Dolores O’Riordan, era “el mismo tema de siempre desde 1916”, haciendo referencia a un evento también lleno de sangre. De bombas, de calles incineradas y, por supuesto, de balas que no pueden faltar. Alzamiento de Pascua, así se le conoce. Un lunes de Pascua un plan previamente planificado por la Hermandad Republicana Irlandesa (Irb), organización secreta que perseguía fines nacionalistas e independistas, y llevado a cabo por algunos miembros de los Voluntarios Irlandeses, el brazo armado de esta organización, se hizo realidad. Las calles de Dublín se convirtieron en un ring de boxeo. “Los guantes” quedaron cubiertos de sangre, en particular, de aquella derramada por civiles. Un nuevo presidente se estableció. Patrick Pearse proclamó el nacimiento de una nueva nación, de una independiente de los intereses del Reino Unido. República Irlandesa, así la denominó.

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Sin embargo, las cosas pocas veces salen como se planean. Una lucha como aquella, sin apoyo del pueblo, era una lucha que podía fracasar, y eso bien lo sabía Pearse. Por eso, ordenó el retiro de las tropas. Asumió un riesgo que tuvo consecuencias, como cualquier riesgo. Él y quince cabecillas más fueron ejecutados, sin mencionar que otros 300 “rebeldes” fueron arrestados y convertidos en prisioneros. La República Irlandesa llegó hasta ahí.

Cuatro años después vendría la división del país en dos: Irlanda del Norte e Irlanda del Sur. Aunque a los dos años Irlanda del Sur logró su independencia real de la Corona británica, y pasó a denominarse República de Irlanda, mientras que Irlanda del Norte siguió bajo el mismo mando. Esa decisión les costó a los norirlandeses más sangre, dolor y muerte. Porque había una parte, la de los unionistas, que querían seguir bajo el brazo del Reino Unido, pero había otra, la de los nacionalistas, que aspiraban a regresar al pasado, cuando Irlanda era una sola nación, la diferencia es que esta vez estarían libres de la Corona británica. Y entonces el Ira se consolidó y con el tiempo la violencia fue el pan de cada día.

Y luego, el 20 de septiembre de 1993, ocurrió lo de Warrington. Entonces, la cabeza de la líder de The Cranberries se llenó de “zombies”, de esos que ella se preguntaba si retumbaban en la cabeza de los victimarios. Porque ellos, “con sus tanques, sus bombas, y sus bombas, y sus armas”, habían hecho quebrar el corazón de dos madres. Porque para Dolores O’Riordan, aunque no se tratara de ella o de su familia, era aterrador que la violencia silenciara voces. Porque, como cantó ella, “cuando la violencia provoca el silencio, debemos estar equivocados”.

Calle 13

En Latinoamérica también estaban cansados de la violencia, de la guerra, de la sangre, de las balas. Entonces, por allá en 2010, en Puerto Rico, a una agrupación se le ocurrió una idea. Rimas con balas. Crearon una canción llamada “La bala”. Aquella que visibilizó los efectos de la crueldad de los hombres. De aquellos que nunca reparan en las consecuencias, o si lo hacen poco les importa, porque lo apremiante siempre serán sus fines particulares. “La bala pasea segura y firme durante su trayecto, hiriendo de muerte al viento. Más rápida que el tiempo, defendiendo cualquier argumento. No le importa si su destino es violento; va tranquila, la bala no tiene sentimientos”, cantó René Pérez, más conocido como Residente y exintegrante de la disuelta agrupación Calle 13.

Y los oyentes se dieron cuenta de lo que había detrás de la bala. Se enteraron de cómo era su recorrido, pero también su impacto. De paso, fueron conscientes de las paradojas de la vida. Mientras muchos morían de hambre y no tenían acceso a la educación, y vivían en condiciones precarias, “balas había por montón. Hay poco dinero, pero hay muchas balas. Hay poca comida, pero hay muchas balas (…) Hay poca educación, hay muchos cartuchos”. Porque la guerra es rentable, pero la educación no, y porque el que se educa no dispara —o al menos tiene menos riesgo de hacerlo— y si lo hace no es con balas, sino con palabras; con argumentos.

La bala parece ser la mejor solución a los problemas. Ahorra tiempo. No se necesita “malgastarlo” en razones y argumentos. La bala evita que te contradigan, que no te den la razón. Gracias a la bala nadie podrá persuadirte. Gracias a ella siempre serás el ganador. Merecido o no, eso ya es otro asunto, y de seguro al que dispara eso le tiene sin cuidado. “No se necesitan balas para probar un punto; es lógico, no se puede hablar con un difunto”.

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Y entonces parecía que a algunos sí les importaban los efectos de las balas. De las balas que se usan para aniquilar a otros. De esas que siempre dejan huellas, aunque no logren su objetivo final: matar. “La bala nunca se da por vencida, si no mata hoy por lo menos deja una herida”. Pero las guerras no cesarían por una canción. Las voces seguirían siendo acalladas. El mundo seguiría siendo el mismo. Ese que no ha cambiado en miles de millones de años de existencia. Ese en el que cuesta vivir, sobre todo, cuando está lleno de balas y de gente que las usa como un instrumento. Una herramienta para ejercer miedo y conseguir el fin más preciado del hombre: el poder. Ese que corrompe y mata. Por algo afirmaba Residente que “hay poca gente buena, por eso hay muchas balas”.

Mercedes Sosa

Pero la “voz” había partido desde Argentina. Desde 1984 el cansancio de la guerra se sentía por esas tierras. La fatiga del “proyectil” ya estaba latente allí. Alguien se había hastiado de sobrevivir y cantaba que ya no quería ser solo una sobreviviente, que ella quería elegir el día de su muerte. El agotamiento de lo que veía cada día inspiró a Mercedes Sosa a interpretar la canción titulada “Sobreviviendo”.

La cantante incluso llegó a mencionar uno de los actos más atroces cometidos por el hombre. Ese que ocurrió cuando apenas tenía diez años. Ese que tuvo lugar en un continente muy lejano, pero demostró que la crueldad del ser humano no tiene límites. Ese que amenazaba no solo con acabar con una ciudad, sino con el mundo entero. La bomba atómica de Hiroshima. Aquella que estuvo acompañada de otro bombardeo: el de Nagasaki. Porque siempre se podía elevar más el número de muertes, porque el daño siempre podría ser mayor. “Tengo cierta memoria que me lastima, y no puedo olvidarme de lo de Hiroshima”.

La risa de Mercedes Sosa se desvaneció por completo porque el horror se había apoderado de ella, entonces ya no podía reír como antes y eso que ella “reía como un jilguero”. Le tocó pagar el precio de tener lo que a otros tanto les hacía falta: consciencia. Un poema la acompañaba desde hacía un tiempo, uno en el que repetía siempre las mismas palabras: “Mientras alguien proponga muerte sobre esta tierra y se fabriquen armas para la guerra, yo pisaré estos campos sobreviviendo”. Su realidad no era tan solo suya, porque los seres humanos, en general, desde hace rato tan solo sobrevivían. La muerte estaba a la vuelta de la esquina. La gente salía, pero sin pasaporte de regreso. La sola vida conlleva muerte, pero la vida bajo esas circunstancias había pasado a ser tan solo una lotería que se jugaba cada día. “Todos frente al peligro, sobreviviendo. Tristes y errantes hombres, sobreviviendo”.

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El insomnio también se apoderó de ella. En ese escenario, Sosa no pudo dormir. Tenía un sueño urgente. “¡Cuánta tragedia sobre esta tierra!”, decía. Nadie logró ayudarla, porque esa tragedia aún no termina. Porque ese es el paisaje que vislumbramos todos los días. Porque ya no lanzamos bombas atómicas, tal vez por el miedo a acabar hasta con nosotros mismos, pero sí las tenemos. Todavía sobrevivimos. ¿Será que algún día empezaremos a vivir?

Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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