Carl Rogers, el hombre que revolucionó la psicología (I)
En este 2022 se cumplieron 120 años del natalicio del psicoanalista con orientación existencial, quien fue el precursor de la Terapia Centrada en la Persona, regida por la no-directividad, en donde el consultante o paciente es quien guía los encuentros terapéuticos.
Danelys Vega Cardozo
Carl Rogers creció en un hogar religioso, en donde se le daba gran importancia al trabajo arduo. Decía que sus padres se preocupaban constantemente por él y sus cinco hermanos. Pero esa preocupación también derivaba hacía la “prohibición” de ciertas actividades. Entonces, no había espacios para los juegos, el alcohol y los bailes. La vida social era casi nula, porque lo que importaba era el “trabajo”. Y a pesar de todo, Rogers decía que disfrutaba de los momentos que compartía en familia, esos que eran escasos. “Un niño solitario”, así se definía el psicoanalista. Ese que se volcó hacía los libros. Aquel que durante su etapa escolar casi ni tuvo tiempo para los romances.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Carl Rogers creció en un hogar religioso, en donde se le daba gran importancia al trabajo arduo. Decía que sus padres se preocupaban constantemente por él y sus cinco hermanos. Pero esa preocupación también derivaba hacía la “prohibición” de ciertas actividades. Entonces, no había espacios para los juegos, el alcohol y los bailes. La vida social era casi nula, porque lo que importaba era el “trabajo”. Y a pesar de todo, Rogers decía que disfrutaba de los momentos que compartía en familia, esos que eran escasos. “Un niño solitario”, así se definía el psicoanalista. Ese que se volcó hacía los libros. Aquel que durante su etapa escolar casi ni tuvo tiempo para los romances.
A sus doce años se fue a vivir a una granja con su familia. Creía que aquella decisión se debió, en parte, porque sus padres querían alejar a sus hijos adolescentes de las “tentaciones de la vida suburbana”. En este lugar descubrió una nueva pasión: las mariposas. Y entonces se volvió su protector. Estos animales no fueron los únicos que disfrutaron de su cuidado, porque también hubo tiempo para los pollos, los cerdos, los terneros y las ovejas. Su nueva vida le permitió acercarse a la agricultura científica. A los catorce años leyó Feeds and Feeding de Morrison, el libro que decía le ayudó, entre otras cosas, a planificar experimentos y a darse cuenta de lo complicado que era comprobar una hipótesis.
Y cuando llegó el momento de escoger una carrera universitaria, optó por una que estuviera relacionada con la agricultura. Sin embargo, luego de asistir a un par de conferencias religiosas, se dio cuenta que lo suyo quizá era la teología. Entonces, se apartó de la agricultura y decidió estudiar historia. En 1922 fue seleccionado para viajar a China, junto con otros estudiantes de su universidad, con el fin de participar en una conferencia internacional. Aquella experiencia lo cambió. “Observé cuán amargamente se seguían odiando franceses y alemanes, a pesar de que como individuos parecían muy agradables. Me vi obligado a ampliar mi pensamiento y admitir que personas muy sinceras y honestas pueden creer en doctrinas religiosas muy diferentes”, menciona en su obra El proceso de convertirse en persona. A raíz de aquel viaje, su relación con sus padres se fue debilitando un poco, pues su nuevo pensamiento religioso se alejaba de aquel que le habían inculcado desde niño. Pero algunas perdidas también conllevan ganancias, porque aquello, como decía él, lo convirtió en “una persona independiente”.
Le invitamos a leer: Patricia Ariza: del teatro al Ministerio de Cultura
El país asiático también tuvo en Rogers un impacto a nivel sentimental, pues, durante esos seis meses que duró su travesía, se enamoró de una joven que conocía desde su infancia. Esa con la que se terminó casado. Aquella que decía que fue fundamental y enriquecedora en su vida, gracias a su amor y compañerismo. Pese a todos esos cambios que estaba viviendo, decidió asistir, en 1924, al Union Theological Seminary, con el fin de prepararse para el trabajo religioso. Ahí tuvo la oportunidad de crear junto con otros compañeros un seminario inusual. Ese que tenía valor académico, pero que no contaba con instructor. Aquel cuyo plan de estudios eran las preguntas que tenían sus integrantes. Esos que, en su gran mayoría, terminaron encontrado las respuestas a sus inquietudes en ámbitos distintos al de la religión. Entonces, decidieron, al igual que Rogers, desistir de ella. “Me parecía horrible tener que profesar una serie de creencias para poder permanecer en una profesión. Quería encontrar un ámbito en el cual pudiera tener la seguridad de que nada limitaría mi libertad de pensamiento”.
Influido por Marian Kenworthy, Harrison Elliott y Goodwin Watson, se interesó por asistir a cursos de psicología en el Teachers’ College, una escuela adscrita a la Universidad de Columbia. Allí tuvo también la oportunidad de tomar clases de filosofía de la educación. Sus prácticas clínicas las realizó con niños, de a poco aquella experiencia lo encaminó hacia la psicología clínica. Estudió becado durante un año en el Instituto de Orientación Infantil de Nueva York, en donde se encontró con el enfoque freudiano, un punto de vista que se distanciaba del científico al que estaba acostumbrado en el Teachers’ College. “En aquel momento sentía que me hallaba situado en dos mundos completamente distintos, y que “ambos jamás se encontrarían”.
Movido por encontrar un empleo en lo que quería, terminó aceptado un puesto como psicólogo en el Child Study Department, en Rochester. Le pagaban poco, pues su sueldo era de $2.900 dólares anuales, pero al parecer eso era lo que menos le importaba. “Creo que siempre sentí que si hallaba una oportunidad de hacer lo que más me interesara, todo lo demás se solucionaría por sí solo”. Doce años pasó trabajando en ese lugar y los aprendizajes no faltaron. Quizás las experiencias que vivió durante los primeros ocho años tuvieron el mayor impacto en él. Durante este tiempo estuvo diagnosticando y “entrevistando” a “niños delincuentes”, enviados por entidades y tribunales. A nivel terapéutico la eficacia era lo que importaba. Y de a poco, la vida le fue poniendo en su camino clientes (pacientes) que pusieron a tambalear todo en lo que creía. Entonces, se dio cuenta que las autoridades no siempre tienen la razón, que hasta ellas se equivocan, porque al final hay cosas que aún todos ignoramos. También, fue consciente de que lo eficaz no necesariamente es lo más adecuado. Y, sobre todo, comprendió que, “a menos que yo necesitara demostrar mi propia inteligencia y mis conocimientos, lo mejor sería confiar en la dirección que el cliente mismo imprime al proceso”.
Le recomendamos leer: Paola Ávila: “Los artistas somos un agente transformador”
Las dudas empezaron a emerger en Rogers. Se dio cuenta que sus intereses no eran compartido por la psicología de ese momento, por aquella que se preocupaba en particular por la ciencia, por los procesos mentales y las conductas de las personas, pero que no llevaba a la práctica los conocimientos adquiridos. Entonces, creyó que tal vez la psicología no era lo suyo, hasta que una pequeña luz se encendió: la creación de la Asociación Norteamericana de Psicología Aplicada, hoy inexistente. Terminó dictando algunos cursos en el Departamento de Sociología de la Universidad de Rochester. Esos que se centraron no solo en comprender, sino también tratar a niños con dificultades.
Y mientras sus días se iban trabajando en el Child Study Department, la infancia de sus dos hijos transcurría. Decía que no fue un “muy buen padre” durante los primeros años de vida de sus pequeños, pero que menos mal ellos contaron con una madre amorosa. Con el tiempo se transformó: se volvió más comprensivo con sus niños, “quienes me enseñaron sobre los individuos, su desarrollo y sus relaciones, mucho más de lo que puede aportar cualquier aprendizaje profesional”.
Ejerciendo como docente en la Universidad de Ohio, durante los años cuarenta, fue consciente de que había desarrollado su propia terapia, su propia forma de entender y tratar a sus clientes. Entonces, condesó todo aquello en su libro Counseling and Psychotherapy. Ahí se refirió a la terapia no-directiva. A esa que permite que sea el consultante quien guie la terapia. Aquella que cree que el terapeuta es un acompañante, más que el director de la “orquesta”. Y poco a poco las relaciones que fue estableciendo con sus clientes se hicieron más profundas.
Le puede interesar: De qué hablamos cuando hablamos de cambio
Sus intereses traspasaron el ámbito terapéutico, pues la investigación también le empezó a llamar la atención. “Tengo la convicción cada vez más firme de que, en el futuro, descubriremos leyes de la personalidad y de la conducta que llegarán a ser tan significativas para el progreso o la comprensión humanas como lo son hoy las leyes de la gravedad o de la termodinámica”.
Salirse del molde y cuestionar lo que hasta el momento se consideraba como la única verdad, llevó a que Rogers se ganara unos cuantos “enemigos”, desde educadores hasta psicólogos y psiquiatras, esos que se sintieron amenazados por sus ideas, por aquellas que él decía que siempre había planteado en forma de ensayo, porque creía que era el lector quien debía “aceptarlas o rechazarlas”. Entonces, prefirió aislarse, pero en compañía de su esposa. Decía que encontró sosiego en algunas zonas del Caribe y de México. Dedicó la mayor parte de su tiempo a fotografiar paisajes, a pintar, a bucear y a nadar. “Pienso que los períodos más fructíferos de mi trabajo son aquellos en que fui capaz de alejarme por completo de lo que otros piensan, de las expectativas profesionales y las exigencias diarias, y adquirir una perspectiva global de lo que estoy haciendo”.