Cantar para no olvidar
El documental Por qué cantan las aves narra la historia de tres mujeres afrocolombianas que llegaron a Bogotá como consecuencia del conflicto armado. Sus historias, que terminan siendo un relato colectivo, las transmiten a partir del canto. Sus versos y melodías, en un intento por construir memoria, están dedicados a los que ya no están, pero también a todo un país.
María José Noriega Ramírez
“El sol no brilla, la luna no alumbra más. Las aves ya se fueron y en el campo ya no están. Qué les pasó a las mujeres que ya no escucho su cantar. Las mujeres ya llegaron, vinieron a denunciar”, cantan a tres voces Daira Elsa Quiñones, Luz Aida Angulo y Virgelina Chará, tres mujeres afrocolombianas que llegaron a Bogotá como consecuencia del conflicto armado y que encontraron en sus cantos un medio de construcción de paz y de defensa por los derechos de sus comunidades.
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“El sol no brilla, la luna no alumbra más. Las aves ya se fueron y en el campo ya no están. Qué les pasó a las mujeres que ya no escucho su cantar. Las mujeres ya llegaron, vinieron a denunciar”, cantan a tres voces Daira Elsa Quiñones, Luz Aida Angulo y Virgelina Chará, tres mujeres afrocolombianas que llegaron a Bogotá como consecuencia del conflicto armado y que encontraron en sus cantos un medio de construcción de paz y de defensa por los derechos de sus comunidades.
El documental Por qué cantan las aves, dirigido por Alejandra Quintana Martínez y Adrián Villa Dávila, narra la historia de tres mujeres afrocolombianas que arribaron a Bogotá huyendo de la violencia. “Al verse obligadas a abandonar sus territorios llegaron a Bogotá en busca de refugio: poco a poco sus voces se han ido encontrando y, como las aves migratorias, convirtieron sus canciones en nidos, en territorios donde pueden resistir y sanar a pesar de las desgracias de una violencia sin sentido”, se lee en la descripción del documental.
La música, el amor por su tierra, y la cocina, heredada de sus ancestros africanos, son las formas en las que estas mujeres, aunque viven en Bogotá, siguen atadas a sus raíces. Sobre todo, porque a través de ellas piden respeto, no solo solidaridad, por los derechos de todas las víctimas del conflicto armado colombiano.
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“Renace la fuerza desde bien adentro. Del centro de la tierra yo invoco a mis ancestros. Gira, crece, sube el espiral. La fuerza del espíritu transforma todo mal”, canta Quiñones. Su padre fue líder comunal, una persona respetada. De él, y de su mamá, heredó el amor por los manglares, el mar y los ríos. Ella recuerda que sus padres amaban el campo, no les interesaba una vida en la ciudad. A ella le tocó hacerlo y confiesa que es muy distinto, pero, aunque no se acostumbra y no le gusta el ritmo acelerado de Bogotá, Quiñones ha construido un proyecto de vida, ligado a la construcción de paz, en la ciudad capital. La huerta y los encuentros en La Casa de los Derechos Afro son parte de ello. Sus cantos responden a una misma necesidad: construir armonía entre los seres humanos y el entorno. “Caminando y observando lo que pasa con la gente quisiera yo preguntar qué pasa con el ambiente. La tierra es madre de todos, es la vida de mujeres y de hombres, y sin hacer conjeturas ella nos cobija a todos. Caminando y observando, observando y caminando, todos tenemos derecho a vivir con dignidad. Aquí nacimos, vivimos, y nos vamos a quedar”.
Narrar para no olvidar, eso buscan estas mujeres a través de sus cantos y oficios. Chará, por ejemplo, se reúne en el Centro de Memoria Histórica con varias mujeres a tejer un telar en nombre de todas las víctimas del conflicto armado. El costurero de la memoria, así se llama la iniciativa, contiene todo aquello que las mujeres perdieron a causa de la guerra. Este oficio manual es una forma de no olvidar lo que sucedió, es un medio para construir memoria, y es un proyecto con el que aspiran, algún día, poder cubrir el Palacio de Justicia.
La cocina tradicional y artesanal también es un medio de lucha y resistencia. “A través de la gastronomía construimos país, cultura, desarrollo, así como invitamos a hombres y mujeres a la construcción de paz”, afirma Chará. Y es que en la preparación de un chontaduro, por ejemplo, está la herencia de un pueblo con raíces africanas. El seguir trabajando en esos sabores y saberes responde a un esfuerzo de construcción de memoria y de mantenimiento de una cosmovisión arraigada a la comunidad afrocolombiana. No en vano Angulo, por las calles de Bogotá, canta: “a vender mi chontaduro, ay yo quiero el borojó”.
“Robaste mi pueblo, también mi alegría. Robaste mi familia, pero no mi dignidad”, canta Chará a modo de denuncia. Su voz, como la de Quiñones y Angulo, amplifica la verdad que ella tiene por contar. Esa historia que sólo ella puede narrar porque sólo ella la vivió, pero que se complementa con las voces de sus compañeras, quienes vivieron algo parecido. Así, el canto de estas tres aves termina siendo la construcción de un relato colectivo. “La vida es un gran poema, por eso voy a cantar. La vida es un gran poema y que viva, que viva la vida. Los valores que son grandes están ocultos sin resplandecer. Cómo podemos hacer para romper y vencer. En Colombia nos desplazan y nos matan sin disparar porque algunos han perdido sensibilidad. Yo no vengo a llorar, la vida me puso aquí para seguir denunciando lo que nos sigue pasando”.